Podremos deducir la respuesta si leemos las parábolas del trigo y la cizaña, y la de la red (Mt.13.24-30; 36-43). El Reino de Dios o de los cielos en sí mismo es perfecto. Sin embargo “…muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt.24.14). El Señor quiere en su reino gente que produzca los frutos de él (Mt.21.43), que nos hagamos dignos de su reino (2-Ts.1.5). Es Señor bendice a la gente de buena voluntad (Is.1.19-20)
El hecho de que exista cizaña, lobos rapaces, y en general malos elementos filtrados en el Reino de Dios, que solo piensan en el provecho egoísta, no por ello los “hijos del reino” debemos ser temerosos, apáticos o irresponsables. Jesús dijo: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn. 15.8). El engaños y mala voluntad de los “hijos del malo” filtrados en este reino (Mt.13.38) deben ser neutralizados o al menos aminorados por los acuerdos y compromisos hechos para la consecución, manejo y aprovechamiento de cualquiera de los recursos con que la familia de Dios pudiera beneficiarse.
Así, pues, en el Reino de Dios no debe haber espacio para dictadores, engañadores o explotadores. No a los dictadores porque Jesucristo es la cabeza de gobierno de su Iglesia, es decir, de su santa nación, y ejerce soberanía en ella a través del Espíritu Santo, del cual todos los verdaderos creyentes somos participantes, mientras él mismo, Jesucristo, está a la diestra del Padre, esperando, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies (He.10.12-13). Jesús delegó autoridad para echar fuera demonios, sanar enfermedades y humillar las fuerzas del Enemigo (Lc.9.1; 10.19), pero no para predominar sobre los hermanos injusta o inapropiadamente. El mismo Maestro dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo ;como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mt.20.25-27).
Cuando en la Epístola a los Hebreos se nos exhorta a obedecer y sujetarnos a nuestros pastores no significa someternos servil y ciegamente a caudillos o líderes religiosos, por más carisma, prestigio o poder que tengan. La única persona que nos es lícito adorar es a Jesucristo, pero por la fe. “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2-Co.5.16). Ellos, los pastores, son servidores de Cristo y administradores de Dios (1-Co.4.1-2; Tit.1.7-9; 1.P.4.10).
No a los engañadores, porque la Biblia dice; “mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados.”; “Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión” ((2-3.13; Tit.1.10). También dice: “El simple todo lo cree, mas el avisado mira bien sus pasos” (Pr.14.15). Se nos narra en el libro de los Apóstoles que ciertos discípulos eran “eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hch. 17.11)
Tampoco debe haber campo en el Reino de Dios para los explotadores. El Dios Eterno quiere que haya “alimento en su casa” (Mal.3.10); pero ahora su casa somos nosotros, la totalidad de los que creemos en su Hijo como rey Salvador (He.3.6; 1-P.2.5). Ahora el Dios sublime, a través de su Espíritu Santo, habita en aquellas personas que disponen su corazón para que él ejerza soberanía en sus vidas (¡_Co.3.16; 6.19). Nuestro amado Mesías tiene especial preocupación por sus “hermanos más pequeños” (Mt.25.40). Sabemos que sus hermanos son aquellos que hacen la voluntad de su Padre Celestial (Mt.12. 46-50); pero sus “hermanos más pequeños”, podemos deducir por el contexto, son aquellos “maltratados” (He.13.3) que por diferentes circunstancias de la vida no están viviendo en las condiciones dignas de un hijo del Dios Altísimo.
La Biblia nos narra que en los albores de la Iglesia “no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch.4.32-35). “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos…Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2Co.8.9, 13-14).
Está muy claro que el anhelo de nuestro Salvador es que exista ayuda mutua, prosperidad e igualdad entre su pueblo, y nunca que unos cuantos se aprovechen injustamente de la ingenuidad, congojas o religiosidad de las mayorías incautas, bajo pretextos soterrados y arbitrarios.
El hecho de que exista cizaña, lobos rapaces, y en general malos elementos filtrados en el Reino de Dios, que solo piensan en el provecho egoísta, no por ello los “hijos del reino” debemos ser temerosos, apáticos o irresponsables. Jesús dijo: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn. 15.8). El engaños y mala voluntad de los “hijos del malo” filtrados en este reino (Mt.13.38) deben ser neutralizados o al menos aminorados por los acuerdos y compromisos hechos para la consecución, manejo y aprovechamiento de cualquiera de los recursos con que la familia de Dios pudiera beneficiarse.
Así, pues, en el Reino de Dios no debe haber espacio para dictadores, engañadores o explotadores. No a los dictadores porque Jesucristo es la cabeza de gobierno de su Iglesia, es decir, de su santa nación, y ejerce soberanía en ella a través del Espíritu Santo, del cual todos los verdaderos creyentes somos participantes, mientras él mismo, Jesucristo, está a la diestra del Padre, esperando, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies (He.10.12-13). Jesús delegó autoridad para echar fuera demonios, sanar enfermedades y humillar las fuerzas del Enemigo (Lc.9.1; 10.19), pero no para predominar sobre los hermanos injusta o inapropiadamente. El mismo Maestro dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo ;como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Mt.20.25-27).
Cuando en la Epístola a los Hebreos se nos exhorta a obedecer y sujetarnos a nuestros pastores no significa someternos servil y ciegamente a caudillos o líderes religiosos, por más carisma, prestigio o poder que tengan. La única persona que nos es lícito adorar es a Jesucristo, pero por la fe. “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2-Co.5.16). Ellos, los pastores, son servidores de Cristo y administradores de Dios (1-Co.4.1-2; Tit.1.7-9; 1.P.4.10).
No a los engañadores, porque la Biblia dice; “mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados.”; “Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión” ((2-3.13; Tit.1.10). También dice: “El simple todo lo cree, mas el avisado mira bien sus pasos” (Pr.14.15). Se nos narra en el libro de los Apóstoles que ciertos discípulos eran “eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hch. 17.11)
Tampoco debe haber campo en el Reino de Dios para los explotadores. El Dios Eterno quiere que haya “alimento en su casa” (Mal.3.10); pero ahora su casa somos nosotros, la totalidad de los que creemos en su Hijo como rey Salvador (He.3.6; 1-P.2.5). Ahora el Dios sublime, a través de su Espíritu Santo, habita en aquellas personas que disponen su corazón para que él ejerza soberanía en sus vidas (¡_Co.3.16; 6.19). Nuestro amado Mesías tiene especial preocupación por sus “hermanos más pequeños” (Mt.25.40). Sabemos que sus hermanos son aquellos que hacen la voluntad de su Padre Celestial (Mt.12. 46-50); pero sus “hermanos más pequeños”, podemos deducir por el contexto, son aquellos “maltratados” (He.13.3) que por diferentes circunstancias de la vida no están viviendo en las condiciones dignas de un hijo del Dios Altísimo.
La Biblia nos narra que en los albores de la Iglesia “no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch.4.32-35). “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos…Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2Co.8.9, 13-14).
Está muy claro que el anhelo de nuestro Salvador es que exista ayuda mutua, prosperidad e igualdad entre su pueblo, y nunca que unos cuantos se aprovechen injustamente de la ingenuidad, congojas o religiosidad de las mayorías incautas, bajo pretextos soterrados y arbitrarios.