<TABLE cellPadding=10 width=600 border=0><TBODY><TR><TD style="BORDER-TOP: #808080 1px double" vAlign=top width=377>
El problema de este libro es que promete mucho y luego da poco. Me explico, uno lee el título y echa un vistazo a las ilustraciones y llega a la apresurada conclusión de que existió un Jesús egipcio 3.000 años antes que el "histórico". O, al menos, que el mito cristiano tiene precedentes claros y concretos en la mitología egipcia.
Y no es eso.
Queda, no obstante, la certeza, de que el Cristo descrito en los cuatro evangelios sinópticos es un precipitado de mitologemas anteriores, aunque no queda claro si podemos concluir que son tan sólo un cúmulo de tradiciones anteriores o si los Lucas, Mateo, Juan y Marcos (suponiendo que existieran) "ambientaron" una historia real con los datos de su "sueño cultural".
El problema es que, con tiempo y una caña, es fácil buscar arquetipos comunes entre diversas culturas. Y si tomamos un mito muy concreto en el tiempo y en el espacio, el de Cristo, que se produce en unos 30 años de transcurrir vital y lo contrastamos con 3.000 años de vida mítica y cultual egipcia… lo sorprendente es que no encontráramos similitudes.
Punto por punto, raro es el pasaje novotestamentario que no tiene precedentes, a veces turbadores, en la religión egipcia y es un hecho evidente que la historia de estos dos pueblos antiquísimos, el hebreo y el egipcio, debieron tener a lo largo de los siglos múltiples contactos e intercambios. Mutuas influencias en ambos sentidos, que hacen difícil separar lo que es de cada cual. Al fin y al cabo los hinterland respectivos están muy cercanos, no olvidemos que la brecha de Suez es muy reciente en la historia.
El trabajo de la autora es sistemático y abundan los cuadros comparativos donde se contrastan los cuatro evangelios cristianos con diversos mitos egipcios. Y las similitudes son, frecuentemente, turbadoras…
Enumerarlos sería largo, aunque apasionante. ¿no es acaso san Pedro con sus llaves muy parecido al Anubis Psicopompo?
Ya el griego Atrapan mantuvo en la antigüedad la tesis del origen judío de toda la cultura egipcia. Abraham y Moisés habría sido no sólo líderes hebreos, sino maestros de los egipcios, a quienes hubieran transmitido la astronomía, la filosofía y hasta la escritura jeroglífica.
H. Brunner, entre otros, ya señaló hace tiempo que la narración de la infancia de Jesús en los evangelios es inimaginable sin la influencia de mitos egipcios.
La propia María, sería una Mirjam ("vidente" o "dama"), nombre egipcio que significa "La Amada de Amón".
La huída de Jesús y María hacia Belén recuerda sorprendentemente el viaje de Isis a las tierras del Delta, acogida finalmente en la casa de un modesto pescador.
Sorprende también la anunciación bíblica a los pastores, por cuanto, en Israel, era un gremio bastante desprestigiado y equiparado a los ladrones. De hecho su testimonio no era válido ante un tribunal. Así que resulta extraño que los ángeles los eligieran para "dar fe" de la llegada del Salvador.
También la ofrenda de oro, incienso y mirra, que hacen los Magos, pertenece al mundo egipcio, pues estas son las tres "emanaciones" o secreciones de los dioses.
Hasta la circuncisión parece tener un origen egipcio, aunque no estaba tan extendida como entre los judíos.
Pero es la fábula de Osiris la que más parecidos guarda con la vida de Jesús. Tantos que parece difícil no establecer el origen del mito cristiano en el antecedente egipcio.
La creencia en un Salvador o Mesías (llamado además, El Hijo del Hombre) es recurrente en Egipto, durante siglos.
También Horus (definido como El Camino, la Verdad y la Vida) recuerda mucho a Jesús y otro tanto podría decirse de la "pesca de almas" (representada incluso gráficamente en algunos bajorrelieves egipcios), del Juicio Final (con balance y pesaje de almas incluido), así como el Infierno y el Cielo.
Conceptos tan familiares al cristianismo como es la execración de las riquezas y la condena de los ricos, lo mismo que la exaltación de la pobreza, son también de origen egipcio: "Si una cosa te pertenece, da una parte a Dios, es decir a los pobres" y hay en el mundo nilótico conceptos muy semejantes a las Bienaventuranzas.
Hasta la comunión, con las dos especies, recuerda al consumo de la sangre de Osiris… sino fuera porque es idéntico a los ritos mitráicos, mucho más recientes. (1). Los fieles egipcios, llegados al cielo, degustarán el "pan de la eternidad" y la "cerveza de la eternidad".
Algo más traído por los pelos parece la equiparación entre el episodio en el que el faraón Ramsés II durante una batalla se ve separado del grueso del ejército y está a punto de morir, con el episodio del monte de los Olivos. Aunque Ramsés se sienta abandonado de su padre Amón y se queje amargamente de su soledad (y aunque se ofrezca una comparación estructural: la soledad del personaje principal, el abandono de por sus compañeros, el peligro de muerte, la oración, los reproches dirigidos a los compañeros…) las diferencias son sustanciales.
Los ejemplos, en fin, son tan numerosos, que la mera enumeración se haría muy larga. Algunos de estos "mitologemas estructurales" son muy convincentes y evidencian una hermandad espiritual evidente. Otros, como hemos visto, no tanto.
Este libro, de todos modos, parece inscribirse en una obra investigadora más amplia llevada a cabo por la autora y su marido Llogarí Pujol Boix. Imaginamos que el conjunto de esta obra alcance alguna conclusión mas concreta.
De todos modos las cuestiones planteadas son interesantes y el material recopilado merece una lectura atenta. Claro que no es sólo la cultura egipcia la que puede darnos claves de los mitos novotestamentarios, pero es al menos una línea de investigación de las varias posibles.
</TD></TR></TBODY></TABLE>
Jesús, 3000 años antes de Cristo
Claude-Brigitte Carcenac Pujol
Grijalbo
328 páginas
</TD></TR><TR><TD style="BORDER-RIGHT: #808080 1px double; BORDER-TOP: #808080 1px double; BORDER-BOTTOM: #808080 1px double" vAlign=top width=573 colSpan=2> 328 páginas
El problema de este libro es que promete mucho y luego da poco. Me explico, uno lee el título y echa un vistazo a las ilustraciones y llega a la apresurada conclusión de que existió un Jesús egipcio 3.000 años antes que el "histórico". O, al menos, que el mito cristiano tiene precedentes claros y concretos en la mitología egipcia.
Y no es eso.
Queda, no obstante, la certeza, de que el Cristo descrito en los cuatro evangelios sinópticos es un precipitado de mitologemas anteriores, aunque no queda claro si podemos concluir que son tan sólo un cúmulo de tradiciones anteriores o si los Lucas, Mateo, Juan y Marcos (suponiendo que existieran) "ambientaron" una historia real con los datos de su "sueño cultural".
El problema es que, con tiempo y una caña, es fácil buscar arquetipos comunes entre diversas culturas. Y si tomamos un mito muy concreto en el tiempo y en el espacio, el de Cristo, que se produce en unos 30 años de transcurrir vital y lo contrastamos con 3.000 años de vida mítica y cultual egipcia… lo sorprendente es que no encontráramos similitudes.
Punto por punto, raro es el pasaje novotestamentario que no tiene precedentes, a veces turbadores, en la religión egipcia y es un hecho evidente que la historia de estos dos pueblos antiquísimos, el hebreo y el egipcio, debieron tener a lo largo de los siglos múltiples contactos e intercambios. Mutuas influencias en ambos sentidos, que hacen difícil separar lo que es de cada cual. Al fin y al cabo los hinterland respectivos están muy cercanos, no olvidemos que la brecha de Suez es muy reciente en la historia.
El trabajo de la autora es sistemático y abundan los cuadros comparativos donde se contrastan los cuatro evangelios cristianos con diversos mitos egipcios. Y las similitudes son, frecuentemente, turbadoras…
Enumerarlos sería largo, aunque apasionante. ¿no es acaso san Pedro con sus llaves muy parecido al Anubis Psicopompo?
Ya el griego Atrapan mantuvo en la antigüedad la tesis del origen judío de toda la cultura egipcia. Abraham y Moisés habría sido no sólo líderes hebreos, sino maestros de los egipcios, a quienes hubieran transmitido la astronomía, la filosofía y hasta la escritura jeroglífica.
H. Brunner, entre otros, ya señaló hace tiempo que la narración de la infancia de Jesús en los evangelios es inimaginable sin la influencia de mitos egipcios.
La propia María, sería una Mirjam ("vidente" o "dama"), nombre egipcio que significa "La Amada de Amón".
La huída de Jesús y María hacia Belén recuerda sorprendentemente el viaje de Isis a las tierras del Delta, acogida finalmente en la casa de un modesto pescador.
Sorprende también la anunciación bíblica a los pastores, por cuanto, en Israel, era un gremio bastante desprestigiado y equiparado a los ladrones. De hecho su testimonio no era válido ante un tribunal. Así que resulta extraño que los ángeles los eligieran para "dar fe" de la llegada del Salvador.
También la ofrenda de oro, incienso y mirra, que hacen los Magos, pertenece al mundo egipcio, pues estas son las tres "emanaciones" o secreciones de los dioses.
Hasta la circuncisión parece tener un origen egipcio, aunque no estaba tan extendida como entre los judíos.
Pero es la fábula de Osiris la que más parecidos guarda con la vida de Jesús. Tantos que parece difícil no establecer el origen del mito cristiano en el antecedente egipcio.
La creencia en un Salvador o Mesías (llamado además, El Hijo del Hombre) es recurrente en Egipto, durante siglos.
También Horus (definido como El Camino, la Verdad y la Vida) recuerda mucho a Jesús y otro tanto podría decirse de la "pesca de almas" (representada incluso gráficamente en algunos bajorrelieves egipcios), del Juicio Final (con balance y pesaje de almas incluido), así como el Infierno y el Cielo.
Conceptos tan familiares al cristianismo como es la execración de las riquezas y la condena de los ricos, lo mismo que la exaltación de la pobreza, son también de origen egipcio: "Si una cosa te pertenece, da una parte a Dios, es decir a los pobres" y hay en el mundo nilótico conceptos muy semejantes a las Bienaventuranzas.
Hasta la comunión, con las dos especies, recuerda al consumo de la sangre de Osiris… sino fuera porque es idéntico a los ritos mitráicos, mucho más recientes. (1). Los fieles egipcios, llegados al cielo, degustarán el "pan de la eternidad" y la "cerveza de la eternidad".
Algo más traído por los pelos parece la equiparación entre el episodio en el que el faraón Ramsés II durante una batalla se ve separado del grueso del ejército y está a punto de morir, con el episodio del monte de los Olivos. Aunque Ramsés se sienta abandonado de su padre Amón y se queje amargamente de su soledad (y aunque se ofrezca una comparación estructural: la soledad del personaje principal, el abandono de por sus compañeros, el peligro de muerte, la oración, los reproches dirigidos a los compañeros…) las diferencias son sustanciales.
Los ejemplos, en fin, son tan numerosos, que la mera enumeración se haría muy larga. Algunos de estos "mitologemas estructurales" son muy convincentes y evidencian una hermandad espiritual evidente. Otros, como hemos visto, no tanto.
Este libro, de todos modos, parece inscribirse en una obra investigadora más amplia llevada a cabo por la autora y su marido Llogarí Pujol Boix. Imaginamos que el conjunto de esta obra alcance alguna conclusión mas concreta.
De todos modos las cuestiones planteadas son interesantes y el material recopilado merece una lectura atenta. Claro que no es sólo la cultura egipcia la que puede darnos claves de los mitos novotestamentarios, pero es al menos una línea de investigación de las varias posibles.
© Antonio Ruiz Vega
(1) En este mismo turbador documento, Osiris ofrece su sangre en una copa de vino, a fin de que al beberla Isis no le olvide después de su muerte. El episodio es dramático y se parece muchísimo a la institución eucarística en la que Jesús, como Osiris, al tener presciencia de su muerte, teje, en un último símbolo, lazos postreros con sus allegados y los continuadores de su obra, los apóstoles.
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