http://www.protestantedigital.com/actual/pmv.htm
PABLO MARTÍNEZ VILA
<CENTER>El mensaje de la Navidad en un mundo pagano</CENTER>
La característica esencial de nuestra sociedad desde el punto de vista religioso es el paganismo. El peligro para la Iglesia hoy ya no está tanto en el secularismo -como ha ocurrido en los últimos 50 años-, sino en un mal llamado pluralismo. Como tal, el paganismo no es un fenómeno nuevo; basta pasear por el Foro de Roma o leer la afirmación de Pablo en Atenas –“en todo percibo que sois muy religiosos” - para comprender la tendencia del ser humano a adorar a todo tipo de divinidades desde tiempos remotos.
Lo novedoso del paganismo contemporáneo es su forma de presentación: parece bueno, incluso inspirado en raíces cristianas. Los valores que proclama son la paz, el diálogo entre los hombres y la tolerancia. ¿No son acaso estos los valores que Cristo encarnó y, por tanto, inherentes a la ética cristiana? Esta apariencia cristiana y sus énfasis en un mundo mejor, sin violencia ni discriminación, lo convierten en una espiritualidad tan atractiva que se está introduciendo en las iglesias evangélicas como “una forma moderna de ser cristiano”.
¿Dónde está, entonces el problema? En esencia, es uno: se pretende hacer un hombre mejor a partir del hombre mismo. Algunos incluso proclaman sin rubor que se puede ser religioso prescindiendo de Dios. Son creyentes ateos, curiosa forma de describirse a sí mismos. ¿En qué creen? En una sociedad mejor y en la gran capacidad del hombre para hacer esta sociedad nueva. Estas nuevas formas de fe destilan, por tanto, un humanismo a ultranza. No importa cuál es tu Dios si la ética que te inspira contiene estos valores imprescindibles para hacer una sociedad mejor. Por ello promueven el diálogo entre todas las creencias y el desarrollo de este “ser espiritual” que todos llevamos dentro.
Ante este planteamiento “moderno” de la fe, surge la pregunta inevitable: ¿dónde queda Dios? ¿Puede el hombre regenerar al hombre sólo con el hombre? El fracaso histórico del marxismo es posiblemente la evidencia más reciente de esta utopía. En este contexto histórico las iglesias evangélicas tienen el deber y el privilegio de proclamar el mensaje de Cristo. Los creyentes debemos retener y, cuando haga falta, recuperar, la centralidad del mensaje de la cruz. Es, en realidad, el mensaje de la verdadera Navidad, tan sencillo que lo puede comprender un niño, pero tan profundo que deja anonadado al más sabio. El mensaje de la Navidad está centrado en el Hombre por excelencia, Cristo, y en el significado de su nacimiento.
Cristo nace en Belén para darnos cuatro grandes beneficios que se corresponden con las necesidades vitales del ser humano. Estas cuatro bendiciones las encontramos descritas en el cántico de Zacarías (Lucas 1: 67-80):
-Salvación. “Y tú, niño, profeta del Altísimo, serás llamado....para conocimiento de salvación a su pueblo”. La salvación es el eje alrededor del cual gira toda la vida de Jesús. En realidad el nombre Jesús significa Salvador. La salvación de Cristo no tiene un sentido social- la liberación política del yugo romano-, ni siquiera emocional, la capacidad para ser feliz en esta vida. Es mucho más profunda: implica la reconciliación con Dios y, en consecuencia, el destino eterno. Para Jesús la salvación no consistía en erradicar los grandes males sociales de su época –pobreza, hambre, discriminación, violencia etc., ni tampoco en aliviar problemas personales. Todo ello va implícito en el mensaje del Evangelio, pero es la consecuencia de la fe, nunca su razón de ser ni su propósito. La salvación de Jesús es un fenómeno personal y moral con implicaciones sociales y emocionales, pero no a la inversa.
-Perdón. “....para perdón de sus pecados”. En este segundo beneficio se nos explica más en qué consiste la salvación. Cristo salva a su pueblo de sus pecados. Para ello debe haber confesión de pecados. Esta es una de las grandes necesidades de nuestra sociedad afecta de una anestesia moral de trágicas consecuencias. Los conceptos de culpa y pecado hoy han quedado obsoletos. Nada es pecado, todo depende de la sinceridad y la intención con que se realiza un acto. La cauterización de la conciencia de nuestros contemporáneos les impide ver la profundidad del pecado en que viven, pero su miopía no los libra de responsabilidad ante Dios. Aunque no lo sientan, necesitan perdón y salvación. Y nosotros, los creyentes, no deberíamos contagiarnos de la “forma de ser de este siglo”. Preocupan los signos evidentes de “gracia barata” en algunos creyentes; la gracia barata les hace llamar bueno a lo que es malo, justificar el pecado con argumentos injustificables
- Luz. “Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte”. El conocimiento de salvación –conocer a Jesús- implica experimentar la luz de Jesús. Es el tercer gran beneficio de la Navidad. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”. Al salvarnos, Jesús trae no sólo salvación del pecado –perdón-, sino también luz. La luz de Cristo nos hace entender nuestra pobreza moral y nos abre una ventana nueva a la vida. Es una ventana que contempla un paisaje con esperanza, un paisaje donde mi vida y la Historia tienen un sentido. En la perspectiva cristiana de la vida nada ocurre por azar, todo tiene un propósito. Los hombres hoy buscan la luz en focos artificiales que deslumbran, pero no alumbran. Por ello necesitamos proclamar, como el salmista, “porque contigo está el manantial de la vida, en tu luz veremos la luz”.
-Paz. “Para encaminar nuestros pies por camino de paz”. El perdón siempre tiene un propósito obvio: la paz. Es la última consecuencia de la salvación y resultado de todo lo anterior. También aquí el sentido de la paz de Cristo es, ante todo, moral. Como consecuencia del perdón, se restaura nuestra relación con Dios y, por ello, estamos en paz con Él. Pero también tiene implicaciones sociales y personales. Cuando uno está en paz con Dios no puede odiar a su prójimo. La reconciliación entre los hombres es resultado natural de la reconciliación con Dios. Al caer los muros que nos separan de Dios, deben caer también los muros que nos separan de otros hombres. El Evangelio debe ser un poderoso instrumento de pacificación en las familias, en las relaciones personales y entre los pueblos.
Este es el verdadero mensaje de la Navidad: Cristo nace para morir en una cruz y traernos perdón, luz y paz. Sobre esta base sí podemos construir un mundo mejor. Este es el mensaje que como Alianza Evangélica Española proclamamos con vigor y con esperanza para este Año Nuevo.
Pablo Martínez Vila es Presidente de la Alianza Evangélica Española, y médico psiquiatra
© P. Mnez. Vila, ProtestanteDigital.com, 2003, España
http://www.protestantedigital.com
PABLO MARTÍNEZ VILA
<CENTER>El mensaje de la Navidad en un mundo pagano</CENTER>
La característica esencial de nuestra sociedad desde el punto de vista religioso es el paganismo. El peligro para la Iglesia hoy ya no está tanto en el secularismo -como ha ocurrido en los últimos 50 años-, sino en un mal llamado pluralismo. Como tal, el paganismo no es un fenómeno nuevo; basta pasear por el Foro de Roma o leer la afirmación de Pablo en Atenas –“en todo percibo que sois muy religiosos” - para comprender la tendencia del ser humano a adorar a todo tipo de divinidades desde tiempos remotos.
Lo novedoso del paganismo contemporáneo es su forma de presentación: parece bueno, incluso inspirado en raíces cristianas. Los valores que proclama son la paz, el diálogo entre los hombres y la tolerancia. ¿No son acaso estos los valores que Cristo encarnó y, por tanto, inherentes a la ética cristiana? Esta apariencia cristiana y sus énfasis en un mundo mejor, sin violencia ni discriminación, lo convierten en una espiritualidad tan atractiva que se está introduciendo en las iglesias evangélicas como “una forma moderna de ser cristiano”.
¿Dónde está, entonces el problema? En esencia, es uno: se pretende hacer un hombre mejor a partir del hombre mismo. Algunos incluso proclaman sin rubor que se puede ser religioso prescindiendo de Dios. Son creyentes ateos, curiosa forma de describirse a sí mismos. ¿En qué creen? En una sociedad mejor y en la gran capacidad del hombre para hacer esta sociedad nueva. Estas nuevas formas de fe destilan, por tanto, un humanismo a ultranza. No importa cuál es tu Dios si la ética que te inspira contiene estos valores imprescindibles para hacer una sociedad mejor. Por ello promueven el diálogo entre todas las creencias y el desarrollo de este “ser espiritual” que todos llevamos dentro.
Ante este planteamiento “moderno” de la fe, surge la pregunta inevitable: ¿dónde queda Dios? ¿Puede el hombre regenerar al hombre sólo con el hombre? El fracaso histórico del marxismo es posiblemente la evidencia más reciente de esta utopía. En este contexto histórico las iglesias evangélicas tienen el deber y el privilegio de proclamar el mensaje de Cristo. Los creyentes debemos retener y, cuando haga falta, recuperar, la centralidad del mensaje de la cruz. Es, en realidad, el mensaje de la verdadera Navidad, tan sencillo que lo puede comprender un niño, pero tan profundo que deja anonadado al más sabio. El mensaje de la Navidad está centrado en el Hombre por excelencia, Cristo, y en el significado de su nacimiento.
Cristo nace en Belén para darnos cuatro grandes beneficios que se corresponden con las necesidades vitales del ser humano. Estas cuatro bendiciones las encontramos descritas en el cántico de Zacarías (Lucas 1: 67-80):
-Salvación. “Y tú, niño, profeta del Altísimo, serás llamado....para conocimiento de salvación a su pueblo”. La salvación es el eje alrededor del cual gira toda la vida de Jesús. En realidad el nombre Jesús significa Salvador. La salvación de Cristo no tiene un sentido social- la liberación política del yugo romano-, ni siquiera emocional, la capacidad para ser feliz en esta vida. Es mucho más profunda: implica la reconciliación con Dios y, en consecuencia, el destino eterno. Para Jesús la salvación no consistía en erradicar los grandes males sociales de su época –pobreza, hambre, discriminación, violencia etc., ni tampoco en aliviar problemas personales. Todo ello va implícito en el mensaje del Evangelio, pero es la consecuencia de la fe, nunca su razón de ser ni su propósito. La salvación de Jesús es un fenómeno personal y moral con implicaciones sociales y emocionales, pero no a la inversa.
-Perdón. “....para perdón de sus pecados”. En este segundo beneficio se nos explica más en qué consiste la salvación. Cristo salva a su pueblo de sus pecados. Para ello debe haber confesión de pecados. Esta es una de las grandes necesidades de nuestra sociedad afecta de una anestesia moral de trágicas consecuencias. Los conceptos de culpa y pecado hoy han quedado obsoletos. Nada es pecado, todo depende de la sinceridad y la intención con que se realiza un acto. La cauterización de la conciencia de nuestros contemporáneos les impide ver la profundidad del pecado en que viven, pero su miopía no los libra de responsabilidad ante Dios. Aunque no lo sientan, necesitan perdón y salvación. Y nosotros, los creyentes, no deberíamos contagiarnos de la “forma de ser de este siglo”. Preocupan los signos evidentes de “gracia barata” en algunos creyentes; la gracia barata les hace llamar bueno a lo que es malo, justificar el pecado con argumentos injustificables
- Luz. “Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte”. El conocimiento de salvación –conocer a Jesús- implica experimentar la luz de Jesús. Es el tercer gran beneficio de la Navidad. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”. Al salvarnos, Jesús trae no sólo salvación del pecado –perdón-, sino también luz. La luz de Cristo nos hace entender nuestra pobreza moral y nos abre una ventana nueva a la vida. Es una ventana que contempla un paisaje con esperanza, un paisaje donde mi vida y la Historia tienen un sentido. En la perspectiva cristiana de la vida nada ocurre por azar, todo tiene un propósito. Los hombres hoy buscan la luz en focos artificiales que deslumbran, pero no alumbran. Por ello necesitamos proclamar, como el salmista, “porque contigo está el manantial de la vida, en tu luz veremos la luz”.
-Paz. “Para encaminar nuestros pies por camino de paz”. El perdón siempre tiene un propósito obvio: la paz. Es la última consecuencia de la salvación y resultado de todo lo anterior. También aquí el sentido de la paz de Cristo es, ante todo, moral. Como consecuencia del perdón, se restaura nuestra relación con Dios y, por ello, estamos en paz con Él. Pero también tiene implicaciones sociales y personales. Cuando uno está en paz con Dios no puede odiar a su prójimo. La reconciliación entre los hombres es resultado natural de la reconciliación con Dios. Al caer los muros que nos separan de Dios, deben caer también los muros que nos separan de otros hombres. El Evangelio debe ser un poderoso instrumento de pacificación en las familias, en las relaciones personales y entre los pueblos.
Este es el verdadero mensaje de la Navidad: Cristo nace para morir en una cruz y traernos perdón, luz y paz. Sobre esta base sí podemos construir un mundo mejor. Este es el mensaje que como Alianza Evangélica Española proclamamos con vigor y con esperanza para este Año Nuevo.
Pablo Martínez Vila es Presidente de la Alianza Evangélica Española, y médico psiquiatra
© P. Mnez. Vila, ProtestanteDigital.com, 2003, España
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