Re: ¿Estrella de Belén?
Yo también creo en los Reyes Magos
6 de Enero, 2008
Algunos necios pretenden que es más fácil creer que los relatos de los evangelios sobre el nacimiento y la infancia de Cristo no son históricos sino meras elaboraciones teológicas. Ayer mismo vimos como
la portada de Religión Digital estaba dedicada a hacerse eco de las opiniones de un señor muy, pero que muy, muy, muy erudito, que perdió la fe, y ahora va por ahí diciendo que la teoría buena es la siguiente:
“
El que fue un héroe en la edad adulta, también tuvo que serlo en su niñez. De adulto hacía prodigios y milagros; en la infancia, también. Lucas recoge estas leyendas, incluso de sus adversarios los seguidores de Juan Bautista, y las envuelve en la teología del Antiguo Testamento”
No hace falta ser muy listo para entender que resulta más difícil creer que los evangelistas desarrollaron su ingenio para redactar mitología que aceptar que nos contaron, simple y llanamente, aquello que les había sido testimoniado. Pero siempre habrá “cristianos” más dispuestos a aceptar la última payasada del erudito progre de turno, que lo que la Iglesia nos ha transmitido a través de los siglos. Ya dijo el apóstol San Pablo que una de las señales de los apóstatas es que se volverán a las fábulas. ¿Y qué otra cosa sino una fábula es sugerir que los evangelios son leyenda?
Yo,
como Paco Pepe, como la totalidad de los millones de cristianos a lo largo de generación tras generación, creo simple y llanamente lo que dice la Escritura, lo que enseña la Iglesia. Yo sí creo que Jesús nació en Belén. Yo sí creo en los Reyes Magos. Yo sí creo que existió una matanza de niños inocentes por voluntad de Herodes. Yo sí creo. Otros no creen, y necesitan disfrazar su increencia de erudición. Allá ellos y allá los necios que diciendo ser cristianos, prefieren creerles a ellos.
Os dejo con una selección de párrafos de la
Suma Teológica de Santo Tomás. Él también creía en los reyes magos y en la estrella de Belén:
La salvación que Cristo iba a realizar pertenecía a toda la multiplicidad humana, pues, como se lee en Col 3,11, en Cristo no hay varón y mujer, gentil y judío, esclavo y libre, y así sucede con otras cosas por el estilo. Y, para que esto quedase prefigurado en el mismo nacimiento de Cristo, fue manifestado a hombres de toda condición. Porque, como dice Agustín en un Sermón sobre la Epifanía, los pastores eran israelitas; los Magos, gentiles. Aquéllos estaban cerca, éstos vinieron de lejos. Unos y otros corrieron juntos como a su piedra angular. Hubo también entre ellos otra diferencia: los Magos fueron sabios y poderosos; los pastores, humildes y plebeyos. También se reveló a justos, tales Simeón y Ana, y a pecadores, a saber, los Magos. Se manifestó asimismo a hombres y mujeres, como Ana, para demostrar con ello que ninguna clase de hombres quedaba excluida de la salvación de Cristo.
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El nacimiento de Cristo estaba ordenado a la salvación de los hombres, que se consigue por medio de la fe. Pero la fe que salva, confiesa la divinidad y la humanidad de Cristo. Por consiguiente, era necesario que el nacimiento de Cristo fuese revelado de tal modo que la demostración de su divinidad no perjudicase la fe en su humanidad. Y esto sucedió al manifestar Cristo en sí mismo la semejanza de la flaqueza humana, y al demostrar, no obstante, el poder de su divinidad por medio de las criaturas de Dios. Y por eso Cristo no reveló por sí mismo su propio nacimiento, sino a través de sus criaturas.
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Como la demostración silogística se hace por medio de las nociones que son más conocidas de aquel a quien se trata de demostrar algo, así la manifestación que se realiza mediante señales debe hacerse por medio de las que son familiares a aquellos a quienes se orienta la manifestación. Pero es claro que a los justos les resulta familiar y habitual el ser instruidos por interior instinto del Espíritu Santo, a saber, por el espíritu de profecía, sin la demostración de signos sensibles. Mas otros, acostumbrados a las cosas corporales, son llevados mediante éstas a las espirituales. Los judíos estaban acostumbrados a recibir las instrucciones divinas por medio de ángeles, mediante los cuales también habían recibido la Ley, según aquellas palabras de Act 7,53: Recibisteis la Ley por ministerio de los ángeles. Los gentiles, en cambio, y sobre todo los astrólogos, estaban acostumbrados a contemplar el curso de las estrellas. Y por eso, a los justos, esto es, a Simeón y a Ana, les fue revelado el nacimiento de Cristo por interior instinto del Espíritu Santo, según el texto de Le 2,26: Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría antes de ver al Ungido del Señor. Pero a los pastores y a los Magos, como dados a las cosas corporales, les fue manifestado el nacimiento de Cristo por medio de apariciones visibles. Y como el nacimiento no era puramente terrenal, sino en cierto modo celestial, por eso les fue revelado el nacimiento de Cristo a unos y otros mediante señales celestes, pues, como dice Agustín en su Sermón sobre la Epifanía, los ángeles moran en los cielos, y los astros los hermosean; a unos y a otros cuentan los cielos la gloria de Dios.
Con razón, pues, fue revelado el nacimiento de Cristo a los pastores por los ángeles, como a judíos, entre los cuales fueron frecuentes las apariciones angélicas; a los Magos, en cambio, como acostumbrados a la contemplación de los cuerpos celestes, fue manifestado mediante la señal de la estrella. Porque, como dice el Crisóstomo , el Señor, condescendiendo con ellos, quiso llamarlos por medio de las cosas a que estaban habituados. Hay todavía otra razón. Porque, como dice Gregorio, a los judíos, como a seres que usan de la razón, debió predicarles un ser racional, esto es, un ángel. Los gentiles, en cambio, que no sabían servirse de la razón para conocer a Dios, son conducidos a El no por medio de la voz sino mediante señales. Y como los predicadores anunciaron a los gentiles un Señor queja hablaba, así los elementos mudos lo predicaron cuando todavía no hablaba. Puede añadirse incluso una tercera razón. Porque, como expone Agustín en un Sermón sobre la Epifanía, Abrahán tenía la promesa de una descendencia innumerable, que sería engendrada no por vía carnal, sino por la fecundidad de la fe. Y por eso fue comparada a la muchedumbre de las estrellas, con el fin de que surgiese la esperanza de una descendencia celestial. Y por ese motivo los gentiles, designados por las estrellas, son animados por la aparición de un nuevo astro para que se lleguen a Cristo, por quien se convierten en descendencia de Abrahán.
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El nacimiento de Cristo fue revelado primeramente a los pastores, el mismo día en que tuvo lugar. Como se dice en Lc 2,8.15.16, había unos pastores en la misma región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Y cuando los ángeles se apartaron de ellos yéndose al cielo, se decían unos a otros: Pasemos a Belén. Y vinieron corriendo. En segundo lugar llegaron a Cristo los Magos, el día trece de su nacimiento, día en que se celebra la fiesta de la Epifanía. Si hubieran venido pasados uno o dos años, no le hubieran encontrado en Belén, puesto que en Le 2,39 se dice que, una vez que cumplieron todo conforme a la ley del Señor, esto es, ofreciendo al Niño Jesús en el templo, volvieron a Galilea, a su ciudad, es decir, a Nazaret. En tercer lugar fue revelado a los justos en el templo, a los cuarenta días de haberse producido, como se lee en Lc 2,22.
La razón de este orden es que: Por los pastores están significados los Apóstoles y otros creyentes del pueblo judío, a quienes primero fue dada a conocer la fe de Cristo,

entre los cuales no hubo muchos poderosos ni muchos nobles, como se dice en 1 Cor 1,26. En segundo lugar, la fe de Cristo llegó a la plenitud de las naciones, prefigurada por los Magos. Y en tercer lugar llegó a la plenitud de los judíos, prefigurada por los justos. Por lo que también a éstos se les manifestó Cristo en el templo de los judíos.
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omo expone el Crisóstomo en Super Mt., la estrella que se apareció a los Magos no fue uno de los astros del cielo. Y esto es claro por muchas razones. Primero, porque ninguna otra estrella va por este camino, ya que ésta se desplazaba de norte a sur, pues ésta es la situación de Judea con relación a Persia, de donde vinieron los Magos.
Segundo, por el tiempo, puesto que se dejaba ver no sólo en la noche, sino también al mediodía. De esto no es capaz una estrella; y ni siquiera la luna.
Tercero, porque unas veces aparecía y otras se ocultaba. Cuando entraron en Jerusalén, se ocultó; luego, cuando dejaron a Herodes, volvió a aparecerse.
Cuarto, porque no se movía continuamente, sino que, cuando convenía que caminasen los Magos, ella se ponía en marcha; en cambio, cuando convenía que se detuviesen, también ella se detenía, como acontecía con la columna de nube en el desierto (Ex 40,34; Dt 1,33).
Quinto, porque no mostró el parto de la Virgen quedándose en lo alto, sino descendiendo a lo bajo. En Mt 2,9 se dice que la estrella que habían visto en oriente los precedía, hasta que, llegando al sitio en que estaba el Niño, se detuvo. De donde resulta claro que la expresión de los Magos: Vimos su estrella en oriente, no debe entenderse como si, estando ellos en el oriente, hubiese aparecido la estrella en Judea, sino como que ellos la vieron en oriente, precediéndoles a ellos hasta Judea (aunque algunos muestran sus dudas sobre esto ). No hubiera podido señalar la casa con claridad de no haber estado próxima a la tierra. Y, como dice el propio Crisóstomo, este comportamiento no parece propio de una estrella, sino de una potencia racional. De donde se saca la impresión de que esta estrella fue un poder invisible transformado en tal figura.
Por lo que algunos sostienen que, como sobre el Señor bautizado descendió el Espíritu Santo en forma de paloma (cf. Mt 3,16; Me 1,10; Lc 3,22), así se apareció a los Magos en forma de estrella. Otros, en cambio, dicen que el ángel que se apareció a los pastores en forma humana (cf. Lc 2,9) se apareció a los Magos en figura de estrella. Sin embargo, parece más probable que fuese una estrella creada de nuevo, no en el cielo, sino en la atmósfera próxima a la tierra, y que se desplazaba a voluntad de Dios. Por lo que el papa León dice en un Sermón sobre la Epifanía : En la región del Oriente se apareció a los tres Magos una estrella de claridad desconocida que, al ser más fulgurante y hermosa que los demás astros, atraía sobre sí los ojos y los corazones de los que la miraban, para que se advirtiese al punto que no era vano lo que tan insólito parecía.
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Como queda expuesto (a.3 ad 1; a.6 arg.2), los Magos son las primicias de las naciones que creen en Cristo, en medio de las cuales apareció, como en un presagio, la fe y la devoción de las gentes que vienen a Cristo de lejos. Y por eso, como la devoción y la fe de las gentes está exenta de error por la inspiración del Espíritu Santo, así también es preciso creer que los Magos, inspirados por el Espíritu Santo, manifestaron prudentemente su reverencia a Cristo.
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Como comenta el Crisóstomo en Super Mt., si los Magos hubieran venido en busca de un rey terrenal, hubieran quedado confusos por haber acometido sin causa el trabajo de un camino tan largo. Por lo cual, ni hubieran adorado, ni hubieran ofrecido regalos. Pero, como buscaban a un rey celestial, aunque no vieron en él nada de la majestad real, le adoraron, no obstante, satisfechos con sólo el testimonio de la estrella. Ven a un hombre, pero reconocen a Dios en él. Y le ofrecieron regalos conformes con la dignidad de Cristo: Oro, como a un gran rey; incienso, empleado en el sacrificio sagrado, como a Dios; mirra, con la que se embalsaman los cuerpos de los muertos, como a quien había de morir por la salvación de todos . Y, como añade Gregorio, se nos instruye para que ofrezcamos al Rey recién nacido el oro, que significa la sabiduría, resplandeciendo ante su mirada con la luz de la sabiduría; el incienso, mediante el cual se expresa la devoción de la oración, lo ofrecemos a Dios, si somos capaces de exhalar el perfume de Dios, mediante el ardor de la oración; la mirra, que significa la mortificación de la carne, la ofrecemos si mortificamos los vicios de la carne por medio de la abstinencia.
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Luis Fernando Pérez Bustamante