Teniendo en cuenta la profusión con la que vienen apareciendo en internet estudios teológicos serios sobre temáticas relacionadas con las enseñanzas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, bien puede decirse que las desviaciones bíblicas más serias de dicha confesión religiosa son del dominio público o, al menos, que cualquiera puede documentarse con suma facilidad en cuanto a las doctrinas más grotescas de dicha organización. La “doctrina” en cuya refutación se ha puesto más empeño es probable que sea la noción adventista de un juicio “investigador” o “previo al advenimiento” que, supuestamente, se viene celebrando en las cortes celestiales desde el 22 de octubre de 1844.
En el presente estudio no se ahondará en ninguno de los disparates más obvios sustentados por la Iglesia Adventista. Nuestro empeño aquí no es otro que poner de manifiesto que incluso en la mejor literatura de dicha confesión afloran errores que suelen pasar desapercibidos para la mayoría, incluso de las personas críticas con el adventismo, y que se han venido perpetuando, impermeables al avance exegético. Naturalmente, la yugulación de la exégesis en dicha organización se debe al abrazo mortal que recibe por parte de los escritos de uno de los fundadores de dicha Iglesia, supuestamente “inspirados”.
Uno de los libros adventistas mejor escritos es la obra Desire of Ages, publicada en 1898, y traducida al español con el título El Deseado de todas las gentes. A diferencia de lo que suele ocurrir en otros libros anteriores de su autora, Ellen White, este está en gran medida libre de los aspectos más objetables de la ideología adventista, señal inequívoca de la calidad general que tenía la biblioteca privada de la Señora White, por entonces residente en Australia, en esa época, en la que la mayoría de los creyentes se habían olvidado ya de las más groseras publicaciones milleritas y de las adventistas que las siguieron. Como sabrán muchos lectores, la obra en cuestión se presenta a sí misma como una biografía de Jesucristo, y los fieles adventistas entienden que se trata de una biografía “inspirada”.
Tanto el título inglés como el español del libro en cuestión contienen una alusión al pasaje de Hageo 2:7. El contexto inmediato completo de ese versículo es el tercer mensaje dirigido por Hageo a Zorobabel, al sacerdote Josué y al resto del pueblo, que se empeñaba por fin en la reconstrucción del templo de Jerusalén. Ese tercer mensaje decía lo siguiente (vers. 3-9):
¿Quién queda entre vosotros que haya visto esta Casa en su antiguo esplendor? ¿Cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada ante vuestros ojos? Pues ahora, Zorobabel, anímate, dice Jehová; anímate tú también, sumo sacerdote Josué hijo de Josadac; cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad, porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi espíritu estará en medio de vosotros, no temáis. Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; haré temblar a todas las naciones; vendrá el Deseado de todas las naciones y llenaré de gloria esta Casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria de esta segunda Casa será mayor que la de la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.
Aunque la atribución de un sentido mesiánico a alguna de tales palabras no puede decirse que haya sido un invento ni adventista ni de Ellen White, los escritos de esta autora, y no solamente el título de su último escrito de corte biográfica sobre Cristo, han sido decisivos para que los fieles de esa confesión no puedan ni plantearse ninguna otra interpretación de tales explicaciones.
En el entorno adventista, lo de la plata y el oro suele entenderse, por ejemplo, como una invitación a la dadivosidad de los fieles o a la moderación en el gasto, según lo que el “intérprete” desee recalcar. Así, y aunque en su “exposición” de los pasajes bíblicos pertinentes esa autora no es siempre del todo coherente, los siguientes dos párrafos son representativos:
«Él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas» (Hech. 17:25). El Señor dice: «Mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales que hay en los collados». «Mía es la plata, y mío el oro». «Él te da el poder para hacer las riquezas» (Sal. 50:10; Hag. 2:8; Deut. 8:18). En reconocimiento de que todas estas cosas procedían de él, Jehová mandó que una porción de su abundancia le fuese devuelta en donativos y ofrendas para sostener su culto (Patriarcas y profetas, p. 566).
El dinero debe gastarse en muchos lugares, no en una institución gigantesca.— Nadie ha de realizar una petición urgente de medios económicos con los que erigir edificios grandes y caros para sanatorios, instituciones de enseñanza superior, o editoriales, absorbiendo medios de tal forma que la obra se vea menoscabada en otros lugares. Tengan cuidado nuestros hermanos, no sea que al pedir dinero a nuestro pueblo para la erección de edificios grandes en un lugar, saqueen otras partes de la viña del Señor. Invertir fondos indebidamente y exaltar esta obra en una parte del campo cuando hay labores urbanas que deben hacerse en muchos lugares no es lo correcto. Es egoísmo y codicia. El Señor condena especialmente tal manifestación, porque, por ella, su obra sagrada es tergiversada ante el mundo. Él querría que su obra estuviese controlada y dirigida por la equidad, la justicia y el juicio. No pide la erección de instituciones inmensas. Un rincón de la viña no es el mundo entero. En muchos lugares a lo largo y ancho del mundo han de establecerse monumentos conmemorativos de Dios que representen su verdad. Y debe seguirse un proceder razonable tal que estemos presente en nuestras grandes ciudades en una actitud tan sensata que las personas que no son de nuestra fe nos ayuden con sus fondos. Todo dólar que tenemos pertenece a Dios. «Mía es la plata, y mío el oro, dice Jehová de los ejércitos» [Hageo 2:8] (Manuscrito 99, 1901, en Manuscript Releases, tomo 13 [1990], pp. 406-407).
Por otra parte, al intentar dar una explicación de lo que quería decir el antiguo profeta con eso del «Deseado de todas las naciones», la misma autora afirma, por ejemplo, lo siguiente:
Durante varios siglos los judíos se habían esforzado para probar cómo y dónde se había cumplido la promesa que Dios había dado por Aggeo. Pero el orgullo y la incredulidad habían cegado su mente de tal modo que no comprendían el verdadero significado de las palabras del profeta. Al segundo templo no le fue conferido el honor de ser cubierto con la nube de la gloria de Jehová, pero sí fue honrado con la presencia de Uno en quien habitaba corporalmente la plenitud de la Divinidad, de Uno que era Dios mismo manifestado en carne. Cuando el Nazareno enseñó y realizó curaciones en los atrios sagrados se cumplió la profecía gloriosa: él era el “Deseado de todas las naciones” que entraba en su templo. Por la presencia de Cristo, y sólo por ella, la gloria del segundo templo superó la del primero; pero Israel tuvo en poco al anunciado don del cielo; y con el humilde Maestro que salió aquel día por la puerta de oro, la gloria había abandonado el templo para siempre. Así se cumplieron las palabras del Señor, que dijo: «He aquí vuestra casa os es dejada desierta» (S. Mateo 23:38) (El conflicto de los siglos, p. 27).
Así pues, según esta prolífica y ecléctica autora, en dos versículos tan cercanos se habla de dadivosidad y economía en uno (el 8), y de las andanzas de Jesús de Nazaret por los atrios del segundo templo en el otro (supuestamente, en el versículo 7). En realidad, en este caso Ellen White compartió las creencias comunes de sus contemporáneos. Muchos de los comentarios bíblicos populares en su época manifestaban nociones similares a las suyas. Sin embargo, la noción de que Hageo 2:7, 9 deba entenderse como si predijese la venida del Mesías, mientras que el versículo 8 deba considerarse como si promoviese la mayordomía cristiana parece completamente caprichoso. ¿Es de verdad tan errático el mensaje de Hageo? ¿Consistía su mensaje en un conglomerado de predicciones inconexas en las que se confundía el tocino con la velocidad?
Por otra parte, la propia idea de que al Mesías se le identifique con la expresión “Deseado de todas las naciones” es verdaderamente extraña. Es un hecho perfectamente conocido que el judaísmo, especialmente tal como se revela en la literatura intertestamentaria, esperaba la llegada del Mesías, pero no parece haber un corpus de literatura gentil que promueva una noción similar. ¿Qué nación, si no Israel, esperaba la llegada del Mesías en la antigüedad?
Normalmente, los cristianos que tienen la Biblia como su única regla de fe y de conducta son capaces de superar interpretaciones pueriles que es fácil que hayan tenido al principio. Lamentablemente, los que insisten en que cuenta con una “luz menor” para interpretar a la “luz mayor” quedan inevitablemente estancados en lo que esa supuesta “luz” menor vio, como lo demuestra el hecho de que, desde el fallecimiento de la mujer en cuestión hace casi un siglo, el adventismo ha sido incapaz de aportar ninguna novedad teológica con respecto a lo fraguado por esa autora.
¿Qué quiso decir, entonces, Hageo? La expresión hebrea que hay detrás de lo que algunas biblias (como la Reina-Valera) traducen como «el Deseado de todas las naciones» es (transcripción aproximada) jemdat kol-haggôyim, con una inicial mayúscula que no existe en hebreo. Ahora bien, gôyim es la designación habitual para cualquier nación, incluidas Israel y Judá, aunque lo más habitual es que designe a las naciones extranjeras, es decir, a los gentiles. En cuanto a jemdat, o su forma no constructa, jemdah, significa cualquier cosa que resulte deseable, en especial riquezas. Observemos, por ejemplo, Nah. 2:9 (2:10 en hebreoin Hebrew): «¡Saquead plata, saquead oro! ¡Hay riquezas sin fin, y toda clase de objetos suntuosos y codiciables! [jemdah]».
El significado del discurso de Hageo es entones manifiesto. Hageo 2:1-9 presagiaba el mensaje de los últimos versículos del mismo capítulo: Aunque el templo que estaban reconstruyendo era insignificante comparado con la gloria del de Salomón, la situación se invertiría cuando la plata y el oro que los gentiles tanto deseaban volviese por fin a Jerusalén. La referencia a la plata y el oro no tiene nada que ver con la evitación de deudas en las instituciones de la iglesia, y tampoco está relacionada con las ofrendas o los diezmos. Y «el deseado de todas las naciones» no tiene nada que ver con Jesucristo. Las traducciones competentes modernas, como, por ejemplo, la NVI, traducen «¡[H]aré temblar a todas las naciones! Sus riquezas llegarán aquí, y así llenaré de esplendor esta casa —dice el Señor Todopoderoso—.»
Si las palabras de Hageo de verdad se cumplieron en sentido alguno, tendrían que ver con la restauración del templo efectuada desde los días de Herodes el Grande hasta los de Agripa II, poco antes de su destrucción por los romanos.
La absoluta incompetencia de Ellen White a la hora de captar la naturaleza del obvio tercer mensaje de Hageo crea muy serias dudas en lo referente a sus credenciales proféticas, que, supuestamente, estaban concebidas para que los fieles lograsen volver a la “luz mayor” y entenderla mejor. Como queda de manifiesto en el presente estudio, la “luz mayor” se entiende mejor sin el concurso de aditamentos innecesarios.
En el presente estudio no se ahondará en ninguno de los disparates más obvios sustentados por la Iglesia Adventista. Nuestro empeño aquí no es otro que poner de manifiesto que incluso en la mejor literatura de dicha confesión afloran errores que suelen pasar desapercibidos para la mayoría, incluso de las personas críticas con el adventismo, y que se han venido perpetuando, impermeables al avance exegético. Naturalmente, la yugulación de la exégesis en dicha organización se debe al abrazo mortal que recibe por parte de los escritos de uno de los fundadores de dicha Iglesia, supuestamente “inspirados”.
Uno de los libros adventistas mejor escritos es la obra Desire of Ages, publicada en 1898, y traducida al español con el título El Deseado de todas las gentes. A diferencia de lo que suele ocurrir en otros libros anteriores de su autora, Ellen White, este está en gran medida libre de los aspectos más objetables de la ideología adventista, señal inequívoca de la calidad general que tenía la biblioteca privada de la Señora White, por entonces residente en Australia, en esa época, en la que la mayoría de los creyentes se habían olvidado ya de las más groseras publicaciones milleritas y de las adventistas que las siguieron. Como sabrán muchos lectores, la obra en cuestión se presenta a sí misma como una biografía de Jesucristo, y los fieles adventistas entienden que se trata de una biografía “inspirada”.
Tanto el título inglés como el español del libro en cuestión contienen una alusión al pasaje de Hageo 2:7. El contexto inmediato completo de ese versículo es el tercer mensaje dirigido por Hageo a Zorobabel, al sacerdote Josué y al resto del pueblo, que se empeñaba por fin en la reconstrucción del templo de Jerusalén. Ese tercer mensaje decía lo siguiente (vers. 3-9):
¿Quién queda entre vosotros que haya visto esta Casa en su antiguo esplendor? ¿Cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada ante vuestros ojos? Pues ahora, Zorobabel, anímate, dice Jehová; anímate tú también, sumo sacerdote Josué hijo de Josadac; cobrad ánimo, pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad, porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi espíritu estará en medio de vosotros, no temáis. Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; haré temblar a todas las naciones; vendrá el Deseado de todas las naciones y llenaré de gloria esta Casa, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mía es la plata y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La gloria de esta segunda Casa será mayor que la de la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos.
Aunque la atribución de un sentido mesiánico a alguna de tales palabras no puede decirse que haya sido un invento ni adventista ni de Ellen White, los escritos de esta autora, y no solamente el título de su último escrito de corte biográfica sobre Cristo, han sido decisivos para que los fieles de esa confesión no puedan ni plantearse ninguna otra interpretación de tales explicaciones.
En el entorno adventista, lo de la plata y el oro suele entenderse, por ejemplo, como una invitación a la dadivosidad de los fieles o a la moderación en el gasto, según lo que el “intérprete” desee recalcar. Así, y aunque en su “exposición” de los pasajes bíblicos pertinentes esa autora no es siempre del todo coherente, los siguientes dos párrafos son representativos:
«Él da a todos vida, y respiración, y todas las cosas» (Hech. 17:25). El Señor dice: «Mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales que hay en los collados». «Mía es la plata, y mío el oro». «Él te da el poder para hacer las riquezas» (Sal. 50:10; Hag. 2:8; Deut. 8:18). En reconocimiento de que todas estas cosas procedían de él, Jehová mandó que una porción de su abundancia le fuese devuelta en donativos y ofrendas para sostener su culto (Patriarcas y profetas, p. 566).
El dinero debe gastarse en muchos lugares, no en una institución gigantesca.— Nadie ha de realizar una petición urgente de medios económicos con los que erigir edificios grandes y caros para sanatorios, instituciones de enseñanza superior, o editoriales, absorbiendo medios de tal forma que la obra se vea menoscabada en otros lugares. Tengan cuidado nuestros hermanos, no sea que al pedir dinero a nuestro pueblo para la erección de edificios grandes en un lugar, saqueen otras partes de la viña del Señor. Invertir fondos indebidamente y exaltar esta obra en una parte del campo cuando hay labores urbanas que deben hacerse en muchos lugares no es lo correcto. Es egoísmo y codicia. El Señor condena especialmente tal manifestación, porque, por ella, su obra sagrada es tergiversada ante el mundo. Él querría que su obra estuviese controlada y dirigida por la equidad, la justicia y el juicio. No pide la erección de instituciones inmensas. Un rincón de la viña no es el mundo entero. En muchos lugares a lo largo y ancho del mundo han de establecerse monumentos conmemorativos de Dios que representen su verdad. Y debe seguirse un proceder razonable tal que estemos presente en nuestras grandes ciudades en una actitud tan sensata que las personas que no son de nuestra fe nos ayuden con sus fondos. Todo dólar que tenemos pertenece a Dios. «Mía es la plata, y mío el oro, dice Jehová de los ejércitos» [Hageo 2:8] (Manuscrito 99, 1901, en Manuscript Releases, tomo 13 [1990], pp. 406-407).
Por otra parte, al intentar dar una explicación de lo que quería decir el antiguo profeta con eso del «Deseado de todas las naciones», la misma autora afirma, por ejemplo, lo siguiente:
Durante varios siglos los judíos se habían esforzado para probar cómo y dónde se había cumplido la promesa que Dios había dado por Aggeo. Pero el orgullo y la incredulidad habían cegado su mente de tal modo que no comprendían el verdadero significado de las palabras del profeta. Al segundo templo no le fue conferido el honor de ser cubierto con la nube de la gloria de Jehová, pero sí fue honrado con la presencia de Uno en quien habitaba corporalmente la plenitud de la Divinidad, de Uno que era Dios mismo manifestado en carne. Cuando el Nazareno enseñó y realizó curaciones en los atrios sagrados se cumplió la profecía gloriosa: él era el “Deseado de todas las naciones” que entraba en su templo. Por la presencia de Cristo, y sólo por ella, la gloria del segundo templo superó la del primero; pero Israel tuvo en poco al anunciado don del cielo; y con el humilde Maestro que salió aquel día por la puerta de oro, la gloria había abandonado el templo para siempre. Así se cumplieron las palabras del Señor, que dijo: «He aquí vuestra casa os es dejada desierta» (S. Mateo 23:38) (El conflicto de los siglos, p. 27).
Así pues, según esta prolífica y ecléctica autora, en dos versículos tan cercanos se habla de dadivosidad y economía en uno (el 8), y de las andanzas de Jesús de Nazaret por los atrios del segundo templo en el otro (supuestamente, en el versículo 7). En realidad, en este caso Ellen White compartió las creencias comunes de sus contemporáneos. Muchos de los comentarios bíblicos populares en su época manifestaban nociones similares a las suyas. Sin embargo, la noción de que Hageo 2:7, 9 deba entenderse como si predijese la venida del Mesías, mientras que el versículo 8 deba considerarse como si promoviese la mayordomía cristiana parece completamente caprichoso. ¿Es de verdad tan errático el mensaje de Hageo? ¿Consistía su mensaje en un conglomerado de predicciones inconexas en las que se confundía el tocino con la velocidad?
Por otra parte, la propia idea de que al Mesías se le identifique con la expresión “Deseado de todas las naciones” es verdaderamente extraña. Es un hecho perfectamente conocido que el judaísmo, especialmente tal como se revela en la literatura intertestamentaria, esperaba la llegada del Mesías, pero no parece haber un corpus de literatura gentil que promueva una noción similar. ¿Qué nación, si no Israel, esperaba la llegada del Mesías en la antigüedad?
Normalmente, los cristianos que tienen la Biblia como su única regla de fe y de conducta son capaces de superar interpretaciones pueriles que es fácil que hayan tenido al principio. Lamentablemente, los que insisten en que cuenta con una “luz menor” para interpretar a la “luz mayor” quedan inevitablemente estancados en lo que esa supuesta “luz” menor vio, como lo demuestra el hecho de que, desde el fallecimiento de la mujer en cuestión hace casi un siglo, el adventismo ha sido incapaz de aportar ninguna novedad teológica con respecto a lo fraguado por esa autora.
¿Qué quiso decir, entonces, Hageo? La expresión hebrea que hay detrás de lo que algunas biblias (como la Reina-Valera) traducen como «el Deseado de todas las naciones» es (transcripción aproximada) jemdat kol-haggôyim, con una inicial mayúscula que no existe en hebreo. Ahora bien, gôyim es la designación habitual para cualquier nación, incluidas Israel y Judá, aunque lo más habitual es que designe a las naciones extranjeras, es decir, a los gentiles. En cuanto a jemdat, o su forma no constructa, jemdah, significa cualquier cosa que resulte deseable, en especial riquezas. Observemos, por ejemplo, Nah. 2:9 (2:10 en hebreoin Hebrew): «¡Saquead plata, saquead oro! ¡Hay riquezas sin fin, y toda clase de objetos suntuosos y codiciables! [jemdah]».
El significado del discurso de Hageo es entones manifiesto. Hageo 2:1-9 presagiaba el mensaje de los últimos versículos del mismo capítulo: Aunque el templo que estaban reconstruyendo era insignificante comparado con la gloria del de Salomón, la situación se invertiría cuando la plata y el oro que los gentiles tanto deseaban volviese por fin a Jerusalén. La referencia a la plata y el oro no tiene nada que ver con la evitación de deudas en las instituciones de la iglesia, y tampoco está relacionada con las ofrendas o los diezmos. Y «el deseado de todas las naciones» no tiene nada que ver con Jesucristo. Las traducciones competentes modernas, como, por ejemplo, la NVI, traducen «¡[H]aré temblar a todas las naciones! Sus riquezas llegarán aquí, y así llenaré de esplendor esta casa —dice el Señor Todopoderoso—.»
Si las palabras de Hageo de verdad se cumplieron en sentido alguno, tendrían que ver con la restauración del templo efectuada desde los días de Herodes el Grande hasta los de Agripa II, poco antes de su destrucción por los romanos.
La absoluta incompetencia de Ellen White a la hora de captar la naturaleza del obvio tercer mensaje de Hageo crea muy serias dudas en lo referente a sus credenciales proféticas, que, supuestamente, estaban concebidas para que los fieles lograsen volver a la “luz mayor” y entenderla mejor. Como queda de manifiesto en el presente estudio, la “luz mayor” se entiende mejor sin el concurso de aditamentos innecesarios.