El Rescate

Re: El Rescate

...Y bueno, es el mismo fanatismo tarugo de esos que te dicen que eres basura porque no eres de su club social.

¡Sinvergüenzas! ¿A poco dependemos de tu opinión para estar seguros que Dios es bueno?
 
Re: El Rescate

Corazón de minero

Según pasan los años, son más los que dudan de la veracidad de las imágenes de la llegada del hombre a la Luna en 1969. Pero nadie dudará jamás que los 33 mineros chilenos fueron rescatados de las entrañas de la Tierra.

Como si se tratara de un reality show a nivel planetario, el mundo entero vio el miércoles 13 de octubre cómo el primer rescatista puso sus pies en el fondo del refugio donde los 33 hombres permanecían desde el 5 de agosto pasado, cuando un derrumbe los dejó atrapados a casi 700 metros de profundidad. A partir de allí, durante casi 24 horas asistimos a la aparición en la superficie de cada uno de estos hombres.

Por momentos parecía que estábamos viendo un filme dramático y bien guionado. Las cámaras de televisión rodearon la boca del túnel por el que subía y bajaba la cápsula Fénix y la tensión se liberaba con la llegada de cada protagonista. La audiencia trepó hasta alcanzar el millón de telespectadores, un record absoluto.

Gracias a la tecnología, algunos mineros extrovertidos ya habían adquirido popularidad en estos dos meses largos de comunicación desde “abajo”. Otros la adquirieron cuando llegó la hora de emerger, como aquel que se evidenció como bígamo. Pero los verdaderos protagonistas allí dentro fueron aquellos que se dejaron permear y dirigir por Dios… porque durante los 69 días que duró el cautiverio, algo sucedió a nivel espiritual en la mina.

Desde un comienzo se supo que había varios cristianos evangélicos entre los 33 atrapados. José Henríquez, de 55 años, fue el "guía espiritual" del grupo. Todos reconocen en él a un cristiano maduro, fervoroso, que dentro del refugio ha velado por la unidad y ha organizado reuniones de oración cada día.

Cada minero recibió una Biblia de bolsillo como regalo y, según han comentado algunos medios, al menos dos de ellos entregaron su vida a Cristo en lo profundo de la mina.

El día previo al rescate, hubo familiares que manifestaron que lo primero que harían al recibirlos sería dar gracias a Dios y reunirse para orar… después vendrían los festejos. Tras la aparición en superficie del primer minero (Florencio Ávalos), el Presidente chileno dio gracias a Dios, manifestando que sin la ayuda del Señor este operativo no hubiera sido posible.

Ante las cámaras de todo el mundo, varios mineros hicieron pública manifestación de fe tras emerger. Samuel Ávalos Acuña aseguró que durante los 70 días bajo tierra experimentó una conversión que le hizo sentirse "cerca de Dios". Omar Reygadas Rojas, que salió en el lugar decimoséptimo, se arrodilló y dio gracias a Dios por sobrevivir. El mismo gesto hizo el siguiente minero, Esteban Rojas, decimoctavo. Él y su novia se abrazaron de rodillas y agradecieron al Señor.

Cuando los 33 hubieron salido, nuevamente el Presidente dio gracias "especialmente a Dios porque estuvo de nuestro lado".

“Porque en su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son suyas”. Salmos 95:4. Este texto estaba escrito en la ropa de algunos de los trabajadores cuando salieron de la mina. En la de los demás podía leerse: “Gracias Señor”. Pocas cámaras filmaron las leyendas, y menos periodistas comentaron el hecho, pero aquellos mineros que mantuvieron su confianza puesta en Dios o descubrieron que con Él tenían posibilidad de comenzar una vida nueva, fueron verdaderos afortunados en medio de la tragedia.

Con un porcentaje de cristianos evangélicos que supera el 15% de su población, la comunidad protestante de Chile ha tenido un significativo avance en su visibilidad en los últimos años. Un dato interesante: el Congreso Nacional aprobó por unanimidad la declaración del 31 de octubre como Día Nacional de las Iglesias Evangélicas, agregando un festivo al calendario a partir de 2009.

Verónica Rossato
 
Re: El Rescate

Rescate en San José

De vez en cuando aparecen películas inspiradas en grandes rescates; la mayoría tiene que ver con acciones militares donde «los buenos» incursionan subrepticiamente en los dominios de «los malos». Estos, por lo general sorprendidos en medio de la noche, caen acribillados por las balas salvadoras y rescatistas y rescatados huyen exitosamente en un helicóptero que los espera con los motores encendidos. Los espectadores, grandes y chicos, aplauden, felices, por el éxito de la misión.

Chile hizo noticia mundial hace unos días cuando rescató con total éxito a 33 mineros que permanecieron durante 69 días atrapados en el fondo de una mina en la montaña del Desierto de Atacama. A 700 metros de profundidad, los mineros hacinados en lo que ellos llamaron «el Refugio», vivieron durante 17 días sin ningún contacto con el mundo exterior. Y, por consiguiente, sin saber si alguna vez serían rescatados, vivos o muertos.

Hoy, 15 de octubre, todos están en la superficie, sometidos a los chequeos médicos de rigor, sujetos a tratamiento cuando ha sido necesario, recibiendo el alta, reuniéndose con sus familiares y poniendo al mundo a brincar de alegría. Y todo eso, sin disparar un solo tiro. Sin camuflajes, sin gargantas cercenadas por un cuchillo salvador, sin gritos de triunfo que no haya sido el ya mundialmente famoso ¡Ceacheí-Chi-Eleé-Lé-Chichichi-lelele-Mineros de Chile! (y al que el Presidente añadió, en más de una ocasión, una palabrita que solo tiene el sentido correcto para nosotros los chilenos. ¡Bien por Piñera!)
Todo lo que se tenía que decir sobre la eficiencia desplegada por los rescatistas, el interés inclaudicable mostrado por el gobierno y por el propio Presidente, la entereza de los mineros y la lealtad y voluntad a toda prueba de sus familiares, creemos que ya se ha dicho.

Lo que quisiera destacar en este artículo son dos o tres cosas, un poco al margen de lo ya expresado y que seguramente se seguirá comentando por algún tiempo.

Primero, algo que hemos incorporado a nuestra propia teología asiéndonos a ella con la misma fe con que clamamos cuando necesitamos hacerlo.

Como acostumbramos cada vez que algún miembro de la familia va a viajar, formamos en el aeropuerto un pequeño grupo y hacemos una oración. Nuestro clamor tiene como finalidad pedir la protección de Dios sobre nuestro familiar pero no dejamos de rogar, además, por todos los pasajeros, los pilotos, la tripulación, las condiciones climatológicas e incluso el aparato.

Lo hacemos así porque la experiencia nos ha enseñado que cuando Dios extiende su protección y cuidado sobre uno de sus hijos, esa protección se desparrama y cubre a todos los que están con él o ella.

En el caso de los mineros de Copiapó, había allá en el fondo del socavón no sólo presencia evangélica sino una atmósfera impregnada de Dios. Allá abajo había creyentes, como se dice en los Estados Unidos, born again, nacidos de nuevo. Y al extender Dios su protección sobre estos sus hijos, su cuidado benefició también a los demás.

No hay que perder de vista esta realidad. Cuando Dios bendice a los suyos, su bendición alcanza a todos los que están con ellos sean buenos o malos, creyentes o ateos, católicos o mormones, sabios o ignorantes, ricos o pobres. A todos. Esta intermediación espontánea bien debería ser considerada por nosotros como parte de nuestra función sacerdotal y ejercerla cada vez que se nos presenta la ocasión (1 Pedro 2:9).

Segundo, la insistencia de los medios de comunicación de minimizar la presencia evangélica tanto en el fondo de la mina como en la superficie. Y magnamizar lo realizado por autoridades y pueblo católico. En lo personal, no nos sentimos ni molestos ni menoscabados por esa persistente parcialidad de los medios. Creemos que es como debe ser. No nos queda bien la gloria humana; el reconocimiento de Dios sí porque este es el que vale; sin embargo, vimos, vez tras vez, aunque siempre después de descorrer un poco «la cortina mediática», cómo se pretendía ocultar lo que nuestros hermanos evangélicos hacían. Su fe, su entereza para expresar confianza y seguridad en que Dios llevaría a buen fin el milagro que había comenzado a hacer; en que era Él quien estaba dirigiendo las tareas de rescate que tan bien llevaron a cabo ingenieros, técnicos y otros profesionales; sus cánticos, su rasguear de las guitarras y sus consejos basados en la Palabra.

Con lo que decimos no pretendemos menoscabar los rezos, las procesiones, las palabras de los pastores católicos que las hubo y, por cierto, muy alentadoras. Lejos de nosotros caer en ese lugar tan común de invalidar las expresiones de fe de nuestros hermanos católicos y asumir que solo las nuestras son las auténticas, las verdaderas, las que llegan a los ojos y oídos de Dios.

Tengamos cuidado de estar tratando de meter a Dios en nuestros zapatos; más bien, tratemos nosotros de ponernos en los suyos.

Tercero, el Presidente Piñera lo expresó claramente al responder a una pregunta del periodista. Dijo: «Lo que ocurrió en 1973 dividió a Chile. Lo que ha ocurrido ahora, ha unido a Chile». Y es cierto. El mal recuerdo de 1973 tiende más y más a volatilizarse ante circunstancias como la que acaba de ocurrir en Copiapó. Y en este punto quiero insistir en algo que un sector de la ciudadanía chilena quiere imponer a la fuerza sobre los demás: que olviden lo que pasó. Pero este es un paso equivocado. Nadie puede obligar a nadie a olvidar.

El olvido tiene que brotar desde las intimidades de la persona herida; tiene que ser una acción, no una reacción. Y para muestra, un botón. Me informaban desde Temuco que Luis Urzúa, que fue el último minero en salir, «el capitán del barco» como lo llamó el Presidente, lleva en su pecho el recuerdo del asesinato de su padrastro a manos de la tristemente famosa Caravana de la Muerte(*). Como jefe de turno, Urzúa se desempeñó en esta crisis como todo un líder, velando por el bienestar de sus compañeros en el fondo de la mina y tomando parte activa en la preparación y el desarrollo del rescate en la superficie. Al final, cuando salió de la cápsula, se abrazó con el Presidente de la República sin mostrar en momento alguno resentimiento ni dolor. Luis Urzúa pareciera que ha decidido olvidar aquel trago tan amargo que le hicieron beber quienes fueron por todo Chile matando y destruyendo dizque «para salvar la democracia». Si ese olvido se genera en su propia mente y corazón, está bien; si alguien quiere obligarlo, está muy mal hecho. Recuérdese que el actual Presidente de Chile fue parte del sector de ciudadanos chilenos que dio su aprobación a lo actuado por los militares golpistas dirigidos por Augusto Pinochet.

Y, finalmente, fue Mario Sepúlveda, el más expresivo de los mineros rescatados, quien dijo: «No quiero que me traten como un artista o como alguien especial; quiero que me sigan tratando como un obrero, como lo que soy: un minero». Notable ejemplo de humildad y de cordura. Así debemos ser todos: reaccionar ante cualquiera eventualidad, grande o pequeña, como lo que somos. Ni más ni menos.

Eugenio Orellana​
 
Re: El Rescate

Ah, pero el ateo zonzo que se pone a decir que quiere pruebas, ni más fiesta que hacerle...

¿Verdad, linuxe?
Fue Mapzero el que ofrecio pruebas. Como no saben que decir, o no responden o tratan al que pregunta de ignorante para evadir el ser pillados sin nada que ofrecer.