Practicando los libros de 1 y 2 de Tesalonicenses
Semana 23 --- Parousía
Jueves --- Leer con oración: Gn 2:24; Ef 5:31-32; Gn 3:24; Hch 7:2-4
“He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.” (Mt 1:23)
EL SEÑOR ESTÁ PARA SIEMPRE CON NOSOTROS
Dios creó una ayuda idónea para Adán, no sólo para ayudarle, sino para estar siempre con él. Por eso dijo que el hombre deje a padre y madre y se una a su mujer, y los dos sean una sola carne (Gn 2:24). Antes eran dos; ahora son uno, unidos para siempre. Pablo repitió esas palabras y las aplicó a Cristo y a la iglesia (Ef 5:31-32). Esto es lo que practicamos: invocamos el nombre del Señor y guardamos Su palabra, porque necesitamos de Cristo y queremos Su presencia. Finalmente, llegaremos a la Nueva Jerusalén, la entidad universal corporativa en la que estaremos para siempre con el Señor (cfr. Ap 21:3).
Dios quiere la presencia del hombre, pero el hombre pecó, y por ello, ya no puede estar más con él. Adán desobedeció y fue expulsado del huerto de Edén (Gn 3:24); Caín pecó inclusive matando a su propio hermano, y el Señor lo apartó de Su presencia (4:14). Muchos pasajes de la Biblia nos muestran cómo necesitamos de la presencia de Dios y cómo Dios necesita de nuestra presencia. El pecado de Caín, inicialmente, no fue matar a su hermano; sino, fue creerse capaz de agradar a Dios con su propio esfuerzo. Primero no fue acepto y después su ofrenda no fue acepta (v. 5). Esto generó la envidia en su corazón, la cual se desarrolló en odio, y, finalmente, mató a su hermano. A diferencia de la descendencia de Caín, los descendientes de Adán, Set y Enos, vieron que tenían en sí la influencia del árbol de la ciencia y necesitaban de la presencia del Señor para vivir, y desde entonces comenzaron a invocar Su nombre (v. 26). Pero, en Génesis 6, vemos la corrupción del género humano, todas las formas de pecados y maldad se multiplicaron, a tal punto que el Señor dijo: “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne” (6:3), y el Señor decidió tener un nuevo comienzo con Noé y sus descendientes. Sin embargo, el hombre se corrompió y se apartó de la presencia de Dios; vemos esto claramente en la construcción de la torre de Babel (Gn 11). Entonces, Dios llamó a Abraham para dar comienzo a una nueva raza, la raza llamada (Hch 7:2-4). Adonde quiera que Abraham iba, erigía un altar e invocaba el nombre del Señor (Gn 12:7-8; 13:4, 18). Con Abraham, Dios podía tener en la tierra un hombre que vivía en Su presencia (cfr. Stg 2:23).
En toda la Biblia podemos ver que Dios quiere que vivamos en Su presencia. Podemos decir que algunos de la descendencia de Adán vivían en la presencia de Dios. Enoc anduvo con Dios trescientos años. Andar con Dios es vivir en Su presencia. Noé también andaba con Dios. Entonces, quien invocaba el nombre del Señor en su vivir diario, andaba con Dios. Podemos ver que en todas las eras Dios siempre tuvo hombres que anduvieron con Él. Dios hablaba frecuentemente con Abraham, porque él vivía en Su presencia. ¡Alabado sea el Señor! Él hizo todo esto porque ama al hombre y quiere su presencia, ¡Él quiere estar para siempre con nosotros!
En el Nuevo Testamento, Dios, que es el Verbo, la Palabra, se hizo un hombre en carne, Jesús, y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn 1:1, 14). Él vivió en la tierra entre los hombres, y los hombres tenían la presencia de Dios, pues Él era Emanuel: Dios con nosotros (Mt 1:23); no obstante, por estar limitado por la carne, Él no podía estar para siempre con los hombres. Por medio de la muerte y resurrección, el Señor se hizo el Espíritu vivificante (1 Co 15:45). Ese es el Espíritu de realidad que el Señor prometió que estaría para siempre con nosotros y en nosotros (Jn 14:17; 15:26; 16:13) ¡Alabado sea el Señor!
Punto Clave: Invocar al Señor para mantenerse en Su presencia
Pregunta: ¿Cuál fue el error de Caín?
Dong Yu Lan
Derechos reservados a: Editora "Árvore da Vida"
¡Jesús es el Señor!
Semana 23 --- Parousía
Jueves --- Leer con oración: Gn 2:24; Ef 5:31-32; Gn 3:24; Hch 7:2-4
“He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.” (Mt 1:23)
EL SEÑOR ESTÁ PARA SIEMPRE CON NOSOTROS
Dios creó una ayuda idónea para Adán, no sólo para ayudarle, sino para estar siempre con él. Por eso dijo que el hombre deje a padre y madre y se una a su mujer, y los dos sean una sola carne (Gn 2:24). Antes eran dos; ahora son uno, unidos para siempre. Pablo repitió esas palabras y las aplicó a Cristo y a la iglesia (Ef 5:31-32). Esto es lo que practicamos: invocamos el nombre del Señor y guardamos Su palabra, porque necesitamos de Cristo y queremos Su presencia. Finalmente, llegaremos a la Nueva Jerusalén, la entidad universal corporativa en la que estaremos para siempre con el Señor (cfr. Ap 21:3).
Dios quiere la presencia del hombre, pero el hombre pecó, y por ello, ya no puede estar más con él. Adán desobedeció y fue expulsado del huerto de Edén (Gn 3:24); Caín pecó inclusive matando a su propio hermano, y el Señor lo apartó de Su presencia (4:14). Muchos pasajes de la Biblia nos muestran cómo necesitamos de la presencia de Dios y cómo Dios necesita de nuestra presencia. El pecado de Caín, inicialmente, no fue matar a su hermano; sino, fue creerse capaz de agradar a Dios con su propio esfuerzo. Primero no fue acepto y después su ofrenda no fue acepta (v. 5). Esto generó la envidia en su corazón, la cual se desarrolló en odio, y, finalmente, mató a su hermano. A diferencia de la descendencia de Caín, los descendientes de Adán, Set y Enos, vieron que tenían en sí la influencia del árbol de la ciencia y necesitaban de la presencia del Señor para vivir, y desde entonces comenzaron a invocar Su nombre (v. 26). Pero, en Génesis 6, vemos la corrupción del género humano, todas las formas de pecados y maldad se multiplicaron, a tal punto que el Señor dijo: “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne” (6:3), y el Señor decidió tener un nuevo comienzo con Noé y sus descendientes. Sin embargo, el hombre se corrompió y se apartó de la presencia de Dios; vemos esto claramente en la construcción de la torre de Babel (Gn 11). Entonces, Dios llamó a Abraham para dar comienzo a una nueva raza, la raza llamada (Hch 7:2-4). Adonde quiera que Abraham iba, erigía un altar e invocaba el nombre del Señor (Gn 12:7-8; 13:4, 18). Con Abraham, Dios podía tener en la tierra un hombre que vivía en Su presencia (cfr. Stg 2:23).
En toda la Biblia podemos ver que Dios quiere que vivamos en Su presencia. Podemos decir que algunos de la descendencia de Adán vivían en la presencia de Dios. Enoc anduvo con Dios trescientos años. Andar con Dios es vivir en Su presencia. Noé también andaba con Dios. Entonces, quien invocaba el nombre del Señor en su vivir diario, andaba con Dios. Podemos ver que en todas las eras Dios siempre tuvo hombres que anduvieron con Él. Dios hablaba frecuentemente con Abraham, porque él vivía en Su presencia. ¡Alabado sea el Señor! Él hizo todo esto porque ama al hombre y quiere su presencia, ¡Él quiere estar para siempre con nosotros!
En el Nuevo Testamento, Dios, que es el Verbo, la Palabra, se hizo un hombre en carne, Jesús, y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn 1:1, 14). Él vivió en la tierra entre los hombres, y los hombres tenían la presencia de Dios, pues Él era Emanuel: Dios con nosotros (Mt 1:23); no obstante, por estar limitado por la carne, Él no podía estar para siempre con los hombres. Por medio de la muerte y resurrección, el Señor se hizo el Espíritu vivificante (1 Co 15:45). Ese es el Espíritu de realidad que el Señor prometió que estaría para siempre con nosotros y en nosotros (Jn 14:17; 15:26; 16:13) ¡Alabado sea el Señor!
Punto Clave: Invocar al Señor para mantenerse en Su presencia
Pregunta: ¿Cuál fue el error de Caín?
Dong Yu Lan
Derechos reservados a: Editora "Árvore da Vida"
¡Jesús es el Señor!