
Las leyendas bíblicas
Sin embargo, en los relatos de Tolkien que cuentan la creación de Varda (El Silmarillion y libros subsiguientes), el lenguaje y los temas bíblicos añaden al evento una innegable grandeza. En estas narraciones de creación se advierte además que Tolkien concibió una primera causa, un único ente que no está muy alejado del Dios monoteísta judeocristiano. Por Eru el Único —a quien los Elfos llamaban Ilúvatar— todas las cosas entraron en el gran Vacío del espacio. En el comienzo eran «pensamientos» de Eru, que se manifestaban en la forma de los Ainur o «Los Sagrados». A estos muy poderosos espíritus Ainur se les dio vida y poderes independientes, y en las Estancias Intemporales Ilúvatar les ordena que canten en un coro celestial. Dicho canto es conocido como la Música del Mundo, de la cual salen todas las cosas.
El más poderoso de los extraordinarios espíritus Ainur era el magnífico Melkor, quien por ser el señor de la oscuridad veía las cosas de manera distinta. Esto dio como resultado la desaparición de la música celestial, y en última instancia una guerra de poderes en los cielos, que luego es trasladada a una guerra de poderes en la tierra.
Una vez que los espíritus Ainur entran en Arda se convierten en los dioses valarianos, muy semejantes a los antiguos dioses paganos del Olimpo y Ásgard. Sin embargo, en las primeras manifestaciones celestiales, los Ainur se parecen a los poderosos ángeles y arcángeles judeo-cristianos. Ciertamente, el gran conflicto que surge entre Eru y Melkor debe mucho a la guerra entre Dios y el ángel rebelde, Satán, tal como aparece en el Paraíso Perdido de John Milton. La revuelta de Melkor tanto en su forma celestial como en las esferas del mundo, se parece mucho a la guerra cataclísmica del Cielo, cuando Satán conduce a sus ángeles rebeldes a una guerra civil contra los ángeles de Dios.

En carácter y actos, Melkor es muy semejante al Satán de John Milton, destruido al fin por el orgullo, y que en última instancia es condenado. Como el Satán de Milton «preferiría reinar en el Infierno antes que servir en el Cielo».
Melkor, el Señor de la Oscuridad, y su eventual sucesor, Sauron el Señor Oscuro, luchan contra el poder de Ilúvatar dentro de las esferas del mundo. Odian a Ilúvatar y quieren destruir y corromper todo lo que Él ha creado. Esto es también la raíz del conflicto en la Tierra Media de Tolkien, que se manifiesta como una ética del bien y el mal absolutos. Aunque el mundo de Tolkien es pagano, hay en él una lucha del bien contra el mal y de la oscuridad contra la luz que parece inspirarse en la tradición judeocristiana.
No obstante, más allá de las comparaciones filosóficas, los vínculos más estrechos entre las leyendas bíblicas y los relatos de Tolkien tienen relación con el poder del anillo. En tiempos bíblicos, todos los reinos y naciones habían aceptado hacía mucho la tradición del anillo como símbolo de la autoridad del monarca. El anillo del rey no sólo lo señalaba como el monarca, sino que se podía decir que el anillo mismo tenía poder. A menudo, durante la ausencia del rey, se podía utilizar el anillo o su sello como extensión de la autoridad del gobernante. De esa manera, el rey podía emitir un edicto para todas sus tierras o delegar la autoridad en servidores y súbditos.
Estos anillos de autoridad tenían muchas formas. Más a menudo eran anillos con un grabado o el símbolo y nombre del señor, y con un sello de piedra, cristal, ámbar o incluso gemas que podía imprimir la marca del rey con tinta o sobre cera o arcilla. Los monarcas asirios llevaban anillos con sellos engarzados en cilindros tallados. Algunos no lucían ninguna marca, aunque en tales casos la autoridad residía en las propiedades sagradas de la piedra o el metal.
El faraón de Egipto llevaba un gran anillo de ébano con un escarabajo engarzado con oro. El escarabajo se ponía sobre un engaste giratorio y cuando se le daba la vuelta revelaba el jeroglífico: el gran sello del faraón. Ser dueño del anillo significaba ser dueño de Egipto, pues el sello representaba la palabra del faraón, y ésta era ley sagrada.
En el Antiguo Testamento, José recibe el anillo del faraón para gobernar todo Egipto. Sus hermanos lo han vendido como esclavo, y la esposa del faraón lo traiciona y es encerrado en una cárcel. Sin embargo, es tan hábil en la interpretación de los sueños, que finalmente es llevado ante el faraón para que interprete dos sueños proféticos. Aunque ningún mago o sabio de Egipto es capaz de leer las visiones del faraón, José lo consigue. El faraón ve que la sabiduría de José es muy grande y lo nombra consejero jefe. En sus enormes estancias, con mil servidores inclinados ante él, el faraón alarga la mano; en ella sostiene su propio anillo, que coloca en el dedo de José. Viste al antiguo esclavo con fino lino y le pone una cadena de oro alrededor del cuello. Luego le dice: «Sin tu permiso ningún hombre alzará la mano o el pie en toda la tierra de Egipto, pues con mi anillo te he convertido en gobernante y señor».
Además de José, muchos otros héroes y jefes hebreos tuvieron relación con anillos de autoridad o de poder. Moisés, que condujo el éxodo de los hebreos fuera de Egipto de vuelta a la tierra prometida de Israel, era asociado comúnmente con el uso de anillos mágicos.
Aparte del empleo de anillos mágicos, entre los Elfos de El Silmarillion y las tribus hebreas de Moisés hay un obvio paralelismo. Igual que los hebreos, los Elfos son un «pueblo elegido» que soporta terribles fatigas de migraciones multitudinarias a una «tierra prometida». El «Gran Viaje» de los Elfos a través de las tierras salvajes de la Tierra Media tiene como meta a Eldamar, el hogar y la tierra prometidos de los Elfos en las Tierras Imperecederas, así como los hebreos tenían como meta Israel, el hogar y la tierra prometidos. Los dos reciben una llamada divina: los Elfos de parte del dios Manwë; los hebreos por el dios Jehová. Mucho después, Tolkien describe una segunda migración de los Elfos de Noldor de regreso a la Tierra Media, que también recuerda el éxodo hebreo. Sin embargo, a diferencia del líder hebreo, Moisés, que actuó siguiendo las órdenes de su dios, Jehová, el carismático jefe de los Elfos, Fëanor, actuó en contra de la orden de su dios, Manwë.
Si Tolkien recurre a ciertos temas bíblicos que relacionan a los Elfos con los hebreos, es también evidente que los mortales Númenóreanos se parecen a los egipcios bíblicos. Tolkien lo declara de manera directa y detallada en una de sus cartas de finales de la década de los cincuenta [Cartas, n.º 211].
Los Númenóreanos de Gondor eran orgullosos, peculiares y arcaicos, y creo que la mejor manera de tener una imagen de ellos es (digamos) en términos egipcios. En muchos aspectos parecían «egipcios»: el amor por lo gigantesco y macizo, y la capacidad de edificarlo. Y por su gran interés en los antepasados y las tumbas. (Pero no, por supuesto, en cuanto a la «teología», en la que eran hebraicos y todavía más puritanos…). Creo que la corona de Gondor (el Reino S.) era muy alta, como la egipcia, pero alada, no perfectamente vertical, sino siguiendo un cierto ángulo. El Reino N. tenía sólo una diadema. Cf. la diferencia entre los reinos S. y N. del Egipto.
La destrucción del mismo Númenor parece reflejar el cataclismo bíblico en el momento en que el ejército del faraón persigue a los hebreos de Moisés, que están huyendo hacia la Tierra Prometida. Por no tener en cuenta la orden del dios hebreo, el faraón y su poderoso ejército son devorados por las aguas del Mar Rojo. Esto puede compararse con el Rey de Númenor, cuya flota sigue los caminos marítimos de los Elfos hacia las Tierras Imperecederas. Por no tener en cuenta la orden del dios Valariano, el Rey de Númenor y su poderosa flota son engullidos por las aguas del Mar Occidental.
La más famosa leyenda del anillo en la tradición judeocristiana está vinculada con el Rey Salomón. La tradición nos cuenta que Salomón no sólo era un rey poderoso y un hombre sabio, sino también el mago más poderoso de entonces. Estos poderes de mago se explicaban en gran medida por la posesión de un anillo mágico. Ciertamente la leyenda del «Anillo del Rey Salomón» es la única historia de la tradición judeocristiana que influyó profundamente en la imaginación de J.R.R. Tolkien.

Como el Anillo Único de Sauron, el anillo de Salomón también puede corromper al que lo lleva; incluso a una persona tan sabia como Salomón. En la figura del demonio Asmodeo el sutil agente del mal corrompe al sabio pero fatalmente orgulloso Rey Salomón de Israel, y por medio de la posesión del anillo provoca su caída. En la figura del demonio Sauron, el sutil agente del mal, corrompe al sabio pero fatalmente orgulloso Rey Ar-Pharazón de Númenor, y por medio de la posesión del anillo provoca su caída.Curiosamente, la historia del anillo de Salomón tiene también un elemento que invita a que se lo compare con ese otro milagroso objeto de búsqueda en la mitología de Tolkien. Así como el Rey elfo Thingol consigue obtener la joya que irradia luz llamada Silmaril, el rey hebreo Salomón obtiene también la joya que irradia luz llamada Schamir. Ambas son reliquias raciales: el Silmaril fue otrora la joya sagrada del antiguo jefe de los Elfos, Fëanor, mientras que Schamir fue la joya sagrada del antiguo líder de los hebreos, Moisés. En Tolkien, el Silmaril es engarzado al fin en una cinta de oro para la cabeza y brilla en la frente del viajero celestial, Eärendil el Marinero, bajo la forma del lucero del alba. Una vez que Schamir es devuelta a los hebreos, la brillante joya encaja perfectamente en el engaste de oro del anillo de Salomón. Ésta duplica el poder del anillo e ilumina el «Nombre Único» de Dios.
La historia de cómo el anillo llegó a Salomón está relacionada con la construcción del Templo de Yahvé, el Todopoderoso Señor Dios. Salomón había puesto a los esclavos de Israel y a los artesanos de Tiro a trabajar en el maravilloso templo del Monte Moría, pero Yahvé había prohibido que emplearan hierro. Aunque una gran multitud se afanó en levantar el templo de Yahvé, los trabajos avanzaban lentamente. Los esclavos y artesanos se esforzaban más y más, pero era como si no se consiguiera nada, y con el paso de los años los constructores del rey palidecían y enflaquecían. Por último, un hombre, Jair, que era un maestro de obras y el esclavo favorito de Salomón, fue a verlo. Otrora joven y vigoroso, ahora estaba encogido y terriblemente demacrado. Declaró que cada noche se le aparecía un vampiro y le chupaba la sangre a él y a sus trabajadores. Y ese mismo demonio se llevaba comida y oro, y materiales de mármol, cedro y piedra.
Muy perturbado, Salomón subió a un alto saliente en el Monte Moría y rezó a Yahvé. De pronto el arcángel Miguel de alas color esmeralda, en una visión de brillante luz, apareció ante él portando un anillo de oro y dijo: «Toma, oh Salomón, Rey, hijo de David, el don que el Señor Dios, el más elevado Zebaot, te ha enviado. Con él dominarás a todos los demonios de la tierra, machos y hembras, y con su ayuda construirás Jerusalén. Pero has de llevar este sello de Dios».
Salomón quedó asombrado pero tomó en sus manos el anillo que era pequeño y de oro puro. En el engaste estaba el sello de Dios: la estrella de cinco puntas del pentalfa y las cuatro consonantes del nombre de Yahvé [Yahveh, YHVH]. Ése era el anillo de debajo del trono de Dios que según algunos había sido de Adán antes de la caída del hombre, y según otros era de Lucifer antes de la expulsión de los ángeles rebeldes.
De pie solo en el Monte Mona, Salomón se puso el anillo en el dedo, y de repente se sintió invadido por el sonido de una gran música. Era la música de las muchas esferas del universo en la sinfonía de su rotación. En ese momento tuvo un conocimiento de la vida y de la belleza que sobrepasaba el entendimiento de otros mortales. Por el poder del anillo comprendía la lengua de las aves, de los animales y de los peces. Podía hablar con los árboles y las hierbas y conocer los profundos secretos de la tierra y la piedra. No había nada en el mundo que le estuviera oculto.
Así armado, Salomón se atrevió entonces a utilizar los poderes más grandes del anillo y llamó al vampiro Ornias que había debilitado a Jair y frustrado la construcción del Templo. Le dijo a Ornias que como compensación cortaría durante el día piedras para el Templo, y Ornias inclinó la cabeza y obedeció la orden del señor del anillo. Pero Salomón primero le preguntó quién era el señor de todos los demonios. A lo que Ornias replicó: «Belzebú». Salomón le dio el anillo y le dijo que invocara a Belzebú. Ornias lo tomó, fue a ver a Belzebú y dijo: «Ven, Salomón te llama». Y Belzebú se rió y dijo: «¿Quién es ese Salomón?». Entonces Ornias arrojó el anillo al pecho de Belzebú, diciendo: «Salomón el Rey te llama bajo el sello de Yahvé». Belzebú emitió un grito con voz atronadora, soltó una gran llama y se presentó ante Salomón.
De ese modo Belzebú, orgulloso señor de los demonios, se inclinó a los pies del amo del anillo, y Salomón le ordenó que invocara a todos los demonios de la tierra. Nunca tantos espíritus poderosos se habían reunido por orden de un mortal. Había demonios de dos clases: los mortales terrestres que son los espíritus de la enfermedad, y los hijos del Cielo, los caídos.

El segundo grupo reunía los ángeles caídos bajo muchas formas: Rabdos, que recorría la tierra con aspecto de perro y tenía cabeza de perro; el Pterodracon y el dragón de tres cabezas; Envidia, que aunque tenía los miembros de un hombre le faltaba la cabeza, y se pasaba el tiempo devorando las mentes de la gente en busca de una cabeza; las tres Lilith, hermosas hechiceras; Onoskelis, de blanca piel y desnuda; Enepsigos la alada, y Obyzuth la de cola de serpiente. El hermafrodita Aquefalos tenía ojos en vez de pezones; Epifas era el gran viento; Kunopeigos el señor del Mar Rojo; Lix Terrax la Tormenta de Arena; y muchos otros que combinaban distintas formas: orejas de burro encima de melenas de león; troncos de elefante bajo alas de murciélago; garras de buitre en escamas de peces; pies dentados; brazos con cabezas; y algunos compuestos todos de entrañas y órganos. Y aunque Belzebú era el señor de los demonios, el principal adversario de Salomón entre los demonios era Asmodeo: alto, atractivo, burlón y sardónico, con alas de murciélago y pies hendidos.
Ante esa hueste terrible Salomón alzó la mano adornada con el anillo de oro y ordenó que todos trabajaran en el templo de Yahvé. Los que se rebelaron fueron encerrados en jarros que Salomón selló con el anillo, igual que los demonios de la enfermedad. De modo que en esa época Salomón utilizó el poder del anillo sólo para ejecutar la obra de Yahvé y todo fue bien con él y su reino. Pero, debido a la prohibición que había hecho Dios del hierro, la construcción continuó demorándose, pues el corte de las grandes piedras del templo era un trabajo largo y difícil.
Salomón celebró un consejo con sus sabios y eruditos que le hablaron de esa gema brillante y mágica llamada el Schamir; Moisés la había usado para inscribir los nombres de las tribus de Israel en las piedras preciosas del efod del Sacerdote Supremo. Afirmaron que el poder de esa gema era tan grande que podía cortar cualquier sustancia. Pero ni los eruditos ni los demonios pudieron decirle a Salomón dónde se podía encontrar el Schamir. Sólo Asmodeo lo sabía, pero el demonio había escapado durante la ausencia de Salomón. No obstante, Salomón lo persiguió y lo atrapó, y con el anillo lo obligó a revelarle el lugar donde podía hallar el Schamir. Asmodeo dijo que había sido confiado al Ángel del Mar a la muerte de Moisés, y que ahora se encontraba bajo la protección del Águila del Mar. Salomón localizó el nido de esa gigantesca e inmortal criatura y puso una cúpula sobre él. Cuando el Águila del Mar llegó al nido y no fue capaz de acercarse a sus crías, emprendió vuelo y regresó con el Schamir. Lo colocó sobre el cristal, y al instante éste se hizo añicos. Entonces aparecieron los esclavos de Salomón y arrojaron lanzas y flechas de hierro al Águila del Mar. Asustada, el ave huyó, y los esclavos recogieron la gema mágica que podía cortar la roca como si fuera mantequilla.
El Schamir encajó exactamente en el engaste del anillo de oro de Salomón. A través del Schamir se podían ver el pentalfa y el Nombre Único; titilaban y palpitaban con tanto color y brillo que algunos han afirmado que en el engarce había diamantes, zafiros, esmeraldas y rubíes. Pero la verdad es que sólo había una gema, y con el poder de esta gema se cortó la roca del templo.
Por la noche Yahvé le habló a Salomón, advirtiéndole que el poder del anillo se había duplicado. Le dijo que ahora no podía olvidar la primera instrucción de Miguel: llevarlo puesto en todo momento. Lo preservaría de todo daño y lo mantendría en el trono.
Después de haber encontrado el Schamir, Salomón encerró a Asmodeo en la prisión del palacio, y por él descubrió muchos secretos futuros, y supo que los caídos hijos del Cielo eran las estrellas del zodíaco, y escuchó furtivamente ante las puertas del Cielo, y oyó los planes de Yahvé y sus ángeles. Pero Salomón subestimó a Asmodeo, quien no le había contado toda la verdad acerca de las obras de Dios, y que engañó al Rey dándole una falsa seguridad. Además, ya acabado el templo, Salomón prestó más atención a los placeres que a la piedad, por lo que Yahvé no permitiría que lo desafiase.
Un día Asmodeo cautivó al Rey con una historia sobre el poder y las visiones de los demonios. Salomón preguntó cómo podían ser tan felices y poderosos si un simple mortal como él era capaz de mantener prisionero al más grande de sus príncipes. Asmodeo repuso que sólo tenía que aflojarle las cadenas y prestarle el anillo y él le demostraría el poder y las extasiadas visiones de los demonios. Salomón aceptó. Asmodeo tomó el anillo y se lo puso en la mano. Por el poder duplicado del anillo el demonio se elevó como una montaña delante de Salomón hasta que un ala tocó el Cielo y la otra la Tierra. Alzó a Salomón y lo lanzó fuera de Israel a los vastos páramos del sur.
Algunas leyendas cuentan que entonces Asmodeo se hizo pasar por el Rey, pero la versión autorizada revela que creó un Salomón falso, igual al Rey en todos los aspectos (aunque algunas de las esposas y concubinas quedaron perplejas y perturbadas por los nuevos y extraños apetitos de su señor). El mismo Asmodeo voló fuera de Israel y regresó a su fortaleza en las montañas, tirando el anillo a las profundidades del Mar Rojo.
Durante tres años Salomón fue de un lado a otro, como un mendigo que nadie reconocía, expiando sus pecados, mientras un Rey falso ocupaba su trono. Llegó a la ciudad de Amón, trabajó como criado de cocina en el palacio del Rey y demostró tener tanto talento que lo nombraron cocinero jefe. La hija del Rey, Naamah, se enamoró de Salomón, y el Rey amonita ordenó que llevaran a los amantes al desierto, para que murieran de hambre.
Pero Salomón aún conocía la lengua de las cosas salvajes y gracias a su sabiduría él y Naamah encontraron comida y agua y consiguieron llegar al mar. Una vez allí Salomón ayudó a un pescador a llevar las redes hasta la playa y fue recompensado con un pescado. Cuando Naamah lo limpió, en el vientre encontró un anillo… el mismo que Asmodeo había tirado al mar. Se lo puso, le dio las gracias a Yahvé, y en un instante se transportó a sí mismo y a Naamah hasta Jerusalén. El falso Salomón cayó postrado ante el verdadero rey y se desvaneció bajo el sello del anillo.
El verdadero Salomón recuperó el reino y la gran riqueza de antaño. Sin embargo, los años pasaron y una vez más volvió a corromperse. Se volvió lujurioso y amigo de la vida cómoda y así perdió la gracia de Yahvé. Comenzó a hacer sacrificios a los dioses de sus distintas esposas tanto como al Dios hebreo. Por encima de todo amó a su Reina jebusea y utilizó el anillo para levantar un templo a la diosa Astarté, en las faldas del Monte Moria.

Entonces Asmodeo, que había intervenido malignamente en todo eso, se enteró a las puertas del Cielo de que el reino sería dividido a la muerte de Salomón, que el Templo y sus libros desaparecerían, y que los demonios de la enfermedad serían otra vez liberados.
Salomón se arrepintió, pero era demasiado tarde y las profecías de Asmodeo llegaron a cumplirse. Sin embargo, se dice que murió erguido, apoyado en su bastón, y que los demonios continuaron trabajando para él durante muchos años, sin saber que estaba muerto y que el poder del anillo ya no lo ostentaba nadie. Al fin una serpiente se enroscó alrededor del bastón, que se rompió, y los demonios se desperdigaron.Se cree que el anillo fue guardado en el Santo Santuario, en el Arca de la Alianza, y que jamás fue capturado. Un mago posterior quiso rescatarlo cuando los soldados de Tito estaban destruyendo el templo. Lo vio y lo tocó, pero de inmediato se desmayó y fue transportado a una tierra extraña donde una voz le dijo que el anillo había sido llevado de vuelta al Cielo.