Este versículo que cita se refiere a la inmensa angustia que sintió Jesús a pocas horas de dar su vida por toda la humanidad. Estando en el Getsemaní, allí desbordó todos sus sentimientos ante el Padre. Conociendo lo que le esperaba había una lucha en su interior, siendo puro, sin pecado, iba a dar su vida en propiciación por nuestros pecados. Ya en el Getsemaní agonizaba, sufría y lloraba. Yo al imaginar la escena no puedo más que agracecerle que murió por mí, y lo hizo porque quiso, nadie lo obligó, se entregó, se dió para salvarme a mi. Veo que le costó, le costó dolor tanto emocional como físico, pero se dió, por que me amó.
Siendo Jesús, al encarnarse, hombre, sintió la angustia que cualquiera de nosotros podemos llegar a sentir. La depresión que a muchos nos asalta, es una angustia un dolor que trastorna nuestro diario vivir. En mi caso cuando me siento afligida y tan triste, sumida en el pozo de la desesperación, lo único que me ha sacado a la superficie es mirar a Dios, y con el alma alabarle. He sabido cantar con lágrimas bañándome el rostro: Alma mía alaba a Jehová, por que si tú le alabas yo estaré en paz. Hermanos, en ese sacrificio de alabanza Dios me bendice con su paz. Dejo de fijar mi vista en mi, en mi dolor, en mi carencia y fijo mis ojos en el Altísimo y Él se hace cargo de mi causa y salgo de la angustia. ¿Que el problema que causó la angustia sigue allí? Sí, muchas veces continúa, pero ya con la ayuda de Dios, no me atormenta el porvenir, aprendo poco a poco a confiar en Él y eso trae paz.