Un día estaba yo trabajando en una Tiendita de Regalos, sentada allí, esperando se produjera la venta del día. Era una tarde muy cálida y bastante soleada. A diario siempre pasaba un joven indigente, vicioso, con mirada taciturna y triste, sucio y mal oliente.
Siempre se acercaba a mi tiendita para pedirme para el pan de ese día a lo que yo, aunque a veces no teniendo le daba para su pan.
Un día paso con unos instrumentos de limpieza un tobo todo dañado y una escoba llena de grasa a lo que me reí y le pregunte que haces con eso Hombre de Dios?
- Y el me contestó: Bueno ahora lavo carros para ganarme la vida y así no pedir tanto a las personas
Me gustó mucho su iniciativa, pero nunca deje de darle para su pan diario o cuando lo viera.
Un día cuando yo meditaba en mi tiendita, el joven pasó descalzo, sucio, peor que días anteriores, pero con la diferencia de que tenía sus pies llenos de heridas profundas producto de una gran infección, emanaba pus de sus pies y se sentía adolorido, le costaba mucho caminar
Eso me llenó de tristeza y me embargo de compasión y preguntándole le dije. Por Dios hombre de Dios porque estas así? y me contó que le habían robado sus zapatos cuando dormía debajo del puente y pues de andar descalzos sus pies enfermaron.
Entonces lo senté a la orilla de una acera al lado de mi tiendita, recuerdo que busqué medicamentos en la farmacia y agua, le lavé sus pies y todo aquel que pasaba me miraban con asco, luego fui y compre unas sandalias de plásticos muy económicas, luego de curarles sus pies le coloque las sandalias, lo deje reposar un poco y luego se fue agradecido.
Esa fue la última vez que vi a ese joven, nunca mas llego a mi tiendita a pedir para el pan, lo extrañé mucho, pero Dios sabrá que sucedió con él.
Al cambio de un tiempo diría como dos años, estaba yo sentada en mi vieja tiendita como siempre meditando, y al frente en un local amplio estaba parado un radiante caballero, un hermoso joven moreno de cabellos negros, de piel bronceada como de algunos 26 años de edad, y sólo lo que hacía era mirarme, me observaba tanto que logró ponerme nerviosa. Y Yo clamaba a Dios: ¡Padre que este hombre no tenga malas intenciones conmigo, por favor!
Luego se acercó y me pregunto: Usted no se acuerda de mi? Míreme bien no sabe quien soy? Y yo asustadilla le dije no Señor, nunca le había visto, además con tanta elegancia, no sabría quien era.
El joven se agacho y coloco su mirada en la mía: Y fijamente me dijo: Soy aquel mujer que tu ayudastes cada día, soy aquel a quien tu lavastes mis pies, sanastes mis heridas y me calzastes.
Créanme, mi corazón se emocionó y lloré internamente, y agradecí a Dios su misericordia para conmigo, me dijo; Me fui a Valencia, decidí dejar los vicios, la indigencia, me restauré, me case, tengo dos hijos y me gradué de medico y ahora mi casa es su casa y siempre, siempre la llevo en mi corazón. Y me siento feliz y libre.
Bueno eso me sucedió a mí, yo una simple mujer, que movida por la compasión de Dios, llego a obtener un premio y fue la satisfacción de poder ayudar a alguien, a ese alguien que ahora es un gran medico de la sociedad venezolana.
Mi consejo nunca desprecies al necesitado, nunca niegues una ayuda a quien te la pida, quien sabe si el día de mañana alguien de tus seres puedan necesitarlo. El Amor es la única fuerza par ayudar al prójimo.
«...porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Amad al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto»
(Dt 10,17-18).
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma (Dt 6,5) y con toda tu mente... El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...»
(Mt 22,35-40).
Esto me sucedió a mi un Verano del 2004 en la Ciudad de Guarenas –
Estado Miranda – Venezuela
Por: Bede X. Lara – Junio 2007
[email protected]
Siempre se acercaba a mi tiendita para pedirme para el pan de ese día a lo que yo, aunque a veces no teniendo le daba para su pan.
Un día paso con unos instrumentos de limpieza un tobo todo dañado y una escoba llena de grasa a lo que me reí y le pregunte que haces con eso Hombre de Dios?
- Y el me contestó: Bueno ahora lavo carros para ganarme la vida y así no pedir tanto a las personas
Me gustó mucho su iniciativa, pero nunca deje de darle para su pan diario o cuando lo viera.
Un día cuando yo meditaba en mi tiendita, el joven pasó descalzo, sucio, peor que días anteriores, pero con la diferencia de que tenía sus pies llenos de heridas profundas producto de una gran infección, emanaba pus de sus pies y se sentía adolorido, le costaba mucho caminar
Eso me llenó de tristeza y me embargo de compasión y preguntándole le dije. Por Dios hombre de Dios porque estas así? y me contó que le habían robado sus zapatos cuando dormía debajo del puente y pues de andar descalzos sus pies enfermaron.
Entonces lo senté a la orilla de una acera al lado de mi tiendita, recuerdo que busqué medicamentos en la farmacia y agua, le lavé sus pies y todo aquel que pasaba me miraban con asco, luego fui y compre unas sandalias de plásticos muy económicas, luego de curarles sus pies le coloque las sandalias, lo deje reposar un poco y luego se fue agradecido.
Esa fue la última vez que vi a ese joven, nunca mas llego a mi tiendita a pedir para el pan, lo extrañé mucho, pero Dios sabrá que sucedió con él.
Al cambio de un tiempo diría como dos años, estaba yo sentada en mi vieja tiendita como siempre meditando, y al frente en un local amplio estaba parado un radiante caballero, un hermoso joven moreno de cabellos negros, de piel bronceada como de algunos 26 años de edad, y sólo lo que hacía era mirarme, me observaba tanto que logró ponerme nerviosa. Y Yo clamaba a Dios: ¡Padre que este hombre no tenga malas intenciones conmigo, por favor!
Luego se acercó y me pregunto: Usted no se acuerda de mi? Míreme bien no sabe quien soy? Y yo asustadilla le dije no Señor, nunca le había visto, además con tanta elegancia, no sabría quien era.
El joven se agacho y coloco su mirada en la mía: Y fijamente me dijo: Soy aquel mujer que tu ayudastes cada día, soy aquel a quien tu lavastes mis pies, sanastes mis heridas y me calzastes.
Créanme, mi corazón se emocionó y lloré internamente, y agradecí a Dios su misericordia para conmigo, me dijo; Me fui a Valencia, decidí dejar los vicios, la indigencia, me restauré, me case, tengo dos hijos y me gradué de medico y ahora mi casa es su casa y siempre, siempre la llevo en mi corazón. Y me siento feliz y libre.
Bueno eso me sucedió a mí, yo una simple mujer, que movida por la compasión de Dios, llego a obtener un premio y fue la satisfacción de poder ayudar a alguien, a ese alguien que ahora es un gran medico de la sociedad venezolana.
Mi consejo nunca desprecies al necesitado, nunca niegues una ayuda a quien te la pida, quien sabe si el día de mañana alguien de tus seres puedan necesitarlo. El Amor es la única fuerza par ayudar al prójimo.
«...porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Amad al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto»
(Dt 10,17-18).
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma (Dt 6,5) y con toda tu mente... El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...»
(Mt 22,35-40).
Esto me sucedió a mi un Verano del 2004 en la Ciudad de Guarenas –
Estado Miranda – Venezuela
Por: Bede X. Lara – Junio 2007[email protected]
