Tema: El fruto de la amistad – Más allá de la posesión, hacia la plenitud en Cristo
“Ya no os llamaré siervos… os he llamado amigos” –
Juan 15:15
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” –
Juan 15:13
“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” –
Salmos 40:8

En un mundo que idolatra la acumulación, la eficiencia y la superficialidad, el Evangelio nos recuerda que
la plenitud no se halla en poseer más, sino en amar mejor.

Así como
El Principito comprendió que lo esencial es invisible a los ojos, y como
Momo descubrió que el tiempo tiene valor solo cuando se vive con el corazón, también nosotros, como hijos de Dios, somos llamados a invertir nuestra vida
en lo eterno: la amistad con Jesús y el amor sacrificial por los demás.

La economía del alma no se basa en logros ni riquezas, sino en la rendición total a Cristo. Como dijo el maestro Hora:
“El tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón.”
Y Jesús lo vivió plenamente, rindiéndose hasta la muerte por sus amigos.
Santiago, el protagonista de
El Alquimista, entendió que el verdadero tesoro no es lo que se obtiene, sino
quién te conviertes en el proceso de obedecer tu propósito eterno.
Santiago, el viejo pescador de Hemingway, nos muestra que
la dignidad no se encuentra en el resultado, sino en la fidelidad al llamado y en la compañía fiel.
REFLEXIÓN CRISTIANA
Cuando nos rendimos por completo a Jesús, el Espíritu Santo produce en nosotros el gozo del sacrificio. Un gozo que no nace del éxito, sino del amor que entrega su vida, como Jesús lo hizo.
Esa amistad no se basa en afinidades ni emociones pasajeras, sino en
una vida nueva, humilde y rendida a Él.

PREGUNTAS DESAFIANTES PARA LA IGLESIA:
- ¿Está nuestra comunidad dispuesta a renunciar al “éxito visible” por la fidelidad invisible al corazón de Jesús?
- ¿Nos hemos convertido en acumuladores de doctrinas y actividades, pero negligentes del verdadero fruto: la amistad viva con Cristo y el amor práctico hacia los demás?
Jesús no busca siervos productivos, sino amigos rendidos.
La fe no se mide por lo que tenemos, sino por cuánto amamos.
No caigamos en la ilusión de los hombres grises, ni en el vacío de los logros sin alma.
Hoy, volvamos al corazón del Evangelio:
La amistad con Jesús y el sacrificio por amor. Ese es el verdadero fruto.