Este mensaje de la mujer-pequeñita me trae a la memoria que hace algunos años me visitó un matrimonio, eran Testigos de Jehová, como los vi tan cerrados al conocimiento los pasé a mi biblioteca y les sugerí la lectura de algunos libros; la respuesta que recibí me dejó frío: “Esos libros – me dijo marido – los escribieron los hombres, en cambio éste – añadió blandiendo la Biblia – lo escribió Dios.”
Aquellas pobres ignorantes estaban echando por la borda, en un instante, el conocimiento arrancado penosamente a la naturaleza en milenios. Con gusto hubieran arrojado a la hoguera los libros de mi biblioteca en los que tengo obras de Aristóteles, Platón, Parménides, Bacon, Descartes, Hobbes, Spinoza, Hume, Kant, Russel, Wittgenstein, Copérnico, Galileo, Ticho Braid, Darwin, Laplace, Bunge, Popper, Ayer, Sagan, Freud y un sin fin de pensadores orgullo del género humano. De los poco más de 8700 libros de mi biblioteca, solamente se hubieran salvado de las llamas las 6 Biblias que poseo.
Esos libros que para muchos nada valen, costaron a muchos de sus autores penoso trabajo, desvelos y sobresaltos, lágrimas, persecución y muerte. Sus persecutores y asesinos son aquellos que afirman que la verdad absoluta se encuentra en las páginas de un libro. Por eso y por otras muchas razones, he llegado a la convicción de que el cristianismo es una religión inhumana. Pues al atribuir lo mejor de sí (razón, voluntad, emotividad y facultad de crear) a un fantasma producto de su fantasía, no ha dejado nada para sí, mas que miseria y carroña.
La religión trastoca e invierte los valores, al exaltar la fe convierte en virtud lo que es vicio y llama falso orgullo a la facultad de discernir: la razón distintiva del género humano.
La actitud de algunos dogmáticos de este foro en defensa de sus creencias religiosas me han hecho recordar una anécdota que nos relata Galileo Galillei en su obra Il Saggiatore.
Pero antes de relatarla permítame recordar que en la Edad Media Aristóteles era conocido sólo de oídas por las referencias que de él daban otros filósofos pues su obra se había perdido. Pero cuando los árabes la encuentran y las dan a conocer a Europa, los escolásticos, especialmente Tomás de Aquino, se entusiasman con ella al grado de convertir a Aristóteles en toda una autoridad en materia de ciencias, al lado de la Biblia y sólo un grado por debajo de ésta.
En una de sus obras Aristóteles nos dice que los nervios parten del corazón. Seguramente esta falsa apreciación del sabio de Estagira se debió a que al observar las arterias de este órgano ya separado del tórax aparecen sin sangre y ocupadas de aire. Es evidente que los antiguos confundieron arterias y venas con los nervios.
Un anatomista contemporáneo a Galileo, mediante disección de cadáveres llegó a la convicción de que el centro nervioso es el cerebro. Mandó llamar a sus colegas de la universidad para comunicarles este importante descubrimiento. Cuando aquellos médicos, que ostentaban títulos eclesiásticos, se presentaron en su sala de disección, el anatomista sacó un cerebro con su médula espinal , con todo y sus prolongaciones y terminaciones nerviosas. Lo extendió sobre la plancha y dijo a sus colegas:
“He aquí la prueba de que los nervios parten del cerebro y no del corazón como se nos había enseñado hasta ahora”.
Aquellos hombres que habían sido formados en el espíritu de la escolástica se quedaron atónitos. Una vez recuperados de la sorpresa, uno de ellos toma la palabra y pronuncia estas sorprendentes palabras:
“Has hecho una demostración tan clara y evidente de que los nervios parten del cerebro y no del corazón, que hubiéramos tenido que aceptarlo si acaso Aristóteles no hubiera dicho lo contrario”.
Si Aristóteles dice que los nervios parten del corazón, ni modo, tendrá que ser del corazón.
Ellos tenían fe en la palabra de Aristóteles y que le vamos a hacer, la fe es la fe. Para el creyente no existen razones ni pruebas válidas. ¿Cómo es posible que a estas alturas todavía vivamos enredados en viejas creencias que no tienen ni pies ni cabeza? ¿Es sensato creer en la aberrante idea del “alma” en el sentido de sustancia tal como la conciben las religiones, cuando contradice los avances obtenidos desde hace rato por la moderna neurofisiología? ¿Es sensato creer en el demencial dogma de la “resurrección de la carne” y al mismo tiempo pretender que pensamos conforme a los cánones de la recta razón y el más elemental sentido común? ¿A estas alturas cómo podemos tragarnos el viejo cuento de que al nacer hemos venido al mundo estigmatizados con una jorobita que llevamos en el espinazo a causa del pecado de “nuestros primeros padres”?
En el libro de Ezequiel dice Dios que nadie pagará el pecado de otro: “El alma que pecare, ésta morirá, el hijo no llevará sobre sí la iniquidad del padre, ni éste la del hijo” (Ezequiel, 18:20).
Si no somos culpables de los pecados de “nuestros primeros padres” ¿qué sentido tiene el sacrificio de Cristo al pretender salvarnos de un pecado que nunca cometimos? El basamento mismo del cristianismo cae por los suelos.
Les saluda cordialmente.
Galeno Zalán
LA FE, ES LO QUE TE HACE CREER EN LO QUE NO SE PUEDE CREER, MAS QUE CREYÉNDOSE.
.