En “La familia: Una proclamación para el mundo”, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles declaran que como hijos e hijas espirituales de Dios, “acepta[mos] Su plan por el cual obtendría[mos] un cuerpo físico y ganaría[mos] experiencias terrenales para progresar hacia la perfección y finalmente cumplir [nuestro] destino divino como herederos de la vida eterna” (“La familia: Una proclamación para el mundo”,
Liahona, octubre de 2004, pág. 49; o
Liahona, enero de 1996, pág. 116). Ahora bien, observen la importancia primordial de obtener un cuerpo físico en el proceso de progresar hacia nuestro destino divino.
El profeta José Smith enseñó con claridad la importancia del cuerpo físico:
“Vinimos a esta tierra para tener un cuerpo y presentarlo puro ante Dios en el reino celestial. El gran principio de la felicidad consiste en tener un cuerpo. El diablo no lo tiene y ése es su castigo; él está contento cuando puede obtener el tabernáculo del hombre; y cuando fue expulsado por el Salvador, le pidió que lo dejara ir a una manada de cerdos, demostrando que prefería ocupar el cuerpo de un cerdo que no tener ninguno. Todos los seres que tienen un cuerpo poseen potestad sobre los que no lo tienen”. “El diablo no tiene poder sobre nosotros sino hasta donde se lo permitimos. El momento en que nos rebelamos contra cualquier cosa que viene de Dios, el diablo ejerce su dominio”.
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Nuestro cuerpo físico hace posible que tengamos una amplitud, profundidad e intensidad de experiencia que sencillamente no podríamos obtener en nuestra existencia preterrenal. El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El cuerpo y el espíritu se combinan de tal forma que el cuerpo se convierte en el instrumento de la mente y en el fundamento de nuestro carácter”.
2 Por tanto, nuestra relación con otras personas, nuestra capacidad de reconocer la verdad y de actuar de conformidad con ella, y nuestra aptitud para obedecer los principios y las ordenanzas del evangelio de Jesucristo se aumentan mediante el cuerpo físico. En la escuela de la vida terrenal, experimentamos ternura, amor, bondad, felicidad, pesar, desilusión, dolor e incluso los desafíos de las limitaciones físicas en formas que nos preparan para la eternidad. Dicho en forma más sencilla, hay lecciones que debemos aprender y experiencias que debemos tener, tal como las Escrituras lo describen, “según la carne” (véase
1 Nefi 19:6;
Alma 7:12--13).
Los apóstoles y los profetas constantemente han enseñado en cuanto a la importancia terrenal y eterna del cuerpo. Pablo declaró:
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
“Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (
1 Corintios 3:16--17).
Y en esta dispensación el Señor reveló que “el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre” (
D. y C. 88:15). Una verdad que siempre es y siempre será, es que el cuerpo y el espíritu constituyen nuestra realidad e identidad. Cuando el cuerpo y el espíritu están inseparablemente conectados, podemos recibir una plenitud de gozo; cuando están separados, no podemos recibir tal bendición (véase
D. y C. 93:33--34).
El plan del Padre está diseñado para brindar dirección a Sus hijos, para ayudarles a llegar a ser felices, y para llevarlos a salvo hasta Él con cuerpos resucitados y exaltados. Lucifer se esfuerza por hacer que los hijos y las hijas de Dios estén confusos e infelices y por entorpecer su progreso eterno. La intención predominante del padre de las mentiras es que todos seamos “miserables como él” (
2 Nefi 2:27, y se empeña por distorsionar los elementos que más odia del plan del Padre.
Satanás no tiene cuerpo, y su progreso eterno se ha detenido. Tal como un dique detiene el agua que fluye en el lecho de un río, de la misma manera el progreso eterno del adversario se frustra debido a que no tiene un cuerpo físico. Como resultado de su rebelión, Lucifer se ha negado a sí mismo todas las bendiciones y experiencias terrenales que son posibles mediante un tabernáculo de carne y huesos. No puede aprender las lecciones que sólo un espíritu encarnado puede aprender. No puede casarse ni disfrutar las bendiciones de la procreación y de la vida familiar. No puede soportar la realidad de la resurrección literal y universal de todo el género humano. Uno de los poderosos significados en las Escrituras de la palabra
condenado se ilustra en la incapacidad que él tiene de seguir desarrollándose y de llegar a ser semejante a nuestro Padre Celestial.
Ya que el cuerpo físico es un elemento tan esencial del plan de felicidad del Padre y de nuestro progreso espiritual, no nos debe sorprender que Lucifer procure frustrar nuestro progreso, para lo cual nos tienta a utilizar el cuerpo de manera inapropiada. Una de las mayores ironías de la eternidad es que el adversario, que es infeliz precisamente porque no tiene cuerpo físico, nos invita y nos induce a compartir su miseria mediante el uso inapropiado de nuestro cuerpo. Por lo tanto, la herramienta que él mismo no tiene y no puede utilizar es el objetivo principal de sus intentos por seducirnos hacia la destrucción física y espiritual.