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EMERGENCIA NACIONAL
‘Y los hombres de Nínive creyeron a Dios y proclamaron ayuno y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos.’ (Jonás 3:5)
La dramática situación que Galicia está viviendo desde hace un mes ha sido definida por algunos de los gobernantes españoles como de “emergencia nacional” y también como “la catástrofe ecológica más importante de la historia de España”. Y no es para menos, dadas las desastrosas consecuencias que la mera negra está acarreando y va a acarrear. La mancha que cubre las costas gallegas ha ennegrecido en todos los aspectos -social, económico y psicológico- el presente y el futuro inmediato de esa región y de sus gentes. La herida, todavía sin sanar del todo, infligida hace diez años por el Mar Egeo, ha sido abierta de nuevo, de forma desgarradora, por el Prestige, lo que pone sobre las cabezas de los gallegos una amenazadora espada de Damocles ante posibles y parecidas eventualidades que puedan acontecer en el futuro.
Tierra sin par, hermosa en paisajes y exuberante en supersticiones, definida como el Hindostán español por su fuerte carga de esoterismo y amalgama de creencias, está siendo puesta a prueba de forma severa, como pocas veces hasta ahora. Cuando llegan estos momentos, cuando la espada penetra hasta lo más profundo del alma, es la hora de hacer examen, de evaluar los fundamentos, de hacer inventario y poner en la balanza convicciones y certidumbres. Por eso, déjame preguntarte, Galicia, ¿Dónde están ahora tus cantuxeiras, meigas, manciñeiros y remedieiras? ¿Dónde están tus santos, tus patronos, tus esvásticas del Miño, tu Santa Compaña? ¿Dónde está San Andrés de Teixido, dónde la estatua de Santiago en Compostela? ¿De qué sirven los conjuros, los amuletos, las pedras do ceo, las pedras do ara? ¿En qué han quedado tus hierbas, tus ungüentos, tus novilunios, tus romerías y santuarios? ¿A qué han venido a parar tus curandeiros, tus mouros, tus lobishomes? Déjame, al menos, llorar tu desgracia desde la distancia, Galicia, ya que no puedo estar cerca de ti en la hora de tu turbación.
Pero también déjame traerte, Galicia, el caso de otro pueblo que, como tú, pasó por circunstancias calamitosas; déjame recordarte lo que un pueblo grande y fuerte hizo ante otra situación de emergencia nacional:
Dado que la seguridad y prosperidad de las naciones en último término y esencialmente dependen de la protección y la bendición del Dios Todopoderoso y que el reconocimiento nacional de esta verdad no sólo es un deber indispensable que el pueblo le debe, sino un deber cuya influencia natural es favorable para la promoción de esa moralidad y piedad sin la cual la felicidad social no puede existir... y que los Estados Unidos de América están, en el momento actual, puestos en una peligrosa y angustiosa situación por la disposición, conducta y exigencias inamistosas de un poder extranjero (Francia)... me ha parecido que sus habitantes deben poner especial atención en el deber de implorar la misericordia y la bendición del cielo sobre nuestro país. Por lo tanto he pensado apropiado recomendar y de hecho por la presente recomiendo, que el próximo miércoles día 9 de mayo (año de 1798) sea observado, en todos los Estados Unidos, como día de solemne humillación, ayuno y oración. Que los ciudadanos de esos Estados se abstengan ese día de sus ocupaciones cotidianas y ofrezcan sus súplicas al Padre de misericordias... que todas las congregaciones religiosas, con profunda humildad, reconozcan ante Dios las múltiples transgresiones y pecados con las cuales somos justamente imputados como individuos y como nación, suplicándole al mismo tiempo de su infinita gracia por medio del Redentor del mundo para que abundantemente perdone nuestras ofensas y nos incline, por su Espíritu Santo, a ese sincero arrepentimiento y cambio que nos puede proporcionar razón para esperar su inestimable favor y bendición celestial.. Que nuestro país pueda ser protegido de todos los peligros que le amenazan, que nuestros privilegios civiles y religiosos puedan ser preservados inviolables y perpetuados hasta las últimas generaciones...’. (Firmado: John Adams, Presidente de los Estados Unidos de América).
Déjame citarte otro ejemplo, Galicia, de emergencia nacional, una guerra civil, ante el cual alguien, al que hoy admiramos como un gran hombre, dejó escrito lo siguiente:
Por cuanto es apropiado y justo en todo pueblo y en todos los tiempos, reconocer y reverenciar el supremo gobierno de Dios, inclinarse en humilde sumisión ante su castigo, confesar y deplorar los pecados y transgresiones, en la plena convicción que el temor del Señor es el principio de la sabiduría, y orar con todo fervor y contrición para el perdón de las ofensas pasadas y por una bendición sobre su presente y venidera intervención... Por lo tanto, yo, Abraham Lincoln, Presidente de los Estados Unidos, establezco el último jueves de septiembre próximo (año de 1861) como día de humillación, oración y ayuno para todo el pueblo de la nación. Ruego encarecidamente a todos los ministros y maestros de religión de todas las denominaciones, y a todos los cabezas de familia, que observen y guarden ese día, según sus diversos credos y modos de adoración, en toda humildad y con toda la solemnidad religiosa, para que la oración unida de la nación pueda ascender hasta el trono de la gracia y derramar bendiciones plenas sobre nuestra nación. (Firmado: Abraham Lincoln, Presidente de los Estados Unidos de América).
Solamente unos apuntes a estos textos: Sus mandatarios hicieron estas recomendaciones a la nación en general; no a tal o cual iglesia en particular. Esas recomendaciones tenían como propósito la conversión del pueblo a Dios, no a tal o cual santo o a cierta superstición. Esos mandatarios no tenían ningún complejo en reconocer las culpas y delitos como origen de los males de su nación. Tampoco tenían ninguna vergüenza en suplicar la misericordia de Dios. Y otra cosa más: Se producen en una nación que no es una teocracia, sino un ejemplo de separación Iglesias-Estado.
Galicia, España: ¡A grandes males, grandes remedios!
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en Madrid
© Wenceslao Calvo
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