El alto precio de poseer a Cristo

Bart

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24 Enero 2001
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<CENTER>El alto precio de poseer a Cristo
(The Costliness of Possessing Christ)</CENTER>

Por David Wilkerson
28 de abril de 2003

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Mateo nos dice que Jesús habló a las multitudes en parábolas: “Todo esto hablo Jesús en parábolas, y sin parábolas no les hablaba para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo” (Mateo13:34-35).

Para muchos cristianos hoy, las parábolas suenan muy simples. Sin embargo, según Cristo, cada parábola contiene un increíble secreto. Hay una verdad del reino escrita en cada parábola que Jesús dijo, y esa verdad es descubierta solo por aquellos que diligentemente la buscan.

Muchos creyentes leen las parábolas muy rápidamente. Ellos creen que ven una lección obvia y rápidamente prosiguen. O descartan el significado de la parábola como algo no aplicable a ellos. Así que ellos a cambio van a los escritos de Pablo, buscando “verdades más profundas.” Ellos quieren una teología que esta claramente explicada para ellos en detalle.

Pero pienso en dos parábolas que Jesús contó a sus discípulos. En mi opinión, estas parábolas contienen quizás algunas de las verdades más profundas que el creyente pudiera obtener:

“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader, que busca buenas perlas que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.” (Mateo 13:4-46).

Tú puedes pensar: “¿Qué está escondido en estas verdades? Todos sabemos que Jesús es la perla preciosa, el tesoro escondido en el campo. Eso no es un gran secreto.” Yo te digo que hay un maná escondido en estas dos parábolas. Y sólo un puñado de creyentes lo ha descubierto ¿Por qué? Ellos nunca han tomado tiempo para cavar como el hombre cavó en esta parábola. Ciertamente, estas dos figuras dispares-el hombre que cavaba y el tenaz mercader-hacen claro el significado de Jesús: Los secretos de Dios deben ser deseados sobre todas las cosas en la vida.

La Biblia declara claramente que hay secretos del Señor: “Su comunión íntima es con los justos” [en inglés: ‘su secreto es con los justos’] (Proverbios 3:32). Estos secretos han sido desconocidos desde la fundación del mundo. Pero Mateo nos dice que estos están enterrados en las parábolas de Jesús. Estas verdades ocultas tienen poder para verdaderamente liberar a los cristianos. Pero son pocos los que están dispuestos a pagar el alto precio de descubrirlos.

Ahora bien, todos sabemos que el regalo de la salvación es gratis. Jesús pagó el precio de nuestra salvación completamente, por toda la eternidad. “Siendo justificados gratuitamente por su gracia” (Romanos 3:24). Además él nos invita a beber de su fuente continua de gracia: “el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

Yo contemplé el gozo que esta gracia trae cuando prediqué en Italia recientemente. Miles vinieron adelante para aceptar a Jesús en esas reuniones. Esta gente no sólo recitó la oración del pecador, sino que oraron en profundidad llorando, confesando, e invocando al Señor. Ellos fueron salvos gratuitamente y liberados por el Espíritu Santo.

Sin embargo, en su parábola del sembrador, Jesús nos advierte que no todos aquellos que le confiesan continuarán en la fe. Según la parábola, alguna semilla (el evangelio) caerá en buena tierra. Esa semilla echará raíces, crecerá y llevará fruto. Pero otra semilla caerá en pedregales y se secará antes de que pueda desarrollar raíces. Y aún otra semilla caerá entre espinos y Satanás la robará rápidamente.

<CENTER>1. Yo creo que esa gran decadencia
que Jesús profetizó esta ocurriendo.
</CENTER>

Una terrible apostasía está venciendo a multitudes de creyentes, especialmente en círculos carismáticos. Muchos están volviéndose de una predicación despertadora y convincente del alma para buscar a maestros que complacerán a su carne. Ellos han sido engañados por lo que Pablo llama “otro evangelio, otro Jesús”. Sus oídos tienen comezón de oír predicadores de prosperidad enfocados en el dinero. Nosotros vimos esto ocurriendo durante nuestras reuniones en Europa. Los cristianos italianos nos contaron de evangelistas norteamericanos que vaciaron los bolsillos de la gente, saltaron a sus aviones privados y dijeron + “¡Chao! ¡Adiós!”

Sin embargo, Jesús vio de antemano todas estas cosas. Él miró a través de la historia a nuestro tiempo, y predijo todo lo que vendría: el rechazo de la reprensión santa, el levantamiento de un evangelio de comodidad, la poca profundidad de las enseñanzas de los complacedores de la carne, el deterioro de las multitudes. De hecho él advirtió que en los últimos días, el amor de muchos creyentes menguaría. Aquellos una vez celosos siervos se volverían tibios aún fríos. Y ellos volverían la costosa gracia de Cristo en libertinaje. Ellos predicarían de su perdón y bendición, sin ningún costo a nadie. La gente sería tranquilizada respecto a su pecado. Y esto heriría tanto al Señor que él dijo que les vomitaría de su boca.

Por esta razón, Jesús llama a una sesión privada con su círculo cercano de discípulos. La Escritura dice: “Despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo” (Mateo 13:36). Jesús quería abrir los ojos de sus seguidores a los significados más profundos de sus parábolas. Él sabía que ellos necesitarían verdad que los llevaría en los tiempos de gran seducción.

En esta reunión cerrada, Cristo contó las dos parábolas que mencioné antes acerca del tesoro del campo y la perla de gran precio. Estas dos parábolas solo ocupan tres versículos de la Biblia. Sin embargo, insertado en ella están los secretos del Señor, los cuales él dijo estuvieron escondidos desde la fundación del mundo. Y ellos contienen sus propósitos eternos, para ser revelados a sus devotos sirvientes.

Con sólo un estudio rápido, usando comentarios de la Biblia es posible sacar verdad de estas parábolas. Pero eso no es todo lo que la Escritura dice que hagamos. Jesús describió a un hombre que cavaba desesperadamente. Y si las verdades del reino de Dios, están profundamente enterradas en las parábolas de Cristo, nosotros también debemos excavar diligentemente para encontrar la revelación.

Te pregunto: ¿quién está dispuesto a trabajar duro para encontrar estos secretos? ¿Quién esperará pacientemente en el Señor para que sus secretos le sean revelados? ¿Quién esperará con el Espíritu Santo el tiempo suficiente para obtener algo de sus verdades vivificantes?

Creo que yo me he detenido en estas dos parábolas el tiempo suficiente para obtener una idea de las verdades ocultas en ellas. Yo puedo decir esto acerca de ellas: ellas son acerca del alto precio de poseer a Cristo. Muchos cristianos van por la vida satisfechos con tener la fe suficiente para sobrevivir. Ellos quieren sólo lo suficiente de Jesús para ir al cielo. Ellos pueden sacar algunas verdades prácticas de sus parábolas, pero ellos nunca encuentran esa verdad vivificante que esta enterrada profundamente en ellas. Por contraste estas dos parábolas nos dicen que la verdad preciosa de Cristo es hallada sólo por buscadores devotos y hambrientos. Aquellos que le siguen con todo su corazón tendrán sus ojos suficientemente abiertos para los secretos de la vida abundante.

Jesús comienza estas dos parábolas diciendo: “Permítanme decirles como es el reino de los cielos” (ver Mateo 13:44). Cristo no está hablando aquí del cielo como nosotros lo creemos, el reino en la gloria con el Padre. No, él se está refiriendo al reino de los cielos en la tierra. Él está diciendo en esencia: “Aquí está cómo tú puedes poseer la plenitud del cielo en tu corazón, ahora mismo. Pero primero déjame decirte lo que te costará obtenerlo.”

¿Cómo obtenemos el cielo en la tierra? Las dos parábolas aclaran: al poseer a Cristo en toda su plenitud. Y ese es un esfuerzo costoso.

<CENTER>1. La primera parábola es acerca
del tesoro en el campo.
</CENTER>

“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mateo 13:44).

Primero, quiero preguntar: ¿qué representa el campo aquí? Significa el mundo cristianizado. Es cada área donde el evangelio ha sido predicado y recibido. Por supuesto, la iglesia es una parte de ese campo. Hay un campo misionero nacional y un campo misionero extranjero. Y el hombre trabajando en el campo representa todos los que sirven a Jesús.

Este hombre se ha enterado por una fuente confiable que el tesoro esta enterrado en alguna parte en ese campo. Igualmente hoy nos han dicho: “Cristo en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento” (Colosenses 2:3). Mientras otros labradores trabajan con un corazón dividido, este hombre comienza a cavar furiosamente. Él pasa horas, días, semanas, obstinadamente buscando el tesoro.

¿Quién es este hombre? Él representa cada siervo devoto que ha escuchado lo que los profetas dijeron de Jesús: “Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo” (Mateo 13:35). A este hombre no le importa lo que otros piensen de él. Él ha dispuesto en su corazón desenterrar el tesoro de Dios. Y él sabe que la única manera de encontrarlo es buscarlo con todo lo que él tiene. Así que él cava y cava absolutamente decidido a localizarlo.

¿Cuál es el tesoro que él está buscando? Es el descubrimiento increíble que Cristo es todo lo que él necesita. Su tesoro es saber que todo gozo, dirección y propósito realmente, las mismas riquezas del cielo son suyas en Jesús. No importa que problemas y pruebas enfrente. Él sabe que en Cristo, todo recurso le ha sido entregado. Jesús es su todo en todo.

Cuando este hombre finalmente encuentra este tesoro, él hace una cosa curiosa: él inmediatamente lo esconde. “El cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo” (Mateo 13:44) ¿Qué está haciendo él aquí? ¿Por qué él esconde esta recién hallada riqueza maravillosa?

Nosotros encontramos una clave en el testimonio de Pablo. El apóstol nos dice: “Cuando agrado a Dios, que me apartó... y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mi, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté enseguida con carne y sangre ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia” (Gálatas 1:15-17).

Pablo recibió una revelación increíble de Cristo. Así que, ¿por qué escogió mantenerlo en secreto? Fue porque este tesoro fue absolutamente precioso para él, más querido que cualquier otra cosa. Pablo había ayunado por esta verdad, orado por ella, la había buscado diligentemente. Él sirvió a Dios con celo como un fariseo, pero sin conocimiento de la verdad (Ver Romanos 10:2). Y ahora que había encontrado la verdad que era Cristo, no iba a ser despojado de esta.

Así que Pablo fue al desierto de Arabia para esconder su tesoro. En esencia, él estaba “vendiendo todo lo que tenía para comprar el campo donde el tesoro estaba escondido” (ver Mateo 13:44). Pablo estaba declarando: “Yo no quiero que nadie ni nada me desvíe de esta gran verdad que he encontrado en Cristo. No quiero escuchar la opinión de nadie al respecto en estos momentos. Debo poseerlo por mí mismo. Y sólo lo compartiré con otros después de haber entendido el significado completo de lo que he hallado.”

Me imagino el trabajador del campo en la parábola maravillado con el tesoro que encontró. Una vez que abrió el cofre, él sostuvo su tesoro, lo examinó y se regocijó en él. Sin embargo, inmediatamente, él sintió que sostenerlo y mirarlo no era suficiente. Él se dijo sí mismo: “Debo tener esto. Debo poseer esto totalmente. Si lo hago, estará conmigo hasta el día de mi muerte.

Pablo es un ejemplo de aquellos que han descubierto el tesoro sin precio de una revelación al corazón de Cristo. Él cavó profundamente, encontró el tesoro y estuvo gozoso con su hallazgo. Sin embargo, él lo escondió profundamente en su corazón. Él estaba diciendo: “No es suficiente para mi simplemente admirar a Jesús o maravillarme por él. Necesito que viva dentro de mí. Yo debo tenerlo como mi misma vida. Ya no necesito más teología acerca del Salvador. He pasado una vida aprendiendo doctrinas. Mi objetivo ahora es conocer a Cristo y poseerlo. Quiero que Jesús viva a través de mí, y que mi antiguo yo muera.

Cuando Jesús dice que el trabajador del campo “vende” todo lo que tuvo, el significado griego es comerciar o hacer trueque. Esto significa un intercambio de bienes y servicios sin intercambiar dinero. En otras palabras, lo que está siendo buscado no puede ser comprado.

Esto amplía el significado de la parábola aún más. Jesús está diciendo: “Tú no puedes comprar cosas espirituales con cosas materiales.” Pablo vivió esta verdad. Él no poseía nada excepto las vestimentas sobre sus espaldas y tal vez algunas herramientas para hacer tiendas. Sin embargo, aquí esta lo que le costó a Pablo poseer su tesoro: “Cuantas cosas eran para mi ganancia las he estimado como pérdida por amor de Cristo... estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8).

<CENTER>¿Quién enterró el tesoro en el campo?</CENTER>

Nuestro Padre Creador posee todas las cosas. Y posee el campo donde el tesoro fue enterrado. Esto significa que él fue quien lo enterró allí. Ahora, él sabia que el hombre excavando en el campo era pobre. Después de todo, los hombres ricos no necesitan hacer trabajos manuales. Así que este trabajador del campo tuvo que ir al propietario y hacer un trueque para comprar el campo.

Nosotros sabemos que no podemos comprar cosas espirituales con dinero. Así que ¿cómo es posible comprar algo de nuestro bendito Padre? Isaías responde: “Venid comprad sin dinero, y sin precio, vino y leche” (Isaías 55:1). En otras palabras. Dios esta diciendo: “¿qué valor tiene para ti? Empero, no pienses en término de dinero. Háblame en términos de bienes y servicios.”

A través de los siglos, los hombres ricos han tratado de ganar la vida eterna renunciando a sus riquezas. Ellos abandonaron castillos, tierras, riquezas, vastos ganados, joyas y costosas vestiduras, todo en un esfuerzo para ganar a Cristo. Ellos se volvieron indigentes, comiendo escasamente y vistiendo pieles de animales. Pero Jesús nunca fue encontrado de esta forma por nadie.

Yo creo que Pablo pasó meses en Arabia haciendo trueque con el Padre. Me lo imagino preguntando: “Señor, ¿cómo puedo poseer todas las riquezas de Cristo? ¿Qué será necesario? El Padre responde: “Te lo diré, Pablo. Dame toda tu justicia propia. Entonces te daré la justicia de Cristo. Dame todas tus buenas obras, tus esfuerzos para agradarme. Y yo te daré la santidad de Cristo solamente por fe.

“Rinde a mí todas tus metas, ambiciones, planes, esperanzas. Yo te daré a Cristo mismo para que viva en ti y través de ti. Su deseo será el tuyo. Y tú conocerás el gozo y felicidad que ningún logro alguna vez podría darte.

“Dame lo mejor de tu tiempo. Dame toda tu confianza y seguridad, y todas tus preocupaciones. Entonces, tú ganarás a Cristo. Tú habrás poseído su sabiduría e intimidad, todo sin dinero. Dime, Pablo, ¿vale el ganar a Cristo todo eso para ti?

Pablo ganó a Cristo. Él salió del desierto en completa posesión de su tesoro. Ahora él testificó: “El viejo Pablo está muerto. Y Cristo está vivo en mí. Todas mis ambiciones se fueron. Todo lo que yo quería hacer o ser antes, lo he dejado atrás en el desierto. Yo he encontrado el tesoro de mi vida, y él es todo suficiente para mí. Jesús es todo lo que alguna vez necesitaré.”

Puedes preguntar: “¿Dónde esta escondido el misterio en esta parábola del tesoro? ¿Qué secreto está enterrado allí? Pablo nos da la respuesta: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27).

En resumen, el misterio es Cristo mismo en ti. El mismo tesoro del cielo está viviendo dentro de ti, poseído por ti.

<CENTER>2. La segunda parábola es
acerca de la perla de gran precio.
</CENTER>

“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compra” (Mateo13:45-46).

¿Quién es el mercader en esta parábola? La raíz griega aquí lo explica como un comerciante viajante de ventas al por mayor. Este mercader también era un probador. En otras palabras, él se ganaba la vida valorando perlas costosas por su calidad y valor.

Ahora, nosotros sabemos que Jesús es la perla de gran precio que el mercader halla. Él es muy costoso, de incalculable valor, porque el mercader vende todas sus otras posesiones para ganarla. Mi pregunta es, ¿quién era el propietario original de esta perla preciosa? Y ¿por qué él estaría dispuesto a separarse de ella?

Creo que encontramos el significado de la perla en los propósitos eternos Dios. Obviamente la perla pertenecía al Padre. Él poseía a Cristo como cualquier otro padre posee a su hijo. De hecho, Jesús es la posesión más valorada del Padre.

Tan sólo una cosa haría que el Padre ceda su invalorable perla. Él lo hizo por amor. Él y su Hijo habían hecho un pacto antes de la creación del mundo. Y en este pacto el Padre consintió en ceder a su Hijo. Él lo entregó como un sacrificio para redimir a la humanidad.

El apóstol Pedro se refiere al alto precio de este precioso regalo. Él habla de la costosa sangre de Cristo, nuestra perla de gran precio. Sin embargo, cuando los principales sacerdotes examinaron esta perla, ellos lo valoraron en simplemente treinta piezas de plata. “Tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado según el precio puesto por los hijos de Israel” (Mateo27:9). Piénsalo: el Dios del universo había hecho a su preciosa perla disponible a todos. Sin embargo, estos hombres le pusieron poco o ningún valor. Algunos aún lo llamaban una farsa, una imitación.

Yo te digo, el Señor debe sentirse dolido hoy al ver cuán poco valor su pueblo le pone a esta perla sin precio. Para algunos, Cristo no es más que una pieza de museo. Él está colocado bajo vidrio, no está disponible para ser tocado o manipulado. Las personas lo visitan solo una vez a la semana para admirarlo o alabarle. Ellos miran su cruz y se maravillan con su sacrificio, diciendo: “Qué hermoso. Cuán glorioso.” Pero ellos nunca poseen la perla. Ellos no hacen trueque con el propietario, determinados a poseerlo a cualquier precio.

Amado, Dios quiere que su perla sea hallada por aquellos que están obsesionados con poseerlo a él. Es como si él estuviera diciendo: “Mi perla está disponible sólo para aquellos que le ponen un gran valor.”

Así pues, el mercader en esta parábola representa a un grupo pequeño de creyentes hoy en día. Estos siervos han encontrado en Jesús la respuesta a cada necesidad y clamor de sus corazones. Él se ha vuelto el centro de sus vidas. Ellos han dispuesto su corazón para ir tras este premio con todo su ser. Y ellos van a obtenerlo, a cualquier precio.

<CENTER>¿Qué le costo al mercader el obtener la perla?</CENTER>

Recuerda, esta perla no tenía precio. No podía ser comprada con ninguna cantidad de dinero. Simplemente, no había suficiente oro o plata en la tierra para alcanzar ese precio. Y el mercader sabía esto. Él sabía que podría pasar toda su vida amasando una fortuna para obtenerla, pero sus esfuerzos serían en vano.

Me imagino al mercader diciendo al propietario: “Mira, debo poseer esa perla, yo gustosamente cambiaré mi vida entera de servicios a ti. Cualquier cosa que tú pidas, lo haré. Solo déjame poseerla. “El Padre amorosamente le respondió: “Dame tu corazón. Ese es el precio.” Luego leemos: “Habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:46).

Este mercader vendió su misma alma por la perla. Le costó su mente, cuerpo y espíritu: “todo lo que tenía.” Sin embargo, el propietario le dijo que obtendría esto a cambio: “Si, serás mi sirviente. Pero tú vas a ser mucho más que eso para mí. Ves, al darme tu corazón, me estás permitiendo que te adopte. Estoy a punto de hacerte parte de mi familia. Entonces, serás mi heredero. Eso significa que tú poseerás la perla conmigo. Será de ambos, tuya y mía.”

<CENTER>Déjame decirte lo que estas dos parábolas
significan para mí personalmente.
</CENTER>

Cristo es el cofre del tesoro en el campo. Y en él yo he encontrado todo lo que yo alguna vez necesité. Para mí, eso significa lo siguiente:

Ya no trataré más de encontrar un propósito en el ministerio. No buscaré más satisfacción en la familia o amigos. No más necesidad de construir algo para Dios, o ser un éxito, o sentirme útil. Ya no más mantener el mismo paso que la multitud, o tratar de demostrar algo. Ya no más buscar formas de agradar a la gente. Ya no más tratar de pensar o razonar mi propia salida de las dificultades.

Yo he encontrado lo que estoy buscando. Mi tesoro, mi perla, es Cristo. Y todo lo que el Propietario pide de mi es: “David, yo te amo. Déjame adoptarte. Ya he firmado los papeles con la sangre de mi propio Hijo. Tú eres ahora un coheredero con él de todo lo que poseo.”

Yo aún estoy en el proceso de vender todo lo que tengo. Aún estoy dándole al Padre mi tiempo, mis pensamientos, mi voluntad, mis planes. Sin embargo, yo sé que lo estoy intercambiando todo por el tesoro. Lo estoy intercambiando para comprar aguas vivas, el pan de vida, la leche y miel de gozo y paz. Y lo estoy haciendo todo sin dinero. El precio para mí es mi amor, mi confianza, mi fe en su Palabra.

¡Qué oferta! Yo doy mis trapos inmundos de auto-confianza y buenas obras. Pongo a un lado mis zapatos gastados de tanto esforzarme. Dejo atrás todas mis noches de insomnio en las calles de duda y miedo. Y a cambio soy adoptado por un Rey.

Querido santo, esto es lo que ocurre cuando tú buscas la perla, el tesoro, hasta que lo encuentras. Jesús te ofrece todo lo que él es. Él te trae gozo, paz, propósito, santidad. Y él se vuelve tu todo: tu despertar, tu dormir, tu mañana, tarde y noche.

Así que, ¿qué valor tiene él para ti? Para ganarle, puede costarte más de lo que has estado dispuesto a pagarle. Te insto: comienza a cavar hoy.
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Usado con permiso por World Challenge, P. O. Box 260, Lindale, TX 75771, USA.
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<CENTER>¡La gran responsabilidad de aquellos que son perdonados!
(The Great Responsibility of Those Who Are Forgiven!) </CENTER>

Por David Wilkerson
19 de mayo de 2003

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En Mateo 18, Jesús les dijo una parábola para enseñar a sus discípulos a qué se parece el reino de los cielos. Como en muchas de sus parábolas, cada cosa en la narración relaciona a Cristo con su iglesia.

Jesús empieza por describir a un rey que llama a sus sirvientes a cuenta. Las Escrituras dicen: “Cuando él (el rey) había venido para hacer las cuentas, uno fue traído hasta él, el cual le debía a él diez mil talentos” (Mateo 18:24). He aquí un siervo que estaba sumido en deudas. Él debía al rey el equivalente a cientos de millones de dólares, una cantidad que él nunca podría volver a pagar.

Jesús no nos dice cómo este hombre cayó en tal increíble deuda. Algunas versiones de la parábola dicen que el hombre fue un esclavo y que su deuda fue un préstamo pendiente de ser pagado. Sin embargo, todo lo que sabemos a partir del evangelio de Mateo es que él tenía acceso a grandes recursos, y él los malgastó.

Déjenme señalar dos cosas importantes con relación a esta parábola. Primero, los siervos en la parábola representan a los creyentes, aquellos que trabajan en el reino de Dios. Así que el siervo endeudado aquí no era ningún extraño en las labores del rey. Segundo, nosotros luego nos enteramos (en Mateo 25) que el propósito de Dios al dar talentos a su pueblo es el traer frutos delante de él. Todos aquellos quienes reciben talentos del Padre se les ha ordenado que lo inviertan. Dios no sólo reparte talentos indiscriminadamente. Él espera cosechar frutos de las inversiones que él vertió dentro de su pueblo.

Evidentemente, el rey en Mateo 18 estaba tratando con siervos quienes habían sido descubiertos por cometer crímenes. Y el siervo en gran deuda fue uno de los primeros ofensores en ser llevado ante él. Este siervo fue probablemente un hombre muy talentoso, con muchas expectativas acerca de él. (De otro modo, él no habría tenido acceso a todo aquello que había despilfarrado). Todavía cuando él fue llamado a rendir cuentas: “Él no tenía (nada) para pagar” (Mateo 18:25). De modo que el rey emitió este juicio: “Su Señor ordenó a él ser vendido, y a su esposa, y a sus hijos, y a todo aquello que él tenía, y la cuenta estaría cancelada” (Mateo 18:25).

Este hombre no tenía nada de valor para intercambiar por su deuda delictiva. Él no tenía dinero, ni bienes, nada de mérito que ofrecer. Por lo tanto, ¿qué hizo él? “Aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo, Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (Mateo 18:26).

Es importante conocer el significado de “suplicaba” aquí. El término en griego significa “agacharse o encogerse; besar como un perro que lame la mano de su amo.” Este hombre no estaba sobre sus rodillas arrepentido. Él estaba agachándose, tratando de halagar a su amo. Él no estaba pidiendo al rey su perdón, sino su paciencia. Él buscaba otra oportunidad, suplicando: “Dame algo más de tiempo. Yo puedo componer mi pecado, y satisfacer todas tus demandas.”

La verdad era, que este siervo posiblemente no podría pagar por su delito. Él nunca podría amasar todo lo que fuera necesario para reembolsar los fondos que él había usado indebidamente y dilapidado. Comparo su actitud a la de un cristiano que es sorprendido en adulterio. Cuando su pecado es descubierto, su primera reacción es una tristeza de perro, aduladora. Él llora: “Oh, Dios, no dejes que pierda mi matrimonio, mi familia. No tomes mi carrera. No dejes que yo termine en bancarrota. Sé paciente conmigo. Yo sólo necesito otra oportunidad.” Entonces él ruega a su esposa: “Por favor, dame una oportunidad más.” Pero en realidad, este hombre nunca puede disimular aquello que él hizo. Es simplemente imposible.

<CENTER>Al siervo en la parábola le fue,
perdonada una gran deuda solamente
por compasión y misericordia.
</CENTER>

Jesús continúa la parábola: “El Señor de aquel siervo fue movido a misericordia, le soltó, y le perdonó la deuda” (Mateo 18:27). ¿Por qué habría el rey de ser movido a misericordia hacia este hombre adulador? El siervo no estaba arrepentido. De hecho, él no tenía ningún concepto de la pecaminosidad excesiva de su delito. Nosotros encontramos esto luego en la parábola, cuando su corazón es revelado por ser duro y sin compasión.

Este hombre era un actor, sin ninguna intención de cambiar. Y seguramente el rey discernió aquello. Después de todo, el rey aquí representa al mismo Cristo. Él tenía que saber que el siervo estaba tratando de jugar con sus sentimientos para provocar su compasión. Todavía, a pesar de esto, el rey fue movido a misericordia por él. ¿Por qué? Esto no fue a causa de las lágrimas falsas. Y esto no fue porque el siervo rogó por un poco más de paciencia y un poco más de tiempo. No, el rey fue movido por los atroces pecados que plagaban el corazón y la mente de este hombre.

Vean ustedes, solo un engaño terrible podría hacer que este siervo creyera que él podría realmente pagar la deuda a su amo. Su actitud solo reflejaba cuán insignificante él pensó que era su pecado. Para él, esto fue solo una pequeña equivocación que necesitaba tiempo para ser reparada. Él estaba convencido que si trabajaba bastante duro, él podría usar su habilidad para balancear los libros. Pero el rey percibía esto de otra manera. Ninguna cantidad de méritos ó voluntad propia podría quitar la inmensa deuda en que este hombre había incurrido.

¿Está usted captando el mensaje? Según Jesús, nosotros no estamos verdaderamente arrepentidos hasta que no reconozcamos que es imposible para nosotros reparar nuestros propios pecados. Nosotros nunca podremos devolver el pago a Dios por nuestras transgresiones, ya sea a través de nuestras oraciones, consagración o buenas intenciones. El Nuevo Testamento aclara esto. En el Antiguo Testamento, el adulterio fue declarado un pecado para ser castigado severamente. Jesús tomó el pecado de adulterio mucho más seriamente aún. Él dijo que si una persona mira a alguien lujuriosamente, él ya ha cometido adulterio. En síntesis, bajo el Nuevo Testamento, la demanda de Dios por santidad vino a ser mucho más grande.

Ahora, el rey en la parábola de Jesús sabía cuán aplastante eran las consecuencias del pecado de su siervo. Y él podía ver que si entregaba a este hombre a todas aquellas consecuencias, el siervo estaría perdido para siempre. Después de todo el siervo estaba ya enceguecido por lo terrible de su pecado. Y si él no le hubiera perdonado, él se volvería aún más duro. Él caería en una espiral sin esperanza, empezando a ser endurecido de por vida. De modo que el rey decidió perdonarle. Él ordenó que el hombre sea liberado y limpio, liberándole a él de toda deuda.

Déjenme decirles una palabra breve aquí sobre el arrepentimiento. Este concepto es a veces definido como un “darse la vuelta.” Esto habla de un cambio súbito en la dirección opuesta, un giro de 180 grados a partir de un camino previo. También, arrepentimiento quiere decir que va acompañado de una angustia santa.

Todavía, una vez más, el Nuevo Testamento toma un concepto del Antiguo Testamento mucho más allá. Arrepentimiento va más allá que meramente volverse de los pecados de la carne. Esto involucra más que afligirse acerca del pasado y estar triste por haber entristecido al Señor. De acuerdo a la parábola de Jesús, arrepentimiento significa alejarse de la mente enfermiza que nos hace creer que nosotros podemos de alguna manera componer nuestros pecados.

Esta enfermedad aflige a millones de creyentes. Cada vez que tales cristianos caen en pecado, ellos piensan: “Yo puedo hacer cosas correctas con el Señor. Yo le persuadiré a él con lágrimas sinceras, oraciones profundamente sinceras, más lectura de la Biblia. Estoy decidido a compensarle a él.” Pero aquello es imposible. Esta clase de pensamiento lo lleva a un lugar: pérdida total de la esperanza. Tales personas están luchando incesantemente y siempre están cayendo. Y ellos terminan conformándose con una paz falsa. Ellos persiguen una santidad falsa fabricada por ellos mismos, convenciéndose a sí mismos de una mentira.

He aquí por qué Jesús nos dio esta parábola. Él está dándonos el ejemplo de un siervo de confianza, talentoso, quién es repentinamente descubierto como el cabecilla de todos los deudores. He aquí alguien quien no es merecedor, lleno de motivos errados, indigno de la compasión de todos. Pese a que su amo le perdonó a él gratuitamente - como Jesús lo hizo por ti y por mí.

Dime, ¿qué te ha salvado a ti? ¿Fueron tus lágrimas y tus plegarias profundamente sinceras? ¿Tu profundo dolor por haber angustiado a Dios? ¿Tu decisión sincera de volverte de tu pecado? No, no fue ninguna de estas cosas. Fue solamente la gracia que te salvó a ti. Y como el siervo en la parábola, tú no merecías esto. De hecho, tú sigues sin merecerlo, no importa cuán santo sea tu caminar.

He aquí una definición simple de verdadero arrepentimiento. El significado dice así: “Yo debo apartarme, de una vez por todas, de cada pensamiento que crea que yo pudiera pagarle al Señor. Yo jamás podré ganarme su gracia por mi propio esfuerzo. Por lo tanto, ningún esfuerzo o trabajo bueno de mi parte pueden saldar mi pecado. Yo simplemente tengo que aceptar su gracia. Este es el único camino a la salvación y a la libertad.

<CENTER>Al ser perdonado solo por
gracia, al siervo le fue dada una
gran responsabilidad.
</CENTER>

¿Pasó por alto el rey el pecado de su siervo? ¿Miró de reojo a su deuda y simplemente la dispensó? No, de ninguna manera. El hecho es, que perdonándole a él, el rey colocaba sobre este hombre una pesada responsabilidad. Y aquella responsabilidad fue mucho más grande que la responsabilidad de su deuda. Sin duda alguna, este siervo debía ahora a su amo más que nunca. ¿Cómo? Él era responsable de perdonar y amar a otros, justamente como el rey había hecho por él.

Qué increíble responsabilidad es ésta. Y esta no puede estar separada de las otras enseñanzas del reino de Cristo. Después de todo, Jesús dijo: “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Su punto es claro: “Si tú no perdonas a otros, yo no podré perdonarte a ti.” Esta palabra no es opcional, es un mandato. Jesús está diciéndonos, en esencia: “Yo fui paciente contigo. Yo me ocupé de ti con amor y gracia. Y te perdoné a ti solo por mi bondad y gracia solamente. Del mismo modo, tú tienes que ser amoroso y misericordioso hacia tus hermanos y hermanas. Tú estás para perdonarles a ellos gratuitamente, tal como yo te perdoné a ti. Tu debes ir a tu casa, tu iglesia, tu trabajo, en las calles, y mostrar a cada cual la gracia y amor que yo te he mostrado a ti.

Pablo se refiere al mandamiento de Jesús, diciendo “De la manera en que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). Él entonces expone sobre cómo nosotros debemos perseguir la obediencia a este mandato: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre de paciencia, soportándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro… Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto (Colosenses 3:12-14).

¿Qué significa ser paciente? La palabra griega significa “soportar, tolerar.” Esto sugiere aguantar cosas que no nos gustan. Nosotros estamos siendo enseñados a tolerar las fallas de otros, a pasar por alto las formas que no entendemos.

Pero, ¿cómo respondió el siervo perdonado a la gracia y perdón de su amo? Lo primero que él hizo fue atacar a su consiervo quién le debía a él dinero. Él se puso sobre el hombre, lo tomó por el cuello y demandó ser pagado en el instante. Increíblemente, la cantidad era una pequeñez, menos de tres días de salario. Todavía el siervo amenazó a su deudor, gritándole: “¡Lo quiero ahora!” El hombre no tenía nada, por lo que él cayó postrado, suplicando le tuviera paciencia. Pero el siervo respondió: “Tu tiempo se ha acabado.”

Yo les digo, este es uno de los pecados más abominables en toda la Biblia. Primero, este es perpetrado por un siervo de Dios. Dígame, ¿qué clase de persona actuaría tan vergonzosamente? ¿Qué clase de corazón podría ser tan desagradecido, tan carente de una fracción de gracia igual a la que a él mismo le había sido mostrada?

Estamos dando un vistazo a la oscuridad que todo el tiempo hubo en el corazón del siervo. En Romanos 2, Pablo describe esta oscuridad: “Por lo cual eres inexcusable, Oh hombre, quien quiera que seas tú que juzgas, pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tu que juzgas haces lo mismo… ¿Y piensas esto, Oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Romanos 2:1,3-4).

¿Qué quiere decir Pablo cuando él dice que esta persona desprecia las riquezas de la bondad de Cristo? La palabra para “despreciado” aquí significa: “El no pensaría que esto sea posible.” En otras palabras, este creyente dijo: “Tal gracia y misericordia no es posible. Yo no puedo creer esto.” Esto nunca penetró en su teología. Así que, en lugar de aceptarlo, puso su mente en contra de ello.

¿Por qué el siervo desagradecido no podría aceptar la gracia del rey? He aquí una razón: él no tomó seriamente la enormidad de su pecado. Él estaba bastante decidido, auto-convencido que él podía cubrir su deuda. Pese a ello, el rey ya le había dicho a él: “Tú estás libre. Ya no hay más culpa, no más reclamos sobre ti, ni pruebas o trabajos requeridos. Todo lo que tú necesitas hacer ahora es mirar a la misericordia y paciencia que yo te he mostrado.”

Trágicamente, una persona quien no acepta el amor no es capaz de amar a nadie más. En lugar de esto, él viene a ser juzgador de otros. Eso es lo que le había ocurrido a este siervo. Él perdió el completo significado de la misericordia del rey hacia él. Vean ustedes, que la paciencia y el perdón inmerecido de Dios significan una sola cosa: llevarnos al arrepentimiento. Pablo declara: “La benignidad de Dios te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4). Pablo sabía esto de primera mano, habiendo afirmado ser el primero de todos los pecadores.

Esta claro a partir de la parábola que esta es la razón por la que el amo perdonó a su siervo. Él buscaba que su hombre de confianza se volviera de los afanes de su carne para descansar en la increíble bondad del rey. Tal descanso le liberaría a él para amar y perdonar a otros en devolución del favor recibido. Pero en lugar de arrepentimiento, el siervo salió de allí dudando de la bondad de su amo. Él no dejaría de pensar que el rey podría cambiar de idea. Por lo que, él determinó tener un plan de contingencia. Y, despreciando la gracia del rey, él trató a los otros con juicio.

¿Pueden ustedes imaginar la mente torturada de tal persona? Este hombre dejó un lugar sagrado de perdón, donde él experimentó la bondad y la gracia de su amo. Pero en lugar de regocijarse, él despreció el significado de tal libertad absoluta. Yo les digo que cualquier creyente que crea que la misericordia de Dios es imposible se abre a sí mismo a cada mentira de Satanás. Su alma no descansa. Su mente está en una confusión extrema. Y él está continuamente temeroso de ser juzgado.

Me pregunto: ¿Cuántos cristianos hoy viven esta existencia torturada? ¿Es esa la razón por las que existen muchas disputas, tantas divisiones en el cuerpo de Cristo? ¿Es esta la razón por la cual hay muchos ministros que están peleados entre ellos, el por qué muchas denominaciones se niegan tener comunión el uno con el otro?

El espíritu de juicio dentro de la iglesia es muchísimo peor que cualquier juicio emitido en el mundo. Y este confronta lo que Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Yo les pregunto, ¿puede el mundo reconocer al pueblo de Dios por este estándar? ¿Podrán los incrédulos decir: “Aquellas personas verdaderamente son discípulos? Yo nunca los vi peleando. ¿Ellos realmente se aman los unos a los otros?”

Yo he estado absolutamente sorprendido por las profundas divisiones de las cuales he sido testigo en la iglesia. Yo vi esto de primera mano en las conferencias de pastores en el extranjero. Cuando yo llegué varios ministros prominentes me advirtieron: “No coopere con el Reverendo tal y cual. Él está en un culto raro y todas esas clases de tonterías carismáticas. Usted no debería darle a él ninguna prominencia en la reunión.” Hasta los compañeros Pentecostales de aquel hombre me dijeron que lo evitara.

Pero cuando encontré a aquél pastor y comencé a conocerle, yo vi a Cristo en él. En un momento dado, alguien me susurró: “Este hombre es uno de los más grandes hombres de oración de nuestra nación. Él pasa dos días completos cada semana solamente orando.” En efecto, yo encontré que el pastor era amable, gentil y amoroso - los mismos frutos que Jesús dijo que debemos tener.

Cuando yo hablé, invité al ministro a la plataforma conmigo, juntamente con los otros. Esto ofendió a muchos, y después varios pastores se burlaron de mí. Todo lo que yo pude pensar fue: “Estos hombres conocen lo que significa ser perdonados una gran deuda. Sin embargo, de todas las personas, estos líderes de la iglesia de Dios se niegan a tolerar a un compañero pastor que ellos ni siquiera conocen.

En otra conferencia, yo fui testigo de la cooperación gozosa de varias denominaciones. Allí había un maravilloso sentido de unidad entre Bautistas, Pentecostales, Luteranos y Episcopales. Cada noche, un líder de una denominación diferente dirigía la reunión. Una noche, un obispo Pentecostal abrió la reunión. Él fue seguido por un grupo Pentecostal de adoración. Los jóvenes adoradores estaban llenos de gozo, palmeando con sus manos mientras dirigían la adoración jubilosa. Yo fui informado posteriormente que algunos de ellos habían sido liberados de la adicción a las drogas y estaban agradecidos sólo por estar allí presentes.

Pero cuando miré al obispo, su rostro se estaba enrojeciendo. Él estaba frunciendo el ceño, empezando a encolerizarse. Me di cuenta entonces que su denominación no creía en una adoración bulliciosa. Y yo me había unido a ellos en libertad. Después de la reunión, el obispo se acercó a mí a grandes pasos y declaró: “Aquello fue deshonroso, totalmente de la carne. ¿Cómo pudo usted permitir que esto siguiera? Me voy de esta conferencia y me llevo a mis 200 pastores conmigo.”

Yo me quedé boquiabierto, sin poder hablar. Yo había pasado semanas sobre mis rodillas en oración, preparándome para estas reuniones. Sin embargo, me preguntaba qué yo había hecho mal. La verdad es que yo estaba siendo estrangulado por el enojo de este hombre. Esto fue como una escena en la parábola: él me agarró por el cuello y estaba haciendo su demanda enojado. Afortunadamente, el obispo tuvo un cambio de corazón y no se fue de la conferencia. Pero, ¿qué tomaría posesión de un ministro de Dios para que se negara a tolerar a un consiervo de Cristo? Aquí no hubo ni paciencia, ni misericordia, ni amor por otros de la misma fe preciosa.

Por años, un obispo de cierta denominación me había invitado a su país para sostener reuniones. Él suplicaba: “Esta nación necesita oír lo que Dios le ha hablado a usted.” Finalmente, el Señor me permitió ir, pero solamente con la condición de que todas las denominaciones fueran permitidas a tomar parte en las reuniones. Cuando el obispo oyó esto, se negó a participar. Y les prohibió a todos sus ministros asistir. ¿Por qué? Ellos se habían separado de otras denominaciones por años. Un asociado de este obispo me llamó para destruirme, diciendo: “Qué vergüenza. ¿Cómo podría un hombre de Dios cooperar con tales personas?”

Exactamente, ¿quiénes eran las personas de las que hablaba? Cuando lo descubrí, era un obispo Luterano quien estaba lleno de Jesús… un grupo de humildes obispos Pentecostales… y un obispo Bautista que había sido encarcelado bajo el Comunismo, donde él había leído una versión copiada a mano de mi libro, La Cruz y el puñal. Todos estos líderes estaban ansiosos por adorar a Cristo juntos, como uno en Cristo. ¿Pueden imaginarse a otro líder cristiano negándose a tener compañerismo con tal grupo?

¿Qué estaba detrás de tal juicio contencioso? ¿Por qué los siervos de Dios, quienes han sido perdonados tanto personalmente, maltraten a sus hermanos y se nieguen a tener comunión con ellos? Todo esto puede remontarse hacia el pecado más doloroso posible: Desprecio a la misericordia de Dios.

Yo llegué a esta conclusión solamente después de haber examinado mi propio corazón por la respuesta. Yo recordé mis propias luchas para aceptar la gracia y misericordia de Dios hacia mí. Por años, yo había vivido y predicado bajo una esclavitud legalista. Yo traté con todas mis fuerzas de cumplir con los estándares que pensé llevaban a la santidad. Pero estas eran mayormente solo una lista de “haz esto” y “no hagas lo otro.”

Lo cierto es que, yo estaba más cómodo en el Monte Sinaí, en la compañía de estruendosos profetas, que cuando yo estaba en la cruz, donde mi necesidad estaba al desnudo. Yo predicaba paz, pero nunca la experimenté completamente. ¿Por qué? Yo estaba inseguro del amor del Señor y su paciencia hacia mis fallas. Yo me vi tan débil y tan malvado que era indigno del amor de Dios. En síntesis, yo magnifiqué mis pecados por encima de su gracia.

Y porque yo no sentí el amor de Dios por mí, juzgué a los demás. Yo vi a otros en la misma forma en que me percibí a mí mismo: como negociadores. Esto afectó mi predicación. Yo gritaba contra la maldad en otros mientras la sentía levantarse en mi propio corazón. Como el siervo ingrato, no había creído en la bondad de Dios hacia mí. Y porque yo no me apropiaba de su amor y tolerancia por mí, yo no la tuve para otros.

Finalmente, la interrogante real empezó a aclararse para mí. Ya no era: “¿Por qué tantos cristianos son duros y rencorosos?” Ahora yo preguntaba: “¿Cómo puedo yo cumplir los mandamientos de Cristo de amar a otros como el me amó a mí, cuando yo no estoy convencido que él me ama a mí?”

Recuerdo al obispo que estaba enfurecido por la adoración bulliciosa. Yo creo que aquel hombre actuó en temor. Él vio la unción de Dios en aquellos cantantes, y él oyó mi sermón, el cuál él sabía que venía desde el trono de Dios - y esto amenazaba sus tradiciones. Él estaba apegado a la doctrina más que al amor de Cristo. Y aquella doctrina se transformó en una pared que lo distanció a él de sus hermanos y hermanas en Cristo.

Pablo reprende: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).

<CENTER>Jesús finaliza su parábola
con una terrible advertencia.
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Nosotros debemos tomar en serio esta palabra de la parábola de Cristo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné… ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? (Mateo 18:32-33).

Nadie ha sido perdonado de más pecados que yo. Yo soy uno de aquellos que ha sido limpiado de “los pecados sobre mi cabeza,” iniquidades de la carne y espíritu demasiado numerosos para contarlos. Yo he desobedecido la palabra de Dios, he limitado su obra en mi vida, he sido impaciente hacia la gente, he juzgado a otros en tanto que la culpabilidad permanecía sobre mí. Y el Señor me ha perdonado de todo esto.

La pregunta para mí ahora -de hecho, para cada cristiano- es esta: “¿Soy tolerante con mis hermanos? ¿Soporto sus diferencias?” Si me niego a amarlos y a perdonarlos, como yo he sido perdonado, Jesús me llamará “siervo malvado.”

No mal entienda: esto no significa que nosotros permitamos compromisos. Pablo predicó la gracia valientemente, pero él instruyó a Timoteo: “Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2). Nosotros tenemos que ser guardianes valientes de la doctrina pura.

Pero nosotros no estamos para usar la doctrina para construir paredes entre nosotros. Aquel fue el pecado de los Fariseos. La ley les decía a ellos: “Guarden el sábado santo.” Pero el mandamiento en sí mismo no era suficiente para su carne. Ellos añadieron sus salvaguardas, múltiples reglas y regulaciones que permitían el mínimo movimiento físico posible durante el sábado. La ley también decía: “No tomarás el nombre de Dios en vano.” Pero los Fariseos construyeron más paredes aún, diciendo: “Nosotros jamás mencionaremos el nombre de Dios. Entonces no podremos tomarlo en vano.” En algunas sectas Judías, esta pared continúa con fuerza hoy. Pero es una pared hecha por el hombre y no por Dios. Por lo tanto, esto es esclavitud.

Hoy, el Señor nos dice: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Pero los hombres han tomado este mandamiento y lo han usado para construir paredes. Ellos han transmitido códigos de vestir, códigos que restringen la conducta y actividades, estándares imposibles que ellos nunca pueden reunir. Estas paredes han construido una fortaleza invisible, y solamente aquellos dentro de ella son considerados santos. Todos aquellos que están fuera de las paredes son condenados y evitados.

Yo les digo, esta es una maldad de la peor clase. La parábola de Jesús hace que esto quede claro. Tales personas están agarrando a otros por el cuello y demandándoles: “A mi manera, o no hay otra manera en absoluto.” Pero ningunos de los mandamientos del Señor fueron para ser convertidos en paredes de distanciamiento.

¿Cuál fue la respuesta del rey a la ingratitud de su siervo en la parábola de Jesús? La Escritura dice: “Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pague todo lo que debía” (Mateo 18:34). En griego, esto se traduce: “llevándolo hasta el fondo para ser atormentado.” Yo no puedo dejar de pensar que Jesús está hablando aquí del infierno.

Por lo tanto, ¿qué nos dice esta parábola a nosotros? ¿Cómo resume Cristo su mensaje a sus discípulos, sus compañeros más cercanos? “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” (Mateo 18:35).

Mientras leo esta parábola, tiemblo. Esto me hace caer sobre mi rostro y pedirle a Jesús un bautismo de amor hacia mis consiervos. He aquí mi oración, le insto a hacerla suya también:

“Dios, perdóname. Yo soy tan fácilmente provocado por otros, y a menudo respondo en ira. Aun así, no sé dónde estaría mi vida sin tu gracia y paciencia. Estoy maravillado por tu amor. Por favor, ayúdame a entender y aceptar tu amor por mí completamente. Esta es la única manera con la cual podré cumplir tu mandamiento para amar. Entonces yo podré ser paciente con mis hermanos, en tu Espíritu de amor y gracia.” Amén.

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