Re: El milenio catolico, existe?
No se puede hacer una interpretación literal del milenio. Precisamente, el que algunos cristianos interpretaran de esta forma el apocalipsis fue una de las razones por la que tardó el apocalipsis en ser aceptado por la Iglesia como inspirado. Finalmente la aceptó pero dándole una sentido simbólico a este capítulo. En efecto, esta interpretación hecha por muchos evangelistas supone una completa separación de la primera y la segunda venida de Cristo
Dentro de los grupos de evangelistas apocalípticos radicales, en términos de contenido apenas si existe una relación digna de este nombre entre la segunda venida de Cristo, de la que se piensa que está pronta a producirse, y su primera venida en la encarnación. Por supuesto, el Hijo del hombre del que tenemos noticia histórica, Jesús, sigue siendo aquí identificado en términos rigurosamente formales con el Jesús que ha de retornar, pero objetivamente ya no hay nada que continúe estableciendo un enlace entre estos dos acontecimientos de la historia de la salvación. La primera venida "en humildad" contrasta radicalmente con la segunda venida "con gloria". En realidad, la primera es más bien observada como un deplorable "accidente de trabajo", que el retorno de Cristo al final de los tiempos se encargará de reparar haciendo intervenir en juego todos los recursos de un poder militar-celestial. Lo que por desgracia no consiguió Jesús en su primera venida mediante el amor, habrá de obtenerlo con tanta más seguridad al final de los tiempos mediante la violencia: es decir, ser reconocido por todo el planeta como el Señor de la historia. En tal caso, la redención no tendrá verdaderamente lugar sino con la segunda venida de Cristo, de la que la encarnación, el anuncio del Reino de los cielos y la muerte y la resurrección serían tan sólo una pálida primicia. Toda gravedad y transcendencia son, pues, desplazadas al final apocalíptico, lo que, sin embargo, se halla en directa contradicción con lo anunciado por Jesús y la Iglesia primitiva.
Éste es también el decisivo cortocircuito teológico de este tipo de grupos apocalípticos: en ellos, en efecto, las visiones bíblicas del fin de los tiempos son desligadas de la estructura global de la revelación. Ésta ya no es leída dentro del contexto arrojado por el núcleo de la fe cristiana, es decir, por el acontecimiento de que el Dios trino se reveló a sí mismo en Jesucristo. Este suceso histórico, que tanto los evangelios como los Hechos de los apóstoles ο las epístolas apostólicas coinciden plenamente en anunciar como el resultado del amor compasivo y redentor de Dios, pone en nuestra mano la única clave adecuada con la que entender los textos del Apocalipsis de Juan. Leyéndolos, en efecto, conforme al espíritu de este Hijo de Dios hecho carne, sus intérpretes jamás podrían ver en ellos la predicción de que, en un futuro, un Dios sanguinario caerá sobre nosotros para vengarse e imponer su derecho mediante la violencia, sino únicamente la definitiva consumacιόn de las obras de salvación terrenas de Cristo. Dicha consumación, sin embargo, no puede llevarse a efecto en un estilo radicalmente contrapuesto, porque en tal caso la primera venida de Cristo perdería todo su valor y credibilidad. E1 símbolo central de Cristo en el Apocalipsis de Juan, en efecto, está representado por el "Cordero sacrificado", con el que se significa la radical entrega de Cristo en la muerte y la resurrección. Sólo como tal "Cordero de Dios" puede Jesús abrir los sellos de la historia universal, y sólo en dicho sentido puede Jesús ser adorado como el Señor de la historia y su consumación, de ningún otro modo. La interpretación de todos los demás símbolos del Cristo del fin de los tiempos y de su triunfo absoluto sobre los poderes del mal, debe partir de este símbolo, es decir, de la cruz y la resurrección de Jesús. En la medida en que sea posible integrarlos en dicho esquema, siguen teniendo validez para nosotros hoy día
(La epístola a los Efesίos nos procura un buen ejemplo de cómo se han de interpretar las metáforas del ámbito militar en el terreno de la fe. Todas ellas son un símbolo de que la fe es también una lucha, una lucha contra los poderes del mal, los cuales, aun habiendo sido indudablemente privados de todo su poder por Cristo, continuarán pese a ello librando duros "combates en retirada" hasta tanto la historia no toque definitivamente a su fin. Éste es el sentido en que se expresa la epístola a los Efesίos (6, 12-18):
Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en los cielos. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto y manteneros firmes después de haber vencido todo. Poneos en pie, ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos.
Está claro, pues, que esta lucha de la fe contra el poder del mal en nuestro mundo sólo puede librarse con los medios exclusivos de la fe y no con los recursos del poder. Otro tanto debe decirse del fin de los tiempos y de la victoria entonces por fin manifiesta de Cristo sobre el mal