La gracia no es un permiso para pecar, sino un poder para vencer.
Muchos hoy han convertido el mensaje más puro del Evangelio en una excusa para seguir igual. Pero la gracia que salva, también transforma. No es un refugio para esconder el pecado, sino una fuerza que lo destruye desde adentro.
ESCÚCHALO: Sublime gracia
> “Que a un pecador salvó.”
Esa línea no habla de indulgencia, sino de redención. Dios no solo te encuentra donde estás, sino que te saca de allí. La luz que te rescata, también te revela lo que debe morir en ti.
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La gracia no solo enseña a perdonar, enseña a vencer.
No es emoción, es instrucción divina. Es el poder de Dios que te entrena para resistir la vieja naturaleza. Cuando la gracia opera, las dudas se disipan, la culpa se transforma en propósito y la vida cambia.
El camino de la fe no elimina el conflicto; revela quién te sostiene en medio de él.
El abuso de la gracia ocurre cuando creemos que “estar en gracia” significa “no tener que luchar”. Pero Pablo decía:
> “Bástate mi gracia…” (2 Corintios 12:9).
La verdadera gracia no evita la batalla, la santifica.
La gracia culmina en adoración eterna, no en permisividad temporal.
El destino de los redimidos es cantar, no justificar el pecado. La misma gracia que nos encontró, nos perfecciona hasta el día en que brillaremos como el sol ante el Salvador.
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El abuso de la gracia es usar el amor de Dios como pretexto para permanecer igual.
Honrar la gracia es permitir que nos cambie.
Quien entiende la gracia, ya no busca excusas, busca santidad.
> “Si la gracia no te transforma, aún no la has entendido.”