Fuente: Protestante Digital
Estrés
Es uno de los azotes relativamente recientes de las sociedades desarrolladas apenas conocido en las que no lo son, siendo la causa de no pocas perturbaciones personales, algunas de ellas de graves consecuencias que sobrepasan el ámbito individual y alcanzan al familiar y al social. Es el estrés, del cual si alguien nos hubiera hablado hace unas décadas nos habríamos quedado mirándolo sin saber lo que nos decía. Hoy, desde el estudiante al ama de casa y desde el ejecutivo al obrero saben lo que eso significa. Y no meramente por un conocimiento teórico sino por experiencia propia.
El hecho de que en español no hubiera vocablo para ese trastorno es muy revelador pues ello indica, en primer lugar, que ha de tratarse de un fenómeno de reciente aparición en nuestro entorno y en segundo lugar que España ya pertenece a la élite del desarrollo porque un alto porcentaje de su población padece uno de los principales síntomas del progreso.
Ya quedan atrás los tiempos en los que aquella sacrosanta siesta era el mejor tratamiento para regular el cuerpo y la mente al levantarse uno renovado tras el breve, pero eficaz, descanso vespertino. Aunque a decir verdad había siestas de campeonato, como las que refiere Cervantes que solía dormir Sancho ‘que era verdad que tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas las siestas del verano...' (Don Quijote, cap. XXXII) pero en general las más quedaban muy lejos de ese largo lapso de tiempo.
Creo que el abandono de la siesta es una de las grandes pérdidas para España, si no comparable a la de Cuba y Filipinas en cuanto al orgullo patrio herido, sí en lo que a la identidad nacional se refiere. Hoy podemos ser más europeos, no porque nos sintamos más cerca de los franceses o de los ingleses y mucho menos de los letones o de los eslovenos sino, entre otras cosas, porque hemos dejado que la Europa tecnológica nos birle nuestra inigualable siesta, la cual, a decir de los médicos, era uno de nuestros sabios logros, a cambio de saturar nuestra vida de móviles y digitalización.
Es todo un signo de los tiempos que vivimos resumido en dos préstamos lingüísticos: el primero, siesta, que la lengua española dio a tantas otras que no tenían vocablo para tal menester; el segundo, estrés, que ha pasado del inglés al español porque hasta hace poco nosotros no teníamos necesidad del mismo. He aquí un paradigma del profundo cambio ocurrido en España en cuestión de unos años: el préstamo lingüístico que dimos a otros, seña de nuestra identidad y sabiduría, estamos en trance de perderlo, pero en cambio hemos adoptado el préstamo lingüístico que otros nos han dado y que es seña de trastorno personal y desarrollo tecnológico. Pero en fin, este trueque seguramente es el resultado del ritmo de vida al que nos hemos entregado y que a estas alturas ya es imposible detener.
Los investigadores han establecido una relación directa entre las enfermedades coronarias y el estrés manifestado en determinados tipos de conducta. Conducta que se caracteriza por la impaciencia y un sentido de la urgencia del tiempo acompañado de una excesiva preocupación por lo profesional y por los plazos límite impuestos para hacer determinadas tareas. Aunque algunos de los artilugios tecnológicos que ahora tenemos han disminuido de forma asombrosa el tiempo necesario para la realización de muchos cometidos, parece que nos han sumido, a la vez, en una especie de vertiginosa carrera hacia el acortamiento de ese tiempo, de manera que a más velocidad de ejecución de la máquina más necesidad de velocidad le demandamos, en una loca espiral de adrenalina y tensión. Los automóviles, las computadoras, los móviles, la televisión y toda la fauna tecnológica en la que vivimos inmersos han hecho de nosotros una nueva especie dentro de la raza humana, cuyo estilo de vida se manifiesta en una agitación frenética en la que su semáforo señalizador, el corazón, pasa fácilmente del ámbar al rojo.
No obstante, el estrés siempre ha estado presente en la naturaleza humana si bien la diferencia es que actualmente ha adquirido proporciones de pandemia. El texto bíblico arriba citado expresa muy bien cuán fácilmente cualquiera puede ser presa del mismo. Allí encontramos a Marta y es alrededor de ella que gira el relato:
• La capacidad de Marta. ‘le recibió en su casa.' Aquí tenemos a una mujer con iniciativa, con capacidad de trabajo, dispuesta para el servicio a los demás, generosa para poner sus bienes y su casa a disposición de otros y con percepción para ver las necesidades ajenas. Todo un ejemplo a seguir.
• El problema de Marta. ‘se preocupaba con muchos quehaceres.' El problema de las personas capaces es que pueden volverse hiperactivas, creerse indispensables, tender al perfeccionismo y trastocar las prioridades. Hay un dicho que dice que lo mejor es enemigo de lo bueno y lo mejor era la relación con Jesús, lo bueno, servirle. De manera que la relación es el fundamento del servicio y sin relación el servicio pierde su razón de ser. En otras palabras, es posible servir a Dios pero perder a Dios por causa de ese servicio. Parece una paradoja, pero no lo es.
• El disparate de Marta. ‘Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola?' Aquí aparecen algunos síntomas del estrés: el enojo, la irritabilidad y el desenfoque, al recriminar a Jesús y al juzgar duramente a su hermana. Pero el problema no está en Jesús ni en su hermana, sino en ella misma, en Marta, que ha invertido las prioridades y ha hecho del servicio un fin en sí mismo.
• La lección a Marta. ‘Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.' La amorosa pero enérgica amonestación del Maestro a la desencaminada alumna no puede ser más clara. Los afanes y turbaciones en los que el servicio de Marta se había convertido le estaban arrebatando lo mejor: sentarse en la presencia de Jesús para recibir su Palabra. Presencia y Palabra que renuevan, refrigeran, recrean y bendicen.
El antídoto contra el estrés sigue siendo hoy, como hace dos mil años, el mismo: Venir a Jesús y dejar que él nos aquiete.
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2004, Madrid, España.
Estrés
‘Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.’ (Lucas 10:38-42)
Es uno de los azotes relativamente recientes de las sociedades desarrolladas apenas conocido en las que no lo son, siendo la causa de no pocas perturbaciones personales, algunas de ellas de graves consecuencias que sobrepasan el ámbito individual y alcanzan al familiar y al social. Es el estrés, del cual si alguien nos hubiera hablado hace unas décadas nos habríamos quedado mirándolo sin saber lo que nos decía. Hoy, desde el estudiante al ama de casa y desde el ejecutivo al obrero saben lo que eso significa. Y no meramente por un conocimiento teórico sino por experiencia propia.
El hecho de que en español no hubiera vocablo para ese trastorno es muy revelador pues ello indica, en primer lugar, que ha de tratarse de un fenómeno de reciente aparición en nuestro entorno y en segundo lugar que España ya pertenece a la élite del desarrollo porque un alto porcentaje de su población padece uno de los principales síntomas del progreso.
Ya quedan atrás los tiempos en los que aquella sacrosanta siesta era el mejor tratamiento para regular el cuerpo y la mente al levantarse uno renovado tras el breve, pero eficaz, descanso vespertino. Aunque a decir verdad había siestas de campeonato, como las que refiere Cervantes que solía dormir Sancho ‘que era verdad que tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas las siestas del verano...' (Don Quijote, cap. XXXII) pero en general las más quedaban muy lejos de ese largo lapso de tiempo.
Creo que el abandono de la siesta es una de las grandes pérdidas para España, si no comparable a la de Cuba y Filipinas en cuanto al orgullo patrio herido, sí en lo que a la identidad nacional se refiere. Hoy podemos ser más europeos, no porque nos sintamos más cerca de los franceses o de los ingleses y mucho menos de los letones o de los eslovenos sino, entre otras cosas, porque hemos dejado que la Europa tecnológica nos birle nuestra inigualable siesta, la cual, a decir de los médicos, era uno de nuestros sabios logros, a cambio de saturar nuestra vida de móviles y digitalización.
Es todo un signo de los tiempos que vivimos resumido en dos préstamos lingüísticos: el primero, siesta, que la lengua española dio a tantas otras que no tenían vocablo para tal menester; el segundo, estrés, que ha pasado del inglés al español porque hasta hace poco nosotros no teníamos necesidad del mismo. He aquí un paradigma del profundo cambio ocurrido en España en cuestión de unos años: el préstamo lingüístico que dimos a otros, seña de nuestra identidad y sabiduría, estamos en trance de perderlo, pero en cambio hemos adoptado el préstamo lingüístico que otros nos han dado y que es seña de trastorno personal y desarrollo tecnológico. Pero en fin, este trueque seguramente es el resultado del ritmo de vida al que nos hemos entregado y que a estas alturas ya es imposible detener.
Los investigadores han establecido una relación directa entre las enfermedades coronarias y el estrés manifestado en determinados tipos de conducta. Conducta que se caracteriza por la impaciencia y un sentido de la urgencia del tiempo acompañado de una excesiva preocupación por lo profesional y por los plazos límite impuestos para hacer determinadas tareas. Aunque algunos de los artilugios tecnológicos que ahora tenemos han disminuido de forma asombrosa el tiempo necesario para la realización de muchos cometidos, parece que nos han sumido, a la vez, en una especie de vertiginosa carrera hacia el acortamiento de ese tiempo, de manera que a más velocidad de ejecución de la máquina más necesidad de velocidad le demandamos, en una loca espiral de adrenalina y tensión. Los automóviles, las computadoras, los móviles, la televisión y toda la fauna tecnológica en la que vivimos inmersos han hecho de nosotros una nueva especie dentro de la raza humana, cuyo estilo de vida se manifiesta en una agitación frenética en la que su semáforo señalizador, el corazón, pasa fácilmente del ámbar al rojo.
No obstante, el estrés siempre ha estado presente en la naturaleza humana si bien la diferencia es que actualmente ha adquirido proporciones de pandemia. El texto bíblico arriba citado expresa muy bien cuán fácilmente cualquiera puede ser presa del mismo. Allí encontramos a Marta y es alrededor de ella que gira el relato:
• La capacidad de Marta. ‘le recibió en su casa.' Aquí tenemos a una mujer con iniciativa, con capacidad de trabajo, dispuesta para el servicio a los demás, generosa para poner sus bienes y su casa a disposición de otros y con percepción para ver las necesidades ajenas. Todo un ejemplo a seguir.
• El problema de Marta. ‘se preocupaba con muchos quehaceres.' El problema de las personas capaces es que pueden volverse hiperactivas, creerse indispensables, tender al perfeccionismo y trastocar las prioridades. Hay un dicho que dice que lo mejor es enemigo de lo bueno y lo mejor era la relación con Jesús, lo bueno, servirle. De manera que la relación es el fundamento del servicio y sin relación el servicio pierde su razón de ser. En otras palabras, es posible servir a Dios pero perder a Dios por causa de ese servicio. Parece una paradoja, pero no lo es.
• El disparate de Marta. ‘Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola?' Aquí aparecen algunos síntomas del estrés: el enojo, la irritabilidad y el desenfoque, al recriminar a Jesús y al juzgar duramente a su hermana. Pero el problema no está en Jesús ni en su hermana, sino en ella misma, en Marta, que ha invertido las prioridades y ha hecho del servicio un fin en sí mismo.
• La lección a Marta. ‘Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.' La amorosa pero enérgica amonestación del Maestro a la desencaminada alumna no puede ser más clara. Los afanes y turbaciones en los que el servicio de Marta se había convertido le estaban arrebatando lo mejor: sentarse en la presencia de Jesús para recibir su Palabra. Presencia y Palabra que renuevan, refrigeran, recrean y bendicen.
El antídoto contra el estrés sigue siendo hoy, como hace dos mil años, el mismo: Venir a Jesús y dejar que él nos aquiete.
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2004, Madrid, España.