El perdón: paquete de dos en uno.

1 Abril 2001
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Larry Yeagle

El perdón: paquete de dos en uno.

Los muchachos que asistían al campamento de verano en Ohio, se reunieron con entusiasmo alrededor del mástil, en preparación para una excursión nocturna por las laderas escarpadas de los cerros. Nuestro destino era un claro a tres kilómetros del campamento, donde podríamos dormir bajo las estrellas. Cada uno de los chicos llevaría su propio lecho portátil y una linterna. Yo dejé mi lecho portátil en el carromato con provisiones estacionado en el campamento. (Pensé que como consejero, tendría algunas ventajas.)

A escasos diez minutos de iniciada la caminata, los muchachos empezaron a quejarse del peso de los lechos portátiles. Aminoraron el paso, y algunos hasta se desplomaron y rehusaron moverse. Yo me comporté como un sargento de entrenamiento militar: -¡Levántense y muévanse! Sean hombres! ¡El lecho ése no es tan pesado! -grité. Pero mis órdenes cayeron en oídos sordos. Dado que se me había asignado cerrar la marcha, sabía que tenía que encontrar una solución.

Uno a uno, coloqué los lechos portátiles sobre mis hombros y convencí a mis ahora más aligeradas "tortugas", para que siguieran andando. Sin embargo, a medida que cargaba los lechos, uno a uno, sobre mis hombros, mi actitud cambió. Dejé mi postura de sargento militar de entrenamiento, y cambié hasta la voz, ahora de tono normal y con palabras de aliento. La carga sobre los hombros me había sensibilizado y enternecido respecto a mis pequeños desertores del camino. Mi transformación ocurrió, cuando yo mismo empecé a sentirme exhausto y con los músculos adoloridos.

Los pecadores que contemplan la belleza y perfección de la justicia de Jesús, se convencen de su propia condenación, perdición y pequeñez. Por eso se abren para recibir el perdón y el poder divinos. La calma que el Espíritu Santo imparte llena sus vidas, y ellos sienten hambre y sed de la gracia transformadora. Nunca olvidarán el peso de la carga de pecado que les trajo tanta desesperación y fatiga. La inclinación a juzgar a otros desaparecerá. Al reaccionar con misericordia frente a los que luchan contra el pecado, tendrán una actitud comprensiva y perdonadora hacia quienes les causan dolor y pérdida. Porque recuerdan cómo era el peso que ellos mismos cargaban, se apresurarán a perdonar. La gracia que ahora los llena, se derramará sobre sus compañeros de ruta.

Morir cada día al yo y resucitar a una vida espiritual nueva y plena, en pos de la cruz y del sepulcro vacío, constituye el secreto para mantener una actitud perdonadora hacia quienes transgreden contra nosotros; y es también la clave, para reconciliarnos con aquellos a quienes hemos ofendido.

El poder de Dios obrando en la vida de sus criaturas produce restauración y renovación en todas las relaciones humanas. Cuando la otra persona no está dispuesta a recibir esa renovación o rehúsa comunicarse, Dios capacita al individuo que así se lo permite, a perdonar unilateralmente. El poder de perdonar no se da naturalmente en nosotros. A la luz de la cruz y el sepulcro vacío, la infusión de la fortaleza del Espíritu Santo nos transforma, produciéndonos una actitud de paz y de perdón hacia los demás.

Annette es buena muestra de ello. Estando embarazada, rehusó someterse a un aborto, a pesar de la intensa presión de su esposo y de sus demás familiares, que la torturaban emocionalmente. Sólo su fe en Dios le ayudó a sobrevivir. Tras el nacimiento de su hijito, su esposo abandonó el hogar, y más tarde se divorció de ella, llevándose a su hijo con él. Annette procuró recuperar al niño; pero tan pronto como se enteraba de su paradero, el padre del menor se lo llevaba a otra parte. Ella no podía afrontar los gastos del asesoramiento legal que necesitaba para recuperar a su hijo. Un día me confió que ya no daba más; todo el tiempo se sentía presa del rencor y la rabia; de modo que decidió hacer algo.

-Decidí... pedirle ayuda a Dios, cada vez que me asaltara el resentimiento. Le pedí... que me ayudara a perdonar. Y Dios me

contestó, aliviando mi corazón y dándome paz sobre esto. Mi única ayuda es él; necesito que me ayude a amar y a perdonar a los que tanto nos han herido, a mí y a mi hijo. He dejado mi caso en las manos de Dios y sé que en su momento, él hará que todo sea hermoso.

Para Annette, el perdón no es una cualidad innata. Dándose cuenta de que se trata de una dádiva divina, la pide continuamente, y agradece continuamente a Dios por ayudarle a perdonar.

Dave Pelzer es otra muestra de un corazón lleno del Espíritu Santo, y del poder y el deseo de perdonar a los demás. Su madre -bebedora y toxicómana- jamás lo llamó por su nombre. Lo golpeaba severamente y hasta lo separó de su familia por largos períodos de tiempo. Muchas veces él pensó que moriría a causa de ese maltrato inhumano, pero siempre oró, rogando a Dios que le concediera vivir lo suficiente como para hacer algo bueno de su vida. Él anhelaba desesperadamente complacer a su madre y probarle que él era una persona de valor. Por fin, se casó y abandonó el hogar materno. Dave amó intensamente a su hijito, Stephen.

"Parado frente a mí, Stephen me preguntó:

-,La perdonas? ¡Digo, a tu madre! -Poniéndome de rodillas, lo tomé de los hombros, y le dije:

-Absolutamente" (A Man Named Dave [Plume, N.Y.: 2000], pág. 259). Dave continuó siendo indulgente con su madre, porque consideró que ella nunca había tenido a nadie a quien contarle sus problemas. Le dijo a Stephen que procurara nunca odiar a nadie, ni irse a dormir molesto por algo, sin antes aclararlo, hablando de la situación, en vez de permitir que ésta le agobie. Sobre todo, le recalcó que el odio siempre consume a quien lo siente y echa a perder su vida.

El perdón que Dave Pelzer extendió a su madre tampoco es natural. Dios contestó sus cientos de oraciones por fortaleza para amarla y perdonarla. El sólo extendió a su madre la dádiva del perdón que el Señor le había dado para ella. Colleen Townsend Evans señaló que "el perdón sólo puede funcionar cuando viene de Dios a nosotros y de nosotros a los demás. Si lo guardamos exclusivamente para nosotros, rehusando pasárselo a los demás, lo destruimos. Hasta recibir personalmente el perdón de Dios, no podemos realmente perdonar a los demás; pero cuando aceptamos el perdón divino, no podemos rehusamos a dárselo a los demás" (Start Loving-The Miracle of Forgiving [Garden City, N. Y.: Doubleday and Company, 1976], pág. 76).

El motivo por el que no podemos rehusamos a dárselo a los demás es que el perdón recibido nos transforma. Ahora que poseemos la mente de Cristo, podemos ser vasijas útiles, sin obstrucciones, por medio de las que Dios puede verter su gracia sanadora al mundo.

La cañería de drenaje que desvía el agua para que no se amontone en los cimientos de la casa no funciona bien. Cuando cavé un pozo para examinar el extremo de la cañería, descubrí que una excavadora utilizada para nivelar el terreno había aplastado los últimos quince pies de la tubería. Fue tal el bloqueo, que provocó un depósito de sedimentos en el resto de la cañería. Tuve que quitar la tubería aplastada, y limpiar con una manguera de alta presión la que no estaba dañada, para que el agua pudiera fluir libremente.

El perdón de Dios quita las cosas que impiden que su gracia fluya libremente hacia nosotros, y desde nosotros hacia los demás. Elimina la acumulación de hábitos dañinos y actitudes negativas de nuestros corazones, quitando el egocentrismo y permitiendo que el amor de Dios permee el corazón, para que desde allí pueda extenderse a los demás.

¿Por qué Dios procura transformarnos en vasijas abiertas? ¿Por qué el perdón que se recibe de Dios, y el perdón que se da a los demás vienen en el mismo paquete?

Porque el perdón es la avenida a su reino. La recepción del perdón y la disposición a perdonar van de la mano, porque para el mundo, nosotros somos recordativos vivientes de la persona de Jesús; y como tales, participamos en su ministerio. Jesús vino para salvar del pecado a toda la gente, y nosotros somos los instrumentos con que cuenta para demostrar y proclamar el perdón recibido y su extensión a los demás.

Jesús es el Perdonador que echó por tierra el mundo eclesiástico de sus días. Los dirigentes religiosos se habían convertido en oficiales de policía devotos, prestos a castigar a otros por la más mínima infracción a las reglas. Esto provocaba que al asistir a los servicios religiosos, la gente se sintiera presionada y amenazada. Jesús, en cambio, rondaba por las calles y los poblados, asistía a las sinagogas y visitaba a la gente en sus hogares, esparciendo dondequiera que iba, la fragancia del amor, del perdón y del poder para vivir gozosamente.

El Espíritu Santo motiva y capacita a los pecadores perdonados a hacer exactamente lo mismo. Jesús era un recordativo viviente de Dios; y nosotros, lo somos de Jesús, llevando a todas partes la misión que él comenzó.

Cuanto más tiempo pasamos con Jesús, el Perdonador, mejor podemos revelarlo. Cuando, capítulos atrás, comentábamos las bienaventuranzas, decíamos que éstas describen ..."como en una película, la vida de quienes dependen enteramente de Dios: la vida diaria de sus seguidores". Es parte del proceso de recepción de las bienaventuranzas, reconocer cada día nuestra pecaminosidad, vaciarnos diariamente de nuestro egocentrismo y nuestro orgullo, y abrirnos diariamente al caudal refrescante del perdón de Dios. Día a día, disfrutamos de la presencia y el poder de Dios. Contemplar su carácter nos transforma a su semejanza. De ahí que al amar, dar y perdonar como Jesús lo hizo, nos convirtamos en recordatorios vivientes de su persona.

Estoy totalmente convencido de que el perdón a los demás no nace naturalmente en el corazón humano. "En verdad -tal como Henri J. M. Nouwen escribiera- algo tiene que suceder que yo no pueda generar por mí mismo. Yo no puedo renacer desde abajo; o sea, a partir de mis propias fuerzas, con mi propia mente o mi propia percepción psicológica. Sólo puedo recibir sanidad desde arriba, desde donde Dios se extiende hacia mí. Lo que es imposible para mí, es posible para Dios. Con Dios todo es posible (The Return of the Prodigal Son, pág. 76).

El informe de Desmond Tutu acerca de la obra de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Africa del Sur cuenta de docenas de casos en los que las víctimas perdonaron a sus perpetradores, los crímenes que éstos habían cometido contra ellas. Una de estas víctimas, el Sr. Neville Clarence, perdió la vista como resultado de la explosión de una bomba dejada en un auto. Al asistir a la audiencia de la amnistía, este hombre tuvo la oportunidad de hablar con el Sr. Ismail, uno de los perpetradores de aquel delito; pero al hacerlo, le dijo:

-No guardo en absoluto rencor alguno. Nunca lo tuve y nunca lo tendré contra los autores de aquel atentado" (No Future Without Forgiveness, pág. 154). Dicho esto, le tendió la mano al Sr. Ismail y le expresó su perdón. Cuando se estrecharon las manos, parecía que no podían soltarse. La fotografía de aquel apretón de manos en los titulares de los periódicos y de todas las pantallas televisivas

dieron testimonio de la dádiva del perdón de Dios.

Creo y sostengo que sólo el perdón de Dios nos transforma, motiva y habilita para que a nuestra vez podamos perdonar a otros. No lo hacemos siguiendo los bien delineados pasos psicológicos de los libros de ayuda personal en boga. Cuando el Espíritu Santo acompaña a la dádiva del perdón, perdonar a los demás forma parte del acto mismo divino.

Muchos autores y predicadores ven cierto aspecto condicional en la parte del Padrenuestro que dice: "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mat. 6:12). Yo la veo, más bien, como una oración que pide por ambas cosas: por el perdón y por la disposición a perdonar; porque no se puede tener lo uno sin tener lo otro. Vienen juntos en el mismo paquete.

Elena G. de White escribió: "No somos perdonados porque perdonamos, sino como perdonamos. La base de todo el perdón se encuentra en el amor inmerecido de Dios; pero por nuestra actitud hacia otros mostramos si hemos hecho nuestro ese amor" (Palabras de vida del Gran Maestro, págs. 196, 197).

Cuando hacemos nuestro el amor de Dios, este amor inunda nuestra vida con la disposición a perdonar. Es impensable considerar que nuestra vida pueda estar llena de las gracias de Dios, sin que tengamos el más mínimo deseo ni habilidad de perdonar a los demás.

Elena G. de White recalcó este concepto cuando escribió lo siguiente: "Nada puede justificar un espíritu no perdonador. El que no es misericordioso hacia otros, muestra que él mismo no es participante de la gracia perdonadora de Dios. En el perdón de Dios el corazón del que yerra se acerca al gran corazón de amor infinito. La corriente de compasión divina fluye al alma del pecador, y de él hacia las almas de los demás. La ternura y la misericordia que Cristo ha revelado en su propia vida preciosa se verán en los que llegan a ser participantes de su gracia" (Id., pág. 196).

Jesús contó una parábola acerca de un hombre al que cierto rey le había perdonado una enorme deuda. (Mat. 18:21-35). Tiempo después de ese incidente con el rey, este mismo hombre tomó por el cuello a alguien que le debía mucho menos dinero y, a pesar de sus ruegos por misericordia, lo hizo encarcelar hasta que le pagara todo.

Esta parábola es una muestra más de que la recepción del perdón de Dios debe siempre abarcar la disposición y fortaleza para perdonar a los demás. Un análisis más detallado de esta historia nos permite ver que su protagonista no había reconocido la enormidad de su deuda ni su incapacidad para pagarla. Por el contrario, le había dicho al rey que, si le daba algún tiempo, él podría pagarle. Este hombre carecía por completo de la actitud de un "pobre en espíritu".

Una lectura superficial de esta parábola hace que algunos enseñen que Dios se retracta del perdón otorgado. Elena G. de White descarta esa idea: "Es verdad que él puede haber recibido perdón una vez; pero su espíritu falto de misericordia muestra que ahora rechaza el amor perdonador de Dios. Se ha separado de Dios, y está en la misma condición en que se hallaba antes de ser perdonado. Ha negado su arrepentimiento, y sus pecados están sobre él como si no se hubiera arrepentido" (Id., pág. 196). Por interesantes que puedan ser estos pensamientos, la lección clave de la parábola permanece: el perdón y la disposición a perdonar vienen en el mismo paquete.



Beneficios del paquete de dos en uno

Credibilidad

El cuerpo de Cristo -la iglesia- ha recibido una misión por parte de Jesús. Esa misión nos insta a esparcir la buenas nuevas de la vida eterna por toda la tierra. Lo esencial de esta misión es el emocionante anuncio de que Jesús vino para salvarnos de nuestros pecados. La cruz y el sepulcro vacío hacen del perdón, la reconciliación y la nueva vida en Cristo una realidad. De este modo, le decimos al mundo que el perdón de Dios fluye hacia todos y que abrir la vida a ese perdón asegura la vida eterna.

El perdón de Dios, con su virtud acompañante -la disposición y capacidad de perdonar a los demás- crea una comunidad creíble. La iglesia es como un teatro donde se representa el perdón para que todos lo puedan ver.

Las autoridades habían arrestado a Pedro y a Juan, y los habían hecho comparecer en su presencia por haber proclamado la resurrección de Jesús. Cuando al día siguiente les preguntaron con qué potestad o en nombre de quién habían ellos hablado y sanado, Pedro señaló a Jesucristo, crucificado y resucitado, como única fuente de sanidad y vida eterna (Hech. 4:10).

Sus palabras impresionaron grandemente a los dirigentes.

Dice la Escritura que "viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús" (Hech. 4:13). Su mensaje coincidía con sus vidas. Eran coherentes, y por ello, creíbles.

La iglesia apostólica floreció y fructificó en gran manera, porque habían dejado de lado sus diferencias y divisiones personales. Sus integrantes hablaban con autoridad porque sus vidas demostraban su unidad. Esto fue en sí una respuesta a la oración de Jesús por ellos, según se registra en el capítulo 17 del Evangelio según San Juan. En ella, Jesús había pedido al Padre que nos guardara para que fuéramos uno, así como él lo era con su Padre; perfectos en unidad, para que el mundo pudiera conocerle y creer en él (véase Juan 17:11, 20, 21). Esta es aún una oración eficaz que hará de la comunidad de los perdonados y perdonadores un testigo difícil de refutar.

Libertad para crecer

El rencor y el resentimiento guardados en el alma son los férreos barrotes de su propia cárcel. Esa misma que impide, a quien vive en ella, disfrutar de los rayos del sol y del aire fresco en la cima de la montaña. Cuando uno experimenta el perdón de Dios, esos férreos barrotes de disuelven; y uno es libre de participar de la gracia de Dios, que promueve el crecimiento espiritual.

Un pastor me contó su propia experiencia de perdonar a una tía suya, que se había convertido en una "espina" en su carne. Durante mucho tiempo, dejó que lo invadiera el resentimiento, pero un día fue y le pidió perdón por sus sentimientos negativos hacia ella. Ella lo perdonó gustosamente, y él, feliz, me dijo:

-Sentí como que un peso enorme se acababa de caer de mis hombros.

Al viajar por cierto país, noté que muchas de las mujeres ancianas estaban muy encorvadas. Los lugareños me explicaron que en su juventud, estas mujeres habían tenido que cargar a sus hermanitos a la espalda, mientras, dobladas en dos, plantaban arroz. Las largas jornadas de semejante labor las dejó encorvadas para siempre. Los métodos modernos han alterado esta costumbre, y hoy, las jóvenes del lugar se muestran erguidas y saludables.

El perdón y la disposición a perdonar levantan cargas muy pesadas. Hoy podemos pararnos erguidos y caminar resueltamente en pos de la justicia.

Buena salud

Por lo general, el guardar rencores y resentimientos conlleva enojo, y con él el hábito de "rumiar" constantemente acerca de las injurias e injusticias sufridas. Numerosas autoridades médicas asocian este tipo de enojo y reacción con problemas de salud. El Dr. Gerald G. Jampolsky escribió: "Como médico por más de cuarenta años, puedo recordar casos de gente con diversas enfermedades -desde dolor en la parte baja de la espalda, a úlceras, hipertensión arterial y hasta cáncer- que han visto disminuirse muchos de sus síntomas, por haber aprendido a perdonar. En los últimos años, me he sentido animado al ver que las investigaciones médicas demuestran una estrecha relación entre el perdón y la salud. Sabemos ahora que la falta de disposición a perdonar, o sea, el aferrarse a enojos, temores y dolor, deja una marca mensurable en nuestros cuerpos. Crea tensiones que afectan a los sistemas fisiológicos de los que dependemos para nuestra salud. Afectan la circulación de la sangre en nuestro cuerpo, y la eficiencia dé nuestro sistema inmunológico. Pone estrés en nuestro corazón, en nuestro cerebro y prácticamente en cada órgano de nuestro cuerpo. La falta de disposición a perdonar es, en efecto, un factor de salud determinante" (Forgiveness: The Greatest Healer of All [Hillsboro, Oreg.: Beyond Words Publishing, 1999], págs. XXIV, XXV).

"Las investigaciones sobre la psicofisiología del estrés humano indican que los pensamientos y sentimientos que guardamos en nuestra mente, frecuentemente se traducen en síntomas físicos o trastornos emocionales como ansiedad; depresión; agitación; escasa estima personal; dolores de cabeza, de espalda o en el cuello o en el estómago; y afecciones al sistema inmunológico, que nos predisponen a las infecciones y las alergias. Nuestros propios juicios y pensamientos implacables también pueden traducirse en respuestas de estrés que literalmente atacan nuestros propios cuerpos" (Id., pág. 57).

No es de sorprenderse que mi pastor amigo dijera que, al perdonar a su tía, sintió como que un peso enorme acaba de caérsele de los hombros. Quizás lo dijera como una metáfora, pero esto bien pudo haber significado la eliminación de un obstáculo en su camino hacia la buena salud.

Una vida familiar más feliz

El jefe de psiquiatría del hospital donde trabajé como capellán, me dijo una vez:

-Capellán, tengo uno de esos casos "imposibles" para usted. Una pareja está acabando con su matrimonio. Parece que hay diferencias de opinión de carácter religioso entre ellos, pero yo no me meto en asuntos religiosos. Tal vez usted pueda ayudarlos. Tengo la impresión de que... a usted le gusta tratar con los "incurables".

El esposo pertenecía a una religión muy exigente. El trataba de cumplir hasta con los requisitos más ínfimos que se demandaran de él, y con cada una de las sugerencias de sus consejeros, pero no se había detenido a pensar en cómo su participación en cosas no esenciales lo estaba separando de su esposa. Alarmada porque él insistía en llevar a los niños a una celebración religiosa para cuya asistencia había que cruzar medio continente, ella temía que en un tipo de incidente similar al de Jonestown, envenenaran a sus hijos; pero no se atrevía a expresarle sus temores. Por otra parte, la actitud obstinada de su esposo estaba acabando con la ternura y la intimidad en su matrimonio. Ambos se sentían profundamente heridos, y desconfiaban cada vez más de su pareja.

Cuando nos encontramos, pasamos mucho tiempo conversando sobre la vida de Jesús y su misión de salvarnos del pecado. Analizamos su capacidad de comprender a la gente y su incondicional disposición a perdonar. Ambos acordaron en dedicar tiempo para meditar en el carácter de Jesús. Yo les sugerí que oraran juntos, aun cuando tuvieran diferentes afiliaciones religiosas.

El momento crucial llegó unos 2 meses después de su primera visita. Dirigiéndose a su esposo,la señora le expresó su amor; le habló de sus esperanzas y de lo que soñaba para su hogar.Y por fin, se animó también a contarle de sus temores.El la escuchó.Cuando lo miré, noté que las lágrimas le corrían por las mejillas. Cuando ella terminó, sollozaba; y él la abrazó con ternura.Asegurándole que no pretendía herirla de ninguna manera,reconoció que se le había ido la mano en su celo religioso.Admitió ante ella que Dios no quería que él la lastimara ni que perjudicara su hogar. Después, le pidió disculpas y ella las aceptó con un fuerte abrazo.

Un año después,recibí una carta de ellos.En ella me agradecían el tiempo que les dedicara,y agradecían a Dios el hecho de que restaurara su matrimonio.

He visto muchas veces cómo la amargura y el espíritu implacable deshacen hogares y matrimonios.He visto a niños irse del hogar paterno por no hallar en él perdón ni disposición a perdonar.Y por otro lado,también he visto matrimonios y hogares al borde del abismo, salvados y restaurados por una nueva relación con Dios,el perdón y la disposición a perdonar.

A veces, los matrimonios se disuelven y una de las partes se niega a comunicarse,desdeñando todo esfuerzo por resolver las diferencias. Sin embargo,la disposición a perdonar unilateralmente trae paz a aquélla de las partes que quiere arreglar las cosas,aunque no reciba la oportunidad de hacerlo.Una mujer se divorció de su esposo a causa de los graves maltratos que recibía por parte de él.Sus hijos amargamente la instaban a que nunca lo perdonara,pero ella tenía una firme relación con Jesús.El perdón formaba parte de su patrón de vida; de modo que les dijo a sus hijos,que perdonaría a su esposo para poder ser una mejor madre y restaurar su propia integridad.El perdón sanó su corazón herido y mejoró sus relaciones con los demás.

Un hombre que asistió a un programa de apoyo que yo conducía para personas que habían perdido a un ser querido,contó al grupo su secreto para un matrimonio feliz.Dijo que cada noche,él y su esposa repasaban los eventos del día;y se pedían disculpas uno a otro por cualquier herida que se hubieran causado.Después,oraban juntos y sinceramente se decían:"Te amo".Su relación fue gratificante y saludable gracias al perdón y a la disposición de ambos a perdonar.

Una comunidad más amplia.

Los Estados Unidos se han convertido en un lugar solitario para vivir,a causa de que la alta tecnología y la creciente movilidad han separado a la gente,en vez de unirla.Los proyectos de urbanización están creciendo vertiginosamente,empujando y excluyendo a los granjeros por falta de espacio,pero los edificios de apartamentos -aislados,por pegados que estén- disminuyen las oportunidades de establecer relaciones cercanas dentro de la comunidad.Las familias salen temprano para el trabajo o la escuela,y cierran el garaje tras de sí cuando regresan.Se sientan a mirar televisión o una película, y así "desaparecen" el resto de la noche.

James J.Lynch señaló que "el diálogo es el elixir de la vida,y la soledad crónica,un veneno letal.Al examinar las últimas tendencias en materia de salud,es cada vez más evidente que las fuerzas culturales de la nueva era -que perturban,rompen y destruyen el diálogo humano- deben verse con la misma preocupación y alarma con las que se han considerado otras plagas,enfermedades infecciosas,virus,bacterias y cánceres.Porque todos los datos recientes sobre salud sugieren que si la tendencia actual persiste,la enfermedad de la comunicación y su consecuente soledad,igualará a las enfermedades comunicables como causa primaria de muerte prematura en todas las naciones postindustriales durante el siglo XXI"(A Cry Unheard [Baltimore: Bancroft Press, 2000], pág. 1).

La ira,el resentimiento y la falta de disposición a perdonar hacen que algunos experimenten aislamiento en la comunicación,exilio y soledad.Además de cargar el corazón de estrés,estas cosas reducen su comunidad y agostan sus posibilidades de experimentar diversos tipos de intimidad esenciales para la vida plena.El corazón implacable no perdona,y por lo mismo,aleja a los demás.Por el contrario,cuando la gracia de Dios llena nuestro corazón,acerca a los demás a nosotros, porque perciben que nos interesamos genuinamente en ellos.Nos convertimos así en una presencia inspiradora y alentadora.

Permitir que la gracia de Dios fluya a través de nosotros hacia otros puede resultar emocionante y gratificante.Aunque en lo personal soy reservado por naturaleza,yo he aprendido a abrirme a la gente que encuentro en mi camino,y a menudo hasta me salgo de él para encontrarlos.Asistentes,meseros y meseras en los restaurantes, casuales ocupantes de los bancos del parque,viajeros que esperan sus vuelos,y hasta operadores de teléfono de larga distancia pueden engrosar mi comunidad.Me he hecho de amigos hasta en la "sección para hombres" de la tienda Wal-Mart.(Ahí,en los bancos donde los hombres esperan que sus esposas terminen de comprar).Y asisto a subastas donde me sorprendo de la cantidad de información personal que la gente comparte conmigo,mientras manoseamos y revisamos los cachivaches a la venta.Suelo ver la misma gente en cada subasta,de modo que se ha convertido en una especie de reunión.

En este proceso he descubierto que el estar en paz con Dios me ayuda a compartirla con el mundo a mi alrededor.Eso es precisamente lo que Jesús hacía.Iba a los lugares tranquilos -donde podía recogerse en íntima y profunda comunión con su Padrepero de allí volvía a los caminos y poblados,para darse a los demás.

Una mejor vida de oración.

Puede que haya notado que cuando ve a alguien que le ha ofendido, si no le ha perdonado,procura evitarle.La falta de perdón y de disposición a perdonar puede en verdad cerrar toda posibilidad de comunicación.Y esto,ciertamente,también es verdad en nuestra comunicación con Dios.Por otro lado,cuando todo anda bien con Dios y con nuestras relaciones humanas,orar se convierte en algo más que la repetición de oraciones aprendidas en la infancia.

Para el pecador perdonado,la oración es una experiencia de transparencia,que no le esconde nada a Dios.No tiene necesidad de calcular cuidadosamente lo que va a decirle,como tampoco de buscar efectos especiales.Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo.Es un encuentro informal,sin ensayos,en el que uno sabe que ha hablado con Alguien que lo ha escuchado.

Los pecadores perdonados,vaciados hasta el último vestigio de su yo, extienden sus manos abiertas a los demás.Así,Dios llena esas manos abiertas con bendiciones que ellos se aprestan a llevar a los corazones,los hogares,las iglesias y las comunidades cercanas.

El ya desaparecido Henri J.M.Nouwen solía recalcar que la vida de oración del pecador perdonado no se limita a unos breves momentos antes de la comida o antes de acostarse.Orar es vivir.Orar es descubrirse a sí mismo,y es descubrir a Dios y a su vecino.

El perdón y la disposición a perdonar es el paquete celestial de dos en uno que no sólo ilumina el mundo en el que ahora vivimos,durante toda la eternidad celebraremos esta dádiva preciosa y estudiaremos al Redentor que lo hizo posible.
 
No necesitamos propaganda de la falsa profetisa Elena G. de White.
 

Realmente se ve que solo has fijado tu atención en la cita que este señor hace de la tal Elena.A mí me llegó por mail y lo hallé interesante,y en ningún momento pensé que me enviaban "propaganda de la falsa profetisa Elena G. de White."
Yo escudriño todo y retengo lo bueno,la buena enseñanza que pueda sacar de lo que leo.
En la iglesia donde yo asistía en Cuba,la pastora Mariía Amalia Cruz Santana tenía y leía libros de esa señora(en la iglesia bautista) y yo no me considero "ellenista"¿se dice así?.
En fin,que eres muy radical en tus comentarios,y no ves la enseñanza que pueda tener ese escrito,por sólo fijarte en esa cita que fue añadida ahí por el autor de este escrito.
Lamentable.
Un abrazo desde Miami,Luis Castaño.
 
Jesús, fue MUY RADICAL con el engaño y la religión, es un honor, ser radical como Él