El profesor emérito de psicología de la Universidad del Ulster, Richard Lynn ha recibido muchas críticas por un artículo publicado en la revista académica Intelligence en el que afirma que como norma general, las personas más inteligentes tienden a creer menos en Dios. En su trabajo pone de relieve que entre las personas que pertenecen a la élite intelectual el ateísmo es muy superior a la media de la población.
Realmente no me explico las razones de las críticas que ha recibido este buen señor, que no ha hecho sino constatar una verdad evidente, que además, aunque él no lo sepa, está perfectamente documentada en las Sagradas Escrituras. Probablemente quienes se lo discuten lo hacen porque han sentido su ego herido y porque tienen muy poco conocimiento bíblico y del propósito de Dios. Desapasionadamente tenemos que reconocer que aunque hay algunas personas creyentes muy inteligentes, como ricas, son una minoría entre las de su clase.
¿Y esto por qué? Sencillamente porque corresponde con un propósito determinado por Dios. Por otra parte, la ciencia y la inteligencia tienen su basamento en la información y la percepción que se recibe a través de los sentidos, mientras que la fé mira a lo invisible y al Invisible. La fe no se encierra en lo físico, sino en lo meta (más allá) físico (de lo físico). En lenguaje bíblico, en las cosas que no se ven. Este condicionante puesto por Dios se convierte en una trampa para el intelecto. Claro está que solo es una trampa inicial. Solo es la puerta que abrirá el camino para la sabiduría y la inteligencia que tiene su origen en el Espíritu, y que luego aprovechará los recursos de los que el hombre está dotado, como la propa inteligencia, como veremos.
Veamos como lo explica San Pablo:
Y añade más adelante:
No sé si esto ofende a alguien, desde luego no a mí. Recuerdo perfectamente que cuando Jesús tuvo un encuentro con un reputado maestro de su tiempo que vino a él con el propósito de mantener una charla intelectual (entre rabinos, de igual a igual), Jesús le desconcertó de tal manera que su sabiduría como “maestro de Israel” quedó ridiculizada (Jn. 3:10). El intelectual resultó confundido con su sabiduría.
Para recibir la sabiduría de Dios es necesario presentarse ante él en total debilidad, desprendiéndose de la justicia y la sabiduría propia para aceptar por fe la que viene de él. Refiriéndose a esto añadió Pablo :
Por eso nos identificamos con Jesús y nos unimos a su acción de gracias cuando dijo:
Esto no significa de ninguna manera que las personas inteligentes no militen en los caminos de Dios, pero para entrar por esa puerta tuvieron que aparcar antes su sabiduría e inteligencia para dar paso al ejercicio de la fe. Fue después de ese encuentro, ese nuevo nacimiento que su inteligencia percibió claramente lo que antes no solo le estaba velado, sino que le resultaba incomprensible, y su sabiduría recibió una nueva perspectiva. Ese ha sido el camino recorrido por todos los grandes hombres de ciencia que también eran grandes en fe, cuyas biografías jalonan la historia de la ciencia humana.
Lo mismo sucede con las personas de éxito, los ricos. Las riquezas son otra trampa en el camino a la fe y para la vida en la fe. Y también corresponde con un propósito de Dios. Así lo expone Santiago en su epístola:
Y Pablo abunda en ello:
Palabras que no hacen sino refrendar lo que el mismo Jesucristo había enseñado:
Realmente no me explico las razones de las críticas que ha recibido este buen señor, que no ha hecho sino constatar una verdad evidente, que además, aunque él no lo sepa, está perfectamente documentada en las Sagradas Escrituras. Probablemente quienes se lo discuten lo hacen porque han sentido su ego herido y porque tienen muy poco conocimiento bíblico y del propósito de Dios. Desapasionadamente tenemos que reconocer que aunque hay algunas personas creyentes muy inteligentes, como ricas, son una minoría entre las de su clase.
¿Y esto por qué? Sencillamente porque corresponde con un propósito determinado por Dios. Por otra parte, la ciencia y la inteligencia tienen su basamento en la información y la percepción que se recibe a través de los sentidos, mientras que la fé mira a lo invisible y al Invisible. La fe no se encierra en lo físico, sino en lo meta (más allá) físico (de lo físico). En lenguaje bíblico, en las cosas que no se ven. Este condicionante puesto por Dios se convierte en una trampa para el intelecto. Claro está que solo es una trampa inicial. Solo es la puerta que abrirá el camino para la sabiduría y la inteligencia que tiene su origen en el Espíritu, y que luego aprovechará los recursos de los que el hombre está dotado, como la propa inteligencia, como veremos.
Veamos como lo explica San Pablo:
Y añade más adelante:
No sé si esto ofende a alguien, desde luego no a mí. Recuerdo perfectamente que cuando Jesús tuvo un encuentro con un reputado maestro de su tiempo que vino a él con el propósito de mantener una charla intelectual (entre rabinos, de igual a igual), Jesús le desconcertó de tal manera que su sabiduría como “maestro de Israel” quedó ridiculizada (Jn. 3:10). El intelectual resultó confundido con su sabiduría.
Para recibir la sabiduría de Dios es necesario presentarse ante él en total debilidad, desprendiéndose de la justicia y la sabiduría propia para aceptar por fe la que viene de él. Refiriéndose a esto añadió Pablo :
Por eso nos identificamos con Jesús y nos unimos a su acción de gracias cuando dijo:
Esto no significa de ninguna manera que las personas inteligentes no militen en los caminos de Dios, pero para entrar por esa puerta tuvieron que aparcar antes su sabiduría e inteligencia para dar paso al ejercicio de la fe. Fue después de ese encuentro, ese nuevo nacimiento que su inteligencia percibió claramente lo que antes no solo le estaba velado, sino que le resultaba incomprensible, y su sabiduría recibió una nueva perspectiva. Ese ha sido el camino recorrido por todos los grandes hombres de ciencia que también eran grandes en fe, cuyas biografías jalonan la historia de la ciencia humana.
Lo mismo sucede con las personas de éxito, los ricos. Las riquezas son otra trampa en el camino a la fe y para la vida en la fe. Y también corresponde con un propósito de Dios. Así lo expone Santiago en su epístola:
Y Pablo abunda en ello:
Palabras que no hacen sino refrendar lo que el mismo Jesucristo había enseñado:
