El Demonio es protestante
Autor: Luis Miguel Boullon
'El Demonio es protestante'
Testimonio de mi conversión al Catolicismo
Por Luis Miguel Boullón
'El Demonio es protestante', fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más
de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron
demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi
familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya
habíamos tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.
'Al principio fue el Verbo'
Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora aprecio
tanto, como es la que me honra publicando este trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus
afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.
No me dejaba muchos ‘flancos’ descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenia sentido
desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente.
Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como
no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados
flojos.
En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como 'leyendas negras', porque me parecía que era inconducente
debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice
con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.
Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar
moralmente al 'adversario' diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado,
para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que
iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se rigen tanto por
la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.
El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para
cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.
Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia
católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos
encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones
nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos
encontrábamos. Era lo que ahora se llama un 'cura nuevo', con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas
de acercarse a mí.
Primera confesión de mala fe
Yo aprovechaba – Dios me perdone – de sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca
entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados.
Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces
realmente no le importaba tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.
Otra cosa que solía hacer – me avergüenzo al recordarla – era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los
pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.
En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus
espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer ‘dinámicas de vida’, pero de
doctrina y de Escrituras no saben nada.
Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los
argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.
Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana
comprensible en alguien tan 'cálido' en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de
una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.
A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada
penetrante. Lo habían ‘castigado’ relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los
últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.
Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis
prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.
El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y
me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los
afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en
tierra enemiga.
En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi... porque en doctrina comenzó él a
morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle
su error o mi postura.
En un aprieto que me puso, le dije: 'Padre M... comencemos desde el principio' Y el varón de Dios, a quien supuse
enojado conmigo, me dice: 'De acuerdo: al principio era el Verbo y...'
Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la
tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!
'Pastor Boullón', me dijo luego, 'No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el
Demonio fue el primero en todo crimen... y por eso también fue el primer Evangélico'.
Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se
adelantó:
- Si... fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!
- Pero Cristo les respondió con la Biblia...
- Entonces usted me da la razón, Pastor... los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien... y le tapó
la boca.
Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole
en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12): 'Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y
lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra'
Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito 'No tentarás al Señor tu Dios'. Y el
demonio se alejó confundido.
Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es
peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!
Creo que fue la plática más saludable de mi vida.
La táctica del demonio
Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso
es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que
venia enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan ‘evangélicos’ como yo, pero de otras congregaciones.
No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y
demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable
como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de
la razón que me llevaba otra vez a su lado.
Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con
la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí hechos XVI, 31: ¿Qué debo hacer
para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa.
Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de
silencio.
Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:
- '¿Continuará la lectura de San Pablo?'
- 'Ya terminé, Padre M.'
- '¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a 1ª Corintios, XIII, 32.
- Leí en voz alta: 'Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy'
- Entonces la fe...
- La fe... la fe... la fe es lo que salva
- ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No se bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero
creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.
- ¿Salvarse?
- Si.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en
Dios? Y si sólo la fe salva...
- ...
- No se quede en silencio, Pastor... siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio,
tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque 'como
un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta' (c.II) Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe
o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice 'Si quieres salvarte,
guarda los mandamientos' Ahí tiene usted la respuesta completa.
Me acompañó hasta la puerta y me dijo: Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus
hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me
traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia.
Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.
'Sólo la Biblia'
Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto
que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. 'Si es sólo la Biblia', me dije, 'entonces el problema del
artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba'.
Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que
lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré
numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las
doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.
Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la
lectura de esta revista y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.
El pago del mundo
Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es
esencialmente distinto a un 'Pastor' protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección
espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas
visitas 'no estrictamente ecuménicas'.
Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras
y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.
Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio – pensaba – me estaba tentando con
Roma y para eso endurecía los corazones.
Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en
un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.
Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había
sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.
Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de
recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener
una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto... para ella.
Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más
fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese
sacerdote provocador y bonachón.
Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a
la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.
Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.
Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por
amar a Cristo en Su Iglesia.
Mi querido amigo se despide
No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le
visitaba furtivamente y el me acogía con amable paternalidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a
las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!
El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me
tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar
todos mis argumentos.
Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos
posibilidades... o quedar como un tonto o verificar por mi mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a
revisar el punto que yo trataba – si tenía sentido – desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que
uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.
Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en
un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se
irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía – jamás dio muestras
de sufrir – y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya
consideraba un amigo.
Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición
suya, a su residencia.
Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a
agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la
pobreza.
Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir
en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de
mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me
paralizaba.
Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención
mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la
sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. 'Más vale entrar al
Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades', sentenció.
Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. '¡El Demonio es
protestante!' les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.
Mas tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi
esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó
respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa
como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy
endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de
ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma... y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche
las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de
gracia de la santa fe
Roma... mi dulce hogar
Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una
mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo
entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos
que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en
busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista
Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al
trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.
Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo
sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había
conocido y amado.
A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para
agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a
mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron
pero a un mismo tiempo me atrajeron.
Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra
pero que ni una sola jota sería cambiada.
Bien se por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos
coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto – por
superficiales y emocionales – de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que
constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el
falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La
ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la
pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les emocione, que les haga
sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas.
Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!
Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su
Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre
Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.
Autor: Luis Miguel Boullon
'El Demonio es protestante'
Testimonio de mi conversión al Catolicismo
Por Luis Miguel Boullón
'El Demonio es protestante', fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más
de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron
demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi
familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya
habíamos tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.
'Al principio fue el Verbo'
Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora aprecio
tanto, como es la que me honra publicando este trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus
afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.
No me dejaba muchos ‘flancos’ descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenia sentido
desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente.
Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como
no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados
flojos.
En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como 'leyendas negras', porque me parecía que era inconducente
debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice
con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.
Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar
moralmente al 'adversario' diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado,
para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que
iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se rigen tanto por
la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.
El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para
cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.
Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia
católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos
encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones
nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos
encontrábamos. Era lo que ahora se llama un 'cura nuevo', con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas
de acercarse a mí.
Primera confesión de mala fe
Yo aprovechaba – Dios me perdone – de sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca
entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados.
Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces
realmente no le importaba tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.
Otra cosa que solía hacer – me avergüenzo al recordarla – era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los
pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.
En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus
espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer ‘dinámicas de vida’, pero de
doctrina y de Escrituras no saben nada.
Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los
argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.
Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana
comprensible en alguien tan 'cálido' en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de
una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.
A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada
penetrante. Lo habían ‘castigado’ relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los
últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.
Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis
prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.
El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y
me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los
afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en
tierra enemiga.
En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi... porque en doctrina comenzó él a
morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle
su error o mi postura.
En un aprieto que me puso, le dije: 'Padre M... comencemos desde el principio' Y el varón de Dios, a quien supuse
enojado conmigo, me dice: 'De acuerdo: al principio era el Verbo y...'
Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la
tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!
'Pastor Boullón', me dijo luego, 'No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el
Demonio fue el primero en todo crimen... y por eso también fue el primer Evangélico'.
Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se
adelantó:
- Si... fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!
- Pero Cristo les respondió con la Biblia...
- Entonces usted me da la razón, Pastor... los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien... y le tapó
la boca.
Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole
en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12): 'Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y
lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra'
Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito 'No tentarás al Señor tu Dios'. Y el
demonio se alejó confundido.
Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es
peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!
Creo que fue la plática más saludable de mi vida.
La táctica del demonio
Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso
es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que
venia enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan ‘evangélicos’ como yo, pero de otras congregaciones.
No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y
demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable
como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de
la razón que me llevaba otra vez a su lado.
Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con
la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí hechos XVI, 31: ¿Qué debo hacer
para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa.
Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de
silencio.
Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:
- '¿Continuará la lectura de San Pablo?'
- 'Ya terminé, Padre M.'
- '¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a 1ª Corintios, XIII, 32.
- Leí en voz alta: 'Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy'
- Entonces la fe...
- La fe... la fe... la fe es lo que salva
- ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No se bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero
creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.
- ¿Salvarse?
- Si.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en
Dios? Y si sólo la fe salva...
- ...
- No se quede en silencio, Pastor... siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio,
tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque 'como
un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta' (c.II) Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe
o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice 'Si quieres salvarte,
guarda los mandamientos' Ahí tiene usted la respuesta completa.
Me acompañó hasta la puerta y me dijo: Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus
hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me
traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia.
Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.
'Sólo la Biblia'
Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto
que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. 'Si es sólo la Biblia', me dije, 'entonces el problema del
artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba'.
Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que
lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré
numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las
doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.
Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la
lectura de esta revista y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.
El pago del mundo
Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es
esencialmente distinto a un 'Pastor' protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección
espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas
visitas 'no estrictamente ecuménicas'.
Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras
y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.
Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio – pensaba – me estaba tentando con
Roma y para eso endurecía los corazones.
Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en
un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.
Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había
sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.
Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de
recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener
una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto... para ella.
Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más
fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese
sacerdote provocador y bonachón.
Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a
la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.
Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.
Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por
amar a Cristo en Su Iglesia.
Mi querido amigo se despide
No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le
visitaba furtivamente y el me acogía con amable paternalidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a
las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!
El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me
tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar
todos mis argumentos.
Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos
posibilidades... o quedar como un tonto o verificar por mi mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a
revisar el punto que yo trataba – si tenía sentido – desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que
uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.
Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en
un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se
irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía – jamás dio muestras
de sufrir – y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya
consideraba un amigo.
Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición
suya, a su residencia.
Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a
agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la
pobreza.
Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir
en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de
mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me
paralizaba.
Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención
mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la
sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. 'Más vale entrar al
Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades', sentenció.
Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. '¡El Demonio es
protestante!' les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.
Mas tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi
esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó
respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa
como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy
endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de
ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma... y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche
las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de
gracia de la santa fe
Roma... mi dulce hogar
Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una
mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo
entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos
que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en
busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista
Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al
trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.
Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo
sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había
conocido y amado.
A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para
agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a
mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron
pero a un mismo tiempo me atrajeron.
Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra
pero que ni una sola jota sería cambiada.
Bien se por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos
coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto – por
superficiales y emocionales – de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que
constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el
falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La
ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la
pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les emocione, que les haga
sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas.
Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!
Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su
Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre
Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.