El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

18 Noviembre 1998
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Antecedentes

Papel de la masonería en la agitación anticatólica

¿FUE de INSPIRACIÓN MASÓNICA la CONSTITUCIÓN de la SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA?
Por César Vidal Manzanares

El porcentaje de masones que formaron parte tanto de las cortes constituyentes de la segunda república como del gobierno fue extraordinariamente considerable y, sin lugar a dudas, desproporcionado cuando se piensa en un colectivo que en todo el territorio nacional apenas agrupaba a unos millares de personas. El mismo 20 de abril de 1931, apenas a una semana de la proclamación de la segunda república, se celebró la Asamblea nacional de la Gran Logia española en la que se adoptó una Declaración de Principios que actualizaba la antigua Constitución de la entidad. Entre los ahora introducidos se hablaba de la necesidad de una “escuela única, neutra y obligatoria”, de la “expulsión de las órdenes religiosas extranjeras” y el sometimiento de las nacionales a la Ley de Asociaciones. En otras palabras, se planteaba un esquema laicista en el que la iglesia católica se vería apartada de la enseñanza y además los jesuitas —conocidos por su papel en este terreno y en el de los negocios— desaparecerían de la vida nacional. Por chocante que pueda parecer para muchas mentalidades contemporáneas, la masonería estaba convencida de encontrarse ante una oportunidad histórica verdaderamente excepcional en el curso de la cual podía acometer dos objetivos esenciales para ella: la eliminación de la iglesia católica como rival ideológico y su sustitución por una cosmovisión laicista típica de la masonería. El triunfo de la masonería había resultado, por lo tanto, innegable pero sus consecuencias fueron, al fin y a la postre, profundamente negativas.

PRIMERA ENTREGA

Aunque las fuerzas políticas que provocaron el advenimiento de la segunda república en abril de 1931 insistieron en el carácter popular y transparente del acontecimiento, lo cierto es que tanto las cortes constituyentes como los primeros gobiernos republicanos contaron con una extraordinaria proporción de masones. Durante los meses siguientes, el nuevo régimen se empeñaría en un enfrentamiento laicista contra la iglesia católica e iniciaría la redacción de un proyecto constitucional de características muy peculiares. Tanto que cabe preguntarse: ¿fue de inspiración masónica la constitución de la segunda república?

La proclamación de la segunda república el 14 de abril de 1931 vino seguida por una extraordinaria actividad política que partía del seno de las logias masónicas. Así, de manera bien significativa, en la Asamblea nacional de la Gran Logia Española de 20 de abril de 1931 —apenas había transcurrido una semana desde el nacimiento del nuevo régimen— resultó aprobada la “Declaración de Principios adoptados en la Gran Asamblea de la Gran Logia Española”. Entre ellos se establecía de forma bien reveladora la “Escuela única, neutra y obligatoria”, la “expulsión de las Órdenes religiosas extranjeras” (una referencia bastante obvia a los jesuitas) y el sometimiento de las nacionales a la ley de asociaciones. En otras palabras, la masonería estaba decidida a iniciar un combate que eliminara la presencia de la iglesia católica en el terreno de la enseñanza, que sometiera la educación a la cosmovisión de la masonería y que implicara un control sobre las órdenes religiosas sin excluir la expulsión de la Compañía de Jesús.

Con semejante planteamiento, no resulta sorprendente que los masones —que hasta ese momento habían participado de manera muy activa en las distintas conjuras encaminadas a derribar la monarquía parlamentaria— ahora se entregaran febrilmente a la tarea de copar puestos en el nuevo régimen. Como expondría el masón José Marchesi, “Justicia”, a los miembros de la logia Concordia en el mes de abril de 1931, “es preciso que la Orden masónica se aliste para actuar en forma que esa influencia que en la vida pública nos atribuyen... sea realmente un hecho, un hecho real y tangible”. Según Marchesi, la masonería debía “escalar las cumbres del poder público y llevar desde allí a las leyes del país la libertad de conciencia y de pensamiento, la enseñanza laica y el espíritu de tolerancia como reglas de vida”. En otras palabras, la masonería debía controlar el nuevo régimen para modelarlo de acuerdo no con principios de pluralidad sino con los suyos propios.

Desde luego, no se puede decir que el éxito no acompañara a esos planes. Por el contrario, los datos al respecto son irrefutables. La segunda gran jerarquía de la masonería, Diego Martinez Barrios, y otros masones ocuparon diversas carteras en el gobierno provisional. Con la excepción de Alejandro Lerroux, que pertenecía entonces a la Gran Logia española, el resto estaban afiliados al Grande Oriente. Así, Casares Quiroga, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Fernando de los Ríos, ministro de Justicia, pertenecían a la masonería. En el segundo gobierno provisional, del 14 de octubre al 16 de diciembre de 1931, entró además José Giral. Se trataba de seis ministros en total aunque algunas fuentes masónicas elevan la cifra hasta siete. A esto se sumaron no menos de quince directores generales, cinco subsecretarios, cinco embajadores y veintiún generales. Para un movimiento que apenas contaba con unos miles de miembros en toda España, se trataba de un éxito extraordinario. Sin embargo, donde se puede contemplar con más claridad el éxito de la masonería es en el terreno electoral.

De hecho, asombra la manera en que las distintas logias lograron colocar a sus miembros en las listas electorales. Los ejemplos, al respecto, resultan, una vez más, harto reveladores. En la zona de jurisdicción del Mediodía de 108 candidatos elegidos, 53 eran masones; en la zona regional madrileña, la Centro, los candidatos masones elegidos fueron 23 de 35; en la zona de la Gran regional de Levante, de los 37 candidatos elegidos, 25 fueron masones; en la zona regional nordeste, de los 49 candidatos, 14 fueron masones; en Canarias, finalmente, de 11 candidatos elegidos, 4 fueron masones. Las cifras completas de masones diputados varían según los autores pero en cualquier caso son muy elevadas dada la escasa extensión demográfica del movimiento. De los 470 diputados, según Ferrer Benimeli, 183 tenían conexión con la masonería. Sin embargo, las logias Villacampa, Floridablanca y Resurrección de La Línea afirmaban en octubre de 1931 que en las cortes había 160 diputados masones, razón por la cual contaban con la fuerza suficiente para lograr la disolución de las órdenes religiosas. Finalmente, María Dolores Gómez Molleda ha proporcionado una lista de 151 diputados masones que debería considerarse un mínimo. En cualquiera de los casos hay que convenir que se trata de una proporción extraordinaria de las cortes y que demuestra una capacidad organizativa extraordinaria. De hecho, el poder de la masonería llegó hasta el extremo de poder imponer como candidatos en provincias a un número de madrileños —una de las provincias donde había más afiliados— realmente muy elevada. Los criterios de funcionalidad de las logias lograron —al parecer sin mucha dificultad— vencer totalmente los localismos.

Detengámonos ahora a ver la manera en que el peso extraordinario de la masonería en las cortes constituyentes quedó distribuido entre los distintos partidos. De los dos diputados liberal-demócratas, uno era masón; de los doce federales, siete; de los treinta de la Ezquerra, once; de los treinta de Acción republicana, dieciséis; de los cincuenta y dos radical-socialistas, treinta; de los noventa radicales, cuarenta y tres e incluso de los ciento catorce del PSOE, treinta y cinco. A estos habría que añadir otros ocho diputados masones pertenecientes a otros grupos. En otras palabras, la masonería extendía su influencia sobre partidos de izquierdas y de derechas, jacobinos y nacionalistas, incluso sobre los marxistas revolucionarios como el PSOE cuyos diputados, por lo visto, no tenían ningún problema en conciliar el materialismo dialéctico con la creencia en el Gran Arquitecto.

Con esas cortes —y esos ministros— iba a abordarse la tarea de redacción de la nueva constitución republicana.

SEGUNDA ENTREGA

Como tuvimos ocasión de ver en la entrega anterior, el porcentaje de masones que formaron parte tanto de las cortes constituyentes de la segunda república como del gobierno fue extraordinariamente considerable y, sin lugar a dudas, desproporcionado cuando se piensa en un colectivo que en todo el territorio nacional apenas agrupaba a unos millares de personas.

Por si semejante circunstancia no fuera suficiente para asegurar a la masonería una extraordinaria fuerza política, a ella se sumó —y no resulta extraño— una clara voluntad de influir de manera decisiva en el régimen republicano no sólo mediante la ocupación de cargos de decisión sino, muy especialmente, a través de la inyección en aquel de una cosmovisión acentuadamente masónica.

El mismo 20 de abril de 1931, apenas a una semana de la proclamación de la segunda república, se celebró la Asamblea nacional de la Gran Logia española en la que se adoptó una Declaración de Principios que actualizaba la antigua Constitución de la entidad. Entre los ahora introducidos se hablaba de la necesidad de una “escuela única, neutra y obligatoria”, de la “expulsión de las órdenes religiosas extranjeras” y el sometimiento de las nacionales a la Ley de Asociaciones. En otras palabras, se planteaba un esquema laicista en el que la iglesia católica se vería apartada de la enseñanza y además los jesuitas —conocidos por su papel en este terreno y en el de los negocios— desaparecerían de la vida nacional. Por chocante que pueda parecer para muchas mentalidades contemporáneas, la masonería estaba convencida de encontrarse ante una oportunidad histórica verdaderamente excepcional en el curso de la cual podía acometer dos objetivos esenciales para ella: la eliminación de la iglesia católica como rival ideológico y su sustitución por una cosmovisión laicista típica de la masonería.

En el curso de la Gran Asamblea celebrada en Madrid durante los días 23, 24 y 25 de mayo de 1931 —es decir, justo un mes después— la Gran Logia española acordó enviar una carta a Marcelino Domingo en la que se comentaba con satisfacción como “algunos de los puntos acordados en dicha Gran Asamblea han sido ya recogidos en el Proyecto de Constitución pendiente de aprobación” añadiendo: “celebraríamos que usted se interesase para que fuesen incorporados a las nuevas leyes que ha de dictar el Primer Parlamento de la República los demás extremos de nuestra Declaración que aún no han sido aceptados”. Difícilmente, se hubiera podido ser más transparente con un hermano ciertamente bien ubicado en el nuevo reparto de poder.

Durante los meses siguientes —y de nuevo resulta un tanto chocante desde nuestra perspectiva actual— el tema religioso se convirtió en la cuestión estrella del nuevo régimen por encima de problemáticas como la propia reforma agraria. La razón no era otra que lo que se contemplaba, desde la perspectiva de la masonería, como una lucha por las almas y los corazones de los españoles. No se trataba únicamente de separar la iglesia y el estado como en otras naciones sino, siguiendo el modelo jacobino francés, de triturar la influencia católica sustituyéndola por otra laicista.
Justo es reconocer, sin embargo, que la masonería no se hallaba sola en ese empeño aunque sí fuera su principal impulsora. Para buena parte de los republicanos de clases medias —un sector social enormemente frustrado y resentido por su mínimo papel en la monarquía parlamentaria fenecida— la iglesia católica era un adversario al que había que castigar por su papel en el sostenimiento del régimen derrocado. Por su parte, para los movimientos obreristas —comunistas, socialistas y anarquistas— se trataba por añadidura de una rival social que debía ser no sólo orillado sino vencido sin concesión alguna. Es verdad que frente a esas corrientes claramente mayoritarias en el campo republicano hubo posiciones más templadas como las de los miembros de la Institución libre de enseñanza o la de la Agrupación al servicio de la República pero, en términos generales, no pasaron de ser la excepción que confirmaba una regla generalizada.

A pesar de todo lo anterior, inicialmente la comisión destinada a redactar un proyecto de constitución para que fuera debatido por las cortes constituyentes se inclinó por un enfoque del tema religioso que recuerda considerablemente al consagrado en la actual constitución española de 1978. En él, se recogía la separación de iglesia y estado, y la libertad de cultos pero, a la vez, se reconocía a la iglesia católica un status especial como entidad de derecho público reconociendo una realidad histórica y social innegable. La Agrupación al servicio de la República —y especialmente Ortega y Gasset— defendería esa postura por considerarla la más apropiada y por unos días algún observador ingenuo hubiera podido pensar que sería la definitiva. Si no sucedió así se debió de manera innegable a la influencia masónica.

De hecho, durante los primeros meses de existencia del nuevo régimen la propaganda de las logias tuvo un tinte marcadamente anticlerical y planteó como supuestos políticos irrenunciables la eliminación de la enseñanza confesional en la escuela pública, la desaparición de la escuela confesional católica y la negación a la iglesia católica incluso de los derechos y libertades propios de una institución privada. Desde luego, con ese contexto especialmente agresivo, no deja de ser significativo que se nombrara director general de Primera Enseñanza al conocido masón Rodolfo Llopis —que con el tiempo llegaría a secretario general del PSOE— cuyos decretos y circulares de mayo de 1931 ya buscaron implantar un sistema laicista y colocar a la iglesia católica contra las cuerdas. Se trataba de unos éxitos iniciales nada desdeñables y en el curso de los meses siguientes, la masonería lograría dos nuevos triunfos con ocasión del artículo 26 de la Constitución y de la Ley de confesiones y congregaciones religiosas complementaria de aquel. En su consecución resultó esencial el apoyo de los diputados y ministros masones, un apoyo que no fue fruto de la espontaneidad sino de un plan claramente pergeñado.

Ha sido el propio Vidarte —masón y socialista— el que ha recordado cómo “antes de empezar la discusión los diputados masones recibimos, a manera de recordatorio, una carta del Gran Oriente (sic) en la que marcaba las aspiraciones de la Masonería española y nos pedía el más cuidadoso estudio de la Constitución”. Desde luego, las directrices masónicas no se limitaron a cartas o comunicados de carácter oficial. De hecho, se celebraron una serie de reuniones entre diputados masones, sin hacer distinciones de carácter partidista, durante el mes de agosto de 1931 para fijar criterios unitarios de acción política. Una de ellas, la del 29 de agosto, tuvo lugar dos días después de presentarse a las cortes el proyecto de constitución y fue convocada por el político de izquierdas Pedro Rico, a la sazón Gran Maestre Regional. A esas reuniones oficiales se sumaron otras en forma de banquetes a las que ha hecho referencia Vidarte en sus memorias.

Desde la perspectiva de la masonería, aquellas reuniones resultaban obligadas porque el proyecto de Constitución planteaba la inexistencia de una religión estatal pero a la vez reconocía a la iglesia católica como corporación de derecho público y garantizaba el derecho a la enseñanza religiosa. En otras palabras, se trataba de un planteamiento razonable en un sistema laico pero, a todas luces, insuficiente para la cosmovisión masónica. Así, no resulta sorprendente que durante los debates del 27 de agosto al 1 de octubre, los diputados masones fueran logrando de manera realmente espectacular que se radicalizaran las posiciones de la cámara de tal manera que el proyecto de la comisión se viera alterado sustancialmente en relación con el tema religioso. Esa radicalidad fue asumida por el PSOE y los radical-socialistas e incluso la Esquerra catalana suscribió un voto particular a favor de la disolución de las órdenes religiosas y de la nacionalización de sus bienes, eso sí, insistiendo en que no debían salir de Cataluña los que allí estuvieran localizados. En ese contexto claramente delimitado ya en contra del moderado proyecto inicial y a favor de una visión masónicamente laicista se llevó a cabo el debate último del que saldría el texto constitucional.

TERCERA ENTREGA

En realidad, como hemos señalado, se trataba no de abordar un tema meramente político sino del enfrentamiento feroz entre dos cosmovisiones hasta el punto de que a cada paso volvía a aparecer la cuestión religiosa.
Así, por ejemplo, cuando se discutió la oportunidad de otorgar el voto a la mujer —una propuesta ante la que desconfiaba la izquierda por pensar que podía estar escorado hacia la derecha— fueron varios los diputados que aprovecharon para atacar a las órdenes religiosas que eran “asesoras ideológicas de la mujer”, asesoras, obviamente, nada favorables a otro tipo de asesoramiento que procediera de la masonería o de la izquierda.

El 29 de septiembre y el 7 de octubre se presentaron dos textos que abogaban por la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la disolución de las órdenes religiosas. Los firmaban los masones Ramón Franco y Humberto Torres y recogían un conjunto de firmas mayoritariamente masónicas. Otras dos enmiendas más surgidas de los radical-socialistas y del PSOE fueron en la misma dirección y —no sorprende— contaron con un respaldo que era mayoritariamente masónico. En apariencia, los distintos grupos del parlamento apoyaban las posiciones más radicales; en realidad, buen número de diputados masones —secundados por algunos que no lo eran— estaban empujando a sus partidos en esa dirección. Cuando el 8 de octubre se abrió el debate definitivo —que duraría hasta el día 10— los masones estaban más que preparados para lograr imponer sus posiciones en materia religiosa y de enseñanza, posiciones que, por añadidura, podían quedar consagradas de manera definitiva en el texto constitucional.

El resultado del enfrentamiento no pudo resultar más revelador. Ciertamente siguió existiendo un intento moderado por mantener el texto inicial y no enconar las posturas pero fracasó totalmente ante la alianza radical del PSOE, los radical-socialistas y la Esquerra. El día 9, de hecho, esta visión se había impuesto aceptando sólo como concesión el que la Compañía de Jesús fuera la única orden religiosa que resultara disuelta. Dos días después, el Gran Maestre Esteva envió a los talleres de la jurisdicción una circular en la que urgía la reunión inmediata de todos y cada uno de ellos para enviar motu proprio un telegrama al jefe del gobierno para que apoyara en la discusión que se libraba en el seno de las cortes la separación de la iglesia y el Estado, la supresión de las órdenes religiosas, la incautación de sus bienes y la eliminación del presupuesto del clero. Para lograrlo se ordenaba organizar manifestaciones y mítines que inclinaran la voluntad de las autoridades hacia las posiciones masónicas. Estos actos sumados a una campaña de prensa pudieron crear la sensación de que la práctica totalidad del país asumía unos planteamientos laicistas que, en realidad, distaban mucho de ser mayoritarios.

El resultado final de las maniobras parlamentarias y la acción mediática y callejera difícilmente pudo saldarse con mayor éxito. En el texto constitucional, quedó plasmado no el contenido de la comisión inicial que pretendía mantener la separación de la iglesia y el Estado a la vez que se permitía un cierto status para la iglesia católica y se respetaba la existencia de las comunidades religiosas y su papel en la enseñanza. Por el contrario, la ley máxima de la república recogió la disolución de la Compañía de Jesús, la prohibición de que las órdenes religiosas se dedicaran a la enseñanza y el encastillamiento de la iglesia católica en una situación legal no por difusa menos negativa.

El triunfo de la masonería había resultado, por lo tanto, innegable pero sus consecuencias fueron, al fin y a la postre, profundamente negativas. De entrada, la constitución no quedó perfilada como un texto que diera cabida a todos los españoles fuera cual fuera su ideología sino que se consagró como la victoria de una visión ideológica estrechamente sectaria sobre otra que, sea cual sea el juicio que nos merezca, gozaba de un enorme arraigo popular. En este caso, la masonería había triunfado pero a costa de humillar a los católicos y de causar daños a la convivencia y al desarrollo pacífico del país, por ejemplo, al eliminar de la educación centros indispensables tan sólo porque estaban vinculados con órdenes religiosas. Ese enfrentamiento civil fue, sin duda, un precio excesivo para la victoria de las logias.
Incluso desde el punto de vista de la masonería, el triunfo resultó de corta proyección. Tras la aprobación de la constitución no fueron pocos los masones dedicados a la política que manifestaron su malestar ante las directrices emanadas de distintos órganos indicando los pasos que debían tomar a cada momento. Por una trágica ironía del destino, el texto constitucional impulsado por la masonería acabaría provocando una polarización nacional de la que ni siquiera escaparon los masones. Tras el alzamiento armado del PSOE y de la Esquerra, desencadenado en octubre de 1934 contra el gobierno legítimo de la república, algunos masones, especialmente del partido radical, comenzaron a despegarse de las posiciones de izquierda e incluso en julio de 1936 decidieron apoyar el alzamiento contra el frente popular. Sería éste un episodio poco conocido que, significativamente, alabaría Franco en alguno de los artículos que escribió sobre la masonería bajo el pseudónimo de Jakim Boor. Así, ni siquiera las logias se verían libres de las semillas de la división y el sectarismo que tanto habían contribuido a sembrar en el articulado de la constitución de 1931 ni de contemplar como unos hermanos iban a enfrentarse a otros en los campos de batalla de España.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

¿De dónde vino la guerra civil?
Pío Moa

“A la generación sobreviviente (de la guerra) —dice Sotelo— le quedaba el compromiso moral de dar cuenta de las causas de la tragedia, para evitar que se repitiese”. Y esas causas las expone Laín, en una vasta generalización, como la confrontación entre el catolicismo tradicional y la modernidad: “El mundo moderno es el mal y el error, dicen los tradicionalistas; el catolicismo no es aceptable para el hombre moderno y debe ser relegado al pretérito, afirman nuestros progresistas. Las dos tesis son, además, irreductibles a un proyecto histórico. ¿A qué podían conducir? En España, forzosamente, a la guerra civil”.

Las interpretaciones generales, tal la de la lucha de clases o, más modestamente, ésta de los católicos y los modernizadores, resultan fascinantes, porque explican los sucesos “a lo grande”, por encima de los hechos concretos, siempre fatigosos de aclarar. Pero por lo común los hechos suelen dar buena cuenta de esas generalizaciones excesivas, y así ocurre en este caso. Ante todo, ¿quiénes eran los modernizadores, para Laín? Parece claro cuando cita, en su propuesta de una Causa General desde la izquierda, a “republicanos, socialistas y masones vilmente asesinados”. Pero, ¿y los comunistas, socialistas de Largo Caballero, y anarquistas, que sufrieron muchas más víctimas? Significativamente, Laín los ignora: se ve que no acaban de entrar en el molde de los modernizadores, al revés que los republicanos, masones y socialistas —del sector minoritario de Prieto, se sobreentiende.

Ahora bien, desde 1934, los revolucionarios, y no los supuestos modernizadores, componían, con gran diferencia, la parte principal y más organizada de las izquierdas, y los “católicos tradicionalistas” se sublevaron invocando, precisamente, el peligro de revolución. Una seudocrítica muy repetida afirma que esa invocación no pasaba de pretexto, pues tal peligro no existía, pero basta comprobar el leve peso de los modernizadores frente a los revolucionarios, y el sabotaje de éstos a aquellos, para ver el sólido fundamento del temor derechista. Prieto mismo definió la situación, dos meses y medio antes de la revuelta, como insostenible. En 1936 no se planteaba en España ninguna “modernización”, sino la revolución. Sin esto, la comprensión de la guerra y sus raíces se vuelve imposible.

El conflicto, por tanto, no ocurrió entre modernizadores y católicos tradicionalistas, sino, en todo caso entre éstos y los revolucionarios. Pero dejar esto en claro requiere examinar con mayor detalle el papel real de los supuestos modernizadores.

Los modernizadores en la teoría y en los hechos

Los que Laín llama modernizadores eran en 1936 un apéndice de los revolucionarios. Habían tenido su gran oportunidad en 1931, pero su balance difícilmente satisfará ni siquiera a un católico progresista: una oleada de incendios de conventos, bibliotecas, escuelas y obras de arte; una constitución hecha de espaldas a la mitad de la sociedad; leyes como la de “Defensa de la República”, o la de “Vagos y Maleantes”, que establecían una dictadura de hecho, con aplicación frecuente de la censura, cierre de periódicos, detenciones arbitrarias, etc.; un plan para eliminar la educación religiosa, con grave perjuicio directo para cientos de miles de personas; brutalidad policial, culminada en Casas Viejas, y manifiesta en el uso de la tortura y en la muerte por la policía, y en solo dos años, de muchos más obreros que la causada en dos decenios por el régimen de la Restauración, o en seis años por Primo de Rivera; miseria popular, reflejada en el aumento de las muertes por hambres, que volvieron a cifras de principios de siglo; auge espectacular de la delincuencia, en especial la política, con atentados, bombazos, etc.

Frente a los hechos, los Laín, Sotelo y otros apelan a las “buenas intenciones” de sus patrocinados, como si nadie más las tuviera: ¡los republicanos tenían la excelente intención de modernizar el país!. Hablan de la reforma agraria, pero ésta fue mal concebida y peor realizada; del impulso a la instrucción pública, aunque al mismo tiempo la contrajeron al excluir a los religiosos, y redujeron su nivel, al introducir en ella miles de maestros más politizados que profesionales; de la autonomía de Cataluña, aunque los republicanos catalanes la utilizaron para socavar la legalidad y sublevarse contra ella. Etc. Como era lógico, la oportunidad de los modernizadores pasó pronto, y en noviembre de 1933 ganó las elecciones el centro-derecha. Fue entonces cuando aquellos dieron toda su talla: simplemente probaron a burlar la voz de las urnas con intentos de golpe de estado, y desestabilizaron al gobierno legítimo hasta que, en octubre de 1934, se rebelaron los modernizadores catalanes, con el apoyo moral de los del resto del país, y en connivencia con los revolucionarios socialistas.

Esta realidad, se ha disimulado o excusado con el temor al fascismo. Pero el supuesto peligro fascista, al revés que el peligro revolucionario, era falso: una falsedad deliberada, urdida por modernizadores y revolucionarios para soliviantar a las masas y encubrir su propio ataque a la legalidad. Estos hechos pueden considerarse hoy día indudables, y disimularlos o excusarlos revela un espíritu alarmante, tan poco respetuoso con la democracia y las libertades como el de aquellos sospechosos modernizadores.

Modernizadores y revolucionarios ante la guerra

Lo ocurrido en octubre del 34 fue mucho más que un error, como cree Laín: fue que el PSOE (salvo Besteiro) y la Esquerra, con apoyo político de los republicanos de izquierda, declararon la guerra al resto de España, cada cual con sus propios objetivos. Pues bien, esa declaración no fue retirada después del fracaso, juzgado momentáneo. Al contrario, los modernizadores no vacilaron en aliarse con los revolucionarios en el Frente Popular, en torno a un programa revanchista. Se ha calificado este programa de moderado, pero creo haber probado lo contrario: reivindicaba de hecho la guerra de octubre y pretendía reducir a la derecha a un papel testimonial, mediante la llamada “republicanización del estado”.

Ganadas las elecciones de febrero de 1936 en circunstancias caóticas, los modernizadores tuvieron su segunda oportunidad, y gobernaron. Pero sus aliados extremistas tenían mucha más fuerza que ellos. Los comunistas (ya entonces muy influyentes), les presionaban para que, desde el gobierno, aniquilasen a la derecha católica y encarcelasen a sus líderes. Los socialistas de Largo Caballero, hegemónicos, propiciaban el desorden con el fin de hacer fracasar al gobierno republicano y heredarlo, sin riesgo de nueva insurrección, e imponer la “dictadura proletaria”. Y los anarquistas, convencidos de la cercanía de su revolución, contribuían a la violencia. Estas fuerzas pesaban, como he dicho, más que los modernizadores. Y los asesinatos, asaltos a periódicos y locales derechistas, quemas de iglesias, invasiones de la propiedad, etc., se pusieron a la orden del día.

Según una versión muy difundida, la derecha católica y parte del ejército comenzaron a conspirar tan pronto perdieron las elecciones. La verdad es otra. Hasta finales de mayo, no hubo conspiración militar seria, y la derecha centró sus esfuerzos en presionar al gobierno para que cumpliera con su deber más elemental: garantizar el orden público. Pero, en el propio Parlamento, los modernizadores se negaron a cumplir ese deber, mientras comunistas y socialistas amenazaban de muerte a los peticionarios. Ese acto, repetido dos veces, privó de legitimidad al gobierno e hizo pesar sobre la derecha la amenaza, real y próxima, de destrucción. En esas circunstancias, no hubo tal “rebelión contra un gobierno legítimo y democrático”, como pretenden muchos –y como sí ocurrió en octubre del 34–, sino contra un gobierno deslegitimado por su falta de voluntad y de capacidad para defender la ley, y por su alianza con los revolucionarios. ¿Dónde está aquí el conflicto entre católicos tradicionalistas y modernizadores? Estos últimos apenas tenían importancia en el drama, arrastrados y desacreditados por su pacto con la revolución.

Miseria del anticlericalismo

La tesis de Laín, defendida también por Peces-Barba y otros, no se limita a ver la clave de nuestras desdichas en la mutua hostilidad entre catolicismo y modernidad, sino que culpa esencialmente al primero. "Un catolicismo tradicionalista –resume Sotelo– que se enfrenta a cualquier intento de modernidad, lo que lleva a que los modernizadores españoles sean cada vez más anticatólicos". El catolicismo, pues, sería culpable incluso del anticlericalismo, feroz sin duda y autor de crímenes, pero provocado por la absoluta cerrazón y bruticie católica. Sería el culpable final, por tanto, de las guerras civiles. Y de la escasa relevancia de la ciencia española y de otras muchas cosas.

Creo que esta versión padece dos errores de enfoque. El primero, ya visto brevemente, es ignorar la diferencia entre el siglo XIX, donde tendría cierto sentido, en principio, esa oposición católico-modernizadora, y el siglo XX, en que dicha oposición se diluye al pasar a primer plano la revolución social, sorprendentemente relegada por Laín y otros. El segundo error es considerar provocado el anticlericalismo y provocadora a la Iglesia.

Para abordar este último desenfoque debemos volver a los hechos. Las ideas modernizantes entraron en España, por desgracia, con la invasión francesa, es decir, las acompañó la imposición extranjera a sangre y fuego, que ya de por sí las hacía repelentes para muchos. Pero además también se reprodujeron aquí las fechorías jacobinas de Francia: los "derechos del hombre" sirvieron de bandera para el genocidio, el terror y el saqueo. España no era un país sin tradición ni cultura, y los invasores tuvieron amplia ocasión de destruir o robar un inmenso patrimonio artístico y monumental, bibliotecas, etc., ultrajando de paso el sentir religioso casi unánime en el país. Nos escandaliza el fanatismo destructivo de los talibanes, pero los “talibanes jacobinos”, como recordaba Arrabal hace poco, fueron harto peores. Si no descartamos arbitrariamente esto, como suele hacerse, entenderemos que la mayoría del clero y del pueblo viesen en las propuestas modernizadoras la excusa para todo tipo de crímenes, pues así había ocurrido realmente. El anticlericalismo no nace, pues, como una réplica a la cerrazón católica, según pretenden los católicos "progresistas", sino que la barbarie anticlerical provocó el rechazo católico.

Luego, la semilla jacobina prendió en el sector del liberalismo llamado exaltado o progresista, de historial espeluznante en el siglo XIX, hasta culminar en la I República, que estuvo a punto de acabar con España como nación, y del que recordaremos algunas cosas sabidas, pero un tanto olvidadas.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Fuente: Las Checas de Madrid, César Vidal Manzanares

El largo camino hacia la revolución (II): 1931-1933
Aunque la proclamación de la Segunda república estuvo rodeada de un considerable entusiasmo de una parte de la población, lo cierto es que, observada la situación objetivamente y con la distancia que proporciona el tiempo, no se podía derrochar optimismo. Los vencedores en la incruenta revolución se sentirían, como veremos, hiperlegitimados para tomar decisiones por encima del resultado de las urnas y no dudarían en reclamar el apoyo de la calle cuando el sufragio les fuera hostil. A fín de cuentas, ¿no había sido en contra de la aplastante mayoría de los electores como habían alcanzado el poder? A ese punto de arranque iba a unirse que constituían un pequeño y fragmentado número de republicanos que procedían en su mayoría de las filas monárquicas; dos grandes fuerzas obreristas – socialistas y anarquistas – que contemplaban la república como una fase hacia la utopía que debía ser surcada a la mayor velocidad; los nacionalistas – especialmente catalanes – que ansiaban descuartizar la unidad de la nación y que se apresuraron a proclamar el mismo 14 de abril la República catalana y el Estado catalán y una serie de pequeños grupos radicales de izquierdas que acabarían teniendo un protagonismo notable como era el caso del partido comunista. En su práctica totalidad, su punto de vista era utópico bien identificaran esa utopía con la república implantada, con la consumación revolucionaria posterior o con la independencia; en su práctica totalidad, carecían de preparación política y, sobre todo, económica para enfrentarse con los retos que tenía ante si la nación y, en su práctica totalidad también, adolecían de un virulento sectarismo político y social que no sólo excluía de la vida pública a considerables sectores de la población española sino que también plantearía irreconciliables diferencias entre ellos.
En ese sentido, el primer bienio republicano que estuvo marcado por la alianza entre los republicanos y el PSOE fue una época de ilusiones frustradas precisamente por el sectarismo ideológico de los vencedores del 14 de abril, su incompetencia económica y la acción no parlamentaria e incluso violenta de las izquierdas.
Las manifestaciones de sectarismo fueron inmediatas y entre ellas hay que incluir desde los procesos de antiguos políticos monárquicos a la indiferencia de las autoridades ante los ataques contra los lugares de culto católicos en mayo de 1931. Sin embargo, su fruto más obvio fue la redacción de una constitución que, como indicaría el propio presidente de la República, Alcalá Zamora, no procedía de unas cortes que “adolecían de un grave defecto, el mayor sin duda para una Asamblea representativa: Que no lo eran, como cabal ni aproximada coincidencia de la estable, verdadera y permanente opinión española...” . La constitución, según el mismo testimonio, “se dictó, efectivamente, o se planeó sin mirar a esa realidad nacional... se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cuidarse apenas de que se legislaba para España” . En esa constitución redactada por una minoría se consagraría, por ejemplo, un laicismo militante que no sólo incluía una comprensible separación de la iglesia y el Estado sino que pretendía excluir totalmente a la iglesia católica de la vida pública apartándola, por ejemplo, de las labores educativas. Sobre todo, sin embargo, se instauraría un texto que correspondía no tanto con una visión democrática como con el triunfo de los vencedores de la crisis de abril de 1931. El resultado – señalaría Alcalá Zamora en este texto escrito antes de 1934 – fue “una Constitución que invitaba a la guerra civil, desde lo dogmático, en que impera la pasión sobre la serenidad justiciera, a lo orgánico, en que la improvisación, el equilibrio inestable, sustituyen a la experiencia y a la construcción sólida de poderes” .
La incompetencia económica no fue de menor relevancia en la medida en que no sólo frustró totalmente la realización de una reforma agraria de enorme importancia a la sazón sino que además agudizó la tensión social con normativas – como la ley de términos – que, supuestamente, favorecían a los trabajadores pero que, en realidad, provocaron una contracción del empleo y un peso insoportable para empresarios pequeños y medianos.
A todo lo anterior, hay que añadir la acción violenta de las izquierdas encaminada directamente a concluir con la república. En el caso de los anarquistas, su voluntad de aniquilar la república se manifestó desde el principio de manera inequívoca. El mismo mes de abril de 1931 Durruti afirmaba:
“Si fuéramos republicanos, afirmaríamos que el Gobierno provisional se va a mostrar incapaz de asegurarnos el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado. Pero, como somos auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino, es muy posible que el país se encuentre cualquier día de éstos al borde de la guerra civil. La República apenas si nos interesa… en tanto que anarquistas, debemos declarar que nuestras actividades no han estado nunca, ni lo estarán tampoco ahora, al servicio de… ningun Estado”
No se trataba de meras palabras ni tampoco se limitaban a los anarquistas. En enero de 1932, en Castilblanco y en Arnedo, los socialistas provocaron sendos motines armados en los que hallaron, primero, la muerte agentes del orden público para luego desembocar en una durísima represión. El día 19 del mismo mes, los anarquistas iniciaron una sublevación armada en el Alto Llobregat que duró tan sólo tres días y que fue reprimida por las fuerzas de orden público. Durruti, uno de los incitadores de la revuelta, fue detenido pero a finales de año se encontraba nuevamente en libertad e incitaba a un nuevo estallido revolucionario a una organización como la CNT-FAI que, a la sazón, contaba con más de un millón de afiliados .
De manera nada sorprendente, en enero de 1933, se produjo un nuevo intento revolucionario de signo anarquista. Su alcance se limitó a algunas zonas de Cádiz, como fue el caso del pueblo de Casas Viejas. El episodio tendría pésimas consecuencias para el gobierno de izquierdas ya que la represión de los sublevados sería durísima e incluiría el fusilamiento de algunos de los detenidos y, por añadidura, los oficiales que la llevaron a cabo insistirían en que sus órdenes habían procedido del mismo Azaña . Aunque las Cortes reiterarían su confianza al gobierno, sus días estaban contados. A lo largo de un bienio, podía señalarse que la situación política era aún peor que cuando se proclamó la República. El gobierno republicano había fracasado en sus grandes proyectos como la reforma agraria o el impulso a la educación – en este último caso siquiera en parte por su liquidación de la enseñanza católica – había gestionado pésimamente la economía nacional y había sido incapaz de evitar la radicalización de una izquierda revolucionaria formada no sólo por los anarquistas sino también por el PSOE que pasaba por un proceso que se definió como “bolchevización” y que se caracterizó por la aniquilación de los partidarios (como Julián Besteiro) de una política reformista y parlamentaria y el triunfo de aquellos que (como Largo Caballero) propugnaban la revolución violenta que destruyera la república e instaurara la dictadura del proletariado. En tan sólo un año, la acción de estas fuerzas de izquierdas sumada a la de los nacionalistas catalanes ocasionaría una catástrofe que aniquilaría la posibilidad de supervivencia de la república.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Fuente: Idem a la del anterior mensaje

El largo camino hacia la revolución (III): 1934
El embate de las izquierdas obreristas ansiosas por implantar su utopía sería seguido por la reacción de las derechas. Durante la primavera y el verano de 1932, la violencia revolucionaria de las izquierdas, y la redacción del Estatuto de autonomía de Cataluña y del proyecto de ley de reforma agraria impulsaron, entre otras consecuencias, un intento de golpe capitaneado por Sanjurjo que fracasó estrepitosamente en agosto y, sobre todo, la creación de una alternativa electoral a las fuerzas que habían liquidado el sistema parlamentario anterior a abril de 1931. Así, entre el 28 de febrero y el 5 de marzo, tuvo lugar la fundación de la CEDA (Confederación española de derechas autónomas) - una coalición de fuerzas de derechas y católicas - y la aceptación formal del sistema republicano.
La reacción de Azaña ante la respuesta de las derechas fue intentar asegurarse la permanencia en el poder mediante la articulación de mecanismos legales concretos. El 25 de julio de 1933, se aprobó una ley de orden público que dotaba al gobierno de una enorme capacidad de represión y unos considerables poderes para limitar la libertad de expresión y antes de que concluyera el mes Azaña – que intentaba evitar unas elecciones sobre cuyo resultado no era optimista - lograba asimismo la aprobación de una ley electoral que reforzaba las primas a la mayoría. Mediante un mecanismo semejante, Azaña pretendía contar con una mayoría considerable en unas cortes futuras aunque la misma realmente no se correspondiera con la proporción de votos obtenidos en las urnas. Sin embargo, a pesar de contar con estas posibilidades, durante el verano de 1933 Azaña se resistió a convocar elecciones. Fueron precisamente en aquellos meses estivales cuando se consagró la “bolchevización” del PSOE. En la escuela de verano del PSOE Torrelodones, los jóvenes socialistas celebraron una serie de conferencias donde se concluyó la aniquilación política del moderado Julián Besteiro, el apartamiento despectivo de Indalecio Prieto y la consagración entusiasta de Largo Caballero al que se aclamó como el “Lenin español”, el modelo propugnado por los socialistas no podía resultar, pues, más obvio y más en una época en que el PCE era un partido insignificante. Los acontecimientos se iban a precipitar a partir de entonces, el 3 de septiembre de 1933, el gobierno republicano-socialista sufre una derrota espectacular en las elecciones generales para el Tribunal de garantías y cinco días después cae.
Finalmente, el 19 de noviembre tuvieron lugar las nuevas elecciones. En ellas votó el 67,46 por ciento del censo electoral y las mujeres por primera vez . Las derechas obtuvieron 3.365.700 votos, el centro 2.051.500 y las izquierdas 3.118.000. Sin embargo, el sistema electoral - que favorecía, por decisión directa de Azaña, las grandes agrupaciones - se tradujo en que las derechas, que se habían unido para las elecciones, obtuvieran más del doble de escaños que las izquierdas con una diferencia entre ambas que no llegaba a los doscientos cincuenta mil votos.
En puridad, la fuerza mayoritaria – la CEDA – tendría que haber sido encargada de formar gobierno pero las izquierdas que habían traído la segunda república no estaban dispuestas a consentirlo a pesar de su indudable triunfo electoral. Mientras el presidente de la República, Alcalá Zamora, encomendaba la misión de formar gobierno a Lerroux, un republicano histórico pero en minoría, el PSOE y los nacionalistas catalanes comenzaron a urdir una conspiración armada que acabara con un gobierno de centro-derecha elegido democráticamente. Semejante acto iba a revestir una enorme gravedad porque no se trataba de fuerzas exteriores al parlamento – como había sido el caso de los anarquistas en 1932 y 1933 – sino fuerzas con representación parlamentaria que estaban dispuestas a torcer el resultado de las urnas por la fuerza de las armas.
Los llamamientos a la revolución fueron numerosos, claros y contundentes. El 3 de enero de 1934, la prensa del PSOE publicaba unas declaraciones de Indalecio Prieto que ponían de manifiesto el clima que reinaba en su partido:

“Y ahora piden concordia. Es decir, una tregua en la pelea, una aproximación de los partidos, un cese de hostilidades.... ¿Concordia? No. ¡Guerra de clases! Odio a muerte a la burguesía criminal. ¿Concordia? Sí, pero entre los proletarios de todas las ideas que quieran salvarse y librar a España del ludibrio. Pase lo que pase, ¡atención al disco rojo!”

No se trataba de un mero exabrupto. El 4 de febrero, el mismo Indalecio Prieto llamaba a la revolución en un discurso pronunciado en el coliseo Pardiñas. Ese mismo mes, la CNT propuso a la UGT una alianza revolucionaria, oferta a la que respondió el socialista Largo Caballero con la de las Alianzas obreras. Su finalidad no era laboral sino eminentemente política: aniquilar el sistema parlamentario y llevar a cabo la revolución. A finales de mayo, el PSOE desencadenó una ofensiva revolucionaria en el campo que reprimió enérgicamente Salazar Alonso, el ministro de gobernación. A esas alturas, el gobierno contaba con datos referidos a una insurrección armada en la que tendrían un papel importante no sólo el PSOE sino también los nacionalistas catalanes y algunos republicanos de izquierdas. No se trataba de rumores sino de afirmaciones de parte. La prensa del PSOE, por ejemplo, señalaba que las teorías de Frente popular propugnadas por los comunistas a impulso de Stalin eran demasiado moderadas porque no recogían “las aspiraciones trabajadoras de conquistar el Poder para establecer su hegemonía de clase”. Por el contrario, las Alianzas Obreras, propugnadas por Largo Caballero, eran “instrumento de insurrección y organismo de Poder”. A continuación El Socialista trazaba un obvio paralelo con la revolución bolchevique:

“Dentro de las diferencias raciales que tienen los soviets rusos, se puede encontrar, sin embargo, una columna vertebral semejante. Los comunistas hacen hincapié en la organización de soviets que preparen la conquista insurreccional y sostengan después el Poder obrero. En definitiva, esto persiguen las Alianzas”

Si de algo se puede acusar a los medios socialistas en esa época no es de hipocresía. Renovación anunciaba en el verano de 1934 refiriéndose a la futura revolución:

“¿Programa de acción? – Supresión a rajatabla de todos los núcleos de fuerza armada desparramada por los campos – Supresión de todas las personas que por su situación económica o por sus antecedentes, puedan ser una rémora para la revolución”

Zinóviev, Trotsky o Lenin difícilmente hubieran podido explicarlo con más claridad. Semejantes afirmaciones que mostraban una clara voluntad de acabar con el sistema parlamentario sustituyéndolo por uno similar al soviético debían haber causado seria preocupación en el terreno de los republicanos de izquierdas. Sin embargo, para éstos el enemigo que debía ser abatido no era otro que el centro y la derecha. Al respecto, el 30 de agosto, Azaña realizaba unas declaraciones ante las que nadie se podía llamar a engaño. De acuerdo con las mismas, las izquierdas no estaban dispuestas a consentir que la CEDA entrara en el gobierno por más que las urnas la hubieran convertido en la primera fuerza parlamentaria. Si la CEDA insistía en entrar en un gobierno de acuerdo con un derecho que, en puridad democrática, le correspondía, las izquierdas se opondrían incluso yendo contra la legalidad. “Estaríamos exentos – diría Azaña – de toda fidelidad... habríamos de conquistar a pecho descubierto las garantías”. Los anuncios de Azaña, de Prieto, de Largo Caballero, de tantos otros personajes de la izquierda no eran sino una consecuencia realmente lógica de toda una visión política que no había dejado de avanzar desde finales del siglo XIX y que, entre otras consecuencias, había tenido la de aniquilar la monarquía parlamentaria. El parlamento – y las votaciones que lo habían configurado – sólo resultaba legítimo en la medida en que servía para respaldar el propósito de las fuerzas mencionadas. Cuando el resultado en las urnas no sancionaba a ese bloque político, el parlamento debía ser rebasado y acallado desde la calle recurriendo a la violencia. Para el PSOE, el PCE y la CNT, el paso siguiente sólo podía ser la revolución.
El 9 de septiembre de 1934, la Guardia civil descubrió un importante alijo de armas que, a bordo del Turquesa, se hallaba en la ria asturiana de Pravia. Una parte de las armas había sido ya desembarcada y, siguiendo órdenes de Indalecio Prieto, transportada en camiones de la Diputación provincial controlada a la sazón por el PSOE. La finalidad del alijo no era otra que armar a los socialistas preparados para la sublevación. No en vano el 25 de septiembre El Socialista anunciaba:
“Renuncie todo el mundo a la revolución pacífica, que es una utopía; bendita la guerra”
Dos días después, El Socialista remachaba:
“El mes próximo puede ser nuestro octubre. Nos aguardan días de prueba, jornadas duras. La responsabilidad del proletariado español y sus cabezas directoras es enorme. Tenemos nuestro Ejército a la espera de ser movilizado”
Ese mismo día, moría en Barcelona el ex ministro Jaimer Carner. Azaña, en compañía de otros dirigentes republicanos, se dirigió a la Ciudad Condal. Sin embargo, a pesar de conocer entonces lo que tramaban socialistas y catalanistas, no informó a las autoridades republicanas y decidió quedarse en la ciudad a la espera de los acontecimientos. Antes de concluir el mes, el Comité central del PCE anunciaba su apoyo a un frente único con finalidad revolucionaria.
El 1 de octubre, Gil Robles exigió la entrada de la CEDA en el gobierno de Lerroux. Sin embargo, en una clara muestra de moderación política, Gil Robles ni exigió la presidencia del gabinete (que le hubiera correspondido en puridad democrática) ni tampoco la mayoría de las carteras. El 4 de octubre entrarían, finalmente, tres ministros de la CEDA en el nuevo gobierno, todos ellos de una trayectoria intachable: el catalán y antiguo catalanista Oriol Anguera de Sojo, el regionalista navarro Aizpún y el sevillano Manuel Jiménez Fernández que se había declarado expresamente republicano y que defendía la realización de la reforma agraria.
La presencia de ministros cedistas en el gabinete fue la excusa presentada por el PSOE y los catalanistas para poner en marcha un proceso de insurrección armada que, como hemos visto, venía fraguándose desde hacía meses. Tras un despliegue de agresividad de la prensa de izquierdas el 5 de octubre, el día 6 tuvo lugar la sublevación. El carácter violento de la misma quedó de manifiesto desde el principio. En Guipúzcoa, por ejemplo, los alzados asesinaron al empresario Marcelino Oreja Elósegui. En Barcelona, el dirigente de la Ezquerra republicana, Companys proclamó desde el balcón principal del palacio presidencial de la Generalidad “el Estat Catalá dentro de la República federal española” e invitó a “los dirigentes de la protesta general contra el fascismo a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República”. Sin embargo, ni el gobierno republicano era fascista, ni los dirigentes de izquierdas recibieron el apoyo que esperaban de la calle ni la guardia civil o la de asalto se sumaron al levantamiento. La Generalidad se rindió así a las seis y cuarto de la mañana del 7 de octubre y Companys se puso a salvo huyendo por las alcantarillas de Barcelona.
El fracaso en Cataluña tuvo claros paralelos en la mayoría de España. Ni el ejército – con el que el PSOE había mantenido contactos – ni las masas populares se sumaron al golpe de estado nacionalista-socialista y éste fracasó al cabo de unas horas. La única excepción a esta tónica general fue Asturias donde los alzados contra el gobierno legítimo de la República lograron un éxito inicial y dieron comienzo a un proceso revolucionario que marcaría la pauta para lo que sería la guerra civil de 1936. La desigualdad inicial de fuerzas fue verdaderamente extraordinaria. Los alzados contaban con un ejército de unos treinta mil mineros bien pertrechados gracias a las fábricas de armas de Oviedo y Trubia y bajo la dirección de miembros del PSOE como Ramón González Peña, Belarmino Tomás y Teodomiro Menéndez aunque una tercera parte de los insurrectos pudo pertenecer a la CNT. Sus objetivos eran dominar hacia el sur el puerto de Pajares para llevar la revolución hasta las cuencas mineras de León y desde allí, con la complicidad del sindicato ferroviario de la UGT, al restp de España y apoderarse de Oviedo. Frente a los sublevados había mil seiscientos soldados y unos novecientos guardias civiles y de asalto que contaban con el apoyo de civiles en Oviedo, Luarca, Gijón, Avilés y el campo.
La acción de los revolucionarios siguió patrones que recordaban trágicamente los males sufridos en Rusia. Mientras se procedía a detener e incluso a asesinar a gente inocente tan sólo por su pertenencia a un segmento social concreto, se desataba una oleada de violencia contra el catolicismo que incluyó desde la quema y profanación de lugares de culto – incluyendo el intento de volar la Cámara santa - al fusilamiento de religiosos. El 5 de octubre, primer día del alzamiento, un joven estudiante pasionista de Mieres, de veintidós años de edad y llamado Amadeo Andrés, fue rodeado mientras huía del convento y asesinado. Su cadáver fue arrastrado. Tan sólo una hora antes había sido también fusilado Salvador de María, un compañero suyo que también intentaba huir del convento de Mieres. No fueron, desgraciadamente, las únicas víctimas de los alzados.
El padre Eufrasio del Niño Jesús, carmelita, superior del convento de Oviedo, fue el último en salir de la casa antes de que fuera asaltada por los revolucionarios. Lo hizo saltando una tapia con tan mala fortuna que se dislocó una pierna. Se le prestó auxilio en una casa cercana pero, finalmente, fue trasladado a un hospital. Delatado por dos enfermeros, el comité de barrio decidió condenarlo a muerte dada su condición de religioso. Se le fusiló unas horas después dejándose abandonado su cadáver ante una tapia durante varios días.
El día 7 de octubre, la totalidad de los seminaristas de Oviedo – seis – fue pasada por las armas al descubrirse su presencia, siendo el más joven de ellos un muchacho de dieciséis años. Con todo, posiblemente el episodio más terrible de la persecución religiosa que acompañó a la sublevación armada fue el asesinato de los ocho hermanos de las Escuelas cristianas y de un padre pasionista que se ocupaban de una escuela en Turón, un pueblo en el centro de un valle minero. Tras concentrarlos en la casa del pueblo, un comité los condenó a muerte considerando que al ocuparse de la educación de buena parte de los niños de la localidad tenían una influencia indebida. El 9 de octubre de 1934, poco después de la una de la madrugada, la sentencia fue ejecutada en el cementerio y, a continuación, se les enterró en una fosa especialmente cavada para el caso. De manera no difícil de comprender, los habitantes de Turón que habían sido testigos de sus esfuerzos educativos y de la manera en que se había producido la muerte los consideraron mártires de la fe desde el primer momento. Serían beatificados en 1990 y canonizados el 21 de noviembre de 1999. Formarían así parte del grupo de los diez primeros santos españoles canonizados por martirio.
Los partidarios de la revolución – como en Rusia – habían decidido exterminar a sectores enteros de la población y para llevar a cabo ese objetivo no estaban dispuestos a dejarse limitar por garantías judiciales de ningún tipo. Poca duda cabe de que la diferencia de medios existente entre los alzados y las fuerzas de orden hubiera podido ser fatal para la legalidad republicana de no haber tomado el 5 de octubre el ministro Diego Hidalgo la decisión de nombrar asesor especial para reprimir el alzamiento al general Francisco Franco. Una de las primeras medidas tomadas por Franco, a ejemplo de lo que había hecho Azaña tiempo atrás para acabar con los anarquistas sublevados, fue trasladar a las fuerzas africanas al lugar de la lucha. Así, legionarios y regulares desembarcaron en Gijón para marchar hacia Oviedo donde enlazaron con una pequeña columna que se hallaba al mando de Eduardo López Ochoa, uno de los conspiradores que había impulsado la proclamación de la república años atrás. El bloqueo de los puertos asturianos y la presencia del ejército de África era el final de la revolución pero aún fue necesaria otra semana más para acabar con los focos de resistencia de los insurrectos.
El 16 de octubre de 1934, a unas horas de su derrota definitiva, el Comité provincial revolucionario lanzaba un manifiesto donde volvía a incidir en algunos de los aspectos fundamentales de la sublevación:

“!Obreros: en pie de guerra! ¡Se juega la última carta!
Nosotros organizamos sobre la marcha el Ejército Rojo...
Lo repetimos: En pie de guerra. ¡Hermanos!, el mundo nos observa. España, la España productora, confía su redención a nuestros triunfos. ¡Que Asturias sea un baluarte inexpugnable!
Y si su Bastilla fuera tan asediada, sepamos, antes que entregarla al enemigo, confundir a éste entre escombros, no dejando piedra sobre piedra.
Rusia, la patria del proletariado, nos ayudará a construir sobre las cenizas de lo podrido el sólido edificio marxista que nos cobije para siempre.
Adelante la revolución. ¡Viva la dictadura del proletariado!”

La sublevación armada que, alzándose contra el gobierno legítimamente constituido de la República, había intentado aniquilar el sistema parlamentario e implantar la dictadura del proletariado había fracasado en términos militares. El balance de las dos semanas de revolución socialista-nacionalista era ciertamente sobrecogedor. Las fuerzas de orden público habían sufrido 324 muertes y 903 heridos además de 7 desaparecidos. Entre los paisanos los muertos – causados por ambas partes – llegaban a 1051 y los heridos a 2051. Por lo que se refería a los daños materiales ocasionados por los sublevados habían sido muy cuantiosos y afectado a 58 iglesias, 26 fábricas, 58 puentes, 63 edificios particulares y 730 edificios públicos. Además los sublevados habían realizado destrozos en 66 puntos del ferrocarril y 31 de las carreteras. Asimismo ingresaron en prisión unas quince mil personas por su participación en el alzamiento armado pero durante los meses siguientes fueron saliendo en libertad en su mayor parte. Sin embargo, el mayor coste del alzamiento protagonizado por los nacionalistas catalanes, el PSOE, la CNT y, en menor medida, el PCE fue político. Con su desencadenamiento, las izquierdas habían dejado de manifiesto que la república parlamentaria carecía de sentido para ellas, que no estaban dispuestas a aceptar el veredicto de las urnas si les resultaba contrario, que su objetivo era la implantación de la dictadura del proletariado – una meta no tan claramente abrazada por los nacionalistas catalanes - y que, llegado el caso, harían uso de la violencia armada para lograr sus objetivos. Sería precisamente el republicano Salvador de Madariaga el que levantara acta de lo que acababa de suceder con aquella revolución frustrada de 1934:

“El alzamiento de 1934 es imperdonable. La decisión presidencial de llamar al poder a la CEDA era inatacable, inevitable y hasta debida desde hace ya tiempo. El argumento de que el señor Gil Robles intentaba destruir la Constitución para instaurar el fascismo era, a la vez, hipócrita y falso. Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”

A partir de la sublevación socialista-nacionalista de 1934 quedó de manifiesto que las izquierdas no respetarían la legalidad republicana pero también se acrecentó el miedo de las derechas a un nuevo estallido revolucionario que acabara con el sistema parlamentario y, exterminando a sectores enteros de la población, desencadenara una revolución cruenta. Desgraciadamente, ambos temores se verían confirmados antes de un bienio.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Fuente: Idem

El largo camino hacia la revolución: 1936
La batalla política que se extendió desde el fracaso de la revolución de 1934 hasta la llegada al poder del Frente popular en febrero de 1936 discurrió fundamentalmente en el terreno de la propaganda y fuera del parlamento. En teoría – y más si se atendía a la propaganda de las izquierdas – el gobierno de centro-derecha podría haber aniquilado poniéndolas fuera de la ley a formaciones como el PSOE, la CNT o la Esquerra republicana que habían participado abierta y violentamente en un alzamiento armado contra la legitimidad y la legalidad republicanas. Sin embargo, la conducta seguida por las derechas fue muy distinta. Ciertamente, el 2 de enero de 1935 se aprobó por ley la suspensión del Estatuto de autonomía de Cataluña pero, a la vez, bajo su impulso tuvo lugar el único esfuerzo legal y práctico que mereció en todo el periodo republicano el nombre de reforma agraria. Como señalaría el socialista Gabriel Mario de Coca, “los gobiernos derechistas asentaron a 20.000 campesinos, y bajo las Cortes reaccionarias de 1933 se efectuó el único avance social realizado por la República”. No se redujo a eso su política. Federico Salmón, ministro de trabajo, y Luis Lucia, ministro de Obras públicas, redactaron un “gran plan de obras pequeñas” para paliar el paro; se aprobó una nueva ley de arrendamientos urbanos que defendía a los inquilinos; se inició una reforma hacendística de calado debida a Joaquín Chapaprieta y encaminada a lograr la necesaria estabilización; y Gil Robles, ministro de la guerra, llevó a cabo una reforma militar de enorme relevancia. Consideradas con perspectiva histórica, todas estas medidas denotaban un impulso sensato por abordar los problemas del país desde una perspectiva más basada en el análisis técnico y especializado que en el seguimiento de recetas utópicas. Fue precisamente desde el terreno de las utopías izquierdistas y nacionalistas desde donde se planteó la obstrucción a todas aquellas medidas a la vez que se lanzaba una campaña propagandística destinada a desacreditar al gobierno y sustentada en los relatos, absolutamente demagógicos, de las supuestas atrocidades de las fuerzas del orden en el sofocamiento de la revolución de octubre.
A lo anterior se unió en septiembre de 1935 el estallido del escándalo del straperlo. Strauss y Perl, los personajes que le darían nombre, eran dos centroeuropeos que habían inventado un sistema de juego de azar que permitía hacer trampas con relativa facilidad. Su aprobación se debió a la connivencia de algunos personajes vinculados a Lerroux, el dirigente del partido radical. Los sobornos habían alcanzado la cifra de cinco mil pesetas y algunos relojes pero se convertirían en un escándalo que superó con mucho la gravedad del asunto. Strauss amenazó, en primer lugar, con el chantaje a Lerroux y cuando éste no cedió a sus pretensiones, se dirigió a Alcalá Zamora, el presidente de la república. Alcalá Zamora discutió el tema con Indalecio Prieto y Azaña y, finalmente, desencadenó el escándalo. Como señalaría lúcidamente Joseph Plá , la administración de justicia no pudo determinar responsabilidad legal alguna – precisamente la que habría resultado interesante – pero en una sesión de Cortes del 28 de octubre se produjo el hundimiento político del partido radical, unas de las fuerzas esenciales en el colapso de la monarquía constitucional y el advenimiento de la república menos de cuatro años antes. La CEDA quedaba sola en la derecha frente a unas izquierdas poseídas de una creciente agresividad. Porque no se trataba únicamente de propaganda y demagogia. Durante el verano de 1935, el PSOE y el PCE – que en julio ya había recibido de Moscú la consigna de formación de frentes populares - desarrollaban contactos para una unificación de acciones . En paralelo, republicanos y socialistas discutían la formación de milicias comunes mientras los comunistas se pronunciaban a favor de la constitución de un Ejército rojo. El 14 de noviembre, Azaña propuso a la ejecutiva del PSOE una coalición electoral de izquierdas. Acababa de nacer el Frente popular. En esos mismos días, Largo Caballero salía de la cárcel – después de negar cínicamente su participación en la revolución de octubre de 1934 – y la sindical comunista CGTU entraba en la UGT socialista.
El año 1935 concluyó con el desahucio del poder de Gil Robles; con una izquierda que creaba milicias y estaba decidida a ganar las siguientes elecciones para llevar a cabo la continuación de la revolución de octubre de 1934; y con reuniones entre Chapaprieta y Alcalá Zamora para crear un partido de centro en torno a Portela Valladares que atrajera un voto moderado preocupado por la agresividad de las izquierdas y una posible reacción de las derechas. Ésta, de momento, parecía implanteable. La Falange, el partido fascista de mayor alcance, era un grupo minoritario ; los carlistas y otros grupos monárquicos carecían de fuerza y en el ejército Franco insistía en rechazar cualquier eventualidad golpista a la espera de la forma en que podría evolucionar la situación política. Así al insistir en que no era el momento propicio, impidió la salida golpista . Cuando el 14 de diciembre, Portela Valladares formó gobierno era obvio que se trataba de un gabinete puente para convocar elecciones. Finalmente, Alcalá Zamora disolvió las Cortes (la segunda vez durante su mandato lo que implicaba una violación de la Constitución) y convocó elecciones para el 16 de febrero de 1936 bajo un gobierno presidido por Portela Valladares.
El 15 de enero de 1936, se firmó el pacto del Frente popular como una alianza de fuerzas obreras y burguesas cuyas metas no sólo no eran iguales sino que, en realidad, resultaban incompatibles. Los republicanos como Azaña y el socialista Prieto perseguían fundamentalmente regresar al punto de partida de abril de 1931 en el que la hegemonía política estaría en manos de las izquierdas. Para el resto de las fuerzas que formaban el Frente popular, especialmente el PSOE y el PCE, se trataba tan sólo de un paso intermedio en la lucha hacia la aniquilación de la República burguesa y la realización de una revolución que concluyera en una dictadura obrera. Si Luis Araquistain insistía en hallar paralelos entre España y la Rusia de 1917 donde la revolución burguesa sería seguida por una proletaria , Largo Caballero difícilmente podía ser más explícito sobre las intenciones del PSOE. En el curso de una convocatoria electoral que tuvo lugar en Alicante, el político socialista afirmaba:

“Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la guerra civil declarada.
Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos”

Tras el anuncio de la voluntad socialista de ir a una guerra civil si perdía las elecciones, el 20 de enero, Largo Caballero decía en un mitin celebrado en Linares:

“... la clase obrera debe adueñarse del Poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el Poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”

El 10 de febrero de 1936, en el Cinema Europa Largo Caballero volvía a insistir en sus tesis:

“... la transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas... estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia”.

No menos explícito sería el socialista González Peña al indicar la manera en que se comportaría el PSOE en el poder:

“... la revolución pasada (la de Asturias) se había malogrado, a mi juicio, porque más pronto de lo que quisimos surgió esa palabra que los técnicos o los juristas llaman “juridicidad”. Para la próxima revolución, es necesario que constituyéramos unos grupos que yo denomino “de las cuestiones previas”. En la formación de esos grupos yo no admitiría a nadie que supiese más de la regla de tres simple, y apartaría de esos grupos a quienes nos dijesen quiénes habían sido Kant, Rousseau y toda esa serie de sabios. Es decir, que esos grupos harían la labor de desmoche, de labor de saneamientos, de quitar las malas hierbas, y cuando esta labor estuviese realizada, cuando estuviesen bien desinfectados los edificios públicos, sería llegado el momento de entregar las llaves a los juristas”


González Peña acababa de anunciar todo un programa que se cumpliría apenas unos meses después con la creación de las checas.
Con no menos claridad se expresaban los comunistas. En febrero de 1936, José Díaz dejó inequívocamente de manifiesto que la meta del PCE era “la dictadura del proletariado, los soviets” y que sus miembros no iban a renunciar a ella.
De esta manera, aunque los firmantes del pacto del Frente popular (Unión republicana, Izquierda republicana, PSOE, UGT, PCE, FJS, Partido sindicalista y POUM) suscribían un programa cuya aspiración fundamental era la amnistía de los detenidos y condenados por la insurrección de 1934 - reivindicada como un episodio malogrado pero heroico - algunos de ellos lo consideraban como un paso previo, aunque indispensable, al desencadenamiento de una revolución que liquidara a su vez la Segunda República incluso al costo de iniciar una guerra civil contra las derechas.
También sus adversarios políticos centraron buena parte de la campaña electoral en la mención del levantamiento armado de octubre de 1934. Desde su punto de vista, el triunfo del Frente popular se traduciría inmediatamente en una repetición, a escala nacional y con posibilidades de éxito, de la revolución. En otras palabras, no sería sino el primer paso hacia la liquidación de la república y la implantación de la dictadura del proletariado.
Para colmo de males, las elecciones de febrero de 1936 no sólo concluyeron con resultados muy parecidos para los dos bloques sino que además estuvieron inficcionadas por la violencia, no sólo verbal, y el fraude en el conteo de los sufragios. Así, sobre un total de 9.716.705 votos emitidos , 4.430.322 fueron para el Frente popular; 4.511.031 para las derechas y 682.825 para el centro. Otros 91.641 votos fueron emitidos en blanco o resultaron destinados a candidatos sin significación política. Sobre estas cifras resulta obvio que la mayoría de la población española se alineaba en contra del Frente popular y si a ello añadimos los fraudes electorales encaminados a privar de sus actas a diputados de centro y derecha difícilmente puede decirse que contara con el respaldo de la mayoría de la población. A todo ello hay que añadir la existencia de irregularidades en provincias como Cáceres, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Granada, Cuenca, Orense, Salamanca, Burgos, Jaén, Almería, Valencia y Albacete entre otras contra las candidaturas de derechas. Con todo, finalmente, este cúmulo de irregularidades se convertiría en una aplastante mayoría de escaños para el Frente popular.
En declaraciones al Journal de Geneve , sería nada menos que el presidente de la república Niceto Alcalá Zamora el que reconociera la peligrosa suma de irregularidades electorales:

“A pesar de los refuerzos sindicalistas, el “Frente Popular” obtenía solamente un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados. Resultó la minoría más importante pero la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo, logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.
Primera etapa: Desde el 17 de feberero, incluso desde la noche del 16, el “Frente Popular”, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las Juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden, reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis: algunos Gobernadores Civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados.
Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, fue fácilmente hacerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el “Frente Popular” eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsaron de las Cortes a varios diputados de las minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria; hacer en la Cámara una convención, aplastar a la oposición y sujetar el grupo menos exaltado del “Frente Popular”. Desde el momento en que la mayoría de izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las peores locuras.
Fue así que las Cortes prepararon dos golpes de estado parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí mismas indisolubles durante la duración del mandato presidencial. Con el segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba descartado en el camino de la anarquía y de todas las violencias de la guerra civil”.

Las elecciones de febero de 1936 se habían convertido ciertamente en la antesala de un proceso revolucionario que había fracasado en 1917 y 1934 a pesar de su éxito notable en 1931. Así, aunque el gobierno quedó constituido por republicanos de izquierdas bajo la presidencia de Azaña para dar una apariencia de moderación, no tardó en lanzarse a una serie de actos de dudosa legalidad que formarían parte esencial de la denominada “primavera trágica de 1936”. Mientras Lluis Companys, el golpista de octubre de 1934, regresaba en triunfo a Barcelona para hacerse con el gobierno de la Generalidad, los detenidos por la insurrección de Asturias eran puestos en libertad en cuarenta y ocho horas y se obligaba a las empresas en las que, en no pocas ocasiones, habían causado desmanes e incluso homicidios a readmitirlos. En paralelo, las organizaciones sindicales exigían en el campo subidas salariales de un cien por cien con lo que el paro se disparó. Entre el 1 de mayo y el 18 de julio de 1936, el agro sufrió 192 huelgas. Más grave aún fue que el 3 de marzo los socialistas empujaran a los campesinos a ocupar ilegalmente varias fincas en el pueblo de Cenicientos. Fue el pistoletazo de salida para que la Federación – socialista – de Trabajadores de la Tierra quebrara cualquier vestigio de legalidad en el campo. El 25 del mismo mes, sesenta mil campesinos ocuparon tres mil fincas en Extremadura, un acto legalizado a posteriori por un gobierno incapaz de mantener el orden público.
El 5 de marzo el Mundo Obrero, órgano del PCE, abogaba, pese a lo suscrito en el pacto del Frente popular por el “reconocimiento de la necesidad del derrocamiento revolucionario de la dominación de la burguesía y la instauración de la dictadura del proletariado en la forma de soviets”.
En paralelo, el Frente Popular desencadenaba una censura de prensa sin precedentes y procedía a una destitución masiva de los ayuntamientos que consideraba hostiles o simplemente neutrales. El 2 de abril, el PSOE llamaba a los socialistas, comunistas y anarquistas a “constituir en todas partes, conjuntamente y a cara descubierta, las milicias del pueblo”. Ese mismo día, Azaña chocó con el presidente de la república, Alcalá Zamora, y decidió derribarlo con el apoyo del Frente popular. Lo consiguió el 7 de abril alegando que había disuelto inconstitucionalmente las Cortes dos veces y logrando que las Cortes lo destituyeran con solo cinco votos en contra. Por una paradoja de la Historia, Alcalá Zamora se veía expulsado de la vida política por sus compañeros de conspiración de 1930-1931 y sobre la base del acto suyo que, precisamente, les había abierto el camino hacia el poder en febrero de 1936. Las lamentaciones posteriores del presidente de la República no cambiarían en absoluto el juicio que merece por su responsabilidad en todo lo sucedido durante aquellos años. El 10 de mayo de 1936, Azaña era elegido nuevo presidente de la República. Tanto para el PSOE y el PCE como para las derechas, el nombramiento fue interpretado como carente de valor salvo en calidad de paso hacia la revolución. Así, mientras en la primera semana de marzo, se acordara en una reunión de generales la realización de "un alzamiento que restableciera el orden en el interior y el prestigio internacional en España" y durante el mes de abril, Mola se hacía cargo de la dirección del futuro golpe; Largo Caballero afirmaba sin rebozo que el presente régimen no podía continuar. La resuelta actitud del dirigente del PSOE tuvo entre otras consecuencias la de impedir que, por falta del apoyo de su grupo parlamentario, Indalecio Prieto formara gobierno y que Azaña tuviera que encomendar esa misión a Casares Quiroga.
El mes de junio iba a comenzar con el desencadenamiento de una huelga general de la construcción en Madrid convocada por la CNT con intención de vencer a la rival UGT. La acción cenetista se tradujo en conseguir el paro de 150.000 obreros en unas condiciones de tanto extremismo que ignoraría el estallido de la guerra civil en julio y se mantendría hasta el 4 de agosto de 1936. el día 5 del mismo mes, el general Mola emitía una circular en la que señalaba que el Directorio militar que se instauraría después del golpe contra el gobierno del Frente popular respetaría el régimen republicano. La gravedad de la situación provocaba que la tesis de Mola fuera ganando adeptos pero entre ellos no se encontraba todavía Franco que esperaba una reorientación pacífica y dentro de la legalidad de las acciones del gobierno.
Se trataba de una espera vana porque el 10 de junio, el gobierno del Frente popular dio un paso más en el proceso de aniquilación del sistema democrático al crear un tribunal especial para exigir responsabilidades políticas a jueces, magistrados y fiscales. Compuesto por cinco magistrados del Tribunal supremo y doce jurados no sólo era un precedente de los que serían tribunales populares durante la guerra civil sino también un claro intento de aniquilar la independencia judicial para someterla a los deseos políticos del Frente popular.
El 16 de junio, Gil Robles denunciaba ante las Cortes el estado de cosas iniciado tras la llegada del Frente popular al gobierno. Entre los desastres provocados entre el 16 de febrero y el 15 de junio se hallaban la destrucción de 196 iglesias, de 10 periódicos y de 78 centros políticos así como 192 huelgas y 334 muertos, un número muy superior al de los peores años del pistolerismo. El panorama era ciertamente alarmante y la sesión de las Cortes fue de una dureza extraordinaria por el enfrentamiento entre la “media España que se resiste a morir” y la que estaba dispuesta a causarle esa muerte. Calvo Sotelo, por ejemplo, abandonó la sede de las cortes con una amenaza de muerte sobre su cabeza que no tardaría en convertirse en realidad.
Entre el 20 y el 22 de junio, un congreso provincial del PCE celebrado en Madrid revela que el partido cuenta en Madrid con unas milicias antifascistas obreras y campesinas – las MAOC – que disponen de dos mil miembros armados. Se trata de un pequeño ejército localizado en la capital a la espera de llevar a cabo la revolución proletaria.
El 23 de junio, el general Franco, que seguía manifestando una postura dubitativa frente a la sublevación militar, envió una carta dirigida a Casares Quiroga advirtiéndole de la tragedia que se avecinaba e instándole a conjurarla. El texto ha sido interpretado de diversas maneras y, en general, los partidarios de Franco han visto en él un último intento de evitar la tragedia mientras que sus detractores lo han identificado con un deseo de obtener recompensas gubernamentales que habría rayado la delación. Seguramente, se trató del último cartucho que Franco estaba dispuesto a quemar a favor de una salida legal a la terrible crisis que atravesaba la nación. Al no obtener respuesta, se sumó a la conspiración contra el gobierno del Frente popular. Era uno de los últimos pero su papel resultaría esencial.
Desde luego, el enorme grado de descomposición sufrido por las instituciones republicanas y por la vida social no se escapaba a los viajeros y diplomáticos extranjeros a su paso por España. Shuckburgh, uno de los funcionarios especializados en temas extranjeros del Foreign Office británico, señalaba en una minuta del 23 de marzo de 1936:

“... existen dudas serias de que las autoridades, en caso de emergencia, estén realmente en disposición de adoptar una postura firme contra la extrema izquierda, que ahora se dirige con energía contra la religión y la propiedad privada. Las autoridades locales, la policía y hasta los soldados están muy influidos por ideas socialistas, y a menos que se le someta a una dirección enérgica es posible que muy pronto se vean arrastradas por elementos extremistas hasta que resulte demasiado tarde para evitar una amenaza seria contra el Estado”

Sir Henry Chilton, el embajador británico en Madrid, iba todavía más lejos en sus opiniones. En un despacho dirigido el 24 de marzo de 1936 a Anthony Eden le indicaba que sólo la proclamación de una dictadura podría evitar que Largo Caballero desencadenase la revolución ya que el dirigente del PSOE tenía la intención clara de “derribar al presidente y al gobierno de la República e instaurar un régimen soviético en España”. Para justificar ese paso, Largo Caballero tenía intención de aprovechar la celebración de las elecciones municipales en abril . Sin embargo, el gobierno – que recordaba otras elecciones municipales celebradas en abril y sus resultados – optó por aplazar la convocatoria electoral.
El 13 de abril, el historiador Arthur Bryant, amigo personal del primer ministro Baldwin, le escribía una carta en la que describía una España sumergida ya en la revolución:

“En España las cosas están bastante peor de lo que aquí se cree. En las grandes ciudades y centros turísticos está escondida pero en el resto de los lugares la revolución ya ha comenzado. Hice cinco mil millas por España y, salvo en Cataluña, en las paredes de todos los pueblos que visité había hoces y martillos, y en sus calles pude ver los signos innegables de un profundo odio de clases, fomentado por la agitación creciente de agentes soviéticos”

El 1 de mayo Chilton remitía a Eden un nuevo despacho en el que le describía los paralelismos entre la situación española y la rusa con anterioridad al golpe bolchevique de octubre de 1917. Como Kérensky, el actual gobierno era sólo un paso hacia la revolución comunista:

“... la perniciosa propaganda comunista se está inoculando en los jóvenes de la nación... Peor todavía fue la sensación de que el gobierno español, débil y cargado de dudas, había dejado el poder en manos del proletariado”

A mediados del mes siguiente, Norman King, el cónsul británico en Barcelona, enviaba otro informe realmente alarmante:

“España se encuentra otra vez al borde del caos si es que ya no está en él.... Actualmente, toda la tendencia en España da la sensación de ser centrífuga... El gobierno conoce el peligro y está tratando de reafirmar su autoridad. Puede que tenga un éxito pasajero pero tiene en contra la situación y sus partidarios de la extrema izquierda parecen encontrarse ya fuera de control... si la actual situación de disturbios conduce a la guerra civil, lo que no es improbable, los extremistas de izquierda ganarán la partida”

El deterioro del Estado de derecho era tan acusado en España que el Western Department del Foreign Office británico encargó a Montagu Pollock un informe al respecto. El resultado fue una “Nota sobre la evolución reciente en España”. El documento tiene una enorme importancia porque en el mismo se describe cómo la nación atravesaba por una “fase Kérensky” previa al estallido de una revolución similar a la rusa de octubre de 1917. Entresacamos algunos párrafos de este documento crucial:

“Desde las elecciones la situación en todo el país se ha deteriorado de manera constante. El gobierno, en un intento cargado de buenas intenciones de cumplir las promesas electorales, y bajo fuerte presión de la izquierda, ha promulgado un conjunto de leyes que han provocado un estado crónico de huelgas y cierres patronales y la práctica paralización de buena parte de la vida económica del país”

Montagu-Pollock indicaba además que el PSOE se hallaba en el bando “extremista”, que “los comunistas han estado armándose con diligencia durante este tiempo y fortaleciendo su organización”, que no había “señales de mejora de la situación” y que “las posibilidades de supervivencia del gobierno parlamentario se hacen muy débiles”. De especial interés resultaba asimismo la pérdida de independencia del poder judicial:

“en muchos lugares, a causa del sentimiento de miedo y confusión creado por la desaparición de la autoridad, el control del gobierno local, de los tribunales de justicia, etc, ha caído en manos de las minorías de extrema izquierda”

Por si todo lo anterior fuera poco para convencer al gobierno británico de que en España la revolución ya había comenzado y sólo esperaba el mejor momento para estallar con toda su virulencia, el 2 de julio fue asesinado en Barcelona Joseph Mitchell Hood, director de una fábrica textil que sufría un conflicto laboral. El crimen provocó la previsible inquietud en la colonia británica en la Ciudad Condal y las autoridades diplomáticas del Reino Unido hicieron entrega de sendas notas de protesta al gobierno nacional y al de la Generalidad. Sin embargo, no se trataba de un caso aislado sino de una manifestación – de las que los españoles sufrían centenares – del clima creado por las fuerzas del Frente popular. Durante el mes de julio, Largo Caballero realizó algunas declaraciones ante la prensa londinense que no podían sino confirmar la tesis Kérensky de que el actual gobierno sólo era un paso previo a un golpe de izquierdas que desatara la revolución en instaurara la dictadura, tal y como había sucedido en Rusia:

·
“Deseamos ayudar al gobierno en la realización de su programa; le colocamos donde está sacrificando nuestra sangre y libertad; no creemos que triunfe; y cuando fracase nosotros lo sustituiremos y entonces se llevará a cabo nuestro programa y no el suyo... sin nosotros los republicanos no pueden existir, nosotros somos el poder y si les retiramos el apoyo a los republicanos, tendrán que marcharse”

Difícilmente hubiera podido expresarse con mayor claridad Largo Caballero en cuanto a las intenciones del PSOE, a la sazón el partido más importante del Frente popular.
Los acontecimientos iban a enlazarse a un ritmo acelerado en los días siguientes. El 11 de julio de 1936, despegaba el Dragon Rapide encargado de recoger a Franco para que encabezara el golpe militar en Africa. El 12, un grupo derechista asesinó al teniente de la Guardia de Asalto, José del Castillo, cuando abandonaba su domicilio. La respuesta de los compañeros del asesinado fue fulminante. Varios guardias de asalto de filiación socialista y muy relacionados con Indalecio Prieto se dirigieron a la casa de Gil Robles. Al no encontrarlo en su domicilio, se encaminaron entonces al de Calvo Sotelo. Allí lo aprendeherían, para después asesinarlo y abandonar su cadáver en el cementerio.
El hecho de que el asesinato de Calvo Sotelo hubiera sido predicho en una sesión de las Cortes sólo sirvió para convencer a millones de personas de que el gobierno y las fuerzas que lo respaldaban en el parlamento perseguía poner en marcha a escala nacional unos acontecimientos semejantes a los que había padecido Asturias durante el mes de octubre de 1934 y, de manera lógica, contribuyó a limar las últimas diferencias existentes entre los que preparaban un golpe contra el Frente popular. El 14 de julio, Mola concluyó el acuerdo definitivo con los tradicionalistas, mientras José Antonio, el dirigente de Falange que estaba encarcelado desde primeros de años, enviaba desde la prisión de Alicante a un enlace (Garcerán) para que presionara en favor de adelantar el golpe. Dos días después, Gil Robles afirmó ante las Cortes que no creía que el gobierno estuviera implicado en la muerte de Calvo Sotelo, pero que lo consideraba responsable moral y políticamente. El gobierno, por su parte, estaba al tanto de los preparativos de golpe pero creía que la táctica mejor sería esperar a que se produjera para luego sofocarlo como el 10 de agosto de 1932. También lo ansiaban las fuerzas del Frente popular que creían en una rápida victoria en una guerra civil que habían contribuido, en especial desde 1934, decisivamente a desatar. Para ellas, 1936 iba a ser la consumación de una forma de pensamiento que se consideraba hiperlegitimada, que despreciaba el sistema parlamentario en la medida en que no respaldara la implantación de sus respectivas teorías, que ya había aniquilado un sistema constitucional y que se aprestaba a destruir otro más en la certeza de que el triunfo se hallaba más cerca que nunca. Esa cosmovisión anti-sistema y anti-parlamentaria incluía entre sus características la del exterminio del adversario considerando como tal a segmentos íntegros de la población. En tan sólo unos días así lo llevaría a cabo y para conseguir sus metas convertiría las checas en un instrumento privilegiado.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Fuente: idem

El final de la II República
El levantamiento del 18 de julio de 1936 ni puso fin a la república – a decir verdad, no eran pocos los alzados favorables a la forma de estado republicana – ni desencadenó una revolución en la que se venía soñando desde el siglo anterior y a cuya consumación se aspiraba desde inicios del siglo XX. Sí proporcionó empero la coartada para consumarla aniquilando al mismo tiempo unas estructuras parlamentarias que no habían sido amadas ni respetadas durante el lustro republicano. Precisamente porque se daban esos antecedentes históricos no puede extrañar que los asesinatos y matanzas perpetrados en la zona situada aún bajo el control del Frente popular se encuadraran en circunstancias muy concretas. La primera fue la realización a cargo de personas incardinadas en organizaciones que desde hacía décadas consideraban moralmente lícita la eliminación física del adversario político; la segunda, el hecho de que esas matanzas no respetaran las garantías más elementales de la justicia en la medida en que se consideraban investidas y legitimadas por una forma de justicia superior, la “justicia revolucionaria”; la tercera, el carácter frecuentemente masivo e indiscriminado de los asesinatos ya que aquellos a quienes se arrancaba la vida presentaban como delito no tanto la comisión de acciones contrarias como la pertenencia a un grupo al que se había destinado al exterminio; la cuarta, la colaboración de elementos que no pocas veces eran extraídos de la delincuencia común pero a los que se aceptaba gustosamente en las filas de la represión por considerarlos miembros de la misma clase e incluso víctimas sociales de los que debían ser exterminados y quinta, la pasividad – cuando no aquiescencia – de las autoridades ante las tropelías que se cometían en buena medida porque consideraban que en ellas existía algún tipo de justificación moral.
El 18 de julio, José Giral, nuevo presidente del consejo de ministros, dio la orden de entregar armas al pueblo, un eufemismo que, en realidad, identificaba al pueblo con los sindicatos y los partidos de izquierdas que tanto habían contribuido a desestabilizar el sistema republicano desde 1931. Mientras los anarquistas difundían un llamamiento a tomar las armas , socialistas y comunistas se apoderaban de las que hasta ese momento habían estado en manos del ejército. La única condición para entregar un fusil era, según el testimonio del comunista Tagüeña, “la documentación de un partido de izquierdas”. Semejante quiebra del monopolio de la fuerza que, legítimamente, ha de estar en manos del Estado y su sustitución por la acción de milicias de diversa índole, estaba en la mente de las fuerzas del Frente popular desde hacía años, como hemos tenido ocasión de ver, pero ahora tuvo consecuencias inmediatas. Como indicaría Pedro Mateo Merino, uno de los futuros combatientes en la batalla del Ebro, “la circulación de las calles” quedó en manos de estos grupos desprovistos de respaldo legal alguno y el “tránsito” se hizo “difícil y peligroso” para los que no tenían alguna “identificación inconfundible de algún organismo político o sindical” . Como en Asturias en 1934, un conjunto de grupos revolucionarios se había hecho con el control de la calle utilizando como única legitimación la fuerza y poniendo en peligro la vida de todos aquellos que no eran de los suyos.
También como en 1934 – y 1931 – se produjeron inmediatamente ataques contra los lugares de culto católicos. En el barrio de Torrijos, ante la iglesia de los dominicos, los milicianos armados con pistolas y mosquetones la emprendieron a tiros con los fieles – entre los que se encontraban los hermanos Serrano Súñer que acudían a una misa en sufragio por el alma de su padre fallecido unos días antes - cuando éstos abandonaban el templo. Mientras intentaban escapar de los disparos saliendo por las puertas laterales o descolgándose por las ventanas, varios de ellos encuentran la muerte o son heridos . No se trataba de un episodio aislado. En la calle de Atocha, dos sacerdotes que venían de celebrar misa fueron perseguidos por la turba que los amenazaba. Incidentes semejantes tuvieron lugar en las calles de Hortaleza, de Hermosilla, de Eloy Gonzalo, de las Huertas, de Segovia, en la plaza del Progreso, en el paseo del Cisne y el de las Delicias...
En buena medida, el día 19 se convirtió en un verdadero punto de inflexión revolucionaria. Así se llevó a cabo otra medida que también gozó del respaldo del gobierno y que, igualmente, vulneraba el principio de legalidad. Ésta no fue otra que la puesta en libertad de los presos comunes simpatizantes del Frente popular. Cuesta dudar que el gobierno pretendía congraciarse así la simpatía de los partidos y sindicatos que constituían la base social del Frente popular pero, al mismo tiempo, resulta innegable que de esa manera liberaba a un conjunto de delincuentes que, unidos a la causa de la revolución, difícilmente iban a tener una actuación sometida a los principios más elementales de la legalidad y de la justicia.
Aquel mismo día – en el curso del cual no menos de una cincuentena de iglesias fueron incendiadas en Madrid – se produjo además el inicio del exterminio de los elementos considerados peligrosos. Los primeros asesinatos tuvieron como víctimas a dos muchachos de veintiuno y veintidós años, el hermano profeso Manuel Trachiner Montaña y el hermano novicio Vicente Cecilia Gallardo, que pertenecían a la congregación de los padres paúles de Hortaleza donde se encargaban de tareas relacionadas con la carpintería. Recibidas las primeras noticias de ataques contra lugares de culto, los superiores de los hh. Trachiner y Cecilia les entregaron algún dinero invitándoles a abandonar la congregación a la vez que instándoles a que no llevaran en su equipaje nada que delatara su relación con el clero. Detenidos por un control, al no contar con un carnet de alguna de las fuerzas que formaban el Frente popular se les retuvo y al descubrirse que llevaban en las maletas dos sotanas se procedió a asesinarlos en el cementerio de Canillas. Daba inicio así una persecución religiosa que se cobraría la vida de millares de clérigos y decenas de miles de laicos.
Aquel mismo día 19 los milicianos dieron muerte al capitán retirado de ingenieros Prieto, al teniente Sánchez Aguiló también de ingenieros y el comandante Clavijo de ingenieros al que se asesinó en el interior de una ambulancia que lo trasladaba al hospital Gómez Ulla. En ningún caso se instruyó causa ni tampoco la detención se produjo en un marco legal. Todavía antes de incluir la jornada, hallarían la muerte tres civiles – uno de ellos María García Martínez de setenta años de edad – en cuyo asesinato también brilló por su ausencia la menor apariencia de legalidad.
Si desde la victoria del Frente popular había resultado discutible el carácter legal de muchas de sus actuaciones, si no pocas de las acciones emprendidas por las organizaciones que lo formaban habían sido ejecutadas en contra de la legislación y de los principios más elementales del derecho, a mediados de julio de 1936 se produjo un salto cualitativo de enorme importancia. La autoridad del gobierno republicano saltó por los aires – salvo en aquellas cuestiones que los grupos de izquierdas estaban dispuestos a secundar como la liberación de los presos comunes simpatizantes o la toma de las armas del ejército – y se vio sustituida en las calles por la revolución. En apenas unas semanas, el gobierno republicano sería también revolucionario y estaría presidido por uno de los defensores más denodados de la revolución. Para ese entonces sólo se consagraría formalmente una realidad terrible acontecida ya el 19 de julio, la de que la Segunda república había muerto. El comunista Tagüeña daría testimonio de esa realidad de una manera que apenas admite discusión:

“La situación real que podía observar el que mirase a la calle es que había terminado la Segunda República... Cada grupo con sus objetivos, sus programas y sus fines diferentes y muy pronto cada uno con sus unidades de milicias, sus policías, sus intendencias y hasta sus finanzas. En cuanto a los republicanos, habían sido barridos por los acontecimientos y muy poco iban a significar durante toda la guerra”

Ciertamente, la Segunda república había concluido y en apenas unas horas los asesinatos aislados – pero ya obvios en sus objetivos – dejarían paso a una política masiva de exterminio del adversario.


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Podría seguir pero no hace falta...
Hemos visto lo que pasó antes de la guerra y nada más iniciarse esta. Como dato significativo diré que en una diócesis, la de Barbastro, fue asesinado el 86% del clero así como gran número de laicos cuyo único delito era ser católico de misa dominical
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Fuente: nº 113 de Razón Española, año 2002.

Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero (1 de julio de 1937)

A los 65 años de su publicación. En el 1 de julio de 2002 se cumplirá el 65 aniversario de la publicación de este importante documento del Episcopado español y que se puede considerar como el documento más polémico y significativo del magisterio episcopal relativo a la contienda fratricida y a la persecución religiosa que se desencadenó con toda virulencia en la zona republicana a partir del 18 de julio fde 1936. La primera edición de esta carta colectiva vio la luz en Pamplona, en 1937, publicada por Gráficas Bescansa mediante un folleto de 32 páginas y que llevaba por título «Carta colectiva de los obispos españoles a los de todo el mundo con motivo de la guerra de España». Se tradujo a 14 lenguas, con 36 ediciones.

Esta Carta colectiva la redactó el cardenal Isidro Gomá y Tomás, a quien el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 sorprendió en Tarazona, donde había acudido para conferir la consagración episcopal a Gregorio Modrego y Casáus, que fue su obispo auxiliar y más tarde, después de finalizada la contienda, sería arzobispo de Barcelona. La consagración fue aplazada hasta octubre y Gomá se trasladó a Pamplona, donde fue acogido por el obispo Marcelino Olaechea, junto con el obispo de Gerona, José Cartañá; el padre Marcet, abad de Montserrat; el prior Escarré, y los monjes supervivientes de aquella comunidad benectina, que tuvo 23 asesinados por las hordas rojas. Centenares de sacerdotes fueron igualmente acogidos y atendidos por la generosa hospitalidad del obispo Olaechea en la Casa de Ejercicios de las Esclavas de Cristo Rey de la capital navarra.

El cardenal Isidro Gomá siguió la guerra civil desde Navarra, en la que el conflicto se vivió no como un movimiento militar contra la República, sino como una auténtica «cruzada» contra el comunismo ateo y en defensa de la civilización cristiana. Por este sublime ideal dieron su vida muchos jóvenes navarros en el frente de batalla.

Los cardenales Vidal y Barraquer, Ilundáin y Segura. Ninguno de los otros tres cardenales españoles estuvo en la zona republicana, pues el arzobispo de Tarragona, cardenal Francisco Vidal y Barraquer se salvó verdaderamente in extremo, ya que el día 21 de julio de 1936 fue detenido en Poblet (Tarragona) -donde se había refugiado por recomendación de la Generalidad, debido a que no podía garantizar su seguridad-, junto con el obispo auxiliar Manuel Borrás Ferrer, por un grupo de milicianos de la FAI. Gracias a las extraordinarias dotes de serenidad que poseía el cardenal Vidal, y sobre todo a la intervención directa del presidente de la Generalidad, Lluís Companys, que consiguió sacarle de la prisión de Montblanc el 23 de julio, fue trasladado a Barcelona, de donde, el 30 de julio de 1936, embarcó en el crucero italiano Flume, que lo llevó a Roma, siendo acogido en la cartuja italiana de Farneta, cerca de Lucca. No regresó a España, muriendo el 13 de septiembre de 1943 en Friburgo (Suiza). El 25 de septiembre de 1943, la Embajada española organizó un solemne funeral en Montserrat de los Españoles.

El cardenal Eustaquio Ilundáin Esteban estuvo siempre en Sevilla, en zona nacional, y el cardenal Pedro Segura Sáez permaneció en su obligado exilio romano, ya que había sido expulsado de España por el Gobierno de la República, a mediados de 1931. En el año 1937, el papa Pío XI le nombró sucesor del fallecido Ilundáin en la sede hispalense.

Entrevistas del cardenal Gomá. El 12 de diciembre de 1936, el cardenal Gomá fue recibido por el papa Pío XI. Apenas regresado a España, el cardenal pidió a Franco una entrevista, que se celebró el 29 de diciembre de 1936. Franco afirmó que respetaría todas las libertades de la Iglesia y que nunca se tomarían decisiones que de algún modo la afectasen sin consulta y negociación con sus autoridades. El Caudillo también prometió que todas las leyes contrarias a la Iglesia serían modificadas y solicitó de la Santa Sede una ayuda en todos los problemas políticos que, de alguna forma, se relacionasen con lo espiritual.

En una carta que el cardenal Gomá envió a todos los obispos de la zona nacional, expresaba la satisfacción que la entrevista mantenida con Franco le había producido. Pero advirtió que aquel era tan sólo punto de partida, ya que restablecer el papel de la Iglesia se anunciaba largo y difícil. Todos contestaron felicitándose por aquella perspectiva, incluso el cardenal Vidal y Barraquer que, desde su refugio italiano, le rogó «se digne expresar verbal y reservadamente, sólo a la persona cerca de la cual ejerce su misión altísima, mis salutaciones y homenajes de simpatía y afecto y mis sinceros votos de que se logre, cuanto antes, alcanzar y establecer en nuestra España una paz sincera y perdurable». Y concluía: «ruego a Dios por el triunfo de la causa de la Iglesia».

En marzo de 1937, Pío XI dejaba a Gomá libertad para proceder a la redacción de una carta colectiva, según su criterio. El cardenal actuó con mucha calma, ya que quería conocer antes la opinión de los dos grandes ausentes: el cardenal Vidal y Barraquer y el obispo de Vitoria, Mateo Múgica Urrestarazu, que obedeciendo órdenes del Vaticano, había abandonado España el 14 de octubre de 1936, para refugiarse en Roma, acusado por la Junta de Defensa de tolerar propaganda separatista en el seminario y de proteger a sacerdotes enemigos del Movimiento. Los obispos de Tarragona y de Vitoria respondieron los días 16 y 17 de marzo de 1937. Para Vidal y Barraquer la carta podía resultar inoportuna y aumentar, en zona roja, las «represalias y violencias» contra los católicos. Múgica, que también sentía preocupación por aquellos de sus diocesanos que estaban al otro lado de las líneas, declaró que la carta le parecía conveniente aunque dudaba de «si sería mejor esperar un poco». De hecho el cardenal Gomá se atuvo al criterio de Múgica y esperó hasta que toda la diócesis de Vitoria se encontró en poder de los nacionales.

El cardenal Gomá, principal autor de la Carta. El 8 de junio de 1937, Gomá anunció a Pacelli (más tarde papa Pío XII), haber llegado a la convicción de que era necesaria la carta pastoral colectiva. El mismo redactó el borrador que, después de comunicado a la Santa Sede, se envió a todos los obispos el 14 de junio de 1937.

Este documento, sigue siendo muy discutido, según las opuestas tendencias y sobre todo porque comprometió a la Iglesia con el nuevo régimen; pero en aquellas circunstancias los obispos no podían hacer otra cosa, habida cuenta del holocausto provocado por la persecución.

La carta, que consta de nueve apartados, tuvo como objetivo «que se conozca la verdad de lo ocurrido en España para rectificar juicios extraviados». Para ello analiza los hechos acaecidos en España y que condujeron a la sublevación, los caracteres de los movimientos enfrentados y la posición de la Iglesia española. Se detiene particularmente en las notas más llamativas de la revolución comunista, a la que aplica, justificándolos en concienzudos párrafos, los siguientes adjetivos: excepcional, premeditada, cruelísima, inhumana, bárbara, antiespañola y anticristiana.

Debido a la extensión de este documento -unas 45 páginas-, transcribiremos los párrafos más indispensables:

«Casi todos los obispos que suscribimos esta carta hemos procurado dar a su tiempo la nota justa del sentido de la guerra. Agradecemos a la prensa católica extranjera el haber hecho suya la verdad de nuestras declaraciones, como lamentamos que algunos periódicos y revistas, que debieron ser ejemplares de respeto y acatamiento a la voz de los prelados de la Iglesia, las hayan combatido o tergiversado.

Ello obliga al Episcopado español a dirigirse colectivamente a los hermanos de todo el mundo, con el único propósito de que resplandezca la verdad, oscurecida por ligereza o malicia, y nos ayude a difundirla. Se trata de un pulso gravísimo en el que se conjugan no los intereses políticos de una nación, sino los mismos fundamentos providenciales de la vida social: la religión, la justicia, la autoridad y la libertad de los ciudadanos...»

«Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso para nuestros perseguidores y nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos sobre los campos de batalla y a nuestros hijos de uno y otro bando las palabras del Apóstol: El Señor sabe cuánto os amamos a todos en las entrañas de Jesucristo...»

«La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó, y no creemos necesario vindicarla de la nota beligerante con que en periódicos extranjeros se ha censurado a la Iglesia en España. Cierto que miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y de justicia cristiana que secularmente habían informado la vida de la nación; pero quien la acusa de haber provocado esta guerra o de haber conspirado para ella y aún de no haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad.

Esta es la posición del Episcopado español de la Iglesia española frente al hecho de la guerra actual. Se la vejó y persiguió antes de que estallara, ha sido víctima principal de la furia de una de las partes contendientes y no ha cesado de trabajar con su plegaria, con sus exhortaciones, con su influencia para aminorar sus daños y abreviar los días de prueba...»

«Enjuiciando globalmente los excesos de la revolución comunista española, afirmamos que en la historia de los pueblos occidentales no se conoce un fenómeno igual de vesanía colectiva ni un cúmulo semejante producido en pocas semanas de atentados cometidos contra los derechos fundamentales de Dios, de la sociedad y de la persona humana...»

«Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes en forma totalitaria fue cosa premeditada es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas 20.000 iglesias y capillas destruidas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados, contando un promedio del 40 por 100 en las diócesis devastadas -en algunas llega al 80 por 100- sumarán, sólo el clero secular, unos 6.000. Se les cazó como perros, se les persiguió a través de los montes, fueron buscados con afán en todo escondrijo. Se les mató sin juicio las más de las veces, sin más razón que su oficio social.

»Fue "cruelísima" la revolución. Las formas de asesinato revistieron caracteres de barbarie horrenda. En su número se calculan en número superior a 300.00 los seglares que han sucumbido asesinados sólo por sus ideas políticas y especialmente religiosas; en Madrid y en los tres primeros meses fueron asesinados más de 22.000. Apenas hay pueblo en que no se haya eliminado a los más destacados derechistas. Por la falta de forma: sin acusación, sin pruebas, las más de las veces sin juicio. Por los vejámenes: a muchos se les han amputado los miembros o se les ha mutilado espantosamente antes de matarlos; se les han vaciado los ojos, cortado la lengua, abierto en canal, quemado o enterrado vivos, matado a hachazos. La crueldad máxima se ha ejercido con los ministros de Dios. Por respeto y caridad no queremos puntualizar más.

»La revolución fue «inhumana». No se ha respetado el pudor de la mujer, ni aun la consagrada a Dios por sus votos. Se han profanado las tumbas y cementerios. En el famoso monasterio románico de Ripoll se han destruido los sepulcros, entre los que había el de Vifredo el Velloso, conquistador de Cataluña, y el del obispo Morgades, restaurador del célebre cenobio. En Vich se ha profanado la tumba del gran Balmes y leemos que se ha jugado al fútbol con el cráneo del gran obispo Torras y Bafes. En Madrid y en el cementerio viejo de Huesca se han abierto centenares de tumbas para despojar a los cadáveres del oro de sus dientes o de sus sortijas. Algunas formas de martirio suponen la subversión o supresión del sentido de humanidad.

»La revolución fue «bárbara», en cuanto destruyó la obra de civilización de siglos. Destruyó millares de obras de arte, muchas de ellas de fama universal. Saqueó o incendió los archivos, imposibilitando la rebusca histórica y la prueba instrumental de los hechos de orden jurídico y social. Quedan centenares de telas pictóricas acuchilladas, de esculturas mutiladas, de maravillas arquitectónicas para siempre deshechas. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente destrozado en unas semanas en las regiones dominadas por los comunistas...»

La revolución fue esencialmente «antiespañola». La obra destructora se realizó a los gritos de «¡Viva Rusia!», a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de la patria.

Pero sobre todo la revolución fue «anticristiana». No creemos que en la historia del cristianiso, y en el espacio de unas semanas, se haya dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrílego estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los Sin-Dios, en Moscú, pudo decir: «España ha superado en mucho la obra de los soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente aniquilada.»

Contamos los mártires por millares. Su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria, pero casi no hallaríamos en el martirologio romano una forma de martirio no usada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión, y en cambio hay formas nuevas de tormento que han consentido las sustancias y las máquinas modernas.

El odio a Jesucristo y la Virgen han llegado al paroxismo en los centenares de crucifijos acuchillados, en las imágenes de la Virgen bestialmente proafanadas, en los pasquines de Bilbao, en los que se blasfemaba sacrílegamente de la Madre de Dios; en la infame literatura de las trincheras rojas, en que se ridiculizan los divinos misterios; en la reiterada profanación de las sagradas formas, podemos adivinar el odio del infierno encarnado en nuestros infelices comunistas. «Tenía jurado vengarme de ti» -le decía uno de ellos al Señor encerrado en el sagrario-, y encañonando la pistola disparó contra Él diciendo: «Ríndete a los rojos, ríndete al marxismo.»

Ha sido espantosa la profanación de sagradas reliquias. Han sido destrozados o quemados los cuerpos de San Narciso, San Pascual Bailón, la Beata Beatriz de Silva, San Bernardo Calvó y otros. Las formas de profanación son inverosímiles y casi no se conciben sin sugestión diabólica. Las campanas han sido destrozadas y fundidas. El culto, absolutamente suprimido en todo el territorio comunista, si se exceptúa una pequeña porción del Norte. Gran número de templos, entre ellos verdaderas joyas de arte, han sido totalmente arrasados. En esta obra inicua se ha obligado a trabajar a pobres sacerdotes. Famosas imágenes de veneración secular han desaparecido para siempre destruidas o quemadas. En muchas localidades, la autoridad ha obligado a los ciudadanos a entregar todos los objetos religiosos de su pertenencia para destruirlos públicamente. Pondérese lo que esto representa en el orden del derecho natural, de los vínculos de familia y de la violencia hecha en la conciencia cristiana.


Conclusión

Cerramos, venerables hermanos, esta ya larga carta rogándoos nos ayudéis a lamentar la gran catástrofe nacional de España, en que se han perdido, con la justicia y la paz, fundamento del bien común y de aquella vida virtuosa de la ciudad de que nos habla el Angélico, tantos valores de civilización y de vida cristiana. El olvido de la verdad y de la virtud en el orden político, económico y social nos ha acarreado esta desgracia colectiva. Hemos sido mal gobernados, porque, como dice Santo Tomás, Dios hace reinar al hombre hipócrita por causas de los pecados del pueblo.

A nuestra piedad añadid la caridad de vuestras oraciones y las de vuestros fieles para que aprendamos la lección del castigo con que Dios nos ha probado, para que se reconstruya pronto nuestra Patria y pueda llenar sus destinos futuros, de que son presagio los que ha cumplido en siglos anteriores; para que se contenga con el esfuerzo y las oraciones de todos, esta inundación del comunismo que tiende a anular al Espíritu de Dios y al espíritu del hombre, únicos polos que han sostenido las civilizaciones que fueron.

Y completad vuestra obra con la caridad de la verdad sobre las cosas de España. «Non est addenda afflictio affictis»; a la pena por lo que sufrimos se ha añadido la de no haberse comprendido nuestros sufrimientos. Más la de aumentarlos con la mentira, con la insidia, con la interpretación torcida de los hechos. No se nos ha hecho siquiera el honor de considerarnos víctimas. La razón y la justicia se han pesado en la misma balanza que la sinrazón y la injusticia, tal vez la mayor que han visto los siglos. Se ha dado el mismo crédito al periódico asalariado, al folleto procaz o al escrito del español prevaricador, que ha arrastrado por el mundo con vilipendio el nombre de su madre Patria, que a la voz de los prelados, al concienzudo estudio del moralista o a la relación auténtica del cúmulo de hechos que son afrenta de la humana historia. Ayudadnos a difundir la verdad. Sus derechos son imprescriptibles, sobre todo cuando se trata del honor de un pueblo, de los prestigios de la Iglesia, de la salvación del mundo. Ayudadnos con la divulgación del contenido de estas letras, vigilando la prensa y la propaganda católica, rectificando los errores de la indiferente o adversa. El hombre enemigo ha sembrado copiosamente la cizaña; ayudadnos a sembrar profusamente la buena semilla.

Consentidnos una declaración última. Dios sabe que amamos en las entrañas de Cristo y perdonamos de todo corazón a cuantos, sin saber lo que hacían, han inferido daño gravísimo a la Iglesia y la Patria. Son hijos nuestros. Invocamos ante Dios y a favor de ellos los méritos de nuestros mártires, de los diez obispos y de los miles de sacerdotes católicos que murieron perdonándoles, así como el dolor, como de mar profundo, que sufre nuestra España. Rogad para que en nuestro país se extingan los odios, se acerquen las almas y volvamos a ser todos unos en el vínculo de la caridad. Acordaos de nuestros obispos asesinados, de tantos millares de sacerdotes, religiosos y seglares selectos que sucumbieron sólo porque fueron las milicias escogidas de Cristo, y pedid al Señor que dé fecundidad a su sangre generosa. De ninguno de ellos se sabe que claudicara en la hora del martirio; por millares dieron altísimos ejemplos de heroísmo. Es gloria inmarcesible de nuestra España. Ayudadnos a orar, y sobre nuestra tierra, regada hoy con sangre de hermanos, brillará otra vez el iris de paz cristiana y se reconstruirán a la par nuestra Iglesia, tan gloriosa y nuestra Patria, tan fecunda.

Y que la paz del Señor sea con todos nosotros, ya que nos ha llamado a todos a la gran obra de la paz universal, que es el establecimiento del reino de Dios en el mundo por la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, de la que nos ha constituido obispos y pastores.

Os escribimos desde España, haciendo memoria de los hermanos difuntos y ausentes de la Patria, en la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, 1 de julio de 1937.



No firmaron la carta Vidal y Barraquer y Mateo Múgica. Esta carta, que fue publicada el 9 de julio de 1937, fue firmada por todos los prelados excepto Vidal y Barraquer y Mateo Múgica. El primero envió un escrito al cardenal Gomá negando su firma a la carta pastoral colectiva, declarando que encontraba dicha carta «admirable de fondo y forma», aunque temía «que se le dará interpretación política por su contenido y por algunos datos o hechos en él consignados». Su idea era, sobre todo «que no deben publicarse documentos de este género hasta que todas las diócesis y su personal se encuentren en igualdad de condiciones, no exista peligro de represalias ni riesgo de complicar la situacióin internacional que hoy podría permitir alguna gestión a favor de los pobres sacerdotes presos o necesitados de socorro. Es para mí una seria contrariedad el verme obligado en conciencia a ratificar la opinión de no suscribirlo..., pues ello importa violentar mis sentimientos, de usted bien conocidos, y los vivos deseos que tendría de complacerle, pero no puedo apartar mi pensamiento de aquellas almas confiadas a mi solicitud paternal que se hallan todavía en situación incierta y angustiosa.»

Mateo Múgica Urrestarazu se mostró más duro: dijo a Gomá simplemente «que estando fuera de su diócesis, no le parecía oportuno firmar». Añadía que no podía avalar con su firma un documento que exaltaba a los nacionales, responsables del asesinato de 14 sacerdotes vascos acusados de separatismo.

Otros tres obispos no la pudieron firmar, por diferentes motivos: el anciano obispo de Menorca, Bartolomé Pascual Marroig, confinado en su diócesis, aunque respetado por los republicanos, el obispo de Orihuela, Irastorza, que se hallaba en el extranjero y había perdido la jurisdicción diocesana, al haber sido nombrado un administrador apostólico, el doctor Ponce, que fue asesinado. Tampoco la firmó el cardenal Segura, que en aquel momento no era miembro del Episcopado español, ya que seguía exiliado en Roma y no tenía cargo alguno en España.



Los nueve apartados de la Carta. La Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero, consta de nueve apartados: 1) Razón de este documento. 2) Naturaleza de la carta. 3) Nuestra posición ante la guerra. 4) El quinquenio que precedió a la guerra. 5) El alzamiento militar y la revolución comunista. 6) Características de la revolución comunista. 7). El movimiento nacional: sus caracteres. 8) Se responde a unos reparos. 9) Conclusión.



La postura de los obispos. «Nosotros, obispos católicos, no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los intereses de Nuestro Señor Jesucristo y sin incurrir en el tremendo apelativo de «canes muti», con el que el Profeta censura a quienes, debiendo hablar, callan ante la injusticia.»

La Carta colectiva ha sido, sin lugar a dudas, el documento más importante en la historia del Episcopado español. Muchos historiadores la han criticado porque manifiestan que comprometió definitivamente a la Iglesia con el régimen de Franco. En parte es cierto, pero también es verdad que en aquellas terribles circunstancias -que no pueden ser juzgadas con los criterios y la visión de los años posteriores-, los obispos no pudieron hacer otra cosa, ya que no trataban de demostrar tesis alguna, sino de relatar hechos concretos, con el fin de evitar las tergiversaciones de la propaganda republicana, que nega hechos tan evidentes como la matanza indiscriminada de sacerdotes y religiosos, así como de católicos, simplemente por motivos de fe.

Los obispos sintieron el deber de publicar el escrito, pues estaban en juego «los mismos fundamentos providenciales de la vida social: la religión, la justicia, la autoridad y la libertad de los ciudadanos». Los obispos no quisieron la guerra ni la buscaron. Las causas de ella estaban en los cinco años de laicismo republicano, limitando la libertad religiosa, fomentando el desorden social, la descomposición de la verdadera democracia y la infiltración comunista.

La Carta colectiva fue una denuncia muy valiente, que despertó la conciencia católica mundial ante los horrores de la Guerra Civil española.


Eduardo Palomar Baró

Notas: La Carta colectiva fue suscrita por Isidro, Cardenal Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo; Eustaquio, Cardenal Ilundáin y Esteban, arzobispo de Sevilla; Prudencio, arzobispo de Valencia; Rigoberto, arzobispo de Zaragoza, Manuel, arzobispo de Burgos; Agustín, arzobispo de Granada, administrador apostólico de Almería, Guadix y Jaén; Tomás arzobispo de Santiago; José, arzobispo de Mallorca; Adolfo, obispo de Córdoba, administrador apostólico del obispado-priorato de Ciudad Real; Antonio, obispo de Astorga; Leopoldo, obispo de Madrid-Alcalá; Manuel, obispo de Palencia; Enrique, obispo de Salamanca; Valentín, obispo de Solsona, Justino, obispo de Urgel; Miguel de los Santos, obispo de Cartagena; Fidel, obispo de Calahorra; Florencio, obispo de Orense; Rafael, obispo de Lugo; Félix, obispo de Tortosa, Fr. Albino, obispo de Tenerife; Juan, obispo de Jaca; Juan, obispo de Vich; Nicanor, obispo de Tarazona, administrador apostólico de Tudela; José, obispo de Santander; Feliciano, obispo de Plasencia; Antonio, obispo de Queroneso de Creta, administrador apostólico de Ibiza; Luciano, obispo de Segovia; Manuel, obispo de Curio, administrador apostólico de Ciudad Rodrigo; Manuel, obispo de Zamora; Lino, obispo de Huesca; Antonio, obispo de Tuy; José María, obispo de Badajoz; José, obispo de Gerona; Justo, obispo de Oviedo; Fr. Francisco, obispo de Coria; Benjamín, obispo de Teruel-Albarracín; Santos, obispo de Avila; Balbino, obispo de Málaga; Marcelino, obispo de Pamplona; Antonio, obispo de Canarias; Hilario Yaben, vicario capitular de Sigüenza; Eugenio Domaica, vicario capitular de Cádiz, Emilio F. García, vicario capitular de Ceuta; Fernando Alvarez, vicario capitular de León, y José Zurita, vicario capitular de Valladolid.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Hoy, 18 de julio, se celebra el 68 aniversario del levantamiento nacional contra las hordas rojas que intentaban repetir en España lo que habían conseguido en Rusia, en México y en otros mil sitios: imponer una dictadura de odio y sangre, que domesticara a un pueblo y que hiciera desaparecer del mapa a la iglesia católica, que es su principal enemigo y no como proclama el comunismo la burguesía. Curiosamente en España a pesar de contar con un predominio de poder muy grande se dio una alianza circunstancial pero muy intima entre la masonería y en comunismo. De forma que España no solo estaba controlada por los marxistas y con el apoyo de la Internacional, sino que además contaban con el apoyo de todas las democracias europeas.

Pero la cuestión es que el pueblo español es (o al menos era) una verdadera peculiaridad histórica: éramos un pueblo nacido, formado y constituido alrededor de la fe católica. Y éramos un pueblo de soldados desde la prehistoria. Así logramos lo que nadie había conseguido en toda la modernidad: Vencer la revolución una vez puesta en marcha. Fue una victoria del pueblo católico español (valga la redundancia) y fue una victoria de toda la cristiandad. Fue una epopeya gloriosa, fue un cantar de gestas nacido hace 68 años un 18 de julio, como el de hoy.

Miguel Echevarría

Y yo, Luis Fernando Pérez, digo: amén
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Los estudios realizados demuestran que la represión franquista es de más del doble que la republicana; en el estudio de 24 provincias (Almería, Córdoba, Granada, Huelva, Málaga, Sevilla, Zaragoza, Huesca, Teruel, Asturias, Tenerife, Las Palmas, Girona, Lleida, Barcelona, Tarragona, Toledo, Cáceres, Navarra, Castellón, Valencia, Alicante, La Rioja y Soria) están identificados 80.324 fusilados por la dictadura franquista superando ya la cifra dada por Salas Larrazábal para la totalidad de España, quedando aún por estudiar la represión en los huidos, maquis, personal civil liquidado en el trienio del terror (1947-1949)... la mayoría de los estudios se detienen en el 1945. Además, en el estudio de 15 de estas provincias, los datos revisados revelan 33.833 víctimas por parte de la represión republicana, muy por debajo de la cifra dada por Salas Larrazábal para esas mismas provincias 53.889, poniendo en entredicho su cómputo total de 72.337 víctimas de la represión Republicana.

Pero la represión no es solo fusilamientos, hubo también represión física, económica, laboral, social, ideológica... agravadas por el acoso de la Iglesia y la marginación de los que perdieron. Hubo hasta 750.000 encarcelados en 1939, aún quedaban 280.000 en 1940, en locales improvisados y en tales condiciones de insalubridad y hambre que la mortandad alcanzó récords históricos en España. En sólo 15 cárceles fallecieron 4.296 personas por hambre y privaciones. 500.000 personas se vieron obligadas a abandonar España, fueron a los campos de refugiados en Francia y luego muchos pasaron a los campos de exterminio nazis: en Mauthausen murieron 7.000. Otros tuvieron mejor suerte y se desperdigaron por el mundo. Tampoco hay que olvidarse de "los Niños de la Guerra", más de 37.000 que abandonaron sus hogares, muchos de los cuales no volvieron nunca. La tortura se practicaba en las cárceles y comisarías, se celebraron consejos de guerra de media hora que mandaban al paredón a grupos de veinte a treinta personas; muchos eran condenados a lo que se llamó la "Redención de Penas por el Trabajo": lo que traducido significa la explotación de mano de obra gratis por el Estado y empresas particulares como un simple botín de guerra; el expolio y la rapiña se cebó sobre los bienes de los vencidos, por la ley de responsabilidades Políticas 300.000 españoles se vieron multados y otros perdieron sus bienes total o parcialmente; por la misma ley de Responsabilidades Políticas miles de personas sin recursos fueron apartadas a más de 250 km. de sus lugares de residencia; hubo marginación social y declaración de puestos de trabajo restringidos de empleo público y privado para los excombatientes, huérfanos y servidores del bando nacional. Además se depuró toda la Administración, siendo los peor parados los profesionales de la Enseñanza, médicos, periodistas...



También hay que recordar el "trienio del terror 1947-1949" en el que se intentó aniquilar toda actividad política clandestina y destruir los grupos de huidos y guerrilleros que luchaban en los montes. Volvieron los "paseos", las torturas, la aplicación de ley de fugas, encarcelamiento de familias completas de campesinos, cadáveres en las cunetas... Se encarcelaron a más de 20.000 campesinos y habían muerto ya a mediados de 1938 quinientas ochenta y ocho personas en toda España.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

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"Las fosas del silencio",la represión franquista como exterminio
Los periodistas Montse Armengou y Ricard Bellis plantean la represión franquista como "un exterminio" sistematizado de los republicanos en su libro "Las fosas del silencio. ¿Hay un holocausto español?".

EFE 17/4/2004 12:2


Armengou y Bellis, periodistas de TV3, han utilizado el material que emplearon para un programa de la televisión catalana, sobre las fosas comunes de la represión franquista durante la Guerra Civil, para escribir el libro, editado por Plaza y Janes en su colección "Así fue. La Historia rescatada".

"Las fosas comunes -dijo Armengou- fue un tema silenciado durante la dictadura y durante la transición democrática, en que se produjo un reciclaje político y la destrucción de archivos. Ahora nos damos cuenta de que el tiempo apremia y los testigos se van muriendo".

La periodista aseguró que trabajaron "mucho el tema" para el programa de TV3, pero "no deja de ser televisión y había muchas cosas que se podían aprovechar. Con este libro hemos acabado de redondear muchas cosas que no pudieron ser incorporados al documental".

Bellis y Armengou precisaron que, aunque no son historiadores, "garantizamos el rigor histórico del libro y reivindicamos el papel del periodista; fundamentalmente hemos trabajado con testimonios orales y hemos dado voz a los que no la han tenido durante el franquismo y durante la democracia".

Ricard Bellis ha dicho que "la represión estaba pensada antes del golpe de estado del 18 de julio de 1936. Mola ya dijo que había que sembrar el terror y eliminar a los que no pensaban como ellos".

El análisis de la represión franquista lo han centrado los dos periodistas en tres escenarios diferentes; Zafra (Extremadura), durante los dos primeros meses de la Guerra Civil, Piedrafita (León, durante 1937), y la comarca leridana del Pallars, durante 1938.

Para Armengou y Bellis, los mecanismos de la represión se repiten "de manera sistemática en toda España y durante toda la guerra".

"El primer día que los franquistas entraron en Zafra, indicó Bellis, fusilaron al 1 por ciento de la población, porcentaje que se elevó hasta el 10 por ciento en los días siguientes: "En Zafra, los republicanos no mataron a nadie de derechas y el alcalde socialista se limitó a encarcelarlos tras el 18 de julio".

El análisis de la represión en Piedrafita se centró en seguir "día a día" la apertura de una fosa común de republicanos asesinados.

"Esto -indicó Armengou- permitió despertar la memoria de la gente que no ha podido hablar durante todos estos años. Además ha hablado gente que no tenía a familiares enterrados en la fosa pero que contaron historias que tenían calladas".

En el Pallars, Bellis y Armengou pudieron "constatar que al no encontrar a la gente más comprometida con la República, eliminaron a los que quedaban. Fueron casa por casa y fusilaron a un miembro de cada familia, incluidos ancianos y niños".

Según Armengou y Bellis "existen 30.000 desaparecidos del franquismo", lo que ha causado que cientos de personas se conecten diariamente a Internet para buscar datos sobre sus familiares.

Los periodistas mostraron su sorpresa por el hecho de que en países como Guatemala, El Salvador y Sudáfrica se hayan creado comisiones de la verdad sobre su pasado más violento y que incluso la inhumación de las fosas comunes se haga con dinero público, mientras que en España "es una tarea que se está haciendo de forma privada y con el dinero de las familias de los desaparecidos".

"Hay gente -precisó Armengou- que quiere enterrar a sus familiares en una tumba, entre ellas se encuentran católicos muy creyentes. Luego hay otro grupo que es partidario de señalar las fosas para que no se pierda la memoria de lo que ocurrió. Entre esta gente está la familia de Federico García Lorca".

Armengou y Bellis denunciaron que "el gobierno del PP financió la recuperación de los restos mortales de los españoles de la División Azul que murieron en la Unión Soviética, pero no hizo nada por los que están enterrados en las cunetas de las carreteras españolas". EFE
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Muertes violentas específicamente descritas así en el Anuario Estadístico del INE publicado en 1951:

Cifra normal del año 1935 ...................................... 7.303

Año 1939 ................................................................. 50.072

1940 ................................................................ 33.394

1941 ................................................................ 24.522

1942 ................................................................ 16.420

1943 ................................................................ 13.721

1944 ................................................................ 15.006

1945 ................................................................ 11.507

Total 7 años (1939-1945)............................... 164.642

Y no acaba aquí la lista.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Lo primero que nos ha copiado Tobi sale de una fuente importantísima y acreditadísima: una web que es una sección dependiente de http://www.geocities.com/republicaomuerte que es una página web ya muerta

:biggrinbo


Por cierto, que después de la guerra hubo represión contra los rojos nadie lo niega. Se quiso derrotar por completo al enemigo, para que no volviera a resurgir. Y no lo hizo durante casi 40 años.
Con todo, cristianamente hubiera sido muy deseable que aquella represión hubiera transcurrido de otra manera. Por ejemplo, en vez de ejecutarles hubiera sido más humano deportar a los que sirvieron la causa de la revolución soviética en este país.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

La ignorancia de un magistrado
Pío Moa

Bajo el título Sin pasado no hay mañana, ha publicado Martín Pallín, magistrado del Tribunal Supremo, un artículo con varios errores tan manifiestos que no puedo menos de salirle al paso, ya que, si es penoso contemplar la ignorancia sobre nuestro pasado en personas corrientes, en personas de su alta responsabilidad resulta más que penoso, alarmante.

Supone el señor Martín Pallín que en 1936 una parte del ejército, apoyada por las derechas, se levantó “contra la legalidad constitucional más avanzada de nuestra historia”. Un conocimiento un poco más preciso de la realidad haría ver al señor Martín que la mayoría de los que entonces se alzaron, empezando por Franco, había defendido esa legalidad constitucional un año y medio antes, en octubre de 1934, y precisamente contra unas izquierdas que se habían sublevado contra un gobierno democrático, con el propósito explícito de organizar una guerra civil. De ese levantamiento se cumple este año el 70 aniversario. ¿Ignora esto el señor Martín, o simplemente le ha fallado la memoria? No debiera ocurrir nada de eso a quien propone recordar el pasado.

¿Qué había ocurrido entre octubre de 1934 y julio de 1936, para que Franco y las derechas en general hubieran cambiado de actitud? Pues había ocurrido que en febrero de 1936, mediante unas elecciones por lo menos sospechosas, habían llegado al poder unos republicanos que en 1934 habían apoyado el golpe guerracivilista; y llegaban al poder en coalición con quienes lo habían protagonizado directamente dicho golpe: el PSOE, los comunistas, y la Esquerra catalana, y con los votos anarquistas, cuyo profundo carácter democrático tampoco parece recordar el señor Martín.

Parece bastante comprensible la aprensión, incluso el pavor, de millones de personas ante tal situación. En ese momento la derecha se puso del lado de Azaña, gobernante en apariencia moderado, con la esperanza de que frenase el proceso revolucionario desatado inmediatamente desde la calle. Con la esperanza, en resumen, de que Azaña hiciera cumplir la ley, requisito indispensable de legitimidad para cualquier gobierno democrático, pues el incumplimiento de la ley trae la quiebra de la convivencia social. Azaña - debe saberlo el señor magistrado - no cumplió ni remotamente esa función, sino que permitió, y en más de un sentido alentó, el caos manifiesto en una oleada de asesinatos, asaltos a locales y periódicos de la derecha, a domicilios privados, quema de centenares de iglesias, muchas de ellas invalorables obras de arte, huelgas salvajes con enfrentamientos sangrientos entre los propios revolucionarios, desfiles intimidadores de milicias, etc. El propio Azaña contribuyó a la ilegalidad reinante con medidas tan ilegítimas y a duras penas constitucionales como la destitución del presidente Alcalá-Zamora. Las reiteradas y angustiadas peticiones de la derecha para que él o su sucesor, Casares, cumpliesen e hiciesen cumplir la ley, cayeron en el vacío. No, peor: fueron acogidas con salvas de injurias y amenazas.

Como el señor Martín sabe sin duda, pues es imposible que esto lo ignore, las amenazas no quedaron en palabras. Los dos jefes de la oposición, Gil-Robles y Calvo Sotelo, sufrieron intentos de asesinato, librándose el primero por un azar, pero no así el segundo. Y, lo más revelador, los autores del secuestro y asesinato de Calvo fueron una fuerza mixta de guardias de asalto y milicianos socialistas, más un guardia civil, también socialista, al mando, y utilizando una camioneta policial; y el ejecutor directo del crimen fue el guardaespaldas de mayor confianza de Prieto. Revelador todo ello de la extrema degradación del estado y del fundamental incumplimiento de la legalidad constitucional desde la calle y desde el poder.

Por lo tanto, contra la opinión del señor magistrado, ni Franco ni el resto de la derecha pudieron rebelarse contra una legalidad constitucional, pues ésta, simplemente, no estaba en vigor. La derecha había defendido esa legalidad en octubre de 1934, y en 1936 constataba su ruina, debido a una combinación de proceso revolucionario y abuso de poder. En una Europa donde la democracia y el liberalismo estaban en crisis y eran mirados como anacronismos por millones de personas, la derecha llegó a la conclusión, apresurada pero explicable, dada la conducta de las izquierdas, de que la democracia no funcionaba en España. Franco fue el último en rebelarse contra la república, pues antes lo habían hecho los anarquistas, un sector muy minoritario de la derecha (la sanjurjada), los nacionalistas catalanes, los socialistas, los comunistas y los republicanos de izquierda. Creo que quienes menos derecho tienen de quejarse de Franco y de su régimen autoritario son quienes lo trajeron con su demagogia y aspiraciones totalitarias. Su queja incesante e irreconciliable tiene mucho de farsa.

Considera el señor Martín la constitución republicana como la más avanzada que hayamos tenido. Así como los datos anteriores son objetivos e indiscutibles, aquí ya entramos en valoraciones subjetivas. Aquella constitución recogía una serie de derechos comunes en todas las constituciones democráticas, pero, al revés que la actual, fue impuesta por rodillo, no por consenso, no era laica, sino anticatólica, y contra los católicos –la mayoría de la población-- vulneraba muy gravemente derechos básicos de conciencia, enseñanza, asociación, etc., tratando de reducir a los eclesiásticos a ciudadanos de segunda. Sin contar sus pintoresquismos como lo de “trabajadores de todas las clases” o la renuncia a la guerra, como si ella dependiera sólo de España. No parecen avances tan apreciables, francamente, y reflejan más bien aquel estilo general que el propio Azaña achacaba a la mayoría de los republicanos: “gente ligera, sentimental y de poca chaveta”.

Y no sobra recordar, además, que la Constitución vino seguida de la Ley de Defensa de la República, que prácticamente la invalidaba: en sus dos primeros años de gobierno, Azaña cerró más periódicos que la monarquía en muchos años, encarceló y desterró sin acusación, y hubo también muchos más obreros muertos en la calle a manos de las fuerzas de seguridad que en decenios del régimen anterior. Por poner sólo algunos datos que quizá el señor Martín ignore o se le hayan ido de la cabeza.

El señor magistrado también se explaya sobre la represión franquista. Pero olvida la causada por sus enemigos, o el terror entre las propias izquierdas, con episodios de tal ferocidad que nos permiten vislumbrar lo que habría ocurrido si hubieran ganado ellas la guerra.

Vamos a resumirlo en pocas palabras: ni la democracia ni la legalidad constitucional fueron defendidas, ni pudieron serlo, por un Frente Popular compuesto de comunistas, marxistas del PSOE, anarquistas y republicanos que habían intentado golpes de estado al perder las elecciones en 1933. La guerra no se produjo entre demócratas y fascistas, sino entre una izquierda mayoritariamente totalitaria y una derecha que, empujada por el proceso revolucionario, había abandonado la moderación de 1934 para defender una dictadura autoritaria como única salida.

Ah, y la vuelta a la democracia no llegó en los años 70 de manos de los vencidos en 1939 -¿cómo podría haber sido así, teniendo en cuenta su composición e ideología?- sino de los vencedores, con la colaboración, a lo que se ve renuente, de quienes gustan presentarse como herederos del derrotado Frente Popular. Este pasado tan reciente no puede ignorarlo el articulista, cuya desmemoria asusta un poco, en hombre de tanta influencia.

Estoy un poco harto de repetir estas cosas, pero por lo que se ve, no hay más remedio Me gustaría que el señor Martín Pallín tomara conocimiento de unos hechos que, seguramente, le llevarían a otras conclusiones y a hablar con un lenguaje menos cargado de acritud y revanchismo. Sin pasado no hay mañana, afirma él. Pero el pasado no debe ser falseado ni olvidado. De otro modo el mañana puede resultar una pesadilla.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Carrillo como ejemplo
Pío Moa

Santiago Carrillo desempeñó un buen papel durante la transición, bastante mejor que el PSOE, aunque a éste nadie le tomaba en serio sus radicalismos, mientras que al PCE nadie acababa de creerle su moderación. Fue el mejor papel en la vida del caudillo comunista. En función de él y de la reconciliación, casi todo el mundo prefirió olvidar otras historias siniestras.

¿Por qué ahora, un cuarto de siglo después, se le recuerda cada vez más en relación con los asesinatos en masa de Paracuellos? Por una razón muy sencilla: porque la izquierda, y él mismo, están inmersos en una campaña incesante por refrescar, con las peores intenciones, los antiguos crímenes y no crímenes de la derecha (meten en el mismo cajón de las “víctimas” a las que realmente lo fueron y a los castigados por asesinatos y terrorismo). La capacidad de rencor de la izquierda, a través de los años y de las generaciones, es sencillamente asombrosa. Y no menos su habilidad para sacar tajada política –y monetaria– de hechos que, sin necesidad de olvidarlos, debieran haber dejado de surtir cualquier efecto político.

Una de las más miserables mentiras de estos turbios jardineros del rencor es la de que “durante cuarenta años las víctimas han sido olvidadas y ya es hora de reivindicar su dignidad”. En los últimos diez años del franquismo ya las víctimas más recordadas empezaban a ser las izquierdistas, y la cosa ha ido in crescendo durante los decenios siguientes, hasta hoy. Lo que ha predominado de manera absoluta, y absolutamente abusiva en los medios de comunicación, y en toda esa literatura y arte de chiste que padecemos, es la referencia exclusiva a las víctimas de uno de los bandos. Las que han padecido en su dignidad y han sido condenadas al olvido han sido precisamente las otras. La derecha, en general, ha tragado, y una parte de ella, a base de callar –otorgando– en aras de una “reconciliación” unilateral, y por tanto falsa, ha llegado a comulgar con buena parte de las ruedas de molino al respecto. Tanto más cuanto que las administraba P. Preston, unánimemente reverenciado a derecha e izquierda, y uno de los mayores fraudes historiográficos de los últimos diez o quince años; o Santos Juliá, y otros de la misma cuerda.

Es muy lamentable tener que salir al paso de esta golfería, pero ya va siendo hora de hacerlo, porque si no, terminaríamos ahogados en la mentira más nauseabunda sobre nuestro pasado. César Vidal lo ha hecho hace poco, con Checas de Madrid, y habrá que insistir en ello.

Carrillo podría haber pasado a la historia fundamentalmente por su actitud constructiva en una época difícil, pero él y todos los demás parecen empeñados en convencernos de que si obraron entonces de manera sensata no fue por convicción, sino sólo por no haberse sentido con fuerzas para hacer lo que les pedía el cuerpo. Lo que está haciendo esa gente, desde Maragall a Anasagasti pasando por Llamazares y muchos socialistas, no enlaza con la transición. Enlaza con la rebelión antidemocrática de 1934, con Paracuellos o con el Pacto de Santoña. Ojalá encuentren entre los españoles todo el desprecio que merecen.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

BURGOS, 16 Jul. (EUROPA PRESS) -

Las coordinadoras para la recuperación de la memoria histórica de Castilla y León presentarán una iniciativa parlamentaria en las Cortes regionales para que la Comunidad Autónoma destine ayudas a la exhumación de los cadáveres de los represaliados en la Guerra Civil Española.

El secretario de la agrupación de Burgos, Ignacio Fernández de la Mata, calcula que en la provincia existen cerca de 3.000 represaliados enterrados en fosas comunes. Su exhumación podría contribuir, según indicó, a "romper con algunos de los tópicos de la memoria colectiva de que aquí en Burgos no pasó nada". Añadió que en realidad existió "un auténtico afán de limpieza ideológica".

La coordinadora de Burgos viene trabajando dos años antes de su reciente constitución en la recabación de documentos sobre las distintas fosas repartidas por la provincia, así como en la exhumación de algunas. Su labor pretende "salvar olvidos y silencios detectados en la historia", así como censar y localizar todos los enterramientos de este tipo que existan.

Entre las fosas más grandes, se encuentran las de Estépar, en donde presumiblemente se enterraban a quienes se encontraban en la cárcel, la de La Pedraja y la de La Brújula. Para desempeñar estas tareas, con las que pretenden, entre otras cosas, "acabar poniendo cifras a la represión", cuentan con distintas subvenciones y ayudas de entidades, como la del Ayuntamiento de Aranda de Duero. En esta localidad burgalesa ya se han encontrado 81 cadáveres en la fosa de Costaján.

La casa consistorial arandina puso a disposición de la coordinadora una parcela para reenterrar los cadáveres, dadas las dificultades para su identificación. Los restos mortales se guardarán en distintas cajas, con una muestra fuera, en espera de que "el Estado cumpla con su obligación civil subsidiaria de costear las pruebas", como las de ADN.

La Coordinadora Provincial para la Recuperación de la Memoria Histórica de Burgos continuará con las exhumaciones a lo largo del presente verano. La semana que viene iniciarán los trabajos en Aranda de Duero, bajo la dirección de la Universidad; y el próximo 19 de julio ( O sea mañana) comenzarán las tareas de documentación de la fosa de Villamayor de los Montes, en las proximidades de Lerma.

No lo olvidemos Represaliados con la aquiesencia del Santa Madre de LFP
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Datos Espeluznantes


Otros Datos:

Encarcelados en la posguerra por los Franquistas.......: 250.000

Población reclusa normal antes de la guerra .........8.000-12.000

Reclusos en 1939............................................................... 90.413

1940 ............................................................ 213.640

1941 ............................................................ 145.851

1942 ............................................................ 112.735

1943 ........................................................... 112.735

1944 ............................................................ 44.812

1945 ............................................................ 39.527

1946 ............................................................ 32.380

1947 ............................................................ 34.141

1948 ............................................................ 33.534

1950 ............................................................ 27.285


--------------------------------------------------------------------------------

Exiliados..............................................................................: 450.000

Detalle exilio:

Refugiados a primeros de marzo de 1939 en Francia:

Mujeres, niños y ancianos..................: 170.000

Soldados y fuerzas de seguridad........: 220.000

Civiles sexo masculino válidos.............: 40.000

Heridos................................................: 10.000

Entrados en marzo...............................: 75.000

Total refugiados....................................: 515.000

Repatriaciones en febrero de 1939:

Refugiados civiles...................................: 7.534

Niños......................................................: 1.114

Soldados y fuerzas de seguridad..........: 55.790

Prisioneros de guerra.............................: 2.367

Presos políticos......................................: 650

Total repatriados....................................: 67.455

Total exiliados........: 515.000 - 67.455 = 447.545


--------------------------------------------------------------------------------

Aproximación toda España depurados y represaliados civilmente:

Funcionarios....................................................: 200.000

Civiles, empleados y propietarios confiscados

..........................................................................: 250.000

Total represaliados y depurados.......................: 450.000


--------------------------------------------------------------------------------

Total damnificados:

Muertes violentas o directamente imputables a la guerra y derrota:

Total ...................................................: 530.000

Otros damnificados:

Exilio......................................................: 450.000

Presos....................................................: 250.000

Represaliados civilmente.......................: 450.000

Total....................................................: 1.150.000

Estas dos cifras no se pueden sumar, pues unos pueden estar incluidos en la otra, y además, en la cifra de muertes están incluidos las victimas de la represión republicana, pero no sería descabellado afirmar que más de 1.250.000 republicanos sufrieron en sus carnes el peso de su derrota y de su ideología, casi 800.000 familias, el 15% de todas las familias españolas de entonces.

Y todo eso con la aquiescencia de la Santa Madre de LFP

Que los malos hicieran cosas malas. Lógico.
Pero lo que hicieron los BUENOS de LFP es inaudito

¿Y aun se atreve a meterse en este berenjenal?

En cuanto a la masonería y sus GRANDES CULPAS y el Caudillo de una de las peores masacres que ha sufrido España. Supongo que el Caudillo ese de padre y hermanos masones y que le fué rechazada su solicitud de ingreso en la misma por ya ser entonces considerado como indeseable, ¿es el mismo Francisco Franco Bahamonde?
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Tobi:
más de 1.250.000 republicanos sufrieron en sus carnes el peso de su derrota y de su ideología, casi 800.000 familias, el 15% de todas las familias españolas de entonces.

Luis:
Una ideología que consistía en aniquilar al resto de la población española que no pensara como ellos siguiendo el sistema de los soviets.
Ciertamente es lógico que sufrieran por la derrota.
Cuando uno provoca la guerra, como fue el caso de rojos y masones, y acaba perdiéndola, sufre las consecuencias. Es obvio.

El régimen de Franco reprimió a muchos rojos, entre los que probablemente había inocentes, eso es cierto. Tan cierto como que de haber ganado los rojos España se habría convertido en un cementerio en el que yacerían no unos centenares de miles sino unos cuantos de millones de españoles por el mero hecho de ser católicos y que se sumarían a los 100 millones de muertos causados por el comunismo en el siglo XX.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Tobi escribió:
Y todo eso con la aquiescencia de la Santa Madre de LFP
Que los malos hicieran cosas malas. Lógico.
Pero lo que hicieron los BUENOS de LFP es inaudito
¿Y aun se atreve a meterse en este berenjenal?

Oye, Tobi, y sin ánimo de ofenderte, pero tu actitud es cuando menos preocupante. Que unas víctimas te importen más o menos en función de que puedas utilizarlas o no para restregarlas por las narices de la Iglesia Católica me parece un poco triste.

. Supongo que el Caudillo ese de padre y hermanos masones y que le fué rechazada su solicitud de ingreso en la misma por ya ser entonces considerado como indeseable, ¿es el mismo Francisco Franco Bahamonde?

Esto es un mito extendido recientemente y así mismo desmentido. Franco no solicitó ingreso en la masonería por la sencilla razón de que a la masonería se accede por invitación y no por solicitud. Sobre si había masones en la familia del dictador...no podría responderte, no lo sé.

Luis Fernando escribió:
Una ideología que consistía en aniquilar al resto de la población española que no pensara como ellos siguiendo el sistema de los soviets.
Ciertamente es lógico que sufrieran por la derrota.
Cuando uno provoca la guerra, como fue el caso de rojos y masones, y acaba perdiéndola, sufre las consecuencias. Es obvio.

Estás culpando demasiado a una parte y evitando las responsabilidades de la otra. Es cierto que el período republicano estuvo marcado por los enfrentamientos entre los partidos de izquierda y derecha y unos y otros trataron de entorpecer las labores de los gobiernos que no compartían sus tendencias y por eso la II República terminó como terminó. Si los nacionales hubieran perdido la guerra estoy seguro de que igualmente hubieran sufrido la represión republicana.

El régimen de Franco reprimió a muchos rojos, entre los que probablemente había inocentes, eso es cierto.

Probablemente no, hubo inocentes que sufrieron las consecuencias de la represión franquista. Personas que fueron a los campos de concentración de Franco por el único delito de haber sido funcionarios de la República o por estar afiliados a partidos de izquierda, aunque no hubieran cometido delito alguno. Y de la misma forma también sufrieron las consecuencias los sospechosos de haber colaborado con el gobierno republicano, incluyendo algunos sacerdotes y monjas.

Tan cierto como que de haber ganado los rojos España se habría convertido en un cementerio en el que yacerían no unos centenares de miles sino unos cuantos de millones de españoles por el mero hecho de ser católicos y que se sumarían a los 100 millones de muertos causados por el comunismo en el siglo XX.

Otra vez lo mismo. No podemos saber a ciencia exacta lo que hubieran hecho los republicanos de haber ganado porque sencillamente no lo hicieron. ¿Habría habido represión sobre los vencidos? Yo creo que sí, indudablemente, pero de ahí a decir que de unos cuantos centenares de miles habrían sido millones de personas me parece una exageración partidista. En mi opinión, creo que habría sido semejante, pero al estar hablando de un período hipotético no se pueden establecer cifras.

 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

Magus:
Otra vez lo mismo. No podemos saber a ciencia exacta lo que hubieran hecho los republicanos de haber ganado porque sencillamente no lo hicieron. ¿Habría habido represión sobre los vencidos? Yo creo que sí, indudablemente, pero de ahí a decir que de unos cuantos centenares de miles habrían sido millones de personas me parece una exageración partidista

Luis:
No, de exageración nada. Los rojos estaban siguiendo el modelo usado por Lenin y Stalin en la URSS y de hecho ya empezaron a purgar a gente de su propio bando como fue el caso del POUM. Los comunistas soviéticos no dudaron en aniquilar a millones y millones de rusos y de hecho acabaron con una clase social entera, la de los campesinos propietarios de pequeños terrenos. Nada hace pensar que en España no hubieran hecho exactamente lo mismo, más que nada porque ya lo estaban haciendo en medio de la guerra.
Desde el PSOE hasta el PCE, lo que se quería implantar en España era la dictadura del proletariado. Y esa dictadura ha sido culpable de la muerte de 100 millones de personas en el siglo pasado.
 
Re: El anticlericalismo antes y durante la Guerra Civil española

¿Eran democráticos los objetivos del Frente popular?
Por César Vidal
La historiografía de izquierdas ha insistido en el carácter moderado y reformista del programa del Frente popular español. De acuerdo con esta visión, el Frente popular sólo pretendía restaurar el espíritu democrático-republicano que la derecha había maltratado desde 1933 a 1935. Por lo tanto, el alzamiento de julio de 1936 no habría pasado de ser una reacción militar-fascista contra la democracia. Hasta ahí la versión políticamente correcta pero, realmente, ¿eran democráticos los objetivos del Frente popular?

El 15 de enero de 1936 se firmó en España el pacto del Frente popular como una alianza de fuerzas obreras y burguesas cuyas metas se presentaban como moderadas y centradas de manera especial en devolver la libertad a los encarcelados por participar en el alzamiento armado contra el gobierno de la república que había tenido lugar en octubre de 1934. Los objetivos de las fuerzas que integraban el Frente popular han sido definidos no pocas veces como desiguales e incompatibles y en esa afirmación hay no poca verdad. Sin embargo, resulta mucho más difícil calificarlos de democráticos. Para los republicanos de izquierda como Azaña o el socialista Prieto, el Frente popular debía regresar al punto de partida de abril de 1931, es decir, un sistema formalmente parlamentario en el que, no obstante, las derechas se vieran imposibilitadas para gobernar y las izquierdas contaran con el monopolio de la legitimidad y el poder políticos.

Difícilmente se hubiera podido calificar ese objetivo de democrático. Con todo, sí es verdad que era el más moderado, ya que para el resto de las fuerzas que formaban el Frente popular, especialmente el PSOE y el PCE, la victoria electoral era concebida como un mero paso intermedio en la lucha hacia la aniquilación de la República burguesa y la realización de una revolución que concluyera en una dictadura obrera. Si el socialista Luis Araquistain insistía en hallar paralelos entre España y la Rusia de 1917 donde la revolución burguesa sería seguida por una proletaria, Largo Caballero difícilmente podía ser más explícito sobre las intenciones del PSOE. En el curso de una convocatoria electoral que tuvo lugar en Alicante el 19 de enero de 1936, el político socialista afirmaba: “Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la guerra civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos”.

Tras el anuncio de la voluntad socialista de ir a una guerra civil si perdía las elecciones, el 20 de enero, Largo Caballero decía en un mitin celebrado en Linares: “... la clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”. El 10 de febrero de 1936, en el Cinema Europa Largo Caballero volvía a insistir en sus tesis: “... la transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas... estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia”. No menos explícito sería el socialista González Peña al indicar la manera en que se comportaría el PSOE en el poder: “... la revolución pasada (la de Asturias) se había malogrado, a mi juicio, porque más pronto de lo que quisimos surgió esa palabra que los técnicos o los juristas llaman “juridicidad”. Para la próxima revolución, es necesario que constituyéramos unos grupos que yo denomino “de las cuestiones previas”. En la formación de esos grupos yo no admitiría a nadie que supiese más de la regla de tres simple, y apartaría de esos grupos a quienes nos dijesen quiénes habían sido Kant, Rousseau y toda esa serie de sabios. Es decir, que esos grupos harían la labor de desmoche, de labor de saneamientos, de quitar las malas hierbas, y cuando esta labor estuviese realizada, cuando estuviesen bien desinfectados los edificios públicos, sería llegado el momento de entregar las llaves a los juristas”.

Por horripilante que pudiera resultar, González Peña acababa de anunciar todo un programa que se cumpliría apenas unos meses después. Pero la nitidez de objetivos no se limitaba al PSOE. De hecho, con no menos claridad se expresaban los comunistas. En febrero de 1936, José Díaz dejó inequívocamente de manifiesto que la meta del PCE era “la dictadura del proletariado, los soviets” y que sus miembros no iban a renunciar a ella. De esta manera, aunque los firmantes del pacto del Frente popular (Unión republicana, Izquierda republicana, PSOE, UGT, PCE, FJS, Partido sindicalista y POUM) suscribían un programa cuya aspiración fundamental era la amnistía de los detenidos y condenados por la insurrección de 1934 —reivindicada como un episodio malogrado pero heroico—, la aplastante mayoría lo consideraba un paso previo, aunque indispensable, al desencadenamiento de una revolución que liquidara a su vez la segunda república incluso al costo de iniciar una guerra civil contra las derechas.

En otras palabras, sus objetivos —inequívocamente confesos— no eran la preservación de la muy deficiente democracia parlamentaria de la segunda república sino su aniquilación en el curso de un proceso revolucionario que se anunciaba extraordinariamente cruento.

Sería precisamente esa confesa revelación de unas intenciones revolucionarias que debían concluir con la creación de la dictadura del proletariado y, de manera muy especial, el precedente sangriento de la revolución nacionalista-socialista de octubre de 1934 la que provocó un amplio movimiento de oposición al Frente popular. Sus objetivos no eran ciertamente democráticos e implicaban, sin discusión alguna, la eliminación física de millares de conciudadanos. No sorprende que las víctimas potenciales hicieran lo posible por evitar su sacrificio, algo que, seguramente, no hubiera sucedido si el Frente popular hubiera tenido un programa meramente reformista y de defensa de la democracia parlamentaria.


Fuente: http://revista.libertaddigital.com/articulo.php/1276225163