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JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
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EL PAPA PIDE A LOS JOVENES EL «MARTIRIO» DE IR CONTRA CORRIENTE
Dos millones en la gran vigilia de las Jornada Mundial de la Juventud
ROMA, 19 agosto (ZENIT.org).- Dos millones de jóvenes de 160 países y de
todas las razas han sido la gran sorpresa del gran Jubileo del año 2000.
Llegaron para encontrarse con el Papa después de haber recorrido en ese día
decenas de kilómetros, bajo un sol implacable, con temperaturas que
alcanzaban los 38 grados a la sombra y al menos un 85 por ciento de
humedad. Sin saberlo, cada uno de ellos se convirtió en protagonista del
encuentro más grande que ha vivido la Ciudad Eterna en toda su historia.
Lágrimas en los ojos del pontífice
Cuando el helicóptero del pontífice aterrizó en la inmensa explanada de Tor
Vergata, situada a las puertas de Roma, comenzó el delirio. Al llegar, el
Papa quiso recorrer las 300 hectáreas en «papamóvil» para poder saludarlos
de cerca. Aplausos, y gritos de estadio de fútbol le siguieron durante
minutos y minutos. Cuando subió al palco y vio el espectáculo de color y
alegría que tenía ante sus ojos, los jóvenes lograron arrancarle las
lágrimas. Pero tras secárselas con la mano, fue él mismo quien se puso a
incitar a sus jóvenes siguiendo con la mano el ritmo de sus gritos.
Junto al palco del Papa, se encontraban jóvenes minusválidos o procedentes
de países en guerra o que viven en extrema pobreza. Pudieron participar en
este encuentro gracias a la solidaridad de los participantes en estas
Jornadas Mundiales de la Juventud, que les llevó a ofrecer a muchos 10
dólares en solidaridad para poder pagar su viaje e instancia.
La voz de los jóvenes
Una cruz tan grande como un edificio de unos seis pisos se convirtió en el
testigo simbólico de los testimonios que pronunciaron cuatro jóvenes
intercalados por la participación de grandes artistas y de todo el mundo.
En primer lugar tomó la palabra Domingos, un muchacho de Angola, quien
narró cómo perdono a los asesino de su hermano a causa de la guerra en ese
país que dura ya desde hace 25 años.
A continuación, Aurora, rumana, de la Iglesia católica bizantina,
perseguida por el régimen comunista, reveló a los muchachos lo difícil que
era participar en encuentros de oración clandestinos y asistir a la
universidad.
La vigilia dio voz, a continuación, al grito de los condenados a muerte.
Stefania, una muchacha italiana, contó la amistad y asistencia espiritual
que ha podido ofrecer a quienes esperan el día de su ejecución en las
cárceles de Estados Unidos, por casi todos Juan Pablo II ya ha pedido
oficialmente clemencia.
Por último, Massimiliano, de Roma, confesó que ha nacido en una sociedad
«donde todo se puede comprar» y «en la que tengo todo». En este ambiente,
ha sentido el mismo llamamiento a dar lo que tenía a los pobres y a seguir
a Cristo. En su encuentro con los pobres de Roma, este joven busca la
santidad en el año 2000.
El «nuevo martirio»
Juan Pablo II, en su discurso, planteó una pregunta que la gran mayoría de
los jóvenes sienten en su propio pellejo: «En el año 2000, ¿es difícil
creer?». La respuesta del Papa fue clara: «Sí, es difícil. No hay que
ocultarlo».
«También hoy creer en Jesús», constató, «conlleva una opción por Él y, no
pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como
ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro».
Al inicio del discurso, los jóvenes estaban muy silenciosos, la
concentración se rompió cuando los mexicanos le interrumpieron con sus
típicas «porras». Todos se sumaron y el Papa bromeó: «Tenéis razón, ya he
hablado demasiado».
El obispo de Roma continuó ilustrando lo que significa hoy el martirio en
una sociedad consumista y hedonista. «Quizás a vosotros no se os pedirá la
sangre --explicó a los jóvenes--, pero sí ciertamente la fidelidad a
Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día.
Estoy pensando en los novios y su dificultad de vivir, en el mundo de hoy,
la pureza antes del matrimonio. Pienso también en los matrimonios jóvenes y
en las pruebas a las que se expone su compromiso de mutua fidelidad.
Pienso, asimismo, en las relaciones entre amigos y en la tentación de
deslealtad que puede darse entre ellos».
«Me refiero igualmente al que quiere vivir unas relaciones de solidaridad y
de amor en un mundo donde únicamente parece valer la lógica del provecho y
del interés personal o de grupo --añadió--.
Así mismo, pienso en el que trabaja por la paz y ve nacer y estallar nuevos
focos de guerra en diversas partes del mundo; también en quien actúa en
favor de la libertad del hombre y lo ve aún esclavo de sí mismo y de los
demás; pienso en el que lucha por el amor y el respeto a la vida humana y
ha de asistir frecuentemente a atentados contra la misma y contra el
respeto que se le debe».
El regalo del Papa a los jóvenes
Juan Pablo II quiso dejar a los jóvenes un regalo para que puedan ser los
cristianos del tercer milenio: el Evangelio. «La palabra que contiene es la
palabra de Jesús. Si la escucháis en silencio, en oración, dejándoos ayudar
por el sabio consejo de vuestros sacerdotes y educadores con el fin de
comprenderla para vuestra vida, entonces encontraréis a Cristo y lo
seguiréis, entregando día a día la vida por Él».
«En realidad --les dijo a los chicos que en sus manos tenían velas
encendidas--, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él
quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la
belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de
radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien
os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en
el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es
Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo
grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la
mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para
mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna».
«Queridos jóvenes», exclamó con fuerza el Santo Padre, «En la lucha contra
el pecado no estáis solos: ¡muchos como vosotros luchan y con la gracia del
Señor vencen!». Este es, sin duda, el gran éxito de las Jornadas Mundiales
de la Juventud, un encuentro planetario de jóvenes cristianos, con los
mismos problemas e ideales.
El sucesor de Pedro concluyó su discurso improvisando: «He esperado mucho
el poder daros este mensaje, el poder encontrarme con vosotros esta noche
y, después, mañana».
«Roma no olvidará nunca este ruido», les dijo antes de despedirse el Papa,
aludiendo a los gritos y cantos de la vigilia. En ese mismo instante
estallaban los fuegos artificiales.
Los jóvenes se quedaron a «dormir» en la gran explanada de Tor Vergata. El
ambiente era de fiesta, a pesar de que el cansancio era realmente tremendo:
la gran mayoría de los jóvenes han pasado cuatro días durmiendo por los
suelos de escuelas, parroquias o cuarteles... Habían caminado kilómetros
bajo el peor de los calores romanos.. Algunos, sin embargo, pasaron todavía
momentos de adoración en algunas tiendas, en las que estaba expuesta la
Eucaristía.
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DOS MILLONES DE APOSTOLES PARA EL NUEVO MILENIO
Juan Pablo II concluye las Jornadas Mundiales de la Juventud
ROMA, 20 agosto (ZENIT.org).- «Sois el corazón joven de la Iglesia, id por
todo el mundo y llevad la paz». Esta es la consigna que dejó esta mañana
Juan Pablo II a los más de dos millones de jóvenes que participaron en la
eucaristía final de estas históricas Jornadas Mundiales de la Juventud, el
mayor encuentro que ha vivido la Ciudad Eterna en toda su historia.
Hasta Toronto
La despedida del Papa de estos muchachos y muchachas entusiastas, a pesar
de haber pasado dos días sin dormir, y de haber caminado decenas de
kilómetros bajo un sol literalmente insoportable --más de mil tuvieron que
recibir atención médica-- no fue un «adiós», sino más bien un «hasta
luego». Antes de despedirse les volvió a dar cita para el verano del año
2002, donde el obispo de Roma volverá a encontrarse con la juventud del
mundo, pero en esa ocasión en las latitudes canadienses de Toronto.
Apretados en la inmensa explanada de Tor Vergata, los más de dos millones
de «centinelas de la mañana» --como les había definido en la noche anterior
el Papa--, ofrecieron una acogida estupenda a Juan Pablo II, después de una
noche pasada por el suelo prácticamente sin cerrar los ojos. Habían pasado
las horas en la misma explanada, cantando, hablando, rezando, jugando...
Pero todavía eran capaces de gritar. «¡Viva el Papa!» y de correr como
locos detrás del «papamóvil».
Al inicio de la celebración, cuatro jóvenes trajeron una piedra procedente
de cuatro iglesias colocadas en los puntos cardinales de la tierra. La
piedra del norte, procedía de Churchill Hudson Bay; la del sur de Punta
Arena; la de occidente de Samoa Appia; y la del Este de Taraua.
«¿También vosotros queréis marcharos?»
La pregunta sobre la que giró la homilía del Papa retomaba unas de las
palabras mas duras de Jesús en todo el evangelio: «¿También vosotros
queréis marcharos?». Cristo las pronunció después de que la muchedumbre se
escandalizara tras definirse así mismo como el «pan de la vida».
«La pregunta de Cristo sobrepasa los siglos y llega hasta nosotros, nos
interpela personalmente y nos pide una decisión --dijo el Papa dirigiéndose
al océano juvenil que tenía en frente--. ¿Cuál es nuestra respuesta?
Queridos jóvenes, si estamos aquí hoy es porque nos vemos reflejados en la
afirmación del apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna"».
«En la pregunta de Pedro: "¿A quién vamos a acudir?" está ya la respuesta
sobre el camino que se debe recorrer --aclaró el sucesor de Pedro--. Es el
camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente;
en efecto, está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su
sangre».
«Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! --gritó el Papa
arrancando aplausos-- Nos ama incluso cuando lo decepcionamos, cuando no
correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los
brazos de su misericordia».
Cristo es la necesidad que clama a gritos la sociedad actual, constató Juan
Pablo II y en especial «los jóvenes, tentados a menudo por los espejismos
de una vida fácil y cómoda, por la droga y el hedonismo, que llevan después
a la espiral de la desesperación, del sin-sentido, de la violencia. Es
urgente cambiar de rumbo y dirigirse a Cristo, que es también el camino de
la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro
dignos del hombre».
«A Jesús no le gustan las medias tintas y no duda en apremiarnos con la
pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?" --concluyó en la homilía
el Papa--. Con Pedro, ante Cristo, Pan de vida, también hoy nosotros
queremos repetir: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de
vida eterna"».
Mensaje final del Foro de los Jóvenes
Al concluir la eucaristía, se leyeron las conclusiones del Foro
Internacional de Jóvenes, que reunió a 400 representantes de todos los
países y de los movimientos y organizaciones católicas internacionales. En
el texto, los muchachos expresan su adhesión al mandato del Papa de ser
signo de contradicción y de vivir la fidelidad a su amigo, Jesús.
La celebración concluyó con la despedida del Papa antes de rezar la oración
mariana del «Angelus». Agradeció al cardenal James Francis Stafford,
presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, el enorme esfuerzo que
ha realizado en la organización de este encuentro y, tras definir a los
jóvenes «mi alegría y corona», dio cita a todos, de nuevo, en Toronto.
La despedida
Llegó de este modo el momento de las despedidas. Juan Pablo II, conmovido
con la participación de los jóvenes, dejó espacio a las confidencias. «Sois
el corazón joven de la Iglesia: id por todo el mundo y llevad la paz. El
Señor está vivo, el Señor ha resucitado, camino con vosotros. Sed sus
testigos entre vuestros coetáneos en el alba del nuevo milenio».
En ese momento, comenzó la aventura del regreso de estos jóvenes a sus
casas. Ante todo, tuvieron que caminar unos diez kilómetros bajo el
tremendo sol de mediodía para poder llegar a Roma. Habían pasado las noches
de esa semana durmiendo por el suelo de escuelas, parroquias, cuarteles.
Después tendrían que afrontar largas horas de autobús, avión, barco,
tren... para poder regresar a sus países. El cansancio, sin embargo, no
había desdibujado su sonrisa.
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700 MIL JOVENES ARRANCAN CONFIDENCIAS Y ENTUSIASMO A JUAN PABLO II
Inaugura oficialmente las Jornadas Mundiales de la Juventud
CIUDAD DEL VATICANO, 15 agosto (ZENIT.org).- «El Papa, un joven como
nosotros». Con esta pancarta acogieron a Juan Pablo II los 200 mil jóvenes
que se encontraban reunidos en la plaza de San Juan de Letrán. En la otra
gran plaza de Roma, en la de San Pedro, otros 300 mil le recibieron algo
más tarde, cuando un implacable sol comenzaba a ponerse. Como los
peregrinos con mochila no cabían en las dos plazas, muchos se echaron a las
calles para saludarle a su paso en coche. En total, en Roma se encontraban
los primeros 700 mil chicos y chicas venidos para encontrarse con el pontífice.
Fue una auténtica fiesta de color, luz, y amistad de jóvenes venidos de
todos los países del planeta. El pontífice estaba particularmente en forma.
Bromeó durante buena parte de las tres horas y media que pasó con ellos. Y
les repitió las palabras con las que había abierto el pontificado: «no
tengáis miedo, abrid, abrid de par en par vuestros corazones y vuestras
vidas a Cristo».
«No tengáis miedo»
Todo el discurso con el que Juan Pablo II inauguró las Jornadas Mundiales
de la Juventud, que concluirán el próximo domingo 20 de agosto, se
convirtió de este modo en una invitación a los jóvenes a ser valientes, a
descubrir la amistad de Cristo y a testimoniar su fe. Los jóvenes volcaron
todo su cariño por el pontífice. Como una muchacha que logró saltar la
valla para saludar al Papa, que la acogió con una gran sonrisa. Le entregó
la bandera de Chile y el pontífice, que estaba sentado, se la puso en las
rodillas durante buena parte de la ceremonia.
«¡Viva el Papa!», gritaban los muchachos. «Vive desde hace ochenta años y
los jóvenes quieren que siempre esté joven», les respondió.
De los «seis» continentes
En el gran encuentro, el de la plaza de San Pedro del Vaticano, Juan Pablo
II comenzó saludando a los representantes de cada uno de los países. Las
palabras del Papa fueron acompañados por espectaculares coreografías de
jóvenes que simbolizaban los «seis» continentes. En efecto, además de los
cinco continentes geográficos, el Papa tuvo particulares palabras de cariño
para los chicos y chicas que proceden del «continente» sangriento que
conforman los países en guerra.
Confidencias
Uno de los pocos momentos en los que el Papa suele dejar espacio
públicamente a las confidencias es cuando se encuentra con los jóvenes. Y
en esta noche, no traicionó su costumbre. Recordó con los muchachos los
años de su infancia, en su familia, en los que aprendió a rezar. Recordó
las lecciones que le dejaron «la experiencia de la guerra y los años de
trabajo en una fábrica», continuó diciendo emocionado.
«La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal surgió en el período de
la segunda guerra mundial, durante la ocupación de Polonia --en ese momento
los jóvenes le escuchaban con particular atención y los aplausos se
calmaron--. La tragedia de la guerra dio al proceso de maduración de mi
opción de vida un matiz particular. En ese contexto se me manifestaba una
luz cada vez más clara: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Recuerdo
conmovido ese momento de mi vida cuando, en la mañana del uno de noviembre
de 1946, recibí la ordenación sacerdotal».
De los años de juventud, sus confidencias pasaron a aquel 16 de octubre de
1978, cuando después de ser elegido para la Sede de Pedro, se le hizo la
pregunta: «¿Aceptas?». «Desde entonces --confesó-- trato de desempañar mi
misión encontrando cada día la luz y fuerza en la fe que me une a Cristo».
«Queridos amigos, ¿por qué al comenzar vuestro Jubileo he querido ofreceros
este testimonio personal?», preguntó el Papa. «Lo he hecho para aclarar que
el camino de la fe pasa a través de todo lo que vivimos. Dios actúa en las
circunstancias concretas y personales de cada uno de nosotros: a través de
ellas, a veces de manera verdaderamente misteriosa, se presenta a nosotros
la Palabra "hecha carne", que vino a habitar entre nosotros».
«Juan Pablo II, ¡te quiere todo el mundo!», respondieron los jóvenes de la
«generación Wojtyla».
Amor
«Así pues --concluyó--, no penséis nunca que sois desconocidos a sus ojos,
como simples números de una masa anónima. Cada uno de vosotros es precioso
para Cristo, Él os conoce personalmente y os ama tiernamente, incluso
cuando uno no se da cuenta de ello».
Las Jornadas Mundiales de la Juventud no podían haber comenzado mejor. El
calor pegajoso y asfixiante, las seis o siete horas que pasaron de espera y
encuentro, bajo un sol implacable, no empañaron el entusiasmo de los
jóvenes, ni siquiera cuando ya había pasado las 9.40 de la noche. En los
próximos días, hasta el sábado, los jóvenes vivirán momentos de oración,
encuentro y espectáculo que culminarán en la noche del sábado con el gran
encuentro con el Papa y en la mañana del domingo, con la misa de despedida.
Para ese momento, el número de los participantes podría multiplicarse por dos.
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ALCALDE DE ROMA: «EL MAYOR ENCUENTRO DE LA HISTORIA DE ESTA CIUDAD»
Francesco Rutelli satisfecho: «días inolvidables»
ROMA, 18 agosto (ZENIT.org).- «Estos muchachos representan el
acontecimiento más grande del Jubileo», afirma Francesco Rutelli, el
alcalde de la ciudad de Roma que entre hoy y mañana acoge a 1.200.000
jóvenes peregrinos.
Rutelli, que abrazó en su vida la fe católica hace pocos años, cuando ya
había sido elegido primer ciudadano de la Ciudad Eterna, muestra su
satisfacción por la manera en que han desarrollado los primeros días de las
Jornadas Mundiales de la Juventud. «Nos encontramos ante la reunión de
personas más grande que se ha tenido en la historia de Roma», explica.
Nunca un partido de fútbol, un concierto o cualquier otro evento --incluso
religioso-- había traído a tanta gente a esta ciudad única. Por este
motivo, según el alcalde, se está afrontando en estos momentos «un desafío
complejo y de gran envergadura».
Para que el desafío organizativo del gran encuentro final, que se celebrará
entre el 19 y el 20 de agosto, pueda convertirse en un éxito, Francesco
Rutelli pone de manifiesto tres puntos decisivos.
El primer elemento es el calor. Las previsiones meteorológicas prevén
temperaturas entre 35 y 37 grados con un 80 por ciento de humedad. El
alcalde no puede menos que invitar a los peregrinos a beber agua: «Las
fuentes funcionan y estamos distribuyendo millones de litros de agua».
El segundo peligro para la organización de estos días podría ser el regreso
masivo de romanos que terminan sus vacaciones. Si regresan en el fin de
semana, justamente en el momento en que 1.200.000 jóvenes se dirigen o
regresan de la gran explanada de Tor Vergata --donde se tendrá el encuentro
final con el Papa--, la Ciudad Eterna se podría convertir en el
embotellamiento más grande del mundo. Por este motivo, el alcalde ha
invitado a sus ciudadanos a adelantar o retrasar el regreso.
En estas Jornadas Mundiales de la Juventud, casi un millón de jóvenes ha
seguido ya durante cuatro días peregrinaciones, encuentros de oración y
espectáculos. Es algo que nunca antes se había visto. En las Jornadas de
París, por ejemplo, hubo una gran participación, pero la concentración
masiva tuvo lugar sólo en los dos días finales. Aquí ha sido durante casi
una semana y este elemento hace que el encuentro de Roma sea realmente
único. «Por eso, estamos trabajando desde hace años --afirma Rutelli--.
Hemos gastado 150 millones de dólares para crear toda una serie de
servicios permanentes en el área de Tor Vergata, que después beneficiarán a
la población local: carreteras, instalaciones de iluminación y dragados».
Estas obras, tras el 20 de agosto servirán para promover el área de la
Universidad de Tor Vergata y de los 300 mil habitantes la zona.
«¿Usted habría participado en esta fiesta?», le ha preguntado «Zenit»,
sabiendo que en sus años de juventud Rutelli no era precisamente de los que
iban de peregrinación en vacaciones. «Al ver a estos muchachos --responde--
felices y entusiastas, nos sentimos involucrados. Sentimos admiración y
algo de envidia. Estos chicos y chicas, que no arrancan las flores de las
macetas públicas, han conquistado la ciudad y muchos han dicho que volverán».
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EXCLUSIVO: REVELACIONES DE LOS JOVENES QUE COMIERON CON JUAN PABLO II
Los quince chicos y chicas son huéspedes del pontífice en Castel Gandolfo
CASTEL GANDOLFO, 17 agosto (ZENIT.org).- «Estamos como en una nube», esta
es la confesión de Roger, muchacho de 26 años de Toronto, Chris, de 24 años
(Vancouver) y Alana, de 22 años, de Halifax. Cuando ayer se encontraron con
la redacción de Zenit seguían cantando, después de haber comido con Juan
Pablo II.
Habían pasado dos horas de su encuentro con el Papa en Castel Gandolfo,
quien les ha ofrecido su
hospitalidad, al igual que a otros 12 jóvenes de Sri Lanka, de Guinea
Bissau, de Polinesia y de Italia (en representación de los cinco
continentes). El Papa, que está viviendo con entusiasmo desbordante las
Jornadas Mundiales de la Juventud (15 al 20 de agosto), ayer les invitó a
todos ellos a comer. Intercambiaron experiencias y cantaron con el Santo Padre.
Junto a estos tres jóvenes canadienses se encontraban Alessandro, Andrea y
Simone, los tres originarios de Pisa. «Alessandro no se presentó ante el
Papa con la mecha de color rojo que suele llevar», no hacen más que repetir
sus compañeros. «¡Qué pena!», protestan sus coetáneos canadienses,
mostrando la foto de grupo. Aseguran que con las mechas de color rojo de
Alessandro la foto hubiera quedado mucho mejor. A pesar de que no hablan el
mismo idioma y de que se conocieron el lunes por la noche, estos italianos
y canadienses parecen amigos de toda la vida. Se han encontrado viviendo
juntos en la residencia papal de Castel Gandolfo.
En medio de un ambiente de entusiasmo algo delirante han querido ofrecer
sus confidencias a la redacción de Zenit en una entrevista realmente
espontánea y desorganizada. Menos mal que Alana Cormier, de abuelos
franceses, la chica buena del grupo, es capaz de poner un poco de orden
entre los muchachos.
--¿Qué es lo que diréis a vuestros amigos tras este encuentro con Juan
Pablo II?
«El que mejor puede responder es Roger», afirma Alana, mientras Chris se
ríe al ver la cara de interrogante de su compañero. «Es un hombre
verdaderamente normal que hace todo de manera muy especial. ¡Es muy
humano!», responde Roger Gudino, quien para ese momento ya ha recuperado su
picaresca sonrisa heredada sin duda de sus orígenes italianos. «El mundo
tiene la suerte de tener a uno como él», añade Chris Radziminski, quien ya
se encuentra trabajando en la preparación de las próximas Jornadas
Mundiales de la Juventud, que deberían tener lugar en Canadá. Recuerda, con
orgullo, que tiene orígenes polacos, como el Papa. Aunque la verdad puede
pasar por uno de esos típicos canadienses enormes y rubios. «Ya era un
auténtico sueño el poder venir a Roma», explica. «Otro de nuestros sueños
era el poder ver al Papa, aunque sólo fuera de lejos. ¡Pero estar con él es
una experiencia realmente única!», confirma Roger. «Y pensar que sólo hay
otras doce personas en el mundo que pueden contar esta experiencia!». «Es
increíble --continúa Chris, quien a estas alturas no hay quien le calle--.
¡Jesús nos dejó a Pedro, y con él al Papa, el líder espiritual de esta
Iglesia inmensa! Al mismo tiempo, es un ser humano, que seguía el ritmo con
las palmas cuando cantábamos durante la comida». «Es verdaderamente un
hombre sabio», insiste Roger quitándole la palabra. Alana, con sus cabellos
negros no muy largos, vuelve a moderar la situación: «Es una persona de
experiencia».
--Pero, contadnos, ¿cómo fue vuestra comida con el Papa?
«Fue poco formal», responde Alana. «Nadie nos dijo cómo teníamos que
vestirnos, ni lo que teníamos que hacer o decir; nos dieron libertad total.
Cuando el Papa llegó, nos encontrábamos ya en el comedor, en una mesa en
forma de "u", con una gran mantel blanco. El lugar del Papa estaba
reservado en el centro con un centro floral y una silla de color rojo. Al
llegar, estábamos cantando. A continuación, todos le saludamos, cada quien
como se le ocurría: alguno le dio la mano, otro hizo una reverencia, alguno
le besó el anillo. Nos acogió con gestos muy cariñosos, nos acariciaba el
rostro --dice la joven canadiense repitiendo el gesto del pontífice con sus
manos en su propia cara--, o nos daba unas palmadas en la espalda. Después
nos sentamos para comer. Los lugares habían sido distribuidos
anteriormente por el secretario del Papa, monseñor Stanislaw Dziwisz, con
el objetivo de que hubiera una buena repartición por idiomas. Monseñor
Stanislaw se puso a un lado de la mesa. El Papa bendijo la mesa y nos
invitó a sentarnos, ¡en francés!», dice alzando el cuello Alana, que
procede de Quebec».
«Es increíble cómo el Papa puede pasar de un idioma a otro sin dificultad,
de repente, como si fuera lo más fácil del mundo», interrumpe Chris, quien
produce un chasquido con sus dedos, moviendo su cabeza rubia y abriendo de
par en par sus ojos azules, con una alegría comunicativa. Se ve que tienen
ganas de contar lo que acaban de vivir.
--Y durante la comida, ¿qué hicisteis?
«El Papa se fijo mucho en nosotros y habló bastante con todos. Nos
presentamos personalmente, para que supiera cuáles eran nuestros países de
origen. A veces, el Santo Padre me hizo alguna pregunta que puso a prueba
mi polaco», añade Chris, quien destaca particularmente el buen humor de
monseñor Stanislaw. Chris ha estudiado Ingeniería civil; mientras que Roger
ha hecho filosofía y literatura inglesa; Alana es médico.
«Desde un primer momento el Papa nos pidió que cantáramos --explica
Alana--. Maurissa, de Sri Lanka, que estaba a la izquierda del Papa, había
traído la guitarra. Carlos de Guinea Bissau, marcó el ritmo. Cantamos el
Ave María de Lourdes. Y todos repitieron el refrán con nosotros. Todo el
comedor resonaba. El Papa acompañó los cantos siguiendo el ritmo dando
palmadas sobre la mesa. A veces no sabíamos la letra, entonces seguíamos el
ritmo con las palmas. No nos sabíamos las canciones africanas».
--Con tanto jaleo, ¿comisteis algo? ¿Cuál era el menú?
--«¿Crees que uno puede darse cuenta de lo que está comiendo en un momento
así? Me acuerdo que la comida era muy buena, pero no sabría decir qué era.
Se trataba de una comida italiana familiar, sencilla: pasta, un plato de
carne, postre: pastel y fruta. Para acompañar, agua o vino blanco»,
responde Alana. En la foto que me enseñan se pueden ver también palitos de
pan. En este aspecto culinario, era inútil tratar de hacerles despertar más
recuerdos, pues realmente estaban despistados.
--Y vosotros, ¿le ofrecisteis algo al Papa?
«Sí», responde inmediatamente Alana, quien le entregó un libro de fotos de
su región, Nueva Escocia, un separador de páginas de libro, y un CD grabado
por su diócesis. Los jóvenes de Canadá le regalaron también una camiseta de
hockey, con el nombre en las espaldas Juan Pablo y el número 2, pero, claro
está, con números romanos. Fue una idea de Roger. ¿Por qué? «Por que me
encanta el hockey», responde levantando sencillamente los hombros, como
dejando claro que no hace falta romperse la cabeza cuando se trata de
ofrecer un regalo. El Papa tomó la camiseta y les dijo: «¡Hace sesenta años
yo también jugaba a hockey!».
Los jóvenes de Polinesia, que venían con trajes coloridos y con flores, le
entregaron tres collares, que inmediatamente se puso en el cuello. «¡Y no
quiso quitárselos», añade Chris. Los de Sri Lanka le ofrecieron una bandera
de su país y té. Los italianos le ofrecieron también su bandera y una
camiseta con el nombre de su ciudad: «¡PISA!» y el de los tres muchachos.
«Por su parte, el Papa nos regaló la medalla conmemorativa de la XV Jornada
Mundial de la Juventud y cuatro rosarios a cada uno, para nuestras
familias», explican con un tono como si fuera una cantidad enorme.
--¿Qué es lo que han dicho vuestras familias al saber que sois huéspedes
del Papa?
Los tres se codean para que uno de ellos comience. Los padres de Roger le
dijeron antes de la comida que le pidiera al Santo Padre rezar por la
familia. Su hermano mayor, que es católico, le hizo la misma petición.
Alana confió al Papa las intenciones de su parroquia, de su diócesis y le
pidió que bendijera algunas medallas. Su madre estaba en el encuentro de
Halifax, en 1984, cuando Juan Pablo II visitó Canadá. Chris recibió el
encargo de su padre de decirle al Papa que se había encontrado con el
cardenal difunto de Polonia, Wyszynski, en 1969, en Roma.
Los huéspedes de Castel Gandolfo
Los quince jóvenes comparten un apartamento de tres habitaciones: las seis
chicas duermen en una habitación, y los nueve chicos, en las otras dos. Se
sorprenden al constatar que son capaces de entenderse, a pesar de que no
hablan el mismo idioma, y de que el ambiente es muy bueno. «¡Hay una
atmósfera increíble!». Les encanta cantar. En la mañana desayunan en el
jardín. Les preparan una mesa bajo un árbol secular. Pueden disfrutar de
auténtico yogur de granja.
El martes, fueron acogidos por la parroquia de Castel Gandolfo: los de Pisa
leyeron las lecturas de la fiesta de la Asunción. «Este Papa, que tiene
ochenta años, que ha cambiado el mundo --dice Chris con el mismo entusiasmo
del inicio, mencionando la caída de los regímenes comunistas en Europa del
Este--, ¡nos quiere!». «Es auténtico, realmente se preocupa por los demás»,
concluye por su parte Roger. Están convencidos de que muchos jóvenes
hubieran querido estar en su lugar. Y comienzan a soñar en las Jornadas
Mundiales de la Juventud que deberían tener lugar en Canadá. Para estar
seguros, tendrán que esperar al próximo 20 de agosto, cuando el pontífice
podría hacer el anuncio oficial.
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LA ODISEA DE 300 JOVENES RUSOS PARA PARTICIPAR EN EL ENCUENTRO CON EL PAPA
«Santidad, ¡ven a Moscú!», gritan
CIUDAD DEL VATICANO, 15 agosto (ZENIT.org).- Más de trescientos jóvenes
rusos se encuentran en Roma participando en las Jornadas Mundiales de la
Juventud. Doscientos han recorrido miles de kilómetros en autobús,
procedentes de todos los rincones de ese inmenso país, de Novosibirsk en
Siberia, de los Urales, de San Petersburgo y de la región del Volga.
Además, unos cien chicos y chicas de Kaliningrado, enclave ruso que se
encuentra entre los Países Bálticos y Polonia, se han unido a los grupos
polacos que han salido desde Varsovia.
En 1991, en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Czestochowa, miles de
rusos aparecieron a última hora en el encuentro con el Papa. Polonia se
encontraba cerca y no se requería visa para cruzar las fronteras. «En
aquella época todavía existía la Unión Soviética, que se derrumbaría pocos
meses después, mientras que en Polonia la democracia ya se había instalado
desde 1989 --explica monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo católico de
Moscú--. Muchos jóvenes no creyentes llegaron animados por una ingenua
curiosidad y por el deseo de descubrir la fe».
Ahora, la situación ha cambiado radicalmente y el viaje a Roma ha sido tan
complicado que sólo los muchachos más motivados y con una clara identidad
cristiana se han atrevido a emprender. Para empezar, es un viaje que cuesta
muy caro (en 1991 se podía ir en tren con un puñado de rublos desde Mosca
hasta Varsovia; hoy hacen falta centenares de dólares para ir a Italia).
De hecho, muchos han podido venir gracias a la ayuda que les ha ofrecido la
Conferencia Episcopal de la Federación Rusa. A esto, se le añade la
complicación, sobre todo para muchos chicos y chicas de provincia, de poder
recibir una visa para todos los países que atraviesan en la frontera.
Hoy, en el primer encuentro con Juan Pablo II, gritaron: «Santidad, ¡ven a
Moscú!».
«Sin embargo, la tercera Roma, no nos escucha», añade monseñor
Kondrusiewicz, refiriéndose al patriarcado ortodoxo de Moscú
--históricamente denominado «tercera Roma»-- que sigue oponiéndose a la
visita del pontífice al país.
De hecho, al inaugurar el Concilio de la Iglesia ortodoxa rusa --en el que
se aprobó la canonización del último zar de Rusia, Nicolás II--, el
patriarca Alejo II invitó a los 130 obispos presentes a colaborar con los
fieles de las demás confesiones cristianas, pero al mismo tiempo denunció
«el expansionismo de los católicos» en los territorios de tradición ortodoxa..
En los próximos días, el Concilio ortodoxo ruso debería aprobar un texto
sobre la doctrina social, una novedad absoluta para la Iglesia rusa. La
comisión preparatoria ha estudiado las encíclicas sociales de los Papas,
confirma monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, quien a petición del patriarcado
ortodoxo le entregó una amplia documentación. «La intención es buena,
esperamos ver los resultados», concluye el arzobispo católico.
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DE ROMA A ROMA: HISTORIA DE LAS JORNADAS MUNDIALES DE LA JUVENTUD
Los momentos privilegiados de Juan Pablo II para encontrarse con los jóvenes
CIUDAD DEL VATICANO, 15 agosto (ZENIT.org).- De Roma a Roma. Esta es la
historia de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que comenzaron
precisamente hace dieciséis años en la Ciudad Eterna y que en ella se
celebran por segunda vez.
Surgidas por intuición de Juan Pablo II, las Jornadas Mundiales de la
Juventud han sido el momento privilegiado de encuentro del Papa con los
jóvenes. Fueron preparadas por dos grandes acontecimientos internacionales:
el primero tuvo lugar en 1984, durante el año santo de la Redención; y el
segundo, al año siguiente, cuando las Naciones Unidas celebraron el Año
Internacional de los Jóvenes.
Esa celebración se convirtió en la excusa que le llevó a Juan Pablo II a
instituir estos encuentros con los chicos y chicas de todo el mundo que se
celebran a nivel diocesano o internacional en años alternos.
Después de Roma, la Jornada Mundial de la Juventud se celebró en 1987 en
Buenos Aires. El lema del encuentro fue «Nosotros hemos reconocido y creído
en el amor de Dios por nosotros». Juan Pablo II invitó a los jóvenes a
comprender el sentido de su propia existencia a la luz de Cristo.
La tercera etapa tuvo lugar en Santiago de Compostela, en 1989. Los jóvenes
siguieron las huellas de los antiguos peregrinos del Camino de Santiago,
que constituyen el origen de Europa como comunidad. Allí, en lo que los
antiguos consideraban el «Finisterre» (final de la tierra), el Papa invitó
a los chicos y chicas a ser evangelizadores como Santiago: «No tengáis
miedo: esta es la libertad con que Cristo nos ha liberado», les exhortó.
Después de la caída del Muro de Berlín, la cita tuvo lugar en Czestochowa,
en 1991, donde por primera vez pudieron participar más de 100 mil jóvenes
de los países del Este, muchachos y muchachas que habían sufrido la
persecución de la fe bajo los regímenes totalitarios comunistas. A los pies
de la Virgen Negra de Jasna Gora, Juan Pablo II les invitó a todos, a los
del Este a los de Occidente, a ser constructores de la civilización del
amor, cuyo «gran programa» se encuentra en la doctrina social de la Iglesia.
A los pies de las Montañas Rocosas de Denver tuvo lugar la Jornada Mundial
de la Juventud de 1993. Llevaba por mensaje un pasaje tomado del Evangelio
de san Juan: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
Se convirtió en una especie de desafío para la sociedad postmoderna de las
grandes metrópolis, de los rascacielos y del "business". Fue allí cuando el
Papa dijo: «No tengáis miedo de salir a las calles, a los lugares públicos,
como los primeros apóstoles, que predicaron a Cristo y la Buena Nueva de la
salvación en las plazas de las ciudades, y de los pueblos. No es el momento
para avergonzarse del Evangelio. Es el tiempo para predicarlo desde los
tejados».
De América a Asia. En Manila, en Filipinas, tuvo lugar la Jornada Mundial
más concurrida. Participaron varios millones de jóvenes. Nadie pudo saber
el número exacto.
Y, por último, llegó París, en 1997, corazón de la Europa cristiana, y al
mismo tiempo frontera de la secularización y de encuentro multicultural. En
el hipódromo de Longchamps, donde se encontraba un número de jóvenes muy
superior al previsto, el Papa concentró su reflexión sobre la pregunta de
los discípulos: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis».
Ahora, le toca de nuevo el turno a Roma, pues en este año se celebra el
gran Jubileo. En su mensaje de preparación de estas Jornadas, el Papa es
claro. Dirigiéndose a los jóvenes, les dice: «No tengáis miedo de ser los
santos del tercer milenio».
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