Os envío otro nuevo ensayo. Éste y otros todavía no enviados están en mi blog: La religión del espíritu (lareligiondelespiritu.*************/2008/06/el-filioque-la-incomprensin-del.html)
EL FILIOQUE: LA INCOMPRENSIÓN DEL VERDADERO MISTERIO DE LA TRINIDAD
Es difícil que el lenguaje humano, temporalmente circunscrito, sea capaz de expresar conceptos eternos e infinitos. Esa ha sido y es la gran dificultad de los exegetas bíblicos, en los que se incluyen los Padres de la Iglesia. Sin embargo, la Revelación nos dio la noción del YO SOY para intentar acercarnos a uno de estos conceptos inaccesibles para el ser humano, al misterio de la Trinidad:
13 Dijo Moisés a Dios: —Si voy a los hijos de Israel y les digo: “Jehová, el Dios de vuestros padres, me ha enviado a vosotros”, me preguntarán: “¿Cuál es su nombre?”. Entonces ¿qué les responderé? 14 Respondió Dios a Moisés: —“Yo soy el que soy”. (Ex. 03,13-14)
En los albores de la eternidad —en el no tiempo—, en el infinito— en el no espacio—, el YO SOY, la realidad incausada, se libera de las ataduras de la absolutidad, de la infinitud indeterminada e incondicionada, y se convierte en Padre del Hijo Eterno, y con él, del Espíritu Infinito. El Hijo Eterno es el Verbo Divino, el Logos, la expresión perfecta y eterna del primer pensamiento, del pensamiento primigenio del Padre Eterno Universal. Si leemos con atención Juan 1, 1-3,
1 En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. 2 Este estaba en el principio con Dios. 3 Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.
podemos comprender que desde toda la eternidad el Hijo siempre ha estado con Dios y siempre ha sido Dios, y que el Padre siempre se ha expresado a través del Verbo, del Hijo Eterno: “Todas las cosas por medio de él fueron hechas.” Y es en el instante mismo en que el Dios Padre y el Dios Hijo conciben una acción conjunta infinita e idéntica que el Espíritu Infinito comienza a existir. El Espíritu Infinito es el Dios de Acción, el “soplo”, el “aliento” que crea, que da vida, que hace al hombre entender:
Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente lo hace que entienda. (Job 32,8)
El espíritu de Dios me hizo y el soplo del Omnipotente me dio vida. (Job 33,4)
Explicar el concepto de la Trinidad en términos temporales requiere usar estos términos secuenciales—el YO SOY se hace Padre del Hijo y ambos en la infinitud determinada, en una acción conjunta, conciben el Espíritu—, pero el Hijo Eterno y el Espíritu Infinito son coeternos con el YO SOY; es decir, no ha habido un momento en el que YO SOY no fuese el Padre del Hijo y, con Él, del Espíritu. Además, y de ninguna manera, esta delineación secuencial del origen de la Trinidad implican subordinacionismo del Hijo al Padre o del Espíritu al Padre y al Hijo, como han expresado los defensores y los detractores del filioque. Y más cuando se han sacado conclusiones de la acción de la Trinidad a niveles no finitos ni absolutos.
La palabra “filioque” es un término Latino que significa “y del Hijo.” En la versión original del Credo Niceno (325 D.C.) y en la segunda versión (381 D.C.) no se encuentra esta cláusula con respecto a la “procedencia” del Espíritu Santo. En ambas versiones se declaraba que el Espíritu Santo “procede del Padre.” Pero en el 589 D.C., en un concilio eclesiástico regional en Toledo (España), se añadió dicha cláusula; por lo tanto, en el credo se leía que el Espíritu Santo “procede del Padre y el Hijo.” Esta forma del Credo Niceno no recibió su aprobación oficial hasta en el año 1017D.C. Así quedaría el credo niceno-constantinopolitano de ambas iglesias:
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Iglesia ortodoxa)
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo (cf. Filioque), que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. (Iglesia romana)
El filioque originó, desgraciadamente, una gran controversia en el seno de la Iglesia, no por grande menos artificial y sin sentido, y sería una de las causas del rompimiento entre la Iglesia Oriental, o Iglesia Católica Romana, y la Occidental, o Iglesia Ortodoxa, en 1054 d.C. Para la Iglesia Oriental, el concepto de “la doble procesión” (el Espíritu Santo procediendo del Padre y el Hijo) subordina al Espíritu Santo a una posición de ser menos que el Padre y el Hijo, y afecta el balance apropiado de la Trinidad. Sin embargo, para la Iglesia Occidental, las Escrituras enseñan que el Hijo envía al Espíritu Santo (Juan 16:7). Y para esta iglesia el hecho de que el Espíritu Santo proceda tanto del Padre como del Hijo no impide que el Espíritu sea igualmente Dios junto con el Padre y el Hijo. Sin el filioque, Cristo se relega a la posición de ser menos que el Padre (subordinacionismo), creando una visión “monoteísta” en lugar de una visión trinitaria de la Deidad.
Contrario a lo que piensa la Iglesia Ortodoxa, para la Iglesia Católica, el rechazo del filioque destruye la Trinidad. Según Agustín, la única diferencia entre el Padre y el Hijo es que el Padre engendra al Hijo, considerando que el Hijo es engendrado por el Padre. Pero todas sus otras calidades son exactamente las mismas. Si el Hijo se priva de la plena procesión del Espíritu Santo, no está al mismo nivel como el Dios Padre, sino es algún ser inferior. Así, sin el filioque, la Trinidad se destruye en favor de alguna versión de la herejía de Arrio que hierve en esfuerzo por negar la divinidad plena de Cristo.Desde ambas iglesias se aportan textos bíblicos contradictorios que respaldan sus respectivas posiciones:
Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre. (Juan 14,26)
Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre." (Juan 15, 26)
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. (Juan 16:7)
En Juan 14:26 leemos que el Padre envía al Espíritu Santo en el nombre de Jesús; en Juan 15:26 se dice que Jesús envía al Espíritu Santo del Padre y que el Espíritu procede del Padre. En Juan 16:7, sin embargo, es Jesús quien envía al Espíritu Santo. Parece que estamos ante una contradicción, pero si leemos Juan 14, 16-17,
16 Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.”
observamos que mientras que el Padre envía al Espíritu Santo, Jesus manda a “otro Consolador”, al Espíritu de Verdad. En la Biblia de Jerusalén leemos en lugar de “otro consolador”, “otro Paráclito” (gr. “parakletos”: “aquel que es invocado”, es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador):
16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, 17 el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce.
Se intentado dar todo tipo de complejas explicaciones del determinante “otro” para indicar que no ser refiere a “otro consolador”, pero su uso está bien claro. Ante estas explicaciones, es bueno recordar el principio filosófico de la navaja de Ockham. Es decir, cuando nos encontramos ante dos análisis contradictorios de la misma cosa, se debe elegir el menos complejo.
Es evidente, según este texto, que hay dos consoladores, el uno, el espíritu de Verdad, que Jesús envía, y el Espíritu Santo, que el Padre envía en nombre de Jesús. El Espíritu Santo es la “promesa” del Padre:
Ciertamente, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (Lc. 24,49)
Y estando juntos, les ordenó: —No salgáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, la cual oísteis de mí. (Hch. 1,4)
Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (Hch. 2,33)
Pero en las Escrituras hallamos referencias a otra presencia espiritual, distinta del Espíritu de Verdad y del Espíritu Santo: el espíritu del Padre, que vive en Jesús:
¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, él hace las obras. (Jn 14,10)
De esta presencia interior tenemos constancia también en el A.T.
Así dice Jehová, Dios, Creador de los cielos y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora en ella y espíritu a los que por ella caminan.” (Is 42,5)
Es una presencia que, tal como nos dice Juan, también morara en todo hombre o mujer que guarde los mandamientos de Dios:
El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.” (1 Juan 3,24)
Como explico en mi artículo “Tres presencias espirituales en el ser humano,” estas tres presencias espirituales que confluyen en el ser humano constituyen la acción sub-infinita, en el espacio-tiempo, de la Trinidad absoluta e infinita: (1) el espíritu del Padre, procedente del Dios Padre o Padre Infinito; (2) el Espíritu de la Verdad u otro Consolador, procedente del Dios Hijo o Hijo Eterno a través de Jesucristo; y (3) el Espíritu Santo, procedente del Dios Espíritu o Espíritu Infinito. Estos pasajes no han de considerarse como reflejo de la supuesta “procesión” de las tres Personas Divinas de la Trinidad absoluta, infinita e incondicionada, sino como delineación de su presencia en el ser humano. Aquí sí encontramos una secuencia en su aparición. Una vez que Jesús cumple su misión, nos manda el Espíritu de Verdad, y a través de él, el Padre efunde sobre nosotros el Espíritu Santo. Ambos preparan al ser humano para ser habitado por Dios, para ser templos de Dios.
Pero las fuentes primigenias de estas presencias espirituales —Dios Padre, Dios Hijo y el Dios Espíritu—son coeternos, infinitos, absolutos, existenciales. Repitiendo lo ya expuesto, no ha habido ningún momento, por usar unos impropios términos temporales—en el que el YO SOY no fuese el Padre del Hijo y, con Él, del Espíritu. (Fernando Gayá Gamboa)
EL FILIOQUE: LA INCOMPRENSIÓN DEL VERDADERO MISTERIO DE LA TRINIDAD
Es difícil que el lenguaje humano, temporalmente circunscrito, sea capaz de expresar conceptos eternos e infinitos. Esa ha sido y es la gran dificultad de los exegetas bíblicos, en los que se incluyen los Padres de la Iglesia. Sin embargo, la Revelación nos dio la noción del YO SOY para intentar acercarnos a uno de estos conceptos inaccesibles para el ser humano, al misterio de la Trinidad:
13 Dijo Moisés a Dios: —Si voy a los hijos de Israel y les digo: “Jehová, el Dios de vuestros padres, me ha enviado a vosotros”, me preguntarán: “¿Cuál es su nombre?”. Entonces ¿qué les responderé? 14 Respondió Dios a Moisés: —“Yo soy el que soy”. (Ex. 03,13-14)
En los albores de la eternidad —en el no tiempo—, en el infinito— en el no espacio—, el YO SOY, la realidad incausada, se libera de las ataduras de la absolutidad, de la infinitud indeterminada e incondicionada, y se convierte en Padre del Hijo Eterno, y con él, del Espíritu Infinito. El Hijo Eterno es el Verbo Divino, el Logos, la expresión perfecta y eterna del primer pensamiento, del pensamiento primigenio del Padre Eterno Universal. Si leemos con atención Juan 1, 1-3,
1 En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. 2 Este estaba en el principio con Dios. 3 Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.
podemos comprender que desde toda la eternidad el Hijo siempre ha estado con Dios y siempre ha sido Dios, y que el Padre siempre se ha expresado a través del Verbo, del Hijo Eterno: “Todas las cosas por medio de él fueron hechas.” Y es en el instante mismo en que el Dios Padre y el Dios Hijo conciben una acción conjunta infinita e idéntica que el Espíritu Infinito comienza a existir. El Espíritu Infinito es el Dios de Acción, el “soplo”, el “aliento” que crea, que da vida, que hace al hombre entender:
Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente lo hace que entienda. (Job 32,8)
El espíritu de Dios me hizo y el soplo del Omnipotente me dio vida. (Job 33,4)
Explicar el concepto de la Trinidad en términos temporales requiere usar estos términos secuenciales—el YO SOY se hace Padre del Hijo y ambos en la infinitud determinada, en una acción conjunta, conciben el Espíritu—, pero el Hijo Eterno y el Espíritu Infinito son coeternos con el YO SOY; es decir, no ha habido un momento en el que YO SOY no fuese el Padre del Hijo y, con Él, del Espíritu. Además, y de ninguna manera, esta delineación secuencial del origen de la Trinidad implican subordinacionismo del Hijo al Padre o del Espíritu al Padre y al Hijo, como han expresado los defensores y los detractores del filioque. Y más cuando se han sacado conclusiones de la acción de la Trinidad a niveles no finitos ni absolutos.
La palabra “filioque” es un término Latino que significa “y del Hijo.” En la versión original del Credo Niceno (325 D.C.) y en la segunda versión (381 D.C.) no se encuentra esta cláusula con respecto a la “procedencia” del Espíritu Santo. En ambas versiones se declaraba que el Espíritu Santo “procede del Padre.” Pero en el 589 D.C., en un concilio eclesiástico regional en Toledo (España), se añadió dicha cláusula; por lo tanto, en el credo se leía que el Espíritu Santo “procede del Padre y el Hijo.” Esta forma del Credo Niceno no recibió su aprobación oficial hasta en el año 1017D.C. Así quedaría el credo niceno-constantinopolitano de ambas iglesias:
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Iglesia ortodoxa)
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo (cf. Filioque), que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. (Iglesia romana)
El filioque originó, desgraciadamente, una gran controversia en el seno de la Iglesia, no por grande menos artificial y sin sentido, y sería una de las causas del rompimiento entre la Iglesia Oriental, o Iglesia Católica Romana, y la Occidental, o Iglesia Ortodoxa, en 1054 d.C. Para la Iglesia Oriental, el concepto de “la doble procesión” (el Espíritu Santo procediendo del Padre y el Hijo) subordina al Espíritu Santo a una posición de ser menos que el Padre y el Hijo, y afecta el balance apropiado de la Trinidad. Sin embargo, para la Iglesia Occidental, las Escrituras enseñan que el Hijo envía al Espíritu Santo (Juan 16:7). Y para esta iglesia el hecho de que el Espíritu Santo proceda tanto del Padre como del Hijo no impide que el Espíritu sea igualmente Dios junto con el Padre y el Hijo. Sin el filioque, Cristo se relega a la posición de ser menos que el Padre (subordinacionismo), creando una visión “monoteísta” en lugar de una visión trinitaria de la Deidad.
Contrario a lo que piensa la Iglesia Ortodoxa, para la Iglesia Católica, el rechazo del filioque destruye la Trinidad. Según Agustín, la única diferencia entre el Padre y el Hijo es que el Padre engendra al Hijo, considerando que el Hijo es engendrado por el Padre. Pero todas sus otras calidades son exactamente las mismas. Si el Hijo se priva de la plena procesión del Espíritu Santo, no está al mismo nivel como el Dios Padre, sino es algún ser inferior. Así, sin el filioque, la Trinidad se destruye en favor de alguna versión de la herejía de Arrio que hierve en esfuerzo por negar la divinidad plena de Cristo.Desde ambas iglesias se aportan textos bíblicos contradictorios que respaldan sus respectivas posiciones:
Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre. (Juan 14,26)
Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre." (Juan 15, 26)
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. (Juan 16:7)
En Juan 14:26 leemos que el Padre envía al Espíritu Santo en el nombre de Jesús; en Juan 15:26 se dice que Jesús envía al Espíritu Santo del Padre y que el Espíritu procede del Padre. En Juan 16:7, sin embargo, es Jesús quien envía al Espíritu Santo. Parece que estamos ante una contradicción, pero si leemos Juan 14, 16-17,
16 Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.”
observamos que mientras que el Padre envía al Espíritu Santo, Jesus manda a “otro Consolador”, al Espíritu de Verdad. En la Biblia de Jerusalén leemos en lugar de “otro consolador”, “otro Paráclito” (gr. “parakletos”: “aquel que es invocado”, es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador):
16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, 17 el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce.
Se intentado dar todo tipo de complejas explicaciones del determinante “otro” para indicar que no ser refiere a “otro consolador”, pero su uso está bien claro. Ante estas explicaciones, es bueno recordar el principio filosófico de la navaja de Ockham. Es decir, cuando nos encontramos ante dos análisis contradictorios de la misma cosa, se debe elegir el menos complejo.
Es evidente, según este texto, que hay dos consoladores, el uno, el espíritu de Verdad, que Jesús envía, y el Espíritu Santo, que el Padre envía en nombre de Jesús. El Espíritu Santo es la “promesa” del Padre:
Ciertamente, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (Lc. 24,49)
Y estando juntos, les ordenó: —No salgáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, la cual oísteis de mí. (Hch. 1,4)
Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (Hch. 2,33)
Pero en las Escrituras hallamos referencias a otra presencia espiritual, distinta del Espíritu de Verdad y del Espíritu Santo: el espíritu del Padre, que vive en Jesús:
¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, él hace las obras. (Jn 14,10)
De esta presencia interior tenemos constancia también en el A.T.
Así dice Jehová, Dios, Creador de los cielos y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora en ella y espíritu a los que por ella caminan.” (Is 42,5)
Es una presencia que, tal como nos dice Juan, también morara en todo hombre o mujer que guarde los mandamientos de Dios:
El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.” (1 Juan 3,24)
Como explico en mi artículo “Tres presencias espirituales en el ser humano,” estas tres presencias espirituales que confluyen en el ser humano constituyen la acción sub-infinita, en el espacio-tiempo, de la Trinidad absoluta e infinita: (1) el espíritu del Padre, procedente del Dios Padre o Padre Infinito; (2) el Espíritu de la Verdad u otro Consolador, procedente del Dios Hijo o Hijo Eterno a través de Jesucristo; y (3) el Espíritu Santo, procedente del Dios Espíritu o Espíritu Infinito. Estos pasajes no han de considerarse como reflejo de la supuesta “procesión” de las tres Personas Divinas de la Trinidad absoluta, infinita e incondicionada, sino como delineación de su presencia en el ser humano. Aquí sí encontramos una secuencia en su aparición. Una vez que Jesús cumple su misión, nos manda el Espíritu de Verdad, y a través de él, el Padre efunde sobre nosotros el Espíritu Santo. Ambos preparan al ser humano para ser habitado por Dios, para ser templos de Dios.
Pero las fuentes primigenias de estas presencias espirituales —Dios Padre, Dios Hijo y el Dios Espíritu—son coeternos, infinitos, absolutos, existenciales. Repitiendo lo ya expuesto, no ha habido ningún momento, por usar unos impropios términos temporales—en el que el YO SOY no fuese el Padre del Hijo y, con Él, del Espíritu. (Fernando Gayá Gamboa)