El Mundo, 19 de Junio de 2004.
Ángela Boto
EL AFECTO MATERNO DEJA UNA HUELLA PROTECTORA EN EL ADN DE LOS NIÑOS
Suele decirse que las madres nos marcan para toda la vida, y la ciencia lo acaba de confirmar: un equipo canadiense acaba de demostrar por primera vez que los cuidados que se reciben de la madre durante la infancia dejan una huella biológica en el ADN que condiciona la vida adulta.
El equipo de Michael Meany de la Universidad McGill en Canadá ya había observado que las crías de rata que habían disfrutado de más atenciones por parte de sus madres crecían menos temerosas y estresadas, a la vez que tenían más tendencia a explorar lo desconocido que aquellas cuyas progenitoras no habían sido demasiado cariñosas.
Además, habían comprobado que el efecto maternal pasaba a las generaciones futuras. Estaba claro que las vivencias de la infancia influían en los mecanismos de respuesta ante el estrés, pero se deconocía de que manera se traducía el comportamiento de la madre en una señal biológoca.
Los experimentos de Meany que se publicarán en el número de agosto de la revista 'Nature Neurosciencie' han proporcionado la respuesta. Los cuidados de la madre, o la falta de ellos, deja marcas químicas en el ADN (metilación) que se encargan de apagar y encender un gen en el cerebro que controla la respuesta del estrés.
El resultado es que las crías que han recibido toda la atención de sus madres están programadas para soportar y reponder con calma ante situaciones de tensión. Y por si pudieran surgir dudas de que se trata de una "forma de ser" heredada de los genes, los investigadores intercambiaron a los recién nacidos, de modo que los vástagos de las ratas más despegadas fueron criados por madres amorosas y viceversa. Aunque pueda parecer sorprendente, los pequeños roedores adoptaron una configuración genética acorde con el comportamiento de la madre adoptiva
Ángela Boto
EL AFECTO MATERNO DEJA UNA HUELLA PROTECTORA EN EL ADN DE LOS NIÑOS
Suele decirse que las madres nos marcan para toda la vida, y la ciencia lo acaba de confirmar: un equipo canadiense acaba de demostrar por primera vez que los cuidados que se reciben de la madre durante la infancia dejan una huella biológica en el ADN que condiciona la vida adulta.
El equipo de Michael Meany de la Universidad McGill en Canadá ya había observado que las crías de rata que habían disfrutado de más atenciones por parte de sus madres crecían menos temerosas y estresadas, a la vez que tenían más tendencia a explorar lo desconocido que aquellas cuyas progenitoras no habían sido demasiado cariñosas.
Además, habían comprobado que el efecto maternal pasaba a las generaciones futuras. Estaba claro que las vivencias de la infancia influían en los mecanismos de respuesta ante el estrés, pero se deconocía de que manera se traducía el comportamiento de la madre en una señal biológoca.
Los experimentos de Meany que se publicarán en el número de agosto de la revista 'Nature Neurosciencie' han proporcionado la respuesta. Los cuidados de la madre, o la falta de ellos, deja marcas químicas en el ADN (metilación) que se encargan de apagar y encender un gen en el cerebro que controla la respuesta del estrés.
El resultado es que las crías que han recibido toda la atención de sus madres están programadas para soportar y reponder con calma ante situaciones de tensión. Y por si pudieran surgir dudas de que se trata de una "forma de ser" heredada de los genes, los investigadores intercambiaron a los recién nacidos, de modo que los vástagos de las ratas más despegadas fueron criados por madres amorosas y viceversa. Aunque pueda parecer sorprendente, los pequeños roedores adoptaron una configuración genética acorde con el comportamiento de la madre adoptiva