¿Es Jesús el hombre-Dios?

JuandelaCruz

Miembro senior
2 Febrero 2024
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Mensaje de Mateo, el evangelista, recibido el 16 de diciembre de 1918 por James Padgett

Permíteme escribir unas líneas esta noche, porque deseo contarte una verdad que me parece importante que la humanidad conozca a fin de que pueda comprender la verdad de su salvación personal.

Soy un espíritu de desarrollo del alma y un habitante de los Mundos Celestiales, donde sólo aquellos cuyas almas han sido transformadas por el Amor Divino en la naturaleza y Esencia misma del Padre pueden encontrar morada. No escribiré extensamente, y sólo tengo una idea o verdad que transmitir, y es que «ningún hombre o espíritu tiene posibilidad de recibir la salvación completa que Jesús enseñó y ejemplificó en su propia persona, si no deviene completamente poseído en su alma de este Amor Divino del Padre y se vuelve limpio de las condiciones y atributos que pertenecen a su alma creada». Esta alma no fue creada con ninguno de los atributos o cualidades divinas, sino simple y meramente con las que podéis llamar humanas, y que poseen todos los hombres y espíritus que no han experimentado la transformación por obra del Amor Divino, o Nuevo Nacimiento.

El hombre-Dios, como a veces es designado Jesús por vuestros escritores y teólogos, no poseía en el momento de su creación o aparición en la carne esos atributos Divinos que son de la naturaleza y Esencia del Padre, sino sólo los atributos humanos que pertenecían al hombre perfecto, o sea, el hombre que era la criatura perfecta tal como existió antes de la caída de los primeros progenitores, cuando el pecado no había entrado en sus almas ni en el mundo de la existencia de los hombres. Jesús fue desde el día de su nacimiento el hombre perfecto y, en consecuencia, carente de pecado, estando todas sus cualidades morales en completa armonía con la voluntad de Dios y las leyes que controlan su creación; aunque él no era más grande que los primeros progenitores antes de su acto de desobediencia.

No había nada de Dios, en el sentido de lo Divino, que hubiese entrado en su naturaleza o en sus constituyentes al nacer, y si el Amor Divino no hubiera entrado y transformado su alma, él habría seguido siendo sólo la criatura perfecta, de una cualidad no superior ni más grande que la que le fue otorgada al primer hombre. Y Jesús era, en cuanto a sus posibilidades y privilegios, como ese primer hombre antes de su caída –o la muerte de la potencialidad de llegar a ser Divino–, aunque difería de él en este crucial punto: que Jesús abrazó e hizo suyos esos privilegios, y por tanto se volvió Divino, mientras que el primer hombre se negó a abrazarlos y los perdió, con lo cual siguió siendo un mero hombre, aunque ya no el hombre perfecto tal como fue creado.

Y aunque Jesús, por razón de su posesión del Amor Divino, se volvió divino, nunca llegó a ser el hombre-Dios, ni nunca podrá llegar a serlo, porque no existe ni nunca podrá haber un hombre-Dios. Dios es Dios, solo, y nunca se ha convertido en hombre ni puede llegar a ser hombre; y Jesús es sólo hombre, y nunca puede ni podrá convertirse en Dios.

Pero Jesús es preeminentemente el hombre Divino, y con razón puede ser llamado el hijo más amado del Padre, porque posee más del Amor Divino y, en consecuencia, más de la Esencia y Naturaleza del Padre que cualquier otro espíritu de los Mundos Celestiales, y con esta posesión llega a él mayor poder y esplendor y conocimiento. Se le puede describir y entender como poseyendo y manifestando la Sabiduría del Padre; y nosotros, los espíritus del Reino Celestial, admitimos y reconocemos esa sabiduría superior de Jesús, y somos compelidos, por la propia grandeza y fuerza de la sabiduría, en sí misma, a honrar y permanecer en y bajo su autoridad.

Y este trascendente y mayor poseedor de la sabiduría del Padre es el mismo cuando viene a escribir y revelar las verdades de Dios, que cuando está en las más altas esferas del Reino Celestial vestido con toda la gloria de su cercanía al Padre. Así como la voz en el Monte dijo: «Escuchadle»1, yo os lo repito a vosotros y a todos los que tengan el privilegio y la oportunidad de leer u oír sus mensajes, ¡prestadle atención a él! Y al escuchar, creed y buscad.

Tu hermano en Cristo, San Mateo, como se me llama en la Biblia.

Nota 1: La voz desde la nube en el Monte de la Transfiguración declaró: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Este mandato divino fue dirigido a Pedro, Santiago y Juan, enfatizando que es a Jesús a quien se debe escuchar por encima de todos los demás, incluyendo a Moisés y Elías el Profeta, quienes se aparecieron junto a Jesús. (Mateo 17:1-5) Los discípulos quedaron tan abrumados por la experiencia que cayeron de bruces, aterrorizados, pero Jesús les tranquilizó, diciendo: «Levantaos, y no temáis».