http://www.muyinteresante.es/canales/muy_act/f_protagonistas.htm
PABLO
El judío de Tarso
Por César Vidal,
Historiador y escritor.
Nacido hacia el año 5 de nuestra era, Pablo de Tarso fue una de las principales figuras de los inicios del cristianismo. Tras su conversión en Damasco, dejó atrás el judaísmo de su juventud para erigirse en el primer gran difusor del mensaje de Cristo.
Calvo, cejijunto, con las piernas torcidas y la nariz ganchuda: así describe un documento del siglo II al personaje que algunos han considerado erróneamente como el fundador del cristianismo. Aunque lo llamamos Pablo, su nombre era Saúl o Saulo y había nacido en Tarso (la actual Tarsus, en Turquía), un importante centro universitario de Asia Menor, en el seno de una familia de judíos de la tribu de Benjamín que habían obtenido la ciudadanía romana. Siendo aún casi un niño, fue enviado a Jerusalén para seguir estudios teológicos con el rabino Gamaliel. Saulo pertenecía a la secta de los fariseos –que tendría gran influencia en la redacción posterior del Talmud judío– y su celo por el cumplimiento estricto de la Torah o ley de Moisés le llevó a mirar con desaprobación la consolidación de un grupo de judíos que afirmaban que Jesús era el mesías y que había resucitado. Participó en el linchamiento de Esteban, un cristiano que vivía en Jerusalén, y en el año 33 obtuvo del Sanedrín –el cuerpo gobernante religioso y político de los judíos– la misión de perseguir a los judeo-cristianos que se habían refugiado en Damasco.
Su vida cambió en Damasco
Fue en el curso del viaje a esta capital cuando Saulo sufrió una experiencia que cambiaría su vida. Llegando a la ciudad, tuvo una visión en la que Jesús le reprochaba la persecución y le anunciaba que le había escogido para ser portavoz de su mensaje.
Saulo –que nunca cayó del caballo, como decía la leyenda– llegó a Damasco, fue bautizado y poco después se encontraba en la Arabia Pétrea, actual Jordania, predicando el Evangelio a los no judíos. En el año 37 viajó a Jerusalén, donde contrastó el contenido de su predicación con el de los primeros cristianos como Pedro y comprobó que era similar. Regresó entonces a su tierra, donde predicó en medio de enormes dificultades a las que se sumó su mala salud. En el año 47, Bernabé, un miembro de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, logró convencerlo para que viajara a Antioquía y se incorporara a su iglesia. En esta importante ciudad se llamó por primera vez cristianos a los discípulos de Jesús. En el 48, Saulo y Bernabé llegaron a un acuerdo con Pedro y Santiago para dividirse el terreno de misión. Mientras los dos últimos seguirían predicando el cristianismo a los judíos, los primeros se dedicarían a expandirlo entre los gentiles.
Ese año Saulo, acompañado de Bernabé, dio inicio al primero de sus viajes misioneros. Cuando concluyó ya se hacía llamar Pablo, nombre que tomó, según algunos, de su primer converso gentil, el romano Sergio Paulo, o de su condición de ciudadano romano, según otros. En el curso del viaje, predicó en Chipre y en Galacia (Asia Menor), donde después un grupo procedente de Jerusalén visitaría a sus conversos para enseñarles que, aunque creyeran en Jesús, si no se circuncidaban y guardaban la ley de Moisés no podrían salvarse. Pablo escribió su primera epístola, la dirigida a los Gálatas, donde expone su tesis de que el ser humano no sólo era culpable ante Dios por desobedecer sus mandatos sino que, además, era incapaz de salir por sí mismo de esa situación. Para expiar los pecados del género humano, Dios se había encarnado en Jesús y había muerto en la cruz.
Lo que estaba en juego era si el cristianismo se convertiría en una religión de alcance universal o si, por el contrario, no pasaría de ser una secta judía como los fariseos o los saduceos. Pero como escribiría Pablo “ya no hay judío ni griego; esclavo ni libre; hombre ni mujer porque todos sois uno en Jesús el mesías”. El problema quedó zanjado unos meses después cuando el concilio de Jerusalén apoyó la tesis de Pablo también defendida por Pedro. Los conversos al cristianismo no estaban obligados a seguir la Torah, ya que la salvación se obtenía por la fe en el sacrificio de Jesús.
En el año 50 Pablo emprendió su segundo viaje misionero, en el que se adentró en Europa, abriendo este continente a la nueva fe. Durante dos años recorrió Macedonia y Grecia estableciendo comunidades –donde, por cierto, las mujeres tenían un papel relevante– y escribiendo una serie de cartas que lo convertirían en el primer escritor de este género de la Antigüedad con la excepción, quizá, de Cicerón.
Detención y apelación al César
En el año 57, tras un tercer viaje misionero, Pablo fue a Jerusalén con intención de entregar a la comunidad judeo-cristiana una ofrenda recogida entre sus propias iglesias. Detenido bajo la falsa acusación de haber introducido a personas no judías en el patio interior del Templo, Pablo fue entregado al gobernador romano de Cesarea. Entonces, valiéndose de su condición de ciudadano romano, apeló al César, lo que, aunque no evitó su encarcelamiento le permitió cumplir el sueño de predicar el Evangelio en la capital del Imperio, ciudad a la que Pablo llegó en la primavera del año 60 tras un accidentado viaje con naufragio incluido.
Allí permanecería dos años bajo arresto, que aprovechó para escribir las epístolas de la cautividad, antes de ser puesto en libertad. Durante los años siguientes, es posible que predicara el Evangelio en España. Lo que sí se sabe es que fue nuevamente detenido tras el incendio de Roma en julio del 64. En prisión redactó las epístolas pastorales en las que establecía directrices para las comunidades fundadas por él. Poco después, fue decapitado.
<CENTER>¿Fundador del cristianismo?</CENTER>
Pablo fue el gran difusor del cristianismo durante el siglo I
En el siglo XIX algunos teólogos de la escuela alemana de Tubinga popularizaron la opinión de que la predicación de Jesús y los primeros apóstoles era propia de una secta judía y que habría sido Pablo, un judío helenizado, quien alteró el mensaje inicial convirtiéndose en el verdadero fundador del cristianismo. La tesis aún se repite en la actualidad con cierta frecuencia, a pesar de que el examen histórico de las fuentes obliga a desecharla.
En primer lugar, Pablo, que conocía el griego como otros judíos de su época, no sólo recibió su educación teológica en Jerusalén sino que cita a menudo el Antiguo Testamento en favor de sus enseñanzas, y no las ideas de los filósofos griegos. Además, aunque más brillante que Pedro o Juan, un análisis comparativo de sus escritos muestra profundas coincidencias. Todos afirman la creencia en la salvación por la fe, en la resurrección y la divinidad de Cristo o en el cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesús. En el fondo, la explicación más plausible de las coincidencias es que todos ellos partían de la enseñanza de Jesús, y éste de un Antiguo Testamento donde ya se hablaba del mesías muerto expiatoriamente por los pecados de otros o de la justificación por la fe. Pablo no fue el fundador del cristianismo, pero sí su más brillante propagador durante el siglo I.
PARA SABER MÁS:
S. Muñoz Iglesias. Por las rutas de San Pablo. Madrid. Ed. Palabra, 1987.
C. Vidal. El judeocristianismo palestino en el siglo I. Madrid. Trotta, 2003.
PABLO
El judío de Tarso
Por César Vidal,
Historiador y escritor.
Nacido hacia el año 5 de nuestra era, Pablo de Tarso fue una de las principales figuras de los inicios del cristianismo. Tras su conversión en Damasco, dejó atrás el judaísmo de su juventud para erigirse en el primer gran difusor del mensaje de Cristo.
Calvo, cejijunto, con las piernas torcidas y la nariz ganchuda: así describe un documento del siglo II al personaje que algunos han considerado erróneamente como el fundador del cristianismo. Aunque lo llamamos Pablo, su nombre era Saúl o Saulo y había nacido en Tarso (la actual Tarsus, en Turquía), un importante centro universitario de Asia Menor, en el seno de una familia de judíos de la tribu de Benjamín que habían obtenido la ciudadanía romana. Siendo aún casi un niño, fue enviado a Jerusalén para seguir estudios teológicos con el rabino Gamaliel. Saulo pertenecía a la secta de los fariseos –que tendría gran influencia en la redacción posterior del Talmud judío– y su celo por el cumplimiento estricto de la Torah o ley de Moisés le llevó a mirar con desaprobación la consolidación de un grupo de judíos que afirmaban que Jesús era el mesías y que había resucitado. Participó en el linchamiento de Esteban, un cristiano que vivía en Jerusalén, y en el año 33 obtuvo del Sanedrín –el cuerpo gobernante religioso y político de los judíos– la misión de perseguir a los judeo-cristianos que se habían refugiado en Damasco.
Su vida cambió en Damasco
Fue en el curso del viaje a esta capital cuando Saulo sufrió una experiencia que cambiaría su vida. Llegando a la ciudad, tuvo una visión en la que Jesús le reprochaba la persecución y le anunciaba que le había escogido para ser portavoz de su mensaje.
Saulo –que nunca cayó del caballo, como decía la leyenda– llegó a Damasco, fue bautizado y poco después se encontraba en la Arabia Pétrea, actual Jordania, predicando el Evangelio a los no judíos. En el año 37 viajó a Jerusalén, donde contrastó el contenido de su predicación con el de los primeros cristianos como Pedro y comprobó que era similar. Regresó entonces a su tierra, donde predicó en medio de enormes dificultades a las que se sumó su mala salud. En el año 47, Bernabé, un miembro de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, logró convencerlo para que viajara a Antioquía y se incorporara a su iglesia. En esta importante ciudad se llamó por primera vez cristianos a los discípulos de Jesús. En el 48, Saulo y Bernabé llegaron a un acuerdo con Pedro y Santiago para dividirse el terreno de misión. Mientras los dos últimos seguirían predicando el cristianismo a los judíos, los primeros se dedicarían a expandirlo entre los gentiles.
Ese año Saulo, acompañado de Bernabé, dio inicio al primero de sus viajes misioneros. Cuando concluyó ya se hacía llamar Pablo, nombre que tomó, según algunos, de su primer converso gentil, el romano Sergio Paulo, o de su condición de ciudadano romano, según otros. En el curso del viaje, predicó en Chipre y en Galacia (Asia Menor), donde después un grupo procedente de Jerusalén visitaría a sus conversos para enseñarles que, aunque creyeran en Jesús, si no se circuncidaban y guardaban la ley de Moisés no podrían salvarse. Pablo escribió su primera epístola, la dirigida a los Gálatas, donde expone su tesis de que el ser humano no sólo era culpable ante Dios por desobedecer sus mandatos sino que, además, era incapaz de salir por sí mismo de esa situación. Para expiar los pecados del género humano, Dios se había encarnado en Jesús y había muerto en la cruz.
Lo que estaba en juego era si el cristianismo se convertiría en una religión de alcance universal o si, por el contrario, no pasaría de ser una secta judía como los fariseos o los saduceos. Pero como escribiría Pablo “ya no hay judío ni griego; esclavo ni libre; hombre ni mujer porque todos sois uno en Jesús el mesías”. El problema quedó zanjado unos meses después cuando el concilio de Jerusalén apoyó la tesis de Pablo también defendida por Pedro. Los conversos al cristianismo no estaban obligados a seguir la Torah, ya que la salvación se obtenía por la fe en el sacrificio de Jesús.
En el año 50 Pablo emprendió su segundo viaje misionero, en el que se adentró en Europa, abriendo este continente a la nueva fe. Durante dos años recorrió Macedonia y Grecia estableciendo comunidades –donde, por cierto, las mujeres tenían un papel relevante– y escribiendo una serie de cartas que lo convertirían en el primer escritor de este género de la Antigüedad con la excepción, quizá, de Cicerón.
Detención y apelación al César
En el año 57, tras un tercer viaje misionero, Pablo fue a Jerusalén con intención de entregar a la comunidad judeo-cristiana una ofrenda recogida entre sus propias iglesias. Detenido bajo la falsa acusación de haber introducido a personas no judías en el patio interior del Templo, Pablo fue entregado al gobernador romano de Cesarea. Entonces, valiéndose de su condición de ciudadano romano, apeló al César, lo que, aunque no evitó su encarcelamiento le permitió cumplir el sueño de predicar el Evangelio en la capital del Imperio, ciudad a la que Pablo llegó en la primavera del año 60 tras un accidentado viaje con naufragio incluido.
Allí permanecería dos años bajo arresto, que aprovechó para escribir las epístolas de la cautividad, antes de ser puesto en libertad. Durante los años siguientes, es posible que predicara el Evangelio en España. Lo que sí se sabe es que fue nuevamente detenido tras el incendio de Roma en julio del 64. En prisión redactó las epístolas pastorales en las que establecía directrices para las comunidades fundadas por él. Poco después, fue decapitado.
<CENTER>¿Fundador del cristianismo?</CENTER>
Pablo fue el gran difusor del cristianismo durante el siglo I
En el siglo XIX algunos teólogos de la escuela alemana de Tubinga popularizaron la opinión de que la predicación de Jesús y los primeros apóstoles era propia de una secta judía y que habría sido Pablo, un judío helenizado, quien alteró el mensaje inicial convirtiéndose en el verdadero fundador del cristianismo. La tesis aún se repite en la actualidad con cierta frecuencia, a pesar de que el examen histórico de las fuentes obliga a desecharla.
En primer lugar, Pablo, que conocía el griego como otros judíos de su época, no sólo recibió su educación teológica en Jerusalén sino que cita a menudo el Antiguo Testamento en favor de sus enseñanzas, y no las ideas de los filósofos griegos. Además, aunque más brillante que Pedro o Juan, un análisis comparativo de sus escritos muestra profundas coincidencias. Todos afirman la creencia en la salvación por la fe, en la resurrección y la divinidad de Cristo o en el cumplimiento de las profecías mesiánicas en Jesús. En el fondo, la explicación más plausible de las coincidencias es que todos ellos partían de la enseñanza de Jesús, y éste de un Antiguo Testamento donde ya se hablaba del mesías muerto expiatoriamente por los pecados de otros o de la justificación por la fe. Pablo no fue el fundador del cristianismo, pero sí su más brillante propagador durante el siglo I.
PARA SABER MÁS:
S. Muñoz Iglesias. Por las rutas de San Pablo. Madrid. Ed. Palabra, 1987.
C. Vidal. El judeocristianismo palestino en el siglo I. Madrid. Trotta, 2003.