http://www.icp-e.org/
CÉSAR VIDAL MANZANARES
Escatología (1)
Jesús el resucitado
Pocas dudas pueden haber en cuanto a que el hecho determinante que evitó la disolución del grupo de seguidores de Jesús tras la ejecución vergonzosa de éste fue la firme creencia en su resurrección. Desborda con mucho los límites del presente estudio el entrar en la naturaleza de las experiencias que determinaron esa certeza así como en el análisis de los datos que al respecto suministran las diversas fuentes.
TEORÍAS SOBRE LA RESURRECCIÓN
Las teorías “explicativas” no han sido pocas. Entre ellas destacan, por su posterior repetición con escasas variaciones, la del robo (H. M. Reimarus), la del “desvanecimiento” y la de la confusión de las tumbas (K. Lake). Pero, sin duda, las más convincentes, en la medida en que permiten hacer justicia a los datos de las fuentes, a la presunta reacción psicológica de los discípulos de Jesús y a la conversión de incrédulos opuestos al colectivo (Pablo, Santiago), son las tesis que admiten la veracidad de las apariciones.
De hecho, no deja de ser significativo que el mismo Bultmann – no precisamente destacado por su visión conservadora de las Escrituras – llegara a afirmar que las visiones del resucitado no fueron meras experiencias subjetivas. Desde nuestro punto de vista, y sin entrar en la naturaleza de los hechos -lo que excede el objeto de nuestro estudio- nos parece más sólido aceptar que, como ha señalado G. E. Ladd, “la fe no creó apariciones; sino que las apariciones crearon la fe”, o bien indicar con F. F. Bruce que “esta 'fe en la resurrección' de los discípulos es un hecho histórico de importancia primordial, pero identificarlo con el suceso de la resurrección es confundir la causa con el efecto. De no ser por el suceso de la resurrección no habría existido fe en la resurrección.
Pero la fe en la resurrección juntó de nuevo a los dispersados seguidores de Jesús, y a las pocas semanas de su muerte aparecen como una comunidad coherente, vigorosa y auto-propagadora en Jerusalén”.
Sólo la aceptación de que se produjeron una serie de hechos, de carácter histórico y que los discípulos interpretaron y vivieron como prueba de la resurrección de Jesús permite además comprender la evolución del golpeado movimiento, la captación por el mismo de antiguos opositores y su potencial expansivo posterior. Baste decir que, como ya hemos señalado anteriormente, la resurrección no sólo se concebía como base fundamental de la fe en Jesús sino que además influyó decisivamente en la conversión de personajes original¬mente hostiles a la misma.
Escribiendo en los cincuenta, Pablo ya relata una tradición (1 Cor 15, 1 ss) donde se recoge la afirmación de que Jesús se había aparecido resucitado no sólo al grupo de los Doce, sino también a varios centenares de discípulos de los que la mayoría seguían vivos, a Santiago, su hermano, y a él.
Se ha especulado con la posibilidad de que la inclusión de Santiago en este texto se deba no a la pluma de Pablo sino a un intento de incluir a un personaje que tendría considerable relevancia en Jerusalén. Tal hecho carece a nuestro juicio de la más mínima probabilidad. En primer lugar, la evidencia textual del pasaje descarta la posibilidad de una interpolación de este tipo pues ni siquiera aparece una mínima variante al respecto. En segundo lugar, el texto paulino recibe una corroboración indirecta en el Evangelio de los Hebreos donde se refiere -siguiendo la misma tradición de Juan 7, 5- la incredulidad de los hermanos de Jesús y como la de Santiago había desaparecido al ser objeto de una visión. Finalmente, esto es lo único que puede explicar coherentemente que, en un plazo brevísimo de tiempo, los hermanos de Jesús hubieran pasado de ser incrédulos a formar parte de la comunidad de Jerusalén (Hechos 1, 14), aunque sin desempeñar el peso que tendrían posteriormente.
La forma en que el historiador debe acercarse a esta experiencia concreta ha sido señalada de manera ejemplar, a nuestro juicio, por J. P. Meier, al indicar: “Que hubo testigos conocidos por nombre que pretendieron que el Jesús resucitado se les había aparecido (1 Cor 15:5-8), que estos testigos incluían discípulos del Jesús histórico que lo habían abandonado por miedo y que realizaron un notable “volte face” tras su desdichada muerte, que estos discípulos no eran incompetentes dementes sino gente capaz de la propagación inteligente de un nuevo movimiento, y que algunos de estos discípulos entregaron sus vidas por la verdad de sus experiencias relacionadas con la resurrección - son todos hechos históricos.
El cómo la gente reaccione ante esos hechos y ante el Jesús histórico le lleva a uno más allá de la investigación empírica introduciéndolo en la esfera de la decisión religiosa, de la fe y de la incredulidad.”
LA RESURRECCIÓN, EJE CENTRAL DEL CRISTIANISMO
Desde luego, la creencia en la resurrección de Jesús parece haber sido el nervio fundamental de la predicación judeo-cristiana palestinense, hasta el punto, según queda de manifiesto en noticias de las fuentes, de que nadie que no hubiera experimentado algún tipo de visión de Jesús resucitado podía acceder al apostolado (Hch 1, 22 ss).
Los discursos de la primera parte de los Hch otorgan un lugar decisivo a la proclamación del hecho de que Jesús había resucitado. A tenor de los mismos se desprende que los judeo-cristianos palestinos consideraban que si se podía estar seguro de que la experiencia pentecostal era de Dios e indicaba el comienzo de una nueva era, se debía, al menos en parte, al hecho de que Jesús había resucitado (2,22-24) y que de ello eran testigos los discípulos (2, 32).
Si se producían sanidades relacionadas con los miembros de la comunidad, se debía a la fe en el nombre del resucitado (Hch 3, 12-16; 4, 9-10) de lo cual los discípulos eran testigos (Hch 3, 15; 4, 10). Si los antes atemorizados discípulos se enfrentaban ahora con las autoridades, había que atribuirlo a su fe en que Jesús había resucitado y a que ellos eran testigos de lo mismo (Hch 5, 30 ss). No es difícil ver a la luz de esta fuente que la clave sobre la que giraba no sólo la actitud de los discípulos sino su mensaje e incluso su interpretación de las Escritu¬ras (Hch 2, 25-28; 2, 35-6, etc) y del entorno (Hch 2, 16ss) era la creencia en que Jesús había resucitado.
En Apocalipsis, las referencias a la resurrección de Jesús están ya considerablemente cargadas de significado teológico y la interpretación del suceso reviste un contenido muy desarrollado, circunstancia de enorme interés si tenemos en cuenta lo primitivo de la fuente. Así 1, 18 describe a Jesús resucitado como “el que vivo, y estuve muerto; más vivo por los siglos de los siglos” (¿una descripción que intentaba marcar distancias con los cultos orientales en que la divinidad moría y resucitaba anualmente?), y tal circunstancia aparece - como en Pablo - como garantía de que habrá una resurrección al fin de los tiempos.
Una figura relativamente similar -aunque se omite en si la referencia concreta a la resurrección- es la representada por el niño varón, al que intentó matar el dragón (12, 4), que es descrito con categorías mesiánicas (12, 5) y que fue ascendido para Dios y su trono (12, 5).
La creencia en la resurrección de Jesús aparece también el judeo-cristianismo extrapalestino donde se conecta directamente con el renacer espiritual del creyente (1 Pe 1, 3) y con la salvación simbolizada por el bautismo (1 Pe 3, 21). De la carta a los Hebreos parece desprenderse que la creencia en la misma -muy posiblemente ligada a la de la resurrección general- parece haber sido esencial en el judeo-cristianismo extrapalestino (Heb 6, 2).
En cuanto al cristianismo paulino, resulta evidente el lugar central que ocupa en el mismo su predicación de la resurrección (1 Cor 15). En palabras del mismo Pablo, “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe” (1 Cor 15, 17).
Ef 2,19 ss afirma incluso que el poder de Dios que actuó en la resurrección de Jesús se mueve actualmente en la comunidad cristiana. Las huellas de judeo-cristianismo son palpables no sólo en el origen de la tradición que Pablo utiliza (1 Cor 15, 1 ss) sino también en la forma de expresión de la misma. De hecho, Flp 2, 5 ss recuerda en su esquema temporal (no tanto en cada uno de los motivos) al reflejado en Ap 12 (nacimiento desde el cielo, mesianismo, ascensión al cielo). Una vez más, el origen de una creencia trascendental y decisiva en el seno del cristianismo, derivaba del judeo-cristianismo palestino y, como ya hemos señalado, la misma resulta de importancia incuestionable a la hora de entender la actitud de los judeo-cristianos frente al entorno, su visión del mismo, su vivencia cotidiana y su proyección relacionada con el futuro.
CONCLUSIÓN
Todo lo anterior parece dejar sobradamente de manifiesto hasta qué punto la creencia en la resurrección de Jesús era medular en el cristianismo y cómo éste es inconcebible sin ella. Precisamente por ello no deja de producir pasmo y asombro el contemplar la defensa –incluso en medios evangélicos– de teólogos que han negado frontalmente la resurrección tal y como aparece en el Nuevo Testamento sustituyéndola por subterfugios como su sustitución por encuentros en otra dimensión, la pervivencia del amor a Jesús en la comunidad o su resurrección en la vida de la iglesia a lo largo de los siglos. Semejante visión –defendida entre otras corrientes por la teología de la liberación– podrá ser preconizada por teólogos, sacerdotes y pastores que se autodenominen cristianos pero no tiene nada de cristiana. No sólo eso. En realidad, implica la muy peligrosa proclamación de otro Evangelio, uno que sustituye el anuncio glorioso de la resurrección del mesías por el anuncio de las consignas del movimiento anti-globalización o la predicación de la situación de perdición del ser humano y su única esperanza de perdón gracias a la muerte y resurrección de Jesús por mensajes centrados en un vago - y muy rancio e irreal – contenido social. El pecado, la responsabilidad ante Dios, el sacrificio expiatorio en la cruz y la resurrección de Jesús no fueron desde luego conceptos que los primeros cristianos estuvieran dispuestos a cambiar por las predicaciones sociales de su tiempo. Sigamos su ejemplo.
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César Vidal Manzanares es un conocido escritor, historiador y teólogo.
© C. Vidal, Libertad digital, España (ProtestanteDigital, 2004).
Fuente: http://www.icp-e.org/
CÉSAR VIDAL MANZANARES
Escatología (1)
Jesús el resucitado
Pocas dudas pueden haber en cuanto a que el hecho determinante que evitó la disolución del grupo de seguidores de Jesús tras la ejecución vergonzosa de éste fue la firme creencia en su resurrección. Desborda con mucho los límites del presente estudio el entrar en la naturaleza de las experiencias que determinaron esa certeza así como en el análisis de los datos que al respecto suministran las diversas fuentes.
TEORÍAS SOBRE LA RESURRECCIÓN
Las teorías “explicativas” no han sido pocas. Entre ellas destacan, por su posterior repetición con escasas variaciones, la del robo (H. M. Reimarus), la del “desvanecimiento” y la de la confusión de las tumbas (K. Lake). Pero, sin duda, las más convincentes, en la medida en que permiten hacer justicia a los datos de las fuentes, a la presunta reacción psicológica de los discípulos de Jesús y a la conversión de incrédulos opuestos al colectivo (Pablo, Santiago), son las tesis que admiten la veracidad de las apariciones.
De hecho, no deja de ser significativo que el mismo Bultmann – no precisamente destacado por su visión conservadora de las Escrituras – llegara a afirmar que las visiones del resucitado no fueron meras experiencias subjetivas. Desde nuestro punto de vista, y sin entrar en la naturaleza de los hechos -lo que excede el objeto de nuestro estudio- nos parece más sólido aceptar que, como ha señalado G. E. Ladd, “la fe no creó apariciones; sino que las apariciones crearon la fe”, o bien indicar con F. F. Bruce que “esta 'fe en la resurrección' de los discípulos es un hecho histórico de importancia primordial, pero identificarlo con el suceso de la resurrección es confundir la causa con el efecto. De no ser por el suceso de la resurrección no habría existido fe en la resurrección.
Pero la fe en la resurrección juntó de nuevo a los dispersados seguidores de Jesús, y a las pocas semanas de su muerte aparecen como una comunidad coherente, vigorosa y auto-propagadora en Jerusalén”.
Sólo la aceptación de que se produjeron una serie de hechos, de carácter histórico y que los discípulos interpretaron y vivieron como prueba de la resurrección de Jesús permite además comprender la evolución del golpeado movimiento, la captación por el mismo de antiguos opositores y su potencial expansivo posterior. Baste decir que, como ya hemos señalado anteriormente, la resurrección no sólo se concebía como base fundamental de la fe en Jesús sino que además influyó decisivamente en la conversión de personajes original¬mente hostiles a la misma.
Escribiendo en los cincuenta, Pablo ya relata una tradición (1 Cor 15, 1 ss) donde se recoge la afirmación de que Jesús se había aparecido resucitado no sólo al grupo de los Doce, sino también a varios centenares de discípulos de los que la mayoría seguían vivos, a Santiago, su hermano, y a él.
Se ha especulado con la posibilidad de que la inclusión de Santiago en este texto se deba no a la pluma de Pablo sino a un intento de incluir a un personaje que tendría considerable relevancia en Jerusalén. Tal hecho carece a nuestro juicio de la más mínima probabilidad. En primer lugar, la evidencia textual del pasaje descarta la posibilidad de una interpolación de este tipo pues ni siquiera aparece una mínima variante al respecto. En segundo lugar, el texto paulino recibe una corroboración indirecta en el Evangelio de los Hebreos donde se refiere -siguiendo la misma tradición de Juan 7, 5- la incredulidad de los hermanos de Jesús y como la de Santiago había desaparecido al ser objeto de una visión. Finalmente, esto es lo único que puede explicar coherentemente que, en un plazo brevísimo de tiempo, los hermanos de Jesús hubieran pasado de ser incrédulos a formar parte de la comunidad de Jerusalén (Hechos 1, 14), aunque sin desempeñar el peso que tendrían posteriormente.
La forma en que el historiador debe acercarse a esta experiencia concreta ha sido señalada de manera ejemplar, a nuestro juicio, por J. P. Meier, al indicar: “Que hubo testigos conocidos por nombre que pretendieron que el Jesús resucitado se les había aparecido (1 Cor 15:5-8), que estos testigos incluían discípulos del Jesús histórico que lo habían abandonado por miedo y que realizaron un notable “volte face” tras su desdichada muerte, que estos discípulos no eran incompetentes dementes sino gente capaz de la propagación inteligente de un nuevo movimiento, y que algunos de estos discípulos entregaron sus vidas por la verdad de sus experiencias relacionadas con la resurrección - son todos hechos históricos.
El cómo la gente reaccione ante esos hechos y ante el Jesús histórico le lleva a uno más allá de la investigación empírica introduciéndolo en la esfera de la decisión religiosa, de la fe y de la incredulidad.”
LA RESURRECCIÓN, EJE CENTRAL DEL CRISTIANISMO
Desde luego, la creencia en la resurrección de Jesús parece haber sido el nervio fundamental de la predicación judeo-cristiana palestinense, hasta el punto, según queda de manifiesto en noticias de las fuentes, de que nadie que no hubiera experimentado algún tipo de visión de Jesús resucitado podía acceder al apostolado (Hch 1, 22 ss).
Los discursos de la primera parte de los Hch otorgan un lugar decisivo a la proclamación del hecho de que Jesús había resucitado. A tenor de los mismos se desprende que los judeo-cristianos palestinos consideraban que si se podía estar seguro de que la experiencia pentecostal era de Dios e indicaba el comienzo de una nueva era, se debía, al menos en parte, al hecho de que Jesús había resucitado (2,22-24) y que de ello eran testigos los discípulos (2, 32).
Si se producían sanidades relacionadas con los miembros de la comunidad, se debía a la fe en el nombre del resucitado (Hch 3, 12-16; 4, 9-10) de lo cual los discípulos eran testigos (Hch 3, 15; 4, 10). Si los antes atemorizados discípulos se enfrentaban ahora con las autoridades, había que atribuirlo a su fe en que Jesús había resucitado y a que ellos eran testigos de lo mismo (Hch 5, 30 ss). No es difícil ver a la luz de esta fuente que la clave sobre la que giraba no sólo la actitud de los discípulos sino su mensaje e incluso su interpretación de las Escritu¬ras (Hch 2, 25-28; 2, 35-6, etc) y del entorno (Hch 2, 16ss) era la creencia en que Jesús había resucitado.
En Apocalipsis, las referencias a la resurrección de Jesús están ya considerablemente cargadas de significado teológico y la interpretación del suceso reviste un contenido muy desarrollado, circunstancia de enorme interés si tenemos en cuenta lo primitivo de la fuente. Así 1, 18 describe a Jesús resucitado como “el que vivo, y estuve muerto; más vivo por los siglos de los siglos” (¿una descripción que intentaba marcar distancias con los cultos orientales en que la divinidad moría y resucitaba anualmente?), y tal circunstancia aparece - como en Pablo - como garantía de que habrá una resurrección al fin de los tiempos.
Una figura relativamente similar -aunque se omite en si la referencia concreta a la resurrección- es la representada por el niño varón, al que intentó matar el dragón (12, 4), que es descrito con categorías mesiánicas (12, 5) y que fue ascendido para Dios y su trono (12, 5).
La creencia en la resurrección de Jesús aparece también el judeo-cristianismo extrapalestino donde se conecta directamente con el renacer espiritual del creyente (1 Pe 1, 3) y con la salvación simbolizada por el bautismo (1 Pe 3, 21). De la carta a los Hebreos parece desprenderse que la creencia en la misma -muy posiblemente ligada a la de la resurrección general- parece haber sido esencial en el judeo-cristianismo extrapalestino (Heb 6, 2).
En cuanto al cristianismo paulino, resulta evidente el lugar central que ocupa en el mismo su predicación de la resurrección (1 Cor 15). En palabras del mismo Pablo, “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe” (1 Cor 15, 17).
Ef 2,19 ss afirma incluso que el poder de Dios que actuó en la resurrección de Jesús se mueve actualmente en la comunidad cristiana. Las huellas de judeo-cristianismo son palpables no sólo en el origen de la tradición que Pablo utiliza (1 Cor 15, 1 ss) sino también en la forma de expresión de la misma. De hecho, Flp 2, 5 ss recuerda en su esquema temporal (no tanto en cada uno de los motivos) al reflejado en Ap 12 (nacimiento desde el cielo, mesianismo, ascensión al cielo). Una vez más, el origen de una creencia trascendental y decisiva en el seno del cristianismo, derivaba del judeo-cristianismo palestino y, como ya hemos señalado, la misma resulta de importancia incuestionable a la hora de entender la actitud de los judeo-cristianos frente al entorno, su visión del mismo, su vivencia cotidiana y su proyección relacionada con el futuro.
CONCLUSIÓN
Todo lo anterior parece dejar sobradamente de manifiesto hasta qué punto la creencia en la resurrección de Jesús era medular en el cristianismo y cómo éste es inconcebible sin ella. Precisamente por ello no deja de producir pasmo y asombro el contemplar la defensa –incluso en medios evangélicos– de teólogos que han negado frontalmente la resurrección tal y como aparece en el Nuevo Testamento sustituyéndola por subterfugios como su sustitución por encuentros en otra dimensión, la pervivencia del amor a Jesús en la comunidad o su resurrección en la vida de la iglesia a lo largo de los siglos. Semejante visión –defendida entre otras corrientes por la teología de la liberación– podrá ser preconizada por teólogos, sacerdotes y pastores que se autodenominen cristianos pero no tiene nada de cristiana. No sólo eso. En realidad, implica la muy peligrosa proclamación de otro Evangelio, uno que sustituye el anuncio glorioso de la resurrección del mesías por el anuncio de las consignas del movimiento anti-globalización o la predicación de la situación de perdición del ser humano y su única esperanza de perdón gracias a la muerte y resurrección de Jesús por mensajes centrados en un vago - y muy rancio e irreal – contenido social. El pecado, la responsabilidad ante Dios, el sacrificio expiatorio en la cruz y la resurrección de Jesús no fueron desde luego conceptos que los primeros cristianos estuvieran dispuestos a cambiar por las predicaciones sociales de su tiempo. Sigamos su ejemplo.
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César Vidal Manzanares es un conocido escritor, historiador y teólogo.
© C. Vidal, Libertad digital, España (ProtestanteDigital, 2004).
Fuente: http://www.icp-e.org/