<DIR>CREO EN UN SOLO DIOS, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e invisibles.
Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios nacido del Padre, antes de todos los siglos; luz de luz; verdadero Dios de Dios verdadero. Engendrado no hecho; consubstancial al Padre, por Quien fueron hechas todas las cosas. Quien por nosotros los hombres y para nuestra salvación, bajó de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y María Virgen, y se hizo hombre. Fue crucificado también para nosotros bajo el poder de Poncio Pilatos, padeció, fue sepultado. Resucitó al tercer día según las escrituras. Subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre. Y vendrá por segunda vez lleno de gloria a juzgar a los vivos y a los muertos y su Reino no tendrá fin.
Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado que habló por los profetas.
Y en una Iglesia Santa Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero. Amén.
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hay una diferencia en la procesión eterna del Espíritu Santo, que propiamente forma su atributo personal, y su procesión temporal sobre las criaturas o su misión en el mundo, la que no se relaciona con la hipóstasis misma del Espíritu santo, sino que forma una cosa externa, accesoria, y no se atribuye más al Espíritu Santo que al Hijo (Juan 16:28-29). Cuando la Iglesia Ortodoxa afirma que el Espíritu Santo procede del Padre sólo, aquélla se propone hablar solamente de la procesión eterna e hipostática del Espíritu Santo. En cuanto a su procesión temporal, los ortodoxos mismos creen con los cristianos occidentales que el Espíritu Santo procede, es decir que tiene su misión en el mundo, no solamente del Padre, sino también del Hijo, o mejor decir, por el Hijo.
¿Hay en la Escritura algún pasaje claro y directo que compruebe que el Espíritu Santo procede del Padre? Si, sin duda, y hasta un pasaje tan claro y directo como se puede desear; son las palabras del Salvador a los Apóstoles “Cuando viniere el Consolador, el cual yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, dará testimonio de Mi” (Juan 15:26).
Si reconocemos que las palabras, “que procede del Padre,” no expresan la procesión eterna del Espíritu Santo, sino solamente su envío temporal en el mundo, primero seríamos obligados a admitir en el discurso del Salvador una extraña tautología; habrá que leerlo así: “Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de mi Padre, el Espíritu de verdad, que fue enviado por el Padre, él dará testimonio de mí.” Luego, no se puede explicar por qué el verbo “procede” está en el tiempo presente cuando se trata de un envío futuro del Espíritu Santo, y cuando previamente el Salvador ya había anunciado más de una vez este mismo envío en un tiempo venidero al decir del Padre: “El os dará otro Consolador” (Juan 14:16), o: “Mi Padre lo enviará en mi nombre” (Ibid., 26); y de si mismo: “Yo os enviaré del Padre” (Ibid., 15:26) mientras que, si tomamos por incontestable que, en el texto examinado, se trata de la procesión eterna del Espíritu Santo, no encontraremos ni tautología en las palabras, ni nada incomprensible en el verbo procede; al contrario, este verbo debe estar en el tiempo presente, para indicar también tan aproximadamente como sea posible la eternidad, es decir, la constancia y la inmutabilidad de la procesión del Espíritu Santo; así como, para declarar su propia eternidad, nuestro divino Salvador dijo en el presente: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).<?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com
Finalmente, esta verdad es confirmada por la voz unánime de toda la cristiandad primitiva, que jamás cesó de ver en las palabras del Salvador, “que procede del Padre,” la idea de la procesión eterna del Espíritu Santo. Será suficiente recordar aquí que estas palabras han sido entendidas precisamente en el mismo sentido, no solamente por los Doctores más celebres de la Iglesia, Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo, Juan Crisóstomo, etc., sino también por todo un Concilio Ecuménico (el Segundo), que las insertó en el mismo símbolo de la fe.<o