http://www.protestantedigital.com/actual/dlirios.htm
Jóvenes cristianos: ¿motor de cambio?
Y mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado,
para hacer arder continuamente las lámparas
Éxodo 27, 20
Hace unos días tuve una conversación con una joven que antes de su conversión cristiana participaba en actividades del Partido Comunista de España (PCE). Me comentaba que su entrega a Cristo fue auténtica, y que ninguna hechura humana había trastocado su fe hasta entonces. A pesar de ello, exponía con pesadumbre el contraste de actitud con el que se encontró en los ambientes juveniles cristianos, y contaba cómo entre los jóvenes del PCE había conocido a multitud de personas comprometidas con la sociedad, prestos a ayudar a los débiles, y a trabajar por el bien común. Su sorpresa post-converti fue el no encontrarse con un panorama similar o de mayor implicación social entre los jóvenes cristianos que comenzaba a conocer en su entorno.
En su pequeño y feliz nuevo mundo pudo ver, eso sí, mucha actividad musical, reuniones para recibir más de Dios y todo eso. La fe que de algún modo sustentaba todo lo bueno de los ideales sociales de esta chica no se vieron reflejados en las inquietudes y actividades de quienes –en teoría- encabezaban una vida de activismo en pos de la justicia de Dios.
Lo que yo percibo es muy similar. Un ejemplo: El año pasado, el CEM y Diaconía organizaron un viaje solidario a Galicia para que los jóvenes evangélicos de Madrid fueran a prestar apoyo en las tareas de limpieza del famoso chapapote. La aventura tenía todos los requisitos para movilizar a gran parte de la juventud protestante de la capital. Su desarrollo concurría en Semana Santa –con la consiguiente disponibilidad de estudiantes y trabajadores-, la organización era perfecta (pues así lo valoramos los asistentes), y el alojamiento, más las tres comidas diarias también estaban pagadas. No había excusa, pues además, sólo se trabajaba durante 4 horas al día y el transporte también era gratis.
Con una aceptable y anticipada difusión de la información –consta que llegó a miles de jóvenes- apenas 40 personas se apuntaron, con la connotación añadida de que varios de los voluntarios inscritos no eran jóvenes, y que cerca de la tercera parte de estos asistentes no eran de confesión cristiana. Varios ausentes confirmaron que rehusaron venir en pos de lo de siempre: retiros y música para recibir más de Dios.
Esta situación se repitió hace pocos días. El sábado posterior a los atentados del 11M, apenas 58 horas después a los desconcertantes hechos, acudimos a un evento musical donde se concentraban cientos de jóvenes. Algunos nos allegamos allí para promocionar un acto de solidaridad y de captación de voluntariado social. La respuesta se podría describir como indeferencia general donde varios de los mártires que aceptaban escuchar del proyecto argumentaban la fatalidad de no involucrarse a causa de su compromiso en otros eventos… de carácter musical y de ocio, por supuesto.
La sensación de gueto se acentuó esa tarde cuando la conmoción y el dolor del reciente 11M apenas tuvo reflejo en la dirección de aquella reunión, como si no hubiera pasado nada, pues apenas se hizo mención a lo sucedido. Y para colmo, se cantaban canciones del tipo “hoy es día de celebración”. Cantamos mucho acerca de estar preparados para la guerra a la que no queremos ir, y el líder del grupo musical puede afirmar desde el estrado que las canciones de esa noche suponen “un duro golpe para el enemigo”. Como si de una amarga ironía se tratase.
Si un gran sector de los jóvenes cristianos (gracias a Dios no son todos) no asume con autoridad el rol de agentes de cambio social y espiritual, ¿quién lo hará? Mientras no se rompa la comodidad del reducto religioso seguirán aumentando las víctimas de una patética religiosidad hipnotizada por el burbujismo más ilustrado.
No trato de convencer a nadie, entre otras razones porque los jóvenes a los que me dirijo no leen Protestante Digital, pues también entiendo que el derrumbe del telón de acero del hedonismo espiritual debe ser obra de todos (líderes, pastores…). El caso es que los manidos claustros de las transparencias retroproyectables no pueden ser el estandarte de una generación que tiene tanto que ofrecer a un mundo desesperado. Si alguien sueña con un destape del Espíritu de Dios lo primero que nos toca es precisamente despertar. Comer y dormir sin más sólo nos seguirá llenando de pesadillas y olor de sudor miedoso ante innecesarios monstruos. Urge un giro, una ducha de cambio sin retorno… ¿Lo veremos nosotros? Espero estar exagerando.
Luis Marián trabaja en Madrid como documentalista en la Universidad Carlos III,
y Coordinador de la Biblioteca Protestante de Madrid. Es estudiante de periodismo y cofundador
de www.delirante.org un portal juvenil cristiano enfocado al diálogo con no creyentes.

Jóvenes cristianos: ¿motor de cambio?
Y mandarás a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado,
para hacer arder continuamente las lámparas
Éxodo 27, 20
Hace unos días tuve una conversación con una joven que antes de su conversión cristiana participaba en actividades del Partido Comunista de España (PCE). Me comentaba que su entrega a Cristo fue auténtica, y que ninguna hechura humana había trastocado su fe hasta entonces. A pesar de ello, exponía con pesadumbre el contraste de actitud con el que se encontró en los ambientes juveniles cristianos, y contaba cómo entre los jóvenes del PCE había conocido a multitud de personas comprometidas con la sociedad, prestos a ayudar a los débiles, y a trabajar por el bien común. Su sorpresa post-converti fue el no encontrarse con un panorama similar o de mayor implicación social entre los jóvenes cristianos que comenzaba a conocer en su entorno.
En su pequeño y feliz nuevo mundo pudo ver, eso sí, mucha actividad musical, reuniones para recibir más de Dios y todo eso. La fe que de algún modo sustentaba todo lo bueno de los ideales sociales de esta chica no se vieron reflejados en las inquietudes y actividades de quienes –en teoría- encabezaban una vida de activismo en pos de la justicia de Dios.
Lo que yo percibo es muy similar. Un ejemplo: El año pasado, el CEM y Diaconía organizaron un viaje solidario a Galicia para que los jóvenes evangélicos de Madrid fueran a prestar apoyo en las tareas de limpieza del famoso chapapote. La aventura tenía todos los requisitos para movilizar a gran parte de la juventud protestante de la capital. Su desarrollo concurría en Semana Santa –con la consiguiente disponibilidad de estudiantes y trabajadores-, la organización era perfecta (pues así lo valoramos los asistentes), y el alojamiento, más las tres comidas diarias también estaban pagadas. No había excusa, pues además, sólo se trabajaba durante 4 horas al día y el transporte también era gratis.
Con una aceptable y anticipada difusión de la información –consta que llegó a miles de jóvenes- apenas 40 personas se apuntaron, con la connotación añadida de que varios de los voluntarios inscritos no eran jóvenes, y que cerca de la tercera parte de estos asistentes no eran de confesión cristiana. Varios ausentes confirmaron que rehusaron venir en pos de lo de siempre: retiros y música para recibir más de Dios.
Esta situación se repitió hace pocos días. El sábado posterior a los atentados del 11M, apenas 58 horas después a los desconcertantes hechos, acudimos a un evento musical donde se concentraban cientos de jóvenes. Algunos nos allegamos allí para promocionar un acto de solidaridad y de captación de voluntariado social. La respuesta se podría describir como indeferencia general donde varios de los mártires que aceptaban escuchar del proyecto argumentaban la fatalidad de no involucrarse a causa de su compromiso en otros eventos… de carácter musical y de ocio, por supuesto.
La sensación de gueto se acentuó esa tarde cuando la conmoción y el dolor del reciente 11M apenas tuvo reflejo en la dirección de aquella reunión, como si no hubiera pasado nada, pues apenas se hizo mención a lo sucedido. Y para colmo, se cantaban canciones del tipo “hoy es día de celebración”. Cantamos mucho acerca de estar preparados para la guerra a la que no queremos ir, y el líder del grupo musical puede afirmar desde el estrado que las canciones de esa noche suponen “un duro golpe para el enemigo”. Como si de una amarga ironía se tratase.
Si un gran sector de los jóvenes cristianos (gracias a Dios no son todos) no asume con autoridad el rol de agentes de cambio social y espiritual, ¿quién lo hará? Mientras no se rompa la comodidad del reducto religioso seguirán aumentando las víctimas de una patética religiosidad hipnotizada por el burbujismo más ilustrado.
No trato de convencer a nadie, entre otras razones porque los jóvenes a los que me dirijo no leen Protestante Digital, pues también entiendo que el derrumbe del telón de acero del hedonismo espiritual debe ser obra de todos (líderes, pastores…). El caso es que los manidos claustros de las transparencias retroproyectables no pueden ser el estandarte de una generación que tiene tanto que ofrecer a un mundo desesperado. Si alguien sueña con un destape del Espíritu de Dios lo primero que nos toca es precisamente despertar. Comer y dormir sin más sólo nos seguirá llenando de pesadillas y olor de sudor miedoso ante innecesarios monstruos. Urge un giro, una ducha de cambio sin retorno… ¿Lo veremos nosotros? Espero estar exagerando.
Luis Marián trabaja en Madrid como documentalista en la Universidad Carlos III,
y Coordinador de la Biblioteca Protestante de Madrid. Es estudiante de periodismo y cofundador
de www.delirante.org un portal juvenil cristiano enfocado al diálogo con no creyentes.

