Re: El sacerdote gay José Mantero impartirá charlas por España para 'destapar' la verdad
Re: El sacerdote gay José Mantero impartirá charlas por España para 'destapar' la verdad
Para que se vea en qué linea sigue este señor, he aquí sus dos últimos artículos
Otras ovejas
José Mantero
Es Pascua. Queremos cultivar, celebrar, hacer crecer nuestra fe. Hay una realidad insoslayable: los cristianos homosexuales no nos resignamos a dejar que nuestra vida espiritual se marchite. Hay otra realidad incuestionable: somos rechazados por unas jerarquías más eclesiásticas que eclesiales, que quieren contarnos entre sus miembros oficiales (evidentemente, por cuestiones ajenas a la fe), pero nos quieren callados, sin hacer ruido, y sin plena participación en la ciudadanía del Pueblo de Dios. Por un lado dicen que todos somos iguales para la Iglesia; por el otro, nos niegan el pan y la sal, nos diseccionan y catalogan como aberración, desorden objetivo. Nosotros sabemos que somos pecadores, pero no por ser homosexuales, ni por practicar la homosexualidad que recibimos de Dios como generoso don; no somos enfermos por ser homosexuales, y sabemos que no hay mayor aberración que renegar –como tantos hacen, laicos y miembros del clero- de la orientación afectiva y sexual que Dios nos ha regalado.
Estos días de Pascua leemos la peripecia espiritual y evangelizadora de Felipe, a quien Dios hace encontrarse con aquel ministro de la reina de Etiopía. El misionero se acerca a la carroza y pregunta al eunuco si entiende el texto de Isaías que va leyendo de camino. “¿Y cómo podré entenderlo –respondió el etíope- si alguno no me lo enseña?” (Hech 8, 31). Todo un reto para la Iglesia, para todas las iglesias.
Todavía muchas personas homosexuales siguen acercándose a la Iglesia, suplicando explicación de la Palabra, enseñanza del mensaje cristiano, aclaración y exposición –catequesis- del Santo Evangelio. “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creido? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Rm 10, 14). La Iglesia no les niega, en teoría, su derecho a ser evangelizados. Pero, en la práctica, el problema radica en que no es cierta la acogida que pregonan Papa y obispos. No es verdad. Porque, ¿se puede insultar (desorden objetivo, aberración, enfermedad…) a los destinatarios del Evangelio y de la palabra eclesial? No, por dos razones: en primer lugar, no es conforme a Jesucristo; en segundo, porque es contraproducente y hace ineficaz todo esfuerzo evangelizador.
Felipe acoge en el seno de la Iglesia a un extranjero, negro y eunuco. ¿Qué nos encontramos hoy en la Iglesia? Un Papa que sonríe cuando nos llama aberración, desorden, pecado… Un Papa y unos obispos que son pretendientes de nuestra obediencia y sumisión, no de nuestra participación –con plenos derechos y plena ciudadanía- en medio del Pueblo de Dios. ¿Cómo pueden insultar y bendecir a la vez? ¿Cómo, al mismo tiempo, un hermano puede excluir y acoger a otros hermanos suyos? Esto es imposible: la Iglesia católica miente cuando dice que nos acoge. En realidad nos está rechazando como apestados, como desdoro, mancha y arruga del Cuerpo de Cristo. Nosotros sabemos que no es así, lo sabemos del mismo modo que este Papa del anatema dice saberlo: por la virtud y la ciencia del Espíritu Santo. La Iglesia católica nos rechaza, pero Cristo nos recibe. ¡Alegraos!
Dios, hermanos gays y lesbianas, sigue siendo nuestro Padre, a pesar de esta Iglesia, a pesar de este Papa, de este clero colaboracionista que reniega del amor inclusivo del Señor. Jesucristo es nuestro Señor y nuestro hermano. María Santísima sigue siendo nuestra Madre, Ella, la Madre del Señor, figura de la Iglesia.
Es aberración contra el Evangelio una Iglesia excluyente; vive en su interior un desorden objetivo quien pone condiciones, color o sexo a la acogida sin condiciones de nuestro Maestro, el Hijo de Dios. Oremos por estos hermanos que rechazan. Oremos, pero no les hagamos caso: están, como mínimo, equivocados. Con la cabeza alta de quienes se saben depositarios de la dignidad y la gloria de los hijos de Dios, sepamos decirles ¡no!
Y hagamos caso a Dios, prestemos oído a su Palabra:
Jer 3, 15: “Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia”.
Jer 23, 4: “Y les pondré pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice el Señor”.
Cristo Jesús, como a Pedro, llama a su Iglesia al amor pastoral. El amor que no rechaza, ni excluye, que sólo acoge, sin poner condiciones a la condición de Dios: amar.
Jn 21, 17: “Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez ¿me amas? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.
Jn 10, 16: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”.
Otras ovejas, otros pastores...
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Es posible la Iglesia
José Mantero
“Me dejaron sin nada, me lo quitaron todo, menos mi fe”. Son las palabras de Pedro, anciano sacerdote al que, por ser homosexual, arrancaron de su ministerio hace ya casi cuarenta años; mucho antes de la calamitosa era Ratzinger en Doctrina de la Fe y en la Sede petrina. A la vuelta de estas décadas, el venerable Pedro se muestra orgulloso de la fe que ha conservado como tesoro de gracia todos estos años. Él es un hombre afortunado: a otros cristianos –sacerdotes y laicos- les borraron el sentido comunitario, incluso fraterno, de una fe que ahora mantienen a la manera ilustrada, en soledad y silencio. Pero sin Iglesia, porque en la práctica les excomulgaron, al negarles la posibilidad de poner en acto la corporalidad del amor homosexual que Dios les ha otorgado. Sin embargo, otra Iglesia es posible. La Iglesia es posible.
El crimen contra Cristo, la radical traición de la actual Iglesia jerárquica no es otro que la usurpación del puesto del Señor; puesto que ella misma se erige en juez de sus hermanos e hijos, por encima incluso del don de Dios, que –él sí- es católico, universal. Así, se permite no solamente el lujo de vetar el sacerdocio a los homosexuales, o de catalogar (contra todo fundamento científico, médico y bíblico) esta orientación sexual y afectiva como desorden, aberración y pecado, sino también –esto es lo más pecaminoso- robar la fe de los corazones sencillos.
¿Es posible ser homosexual y cristiano? ¡Rotundamente: sí! Nos digan lo que nos digan, os digan lo que os digan aprovechándose de vuestra buena fe, no sólo es posible ser cristiano gay, sino que esto enriquece sobremanera el colorido del Pueblo de Dios. Por tanto, no les hagáis caso cuando quieren excluiros, matando vuestra ilusión y pasión por la Iglesia. No les creáis, hermanos, porque la Iglesia –la de Cristo, no mediatizada por sus corazones romos y sus romanas mentalidades- es posible.
Corren tiempos ciertamente difíciles para nosotros como cristianos gays y lesbianas. Pero es en medio de la oscuridad donde mejor se percibe la luz. Y la luz del Resucitado brilla ahora como nunca, en el seno mismo de la tiniebla. De manera que cuando los jerarcas descorazonados nos cierran puertas, Cristo Jesús nos mantiene abiertas las suyas, sus puertas, las verdaderas puertas hacia la vida. No importa que haya un Ratzinger, travestido de Benedicto XVI. No importa que, día sí día no, salgan de los episcopales labios y de las episcopales plumas palabras de injuria contra nuestra orientación sexual, contra nosotros. No importa, porque la luz brilla en la tiniebla. Estad seguros.
Hermanas y hermanos, gays y lesbianas: no renunciéis a vuestra fe. Dios os la ha regalado: no consintáis que unos simples hombres os despojen de ella. Sois cristianos: no renunciéis a vuestra identidad humana. Nuestro mundo, aun reconociendo que nuestra fe no es mayoritariamente estimada o valorada, es el mundo que Jesucristo desea santificar con nuestras existencias, consagradas a su amor que no tiene fin.
Hermanos y hermanas, lesbianas y gays: no renunciéis a vuestro sacerdocio como ministerio entregado y encargado por el Señor. El Papa y los obispos –pobres pecadores como nosotros, necesitados, como nosotros, de la misericordia de Dios- os vetan el sacerdocio. Cristo, en cambio, os lo vuelve a regalar una vez más; os entrega su Palabra, os infunde su Espíritu, os consagra y ordena por la participación en su verdadero y único sacerdocio. Esto nadie os lo podrá arrebatar, esto nadie nos lo podrá robar.
No temáis, hermanas y hermanos, pues Él, el Hijo de Dios, os promete los “tiempos de refrigerio” (Hech 3, 19) donde con su propia mano sanará vuestras heridas y vendará vuestros corazones, agobiados y cargados, con las sagradas vendas del Espíritu Santo, medicina de Dios.
No permitáis que os quiten vuestra fe. Haced caso a su promesa:
“Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán pasto de rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja. Y haré surgir de entre ellas a un pastor, y él las apacentará” (Ez 34, 22-23).
Nuestra fe es posible. Y la Iglesia es posible. Y nosotros, como los perplejos discípulos de Emaús, como el colegio de los apóstoles, seremos testigos de estas cosas (Lc 24, 48), testigos de su Pascua, de su luz que ciega a los espíritus soberbios y alumbra a los sencillos. No perdamos la fe, pues es regalo del Señor. Bendita sea y bendita sea Dios.