Inmoralidad y desmoralización

Bart

2
24 Enero 2001
35.171
4.194

http://www.hispanidad.com/

Inmoralidad y desmoralización

Caca, culo, pedo, pis y fin del mundo... Estos son los asuntos de los que no se debe hablar, de ahí que los plantee conjuntamente. Porque el abajo firmante no pretende hacer referencia alguna a los cuatro primeros, bastante cochinos, sino sólo al último. El hecho de unirlos sirve como introducción de algo tan políticamente incorrecto como referirse al fin del mundo.

Algo de lo que no se habla, pero a lo que se alude de forma permanente. El genial, y sectario, humorista Forges, lo exponía en las páginas de El País, edición de ayer lunes. Aparece el presidente Aznar, cejas bajas y dedo en alto, que postula:

-Yo, con Bush, hasta el fin del mundo.

-A su lado, un humilde representante de la ciudadanía, o sea, Forges, responde:

-Pues eso es lo que nos tememos.

Se lo teme mucha gente. La nueva guerra con la que Bush pretende arrasar Irak, puede desencadenar cualquier imprevisto, también una guerra de destrucción total, o una destrucción total a través de una multitud de guerras permanentes. Algo parecido a lo que la Biblia denomina el Juicio de las Naciones, y que no es el fin del mundo, sino un cataclismo de dimensiones planetarias.

Desde el 11 de septiembre, hay mucha gente que piensa que ese cataclismo se acerca un tanto. Hay quien ha vuelto a fumar al ver como dos aviones se estrellaban en las torres gemelas, hay quien ya sólo vive a corto plazo porque considera, como Keynes, que a largo plazo todos estaremos muertos. El pensamiento milenario ha rebrotado precisamente cuando ya se ha superado el segundo milenio, el pensamiento en el futuro está bloqueado en la mente de muchos, y aún quien no piense en el fin del mundo anunciado por Jesucristo, porque lo considera una categoría religiosa, y por tanto, inexistente, guarda en su interior el mismo temor telúrico al futuro próximo. Es lo mismo, cualquier inundación, cambio climático, aumento de la delincuencia, de los flujos migratorios de los desesperados, se interpreta como un aviso de lo que viene, aunque no se explicite qué es lo que viene.

Por ejemplo, el judío francés Bernard-Henry Levy, que de católico no tiene nada, se presenta en Madrid con una conferencia que lleva por título: “Reflexiones sobre la guerra, el mal y el fin de la historia”. Como es todo un intelectual, no habla del fin del mundo, sino del fin de la historia, que, con todos mis respetos, es exactamente lo mismo, sólo que “en intelectual”. Incluso hay que felicitarle, porque ya ha roto un tabú progresista de los muchos que nos tienen atenazados: se atreve a hablar del mal. Es decir, se mantiene en lo “políticamente correcto”, en aquello que la gente está dispuesta quizá no a admitir, pero sí a escuchar, aunque siente la necesidad de hablar de aquello que llena su mente y, probablemente, su corazón: la sensación de algo que se acaba. Y es que si alguien anunciara una disertación sobre el fin del mundo, la policía del pensamiento, de lo políticamente correcto, le situaría en la catalogación de telepredicador.

Y por idéntico motivo, el imperio de lo políticamente correcto, el diagnóstico catastrofista de Henry Levy alude a errores políticos y a ese imparable aumento de la crueldad en el mundo, que es la señal que avisa de que nos encontramos ante algo incontrolable. Para los católicos, ese Juicio de las Naciones será duro, pero no tiene por qué ser trágico. En cualquier caso, el católico (o al menos los católicos que no son prisioneros de lo políticamente correcto, más bien pocos) realiza un diagnóstico evangélico: es decir, es la libertad del hombre, mal utilizada, la que ha provocado la debacle. Para el no creyente, por el contrario, está aquejado de fatalismo, dado que no cuenta con otro mundo que este en el que vive, y la explicación de esa crueldad creciente es política, sociológica, antropológica, económica o artística, no moral. Pero, créanme, estamos hablando de lo mismo. Unos hablan de inmoralidad y otros de desmoralización: ambos hablan de degradación moral de la sociedad actual.

Por eso, Henry Levy habla de la guerra con Irak, del auge del terrorismo como nueva forma de totalitarismo y racismo y de la especulación como forma de crisis económica definitiva.

¿Y quién rechaza, de entrada, sin escuchar una palabra, este planteamiento? Los insensatos. O dicho de otro modo, no hace falta creer en Dios para contemplar la degradación del bien (por negación del bien y del mal) de la verdad (por negación de la posibilidad de encontrarla) y de la belleza, por el auge del feísmo y el morbo dominante. Sólo hace falta tener ojos en la cara para sospechar que se acerca algo parecido a una batalla final.

Al mismo tiempo, en Castelgandolfo, Juan Pablo II, recibe en audiencia al Real Madrid, con su presidente, Florentino Pérez, al frente. No entraremos en la santidad del polaco, pero son muchos, incluidos muchos que le odian, quienes consideran que estamos ante uno de los papas más “intelectuales” de la historia. El bueno de Floro no le contó al Papa su operación ACS-Dragados, pero sí le regaló una camiseta, un carnet del Real Madrid (¡cómo se habrán puesto Joan Gaspart y Jordi Pujol!) y una reproducción en plata del estadio Santiago Bernabéu. A cambio, don Karol les entregó, a cada uno de los jugadores, un rosario. Fallo de la diplomacia vaticana: se les olvidó entregarles una guía de instrucciones de uso. En cualquier caso, ¿un rosario para las estrellas del balompié? Pues sí, al parecer, el Papa considera más útil el rezo del Rosario, el consejo de la Virgen de Fátima a unos pastorcillos analfabetos precisamente para reducir el impacto del golpe que nos espera. Al parecer, el intelectual, filósofo, teólogo y sociólogo Juan Pablo II opina que no hay tarea intelectual más eficaz que el reiterado rezo de Avemarías. Está claro que Juan Pablo II llega un paso más allá que Henry Levy en lo políticamente incorrecto.

Sin embargo, los dos, y otra mucha gente, están pendientes del fin del mundo, o del fin de la historia o como quieran ustedes llamarlo.

Eulogio López