El verdadero Sumo Pontífice
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He aquí algunas de las características que hacen de Jesucristo el Pontífice único y definitivo entre nosotros y Dios. (Voy a usar a propósito la versión de 1909 de la Biblia Reina-Valera porque en ella, como en todas las anteriores versiones, se ha vertido la expresión sumo sacerdote por pontífice).
• Su legitimidad. Que viene dada en razón de su llamamiento para ejercer tal cargo, tal y como nos lo deja claro el siguiente pasaje: ‘ Así también Cristo no se glorificó a sí mismo haciéndose Pontífice, mas el que le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy; como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote eternamente, según el orden de Melchîsedec.' (Hebreos 5:5-6). Es decir, si el judaísmo puede reclamar que sus Pontífices estaban legítimamente constituidos, el cristianismo puede afirmar lo mismo con el Pontífice que tiene.
• Su estabilidad. Aquí yace una de las grandes diferencias entre ambos sistemas, en el sentido de que si bien los Pontífices del judaísmo fueron llamados por Dios para tal menester, en algún caso hubo quien fue removido de su cargo por razón del mal ejercicio del mismo; en otras palabras: Dios revocó lo mismo que había propuesto. Pero en el caso de este Pontífice el llamamiento va acompañado de juramento, que es una palabra irreversible de confirmación: ‘ Porque los otros cierto sin juramento fueron hechos sacerdotes; mas éste, con juramento por el que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote eternamente Según el orden de Melchîsedec.' (Hebreos 7:21).
• Su dignidad. Que se aprecia en su grandeza personal, la cual se aprecia en el calificativo de grande empleado para definirlo: ‘ Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.' (Hebreos 4:14). Aquí si estamos frente a un Pontífice verdaderamente grande en el sentido pleno de la palabra, porque se trata ni más ni menos que del Hijo de Dios. Pero esa talla personal, por la que excede sobremanera a cualquier otro Pontífice, va acompañada de una talla moral manifestada en algo que ningún ser humano tiene, la impecabilidad: ‘Porque tal pontífice nos convenía: santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores, y hecho más sublime de los cielos.' (Hebreos 7:26). Una impecabilidad demostrada porque él ha sido sometido a todo tipo de pruebas y tentaciones pero con la diferencia de haber salido victorioso de todas ellas. En contraste con él, todos los Pontífices del judaísmo no eran más que pobres pecadores ejerciendo una función para la que no tenían talla moral.
• Su permanencia. Manifestada en el hecho de su inmortalidad y por la cual su Pontificado es intransferible; es decir, que no lo pasa a otro, o sea, que no tiene sucesor: ‘ Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable .' (Hebreos 7:24). Los Pontífices del judaísmo tenían que pasar el cargo a sus sucesores necesariamente por causa de su mortalidad la cual no era más que la consecuencia de su pecaminosidad, pero en este caso estamos frente a alguien que dada su impecabilidad es inmortal y por consiguiente permanece en el cargo eternamente.
• Su eficacia. Que se deriva de todo lo anterior: ‘ Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.' (Hebreos 7:25). Su oficio de tender el puente entre nosotros y Dios lo hace de manera competente, de manera que podemos andar por este puente confiadamente sabiendo que estamos pisando terreno sólido y que tenemos a alguien cuya intercesión a nuestro favor es la del que está a la misma diestra de Dios.
• Su superioridad. No hay color, como se dice ahora, al comparar a los Pontífices del judaísmo con el Pontífice del cristianismo. De hecho este Pontífice reúne en su persona las dos naturalezas a unir, la divina y la humana, en virtud de que Cristo es Dios y hombre al mismo tiempo, lo que le convierte en Pontífice no sólo por razones de funcionalidad sino ontológicas, es decir de su ser. Pero su superioridad manifiesta se aprecia en dos detalles más: la clase de sacrificio ofrecido en expiación por nuestros pecados: ‘Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, mas por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención.' (Hebreos 9:12) y el lugar en el que ejerce su Pontificado: ‘Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios.' (Hebreos 9:24).
La intención de la carta a los Hebreos era sacar a los cristianos hebreos de aquel tiempo del complejo de inferioridad que les podía haber entrado ante el hecho de no tener ceremonias, ni templo, ni Pontífices tangibles como el judaísmo tenía. Éste se podía jactar de presentar su sistema sacrificial, su magnífico templo y sus sacerdotes con vestiduras de gala y ornamentación. Pero la enseñanza de la carta no deja lugar a dudas: toda la grandeza de ese sistema es nada en comparación con la verdadera grandeza del sacrificio, su propia vida, realizado por el más sublime Pontífice, Jesucristo, en el único lugar, el cielo, apropiado para hacerlo.
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Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2005, ProtestanteDigital.com, Madrid, España