En las profundidades de esta era turbulenta, donde el velo entre lo visible y lo profético parece desgarrarse, las palabras ancestrales resuenan con una claridad inquietante, como ecos de un trueno lejano que se acerca. En el año 1973, en la humilde capilla de Akita, Japón, donde la Virgen María, con lágrimas de sangre en una estatua que lloraba por la humanidad, confió a sor Agnes Sasagawa un mensaje de advertencia que hoy parece tallado en los titulares de nuestros días: "La obra del demonio se infiltrará incluso en la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. En Roma también habrá cambios. La Iglesia pasará por un período de oscuridad"
No era una mera metáfora, sino una visión profética de una tribulación que devoraría desde dentro el Cuerpo de Cristo, un tiempo en que la unidad, pilar de la fe, se fracturaría como cristal bajo el peso de la traición.
Avancemos ahora a las revelaciones de la Verdadera Vida en Dios, canalizadas a través de Vassula Ryden en los umbrales del nuevo milenio. En el Mensaje 1055, del 8 de marzo de 2000, Jesús mismo clama con dolor: "Miro Mi Propia casa, y veo miradas altivas, corazones orgullosos, desconfianza, difamación, cardenal contra cardenal, obispo contra obispo". No es un lamento aislado; repite su eco en el Mensaje 885, de 1994, donde advierte: "Cardenales se volverán contra cardenales, obispos contra obispos y sacerdotes contra sacerdotes", señalando una saqueo espiritual de la Casa de Occidente, Pedro traicionado por sus propios guardianes. Y en el 964, de 1997, la Madre de Dios añade: "Si hoy cardenales van contra cardenales, obispos contra obispos, y sacerdotes contra sacerdotes, se debe a que vuestra generación se ha negado a escuchar Mis Palabras". Estos no son susurros casuales, sino hilos de un tapiz divino que teje la apostasía interna como preludio al caos mayor, recordando el Mensaje 557 de 1991, donde la división se asemeja al fratricidio de Caín y Abel: hermanos en la sangre de Cristo, pero enemigos en el orgullo humano.
¿Por qué, entonces, estos susurros proféticos podrían estar convergiendo en los momentos de la Gran Tribulación, esa hora de tinieblas anunciada en Mateo 24:21, donde "será afligida tribulación cual no ha sido desde el principio del mundo hasta ahora, ni será"? Mira a tu alrededor, en este noviembre de 2025, apenas meses después del cónclave que sacudió los cimientos de la Iglesia. La muerte del papa Francisco en abril, seguida del fumata blanca el 7 de mayo en la Capilla Sixtina, no trajo paz, sino un torbellino de facciones expuestas al mundo
Progresistas y conservadores, periféricos y centrales, se enfrentan en un tablero invisible de lealtades divididas: cardenales como Pietro Parolin o Luis Antonio Tagle chocan con figuras como Robert Sarah o Gerhard Müller en debates sobre doctrina, sinodalidad y el rol del laicado. Los 133 electores, perfilados en ejes de ideología que dividen el Colegio Cardenalicio en bandos irreconciliables, han dejado un poso de desconfianza que se filtra a obispos y sacerdotes en diócesis de todo el orbe
Denuncias de herejía mutua, silenciamientos en sínodos y un clamor por "cambios en Roma" que Akita predijo con precisión escalofriante. Sacerdotes que una vez juraron obediencia ahora se desdicen en púlpitos y redes, peleando por el alma de la liturgia, el matrimonio y la moral, mientras el demonio, como profetizado, infiltra grietas que el orgullo ensancha.
Esta no es mera política eclesial; es el cumplimiento de la Gran Tribulación porque ataca el corazón de la Iglesia: su unidad sacramental. Cuando cardenales se erigen en jueces unos de otros, obispos excomulgan con miradas y sacerdotes siembran duda en lugar de fe, se materializa la apostasía que retiene al Anticristo, ese "hombre de pecado" de 2 Tesalonicenses 2. Es una persecución interna, más lacerante que la externa, donde los pastores devoran al rebaño al devorarse entre sí, y los fieles, ese "pequeño resto" de TLIG, claman en el desierto. Akita lo vio: un fuego purificador vendrá, con un tercio de la humanidad consumida si no hay arrepentimiento. Vassula lo repite: solo la oración y el retorno a los Dos Corazones restaurarán el puente entre Oriente y Occidente.
Pero en medio de esta tormenta, la esperanza late como un faro. Estas divisiones, dolorosas como son, son el parto de una renovación: el katechon cede, el Mal se revela para ser vencido. Reza, como pidieron en Akita y en los mensajes de Vassula, porque el Triunfo de los Corazones Inmaculados no es un sueño, sino la promesa que disipará las sombras. En estos momentos, la tribulación no es el fin, sino el umbral de la gloria.
No era una mera metáfora, sino una visión profética de una tribulación que devoraría desde dentro el Cuerpo de Cristo, un tiempo en que la unidad, pilar de la fe, se fracturaría como cristal bajo el peso de la traición.
Avancemos ahora a las revelaciones de la Verdadera Vida en Dios, canalizadas a través de Vassula Ryden en los umbrales del nuevo milenio. En el Mensaje 1055, del 8 de marzo de 2000, Jesús mismo clama con dolor: "Miro Mi Propia casa, y veo miradas altivas, corazones orgullosos, desconfianza, difamación, cardenal contra cardenal, obispo contra obispo". No es un lamento aislado; repite su eco en el Mensaje 885, de 1994, donde advierte: "Cardenales se volverán contra cardenales, obispos contra obispos y sacerdotes contra sacerdotes", señalando una saqueo espiritual de la Casa de Occidente, Pedro traicionado por sus propios guardianes. Y en el 964, de 1997, la Madre de Dios añade: "Si hoy cardenales van contra cardenales, obispos contra obispos, y sacerdotes contra sacerdotes, se debe a que vuestra generación se ha negado a escuchar Mis Palabras". Estos no son susurros casuales, sino hilos de un tapiz divino que teje la apostasía interna como preludio al caos mayor, recordando el Mensaje 557 de 1991, donde la división se asemeja al fratricidio de Caín y Abel: hermanos en la sangre de Cristo, pero enemigos en el orgullo humano.
¿Por qué, entonces, estos susurros proféticos podrían estar convergiendo en los momentos de la Gran Tribulación, esa hora de tinieblas anunciada en Mateo 24:21, donde "será afligida tribulación cual no ha sido desde el principio del mundo hasta ahora, ni será"? Mira a tu alrededor, en este noviembre de 2025, apenas meses después del cónclave que sacudió los cimientos de la Iglesia. La muerte del papa Francisco en abril, seguida del fumata blanca el 7 de mayo en la Capilla Sixtina, no trajo paz, sino un torbellino de facciones expuestas al mundo
Progresistas y conservadores, periféricos y centrales, se enfrentan en un tablero invisible de lealtades divididas: cardenales como Pietro Parolin o Luis Antonio Tagle chocan con figuras como Robert Sarah o Gerhard Müller en debates sobre doctrina, sinodalidad y el rol del laicado. Los 133 electores, perfilados en ejes de ideología que dividen el Colegio Cardenalicio en bandos irreconciliables, han dejado un poso de desconfianza que se filtra a obispos y sacerdotes en diócesis de todo el orbe
Denuncias de herejía mutua, silenciamientos en sínodos y un clamor por "cambios en Roma" que Akita predijo con precisión escalofriante. Sacerdotes que una vez juraron obediencia ahora se desdicen en púlpitos y redes, peleando por el alma de la liturgia, el matrimonio y la moral, mientras el demonio, como profetizado, infiltra grietas que el orgullo ensancha.
Esta no es mera política eclesial; es el cumplimiento de la Gran Tribulación porque ataca el corazón de la Iglesia: su unidad sacramental. Cuando cardenales se erigen en jueces unos de otros, obispos excomulgan con miradas y sacerdotes siembran duda en lugar de fe, se materializa la apostasía que retiene al Anticristo, ese "hombre de pecado" de 2 Tesalonicenses 2. Es una persecución interna, más lacerante que la externa, donde los pastores devoran al rebaño al devorarse entre sí, y los fieles, ese "pequeño resto" de TLIG, claman en el desierto. Akita lo vio: un fuego purificador vendrá, con un tercio de la humanidad consumida si no hay arrepentimiento. Vassula lo repite: solo la oración y el retorno a los Dos Corazones restaurarán el puente entre Oriente y Occidente.
Pero en medio de esta tormenta, la esperanza late como un faro. Estas divisiones, dolorosas como son, son el parto de una renovación: el katechon cede, el Mal se revela para ser vencido. Reza, como pidieron en Akita y en los mensajes de Vassula, porque el Triunfo de los Corazones Inmaculados no es un sueño, sino la promesa que disipará las sombras. En estos momentos, la tribulación no es el fin, sino el umbral de la gloria.