Los vecinos de Kanunga, una pequeña población situada a 320 kilómetros al suroeste de Kampala, cerca de la frontera con la República Democrática del Congo, aportan testimonios estremecedores. Desde el pasado miércoles los fanáticos se fueron congregando en la iglesia, un edificio que era utilizado por el grupo como escuela, y realizaron diversas celebraciones, aunque parece que algunos de ellos ni siquiera sabían cual era su verdadero motivo. Comieron tres vacas asadas, bebieron setenta cajas de gaseosa, cantaron y rezaron. Afirman que muchos de ellos, siguiendo las recomendaciones de su líder, vendieron antes sus propiedades para prepararse para su último viaje y apenas hablaban porque temían violar el mandamiento de «No mentirás». Sólo unos días antes recorrieron las aldeas cercanas para despedirse de sus habitantes. El viernes, 17 de marzo, era el gran día. Se les iba a aparecer la Virgen y los iba a llevar al cielo. La locura colectiva fue imparable.
Los fanáticos, hombres y mujeres en su mayoría procedentes del sur del país, que llevaban a sus hijos con ellos, vestían togas blancas, verdes y negras. Una vez en la iglesia, cerraron las puertas con llave y tapiaron las ventanas para que nadie pudiera escapar. Luego, según las primeras investigaciones, se rociaron con gasolina... Y a partir de ese momento se desató el infierno. «Se oyeron algunos gritos, aunque no muchos», dicen los vecinos de Kanunga. Las llamas alcanzaron pronto unas dimensiones espectaculares. Nada se podía hacer por los desdichados. Todo terminó muy rápido.
Las primeras noticias aportadas por las autoridades ugandesas hablaban de unos 230 muertos. La cifra tenía una explicación, ya que ese era el número de miembros censados de la secta cuando fue registrada en 1997 como Organización No Gubernamental. Sin embargo, el grupo apocalíptico ya había sido detectado en 1990. La Policía está convencida que en los tres últimos años el número de adeptos había crecido de forma considerable y esa es la explicación por la cual hay bastantes más víctimas mortales de las que se temía en los primeros momentos.
CUARENTA Y CINCO NIÑOS
El sábado comenzaron a llegar a Kunanga los primeros equipos de forenses. Su primer trabajo será determinar el número de víctimas mortales y saber cuántos hombres, mujeres y niños hay entre ellas. Esta tarea se puede prolongar durante, al menos, una semana, aunque ayer ya se hablaba de que había, al menos, 45 niños. Poner nombre y apellidos a cada uno de los restos podría ser, simplemente, imposible. Muchas de las víctimas, según los testigos, tenían expresiones de terror
