Re: existe la suerte
¿si dios puede evitar que una persona muera porque no la salba?
Permítete citar en la mesa el texto: Una atea en el paraíso.
Parte I.
-La línea parecía alargarse sin final. Miles de millones de almas, esperando pacientemente su turno ante el trono. La fecha… bueno, el día del Juicio Final, así que no lo encontrarán en ningún calendario. La línea de gente se arremolinaba en la montaña, a través del valle y a una gran distancia. Todos en la línea podían ver el destino final en la cima de la montaña. A cien millas de distancia, podían verlo perfectamente bien. Y esperan, moviéndose un par de pasos a la vez. Hacia Dios y la Decisión.
A la cabeza de ella encontramos a un joven Cristiano, con una expresión de júbilo y asombro. Detrás de él, un ateo, ligeramente sorprendido, examinando una hoja que levantó de unos arbustos cercanos, tratando de decidir si era real o no. El cielo, pensaba ella, debía ser más blanco, con más hielo, no como los faldones de Welsh en un día de verano.
El cristiano camina hacia el Juicio. “Hola Martin”. La voz de dios era tranquila y amable mientras que hablaba. “Erm.. Hola Señor”. La voz de Martín suena nerviosa, a medida que una docena de emociones buscan expresarse al mismo tiempo en su mente. “Este es el día. Este es el lugar en donde decido que pasará contigo, Martin. En vida, fuiste un cristiano” . Era una afirmación y no una pregunta. “Lo fui señor. Aún lo soy. Lo he sido toda la vida. Me he dedicado a tu servicio. “ Dime Martín. ¿ Porqué eras cristiano? ¿Porqué creías en mí?” . “¿Porque? Bueno…porque eres dios y siempre he creído en ti.”. “Esto no es lo que quiero saber. ¿Porqué creías?”. “Porqué sabía que era verdad. Tú siempre estuviste allí para mí. Me ayudaste en los malos tiempos. Me diste la fuerza y el valor para ir a través de la vida. Podía sentir tu presencia en mí todo el tiempo”.
“No”
“¿Disculpa, Señor?”
“Dije que no, Martín. Nunca te he ayudado. Parecías estar haciendo las cosas bien por ti mismo. Escuché tus plegarias, pero nunca contesté una sola de ellas. Tu creencia en mí definitivamente te ayudo, pero nunca intervine en tu vida. Seguramente, me diste crédito por todos esos buenos tiempos, pero fueron de tu propia hechura, no la mía. No pudiste sentir mi presencia, por que no puede ser sentida. La única prueba que tienes de que existo es la de aquí y ahora. Nuevamente, dime por que crees.”
“Yo… yo la tenía , Señor. Desde niño siempre he asistido a la iglesia, rezado y cantado cada domingo. Mi fe en ti nunca vaciló. Aún cuando murió mi madre, tuve fe que era tu voluntad, que era una bendición tuya que muriera pacíficamente. Fui educado para creer en ti, y a medida que crecía leí la bilia yo mismo, y todos los santos y mártires, y el bien hecho en tu nombre. Leí los trabajos de los grandes filósofos y solo agrandaron mi fe. Sabía que era verdad.”
“No Martín. Tu madre murió de causas naturales, murió pacíficamente gracias a las acciones del hospital. La mire y observé, pero eso fue todo. En cuanto a lo demás- los santos, mártires y filósofos tenían razones similares para creer en mí, al igual que lo han tenido dictadores y asesinos. La gente ha hecho mucho bien y mucho daño en nombre mío, y en el nombre de miles de dioses falsos. La Biblia fue escrita acerca de mí, no por mí. Te pregunto por tercera y última vez. ¿Por qué creías en mí?.
Martín estaba consternado, pero se rehizo. Su Señor lo estaba probando, y había vivido toda su vida para este momento.
“Creí por que podía sentir en mi corazón que era verdad. Tu enviaste a tu hijo a morir por nosotros, y yo de buen agrado lo acepte como mi salvador. Yo…yo solo sabía que era verdad, y ahora que te veo mi fe ha sido revindicada. Ya no necesito creer- puedo verlo por mi mismo la verdad y majestuosidad de mi religión”.
Serenamete, Dios habló de nuevo. “Martín, me has impresionado”. Hizo una pausa. Pero no lo suficiente. Tu crees porque te enseñaron a creer. Crees por que erróneamente me atribuyes cualquier cosa positiva que ha sucedido en tu vida, y descuentas cualquier cosa negativa. Crees por que es reconfortante creer, y por que tienes miedo de las consecuencias de que yo no existiera. Crees por que… crees. Lo siento, Martin, no hay lugar aquí para ti”
Dios, movió brevemente sus dedos, y Martín desapareció. Su sombra permaneció donde estuvo parado, desapareciendo rápidamente hacia la nada.