E. Dos ejemplos
Examinemos dos ejemplos que constan en la Biblia y aprendamos de ellos a encontrar el significado de entrar en el espíritu de la Palabra.
1. La historia de Jacob
Jacob era hábil, astuto y egoísta. Se ocupaba primero de sí mismo, no de los demás. El era muy sagaz y se valía de cualquier treta para obtener lo que quería. Por eso Dios debía quebrantarlo. Cuando nació se asió al talón de su hermano y peleó con él. Sin embargo, Esaú fue el preferido de su padre, y él fue hecho a un lado. Jacob hizo lo posible por usurpar la bendición de su hermano. Pero lo que obtuvo fue que se vio obligado a andar errante. Le sirvió a Labán, quien cambió su sueldo diez veces. Quiso casarse con Raquel, pero tuvo que tomar a Lea primero. Cuando regresaba a su patria, Raquel murió, y Lea sobrevivió. Su corazón estaba apegado a algunos de sus hijos, pero particularmente a José. No obstante, José fue vendido por sus hermanos, quienes bañaron en sangre sus vestidos y le hicieron creer a Jacob que José había sido devorado por alguna fiera; así que dijo: “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35). Entonces puso todas sus esperanzas en Benjamín, su hijo menor; pero éste fue llevado a Egipto. Jacob sufrió continuamente la disciplina que Dios le aplicó. Sus días fueron difíciles. Proverbios 13:15 dice: “El camino de los transgresores es duro”. Los días de Jacob estuvieron llenos de sufrimientos como resultado de su obstinación y su astucia.
No debemos pensar que la experiencia que tuvo Jacob en Peniel fue intrascendente (Gn. 32:22-32). El le pedía a Dios con insistencia que lo bendijera. Era como si le dijera: “Padre mío tienes que bendecirme. Todos tienen que bendecirme. ¡Dios, Tú también tienes que bendecirme!” El era un hombre astuto. En todo él procuraba obtener alguna ganancia. El deseaba la bendición de Dios, y Dios prometió que sería llamado Israel. Sin embargo, su bendición no vino inmediatamente, sino décadas más tarde. En Peniel Dios tocó el encaje de su muslo, y Jacob quedó cojo. Desde aquel día la obra de Dios le dio un viraje a su vida. Sin embargo, al día siguiente vemos al mismo Jacob, ya viejo, en su camino a encontrarse con su hermano Esaú. El dividió a sus hijos en grupos, calculando que así preservaría a los segundos en caso de que los primeros sufrieran una calamidad. El puso a su amado José y a Raquel en el último grupo. Todavía estaba ejerciendo su propia sabiduría. Todavía estaba urdiendo artimañas.
Pese a que Jacob era astuto, llegó a ser un hombre muy espiritual en su ancianidad. Cuando descendió a Egipto, era muy diferente de lo que era antes: “José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón; y Jacob bendijo a Faraón” (Gn. 47:7). Esta es una bella escena. Faraón era el soberano de una gran nación, sin embargo delante de Jacob, era inferior. Jacob había pasado por muchos años de lucha y finalmente estaba descansando. ¡Cuando él se puso de pié, Faraón, el monarca de un gran imperio, se inclinó! Si el Jacob de antes hubiese estado allí, probablemente habría actuado de la misma manera que lo hizo ante Labán, poniendo los ojos en las posesiones. Las posesiones de Faraón eran mucho más valiosas que las de Labán. Pero Jacob ya había sido azotado. Sus ojos ya no estaban en esas cosas, sino en las lecciones que había aprendido de Dios. Espontáneamente, se mantuvo en alto delante de Faraón: “Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (vs. 8-9). En esta escena vemos la liberación del espíritu de Jacob. El dijo: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida”. Esto describe su vida. Este anciano había pasado por muchos sufrimientos, por lo cual pudo decir estas palabras. Nuestro espíritu debe penetrar en su espíritu. Un hombre que ha experimentado la obra quebrantadora de Dios nunca es arrogante. Recordemos la promesa que Dios le hizo a Abraham: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra” (13:16). Dios también le prometió a Isaac que multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo (26:4). En los días de Abraham, Dios tenía un solo descendiente, no una familia y mucho menos una nación. En los días de Jacob, éste tenía setenta personas en su familia. La promesa de Dios fue llevada a cabo en esta familia. Sin embargo Jacob no se jactaba de ello. Por el contrario dijo: “No han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación”. El pudo decir esto porque había sido golpeado y sometido. “Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de la presencia de Faraón” (47:10). El llegó bendiciendo a Faraón, y se fue bendiciendo a Faraón. Tenía algo que dar a los demás. ¡Qué hermoso cuadro! El Jacob entrado en años había cambiado; ahora era Israel y nunca más sería el mismo. En este pasaje debemos tocar su espíritu.
“Y vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años ... Y llegaron los días de Israel para morir” (47:28-29). Observemos que cuando nació fue llamado Jacob, pero en su muerte fue llamado Israel. “Y llamó a José su hijo, y le dijo: Si he hallado ahora gracia en tus ojos, te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto. Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y José respondió: Haré como tú dices. E Israel dijo: Júramelo. Y José le juró. Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama” (vs. 29-31). ¡Qué hermosa escena es ésta! Debemos tocar el espíritu que contiene este pasaje. He aquí un hombre que por naturaleza era astuto y duro, que habría hecho cualquier cosa por satisfacerse a sí mismo, y que sólo habría pedido para sí lo mejor. Sin embargo, en aquel día le dijo a su propio hijo: “Si he hallado ahora gracia en tus ojos”. ¡Qué delicadeza! “Te ruego ... y harás conmigo misericordia y verdad”. El pedía misericordia y sinceridad. “Te ruego que no me entierres en Egipto”. Dios tenía un lugar para él en Canaán. Su promesa no se podía cumplir en Egipto. Aunque Dios había dispuesto que él muriera, pidió por misericordia y verdad ser enterrado en la tierra que Dios les había prometido. Jacob no dudaba de la promesa de Dios. Por el contrario, le pidió a José que jurara porque creía en Dios. Quería que José viera la solemnidad del asunto. A menos que toquemos su espíritu, no entenderemos lo que él estaba haciendo. “Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama”. ¡Qué escena tan asombrosa!
Leamos ahora Génesis 48:2-4: “Y se le hizo saber a Jacob, diciendo: He aquí tu hijo José viene a ti. Entonces se esforzó Israel, y se sentó sobre la cama, y dijo a José: El Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua”. El recordaba la promesa que Dios le había hecho y sabía que Dios lo había bendecido dándole una familia de setenta personas. Dios había prometido que lo haría fructífero y lo multiplicaría, y que daría la tierra de Canaán a su descendencia.
El versículo 5 dice: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos”. El puso a los dos hijos de José bajo la promesa de Dios. “Como Rubén y Simeón, serán míos”. El aceptó a los dos hijos de José como sus propios hijos. En su avanzada edad, Jacob lo veía todo claro.
El versículo 7 dice: “Porque cuando yo venía de Padanaram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino”. Este incidente lo conmovió muy profundamente. Aún recordaba esto en su lecho de muerte. ¡Qué delicado, maduro, y tierno es un hombre que ha pasado por la corrección de Dios! ¡Qué abundante era su depósito! El astuto Jacob había cambiado, ahora era un hombre totalmente diferente.
Los versículos del 8 al 10 dicen: “Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré. Y los ojos de Israel estaban tan agravados por la vejez, que no podía ver. Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó”. Cuando Isaac estaba viejo, y sus ojos se estaban apagando, fue engañado. Cuando Jacob envejeció, sus ojos tampoco podían ver bien, pero sus ojos interiores tenían perfecta visión. Al contrario de Isaac en su vejez, que deseaba intensamente la carne de venado, Jacob estaba listo para bendecir. “Y los acercó a él, y los besó y los abrazó”. Aquí vemos el profundo afecto de un hombre anciano.
Vemos en el versículo 11: “Y dijo Israel a José: No pensaba yo ver tu rostro, y he aquí Dios me ha hecho ver también a tu descendencia”. Una vez más hallamos un espíritu al que Dios ha golpeado.
Los versículos del 12 al 14 dicen: “Entonces José los sacó de entre sus rodillas, y se inclinó a tierra. Y los tomó José a ambos, Efraín a su derecha, a la izquierda de Israel, y Manasés a su izquierda, a la derecha de Israel; y los acercó a él. Entonces Israel extendió su mano derecha, y la puso sobre la cabeza de Efraín, que era el menor, y su mano izquierda sobre la cabeza de Manasés, colocando así sus manos adrede, aunque Manasés era el primogénito”.
Los versículos del 17 al 19 dicen: “Pero viendo José que su padre ponía la mano derecha sobre la cabeza de Efraín, le causó esto disgusto ... Y dijo José a su padre: No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza. Mas su padre no quiso, y dijo: Lo sé, hijo mío, lo sé”. Aunque la visión de Jacob era borrosa, su visión interior no lo era. El sabía qué deseaba Dios que hiciera. “También él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones”. Debemos recordar que Isaac estaba confuso cuando bendecía, pero Jacob estaba seguro de lo que hacía.
El versículo 21 dice: “Y dijo Israel a José: He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres”. Esto es fe. ¡Cuán real y viviente es su fe! En ese entonces el futuro de ellos parecía estar en Egipto, pero Jacob dijo: “Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres. Y yo te he dado a ti una parte más que a tus hermanos, la cual tomé yo de mano del amorreo con mi espada y con mi arco”. ¿Quién tenía posesión de esas tierras en ese momento? Aunque no estaban en sus manos, dijo: “Te he dado a ti una parte”. En realidad lo que estaba diciendo era que aunque José estaba gobernando en Egipto, su tierra no era Egipto, sino Canaán. “Te he dado a ti una parte más que a tus hermanos”. El sabía que Efraín y Manasés eran dos personas, por lo cual José tendría una doble porción.
Génesis 49 nos da una de las más grandes profecías de la Biblia. Jacob predijo lo que le iba a ocurrir a cada uno de sus hijos y a cada una de las tribus. El bendijo por fe y en obediencia, y todo estaba claro para él.
Los versículos del 29 al 30 dicen: “Les mandó luego, y les dijo: Yo voy a ser reunido con mi pueblo. Sepultadme con mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón el heteo, en la cueva que está en el campo de Macpela, al oriente de Mamre en la tierra de Canaán, la cual compró Abraham con el mismo campo de Efrón el heteo, para heredad de sepultura”.
El versículo 33 dice: “Y cuando acabó Jacob de dar mandamientos a sus hijos, encogió sus pies en la cama y expiró, y fue reunido con sus padres”. Cuando Jacob nació, estaba muy ocupado agarrándose del talón a su hermano. En su muerte, calmadamente encogió sus pies en la cama. No estaba apresurado ni inquieto y tampoco estaba luchando con Dios.
Debemos observar que toda la Biblia es espíritu. Cuando lo tocamos con nuestro espíritu, tocamos los detalles profundos y preciosos de la Biblia. No solamente debemos ver relatos y doctrinas en la Palabra, sino que también debemos tocar con nuestro espíritu el espíritu que yace detrás de cada porción de la Biblia.
2. Pablo se da a conocer en 2 Corintios
Entre las epístolas de Pablo, la segunda epístola a los Corintios se destaca como el libro que revela el espíritu de Pablo más que ninguna otra de sus epístolas. Otras epístolas nos hablan de las revelaciones que él recibió y de su ministerio, pero ésta nos revela su persona y nos muestra la riqueza, la pureza y la mansedumbre de su espíritu. El fue malentendido por los corintios más que por los demás. Los corintios se atrevían a hablar sin ninguna restricción acerca de Pablo. A pesar de todo, hallamos claridad y pureza en el espíritu de lo que Pablo les comunicó. Podemos decir que el espíritu de Pablo pudo liberarse más por causa de la confusión de los corintios que por las pruebas que él pasó en los últimos capítulos de Hechos. Si leemos 2 Corintios detenidamente, no solamente entenderemos los pensamientos de Pablo, sino también su espíritu. Observaremos que cuando reprendía, su espíritu no era perturbado. Solamente quienes están llenos de amor pueden reprender a otros. Si nuestro espíritu no se compagina con el que Pablo expresa en 2 Corintios, tomaremos su jactancia ante los corintios como una especie de queja. Pero tenemos que darnos cuenta de que aunque sus palabras parecen ser las mismas, el espíritu es totalmente diferente. Dos personas pueden decir la misma cosa y tener la misma intención; inclusive, pueden usar las mismas palabras; sin embargo, sus espíritus pueden ser muy diferentes.
Solamente mencionamos estos dos ejemplos. En todos los pasajes de Biblia podemos detectar el espíritu que contienen; algunos lo expresan más claramente que otros. Nosotros podemos hacer dos cosas: dejar de leer la Biblia o conducir nuestro espíritu al nivel del espíritu de la Biblia. Moisés pasó por muchas pruebas. Si no entramos en el espíritu de dichas pruebas, no entenderemos esos pasajes. El libro de los Salmos es mucho más profundo que el libro de Jeremías. Si nuestro espíritu no armoniza con el espíritu de los salmos, no los entenderemos. Lo mismo sucede con el Nuevo Testamento. Si nuestro espíritu no llega a ser compatible con el espíritu de los libros del Nuevo Testamento, no los podremos entender. Por consiguiente, tenemos que aprender algunas lecciones básicas. Tenemos que ser personas espirituales para poder leer la Biblia. Debemos consagrarnos, y no ser subjetivos, descuidados ni curiosos. Debemos tener la impresión de los hechos narrados y entrar en los pensamientos del Espíritu Santo. Además, nuestro espíritu debe estar al nivel de lo que leemos, y debemos permitir que el Señor nos quebrante, hasta el punto en que podamos identificarnos con el espíritu que se halla detrás de cada porción de la Palabra. Necesitamos esta clase de espíritu para entender la Palabra de Dios. Si no tocamos el espíritu, solo veremos la letra, y es posible que interpretemos erróneamente la Palabra de Dios o que distorsionemos el significado. Cuando un padre habla a sus hijos, éstos deben tocar el espíritu de las palabras de su padre; de lo contrario, si divulgan sus palabras, terminarán diciendo algo totalmente diferente. Hay un espíritu detrás de las palabras de la Biblia. Si pasamos por alto este espíritu, no comprenderemos el sentir ni el motivo que está detrás de las palabras, y correremos el riesgo de perder completamente el significado. Permítanme repetir: Si uno no ha sido quebrantado por el Señor, tendrá mucha dificultad para leer la Biblia. Recordemos que debemos estudiar la Palabra permitiendo que Dios quebrante nuestro ser.
W. Nee
Jesus es el Señor
La iglesia en Armenia
Cómo estudiar la Biblia
Publicado por: Living Stream Ministry
Literatura disponible en
[email protected]
Bogota Colombia
Examinemos dos ejemplos que constan en la Biblia y aprendamos de ellos a encontrar el significado de entrar en el espíritu de la Palabra.
1. La historia de Jacob
Jacob era hábil, astuto y egoísta. Se ocupaba primero de sí mismo, no de los demás. El era muy sagaz y se valía de cualquier treta para obtener lo que quería. Por eso Dios debía quebrantarlo. Cuando nació se asió al talón de su hermano y peleó con él. Sin embargo, Esaú fue el preferido de su padre, y él fue hecho a un lado. Jacob hizo lo posible por usurpar la bendición de su hermano. Pero lo que obtuvo fue que se vio obligado a andar errante. Le sirvió a Labán, quien cambió su sueldo diez veces. Quiso casarse con Raquel, pero tuvo que tomar a Lea primero. Cuando regresaba a su patria, Raquel murió, y Lea sobrevivió. Su corazón estaba apegado a algunos de sus hijos, pero particularmente a José. No obstante, José fue vendido por sus hermanos, quienes bañaron en sangre sus vestidos y le hicieron creer a Jacob que José había sido devorado por alguna fiera; así que dijo: “Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol” (Gn. 37:35). Entonces puso todas sus esperanzas en Benjamín, su hijo menor; pero éste fue llevado a Egipto. Jacob sufrió continuamente la disciplina que Dios le aplicó. Sus días fueron difíciles. Proverbios 13:15 dice: “El camino de los transgresores es duro”. Los días de Jacob estuvieron llenos de sufrimientos como resultado de su obstinación y su astucia.
No debemos pensar que la experiencia que tuvo Jacob en Peniel fue intrascendente (Gn. 32:22-32). El le pedía a Dios con insistencia que lo bendijera. Era como si le dijera: “Padre mío tienes que bendecirme. Todos tienen que bendecirme. ¡Dios, Tú también tienes que bendecirme!” El era un hombre astuto. En todo él procuraba obtener alguna ganancia. El deseaba la bendición de Dios, y Dios prometió que sería llamado Israel. Sin embargo, su bendición no vino inmediatamente, sino décadas más tarde. En Peniel Dios tocó el encaje de su muslo, y Jacob quedó cojo. Desde aquel día la obra de Dios le dio un viraje a su vida. Sin embargo, al día siguiente vemos al mismo Jacob, ya viejo, en su camino a encontrarse con su hermano Esaú. El dividió a sus hijos en grupos, calculando que así preservaría a los segundos en caso de que los primeros sufrieran una calamidad. El puso a su amado José y a Raquel en el último grupo. Todavía estaba ejerciendo su propia sabiduría. Todavía estaba urdiendo artimañas.
Pese a que Jacob era astuto, llegó a ser un hombre muy espiritual en su ancianidad. Cuando descendió a Egipto, era muy diferente de lo que era antes: “José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón; y Jacob bendijo a Faraón” (Gn. 47:7). Esta es una bella escena. Faraón era el soberano de una gran nación, sin embargo delante de Jacob, era inferior. Jacob había pasado por muchos años de lucha y finalmente estaba descansando. ¡Cuando él se puso de pié, Faraón, el monarca de un gran imperio, se inclinó! Si el Jacob de antes hubiese estado allí, probablemente habría actuado de la misma manera que lo hizo ante Labán, poniendo los ojos en las posesiones. Las posesiones de Faraón eran mucho más valiosas que las de Labán. Pero Jacob ya había sido azotado. Sus ojos ya no estaban en esas cosas, sino en las lecciones que había aprendido de Dios. Espontáneamente, se mantuvo en alto delante de Faraón: “Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (vs. 8-9). En esta escena vemos la liberación del espíritu de Jacob. El dijo: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida”. Esto describe su vida. Este anciano había pasado por muchos sufrimientos, por lo cual pudo decir estas palabras. Nuestro espíritu debe penetrar en su espíritu. Un hombre que ha experimentado la obra quebrantadora de Dios nunca es arrogante. Recordemos la promesa que Dios le hizo a Abraham: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra” (13:16). Dios también le prometió a Isaac que multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo (26:4). En los días de Abraham, Dios tenía un solo descendiente, no una familia y mucho menos una nación. En los días de Jacob, éste tenía setenta personas en su familia. La promesa de Dios fue llevada a cabo en esta familia. Sin embargo Jacob no se jactaba de ello. Por el contrario dijo: “No han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación”. El pudo decir esto porque había sido golpeado y sometido. “Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de la presencia de Faraón” (47:10). El llegó bendiciendo a Faraón, y se fue bendiciendo a Faraón. Tenía algo que dar a los demás. ¡Qué hermoso cuadro! El Jacob entrado en años había cambiado; ahora era Israel y nunca más sería el mismo. En este pasaje debemos tocar su espíritu.
“Y vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años ... Y llegaron los días de Israel para morir” (47:28-29). Observemos que cuando nació fue llamado Jacob, pero en su muerte fue llamado Israel. “Y llamó a José su hijo, y le dijo: Si he hallado ahora gracia en tus ojos, te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto. Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y José respondió: Haré como tú dices. E Israel dijo: Júramelo. Y José le juró. Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama” (vs. 29-31). ¡Qué hermosa escena es ésta! Debemos tocar el espíritu que contiene este pasaje. He aquí un hombre que por naturaleza era astuto y duro, que habría hecho cualquier cosa por satisfacerse a sí mismo, y que sólo habría pedido para sí lo mejor. Sin embargo, en aquel día le dijo a su propio hijo: “Si he hallado ahora gracia en tus ojos”. ¡Qué delicadeza! “Te ruego ... y harás conmigo misericordia y verdad”. El pedía misericordia y sinceridad. “Te ruego que no me entierres en Egipto”. Dios tenía un lugar para él en Canaán. Su promesa no se podía cumplir en Egipto. Aunque Dios había dispuesto que él muriera, pidió por misericordia y verdad ser enterrado en la tierra que Dios les había prometido. Jacob no dudaba de la promesa de Dios. Por el contrario, le pidió a José que jurara porque creía en Dios. Quería que José viera la solemnidad del asunto. A menos que toquemos su espíritu, no entenderemos lo que él estaba haciendo. “Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama”. ¡Qué escena tan asombrosa!
Leamos ahora Génesis 48:2-4: “Y se le hizo saber a Jacob, diciendo: He aquí tu hijo José viene a ti. Entonces se esforzó Israel, y se sentó sobre la cama, y dijo a José: El Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua”. El recordaba la promesa que Dios le había hecho y sabía que Dios lo había bendecido dándole una familia de setenta personas. Dios había prometido que lo haría fructífero y lo multiplicaría, y que daría la tierra de Canaán a su descendencia.
El versículo 5 dice: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos”. El puso a los dos hijos de José bajo la promesa de Dios. “Como Rubén y Simeón, serán míos”. El aceptó a los dos hijos de José como sus propios hijos. En su avanzada edad, Jacob lo veía todo claro.
El versículo 7 dice: “Porque cuando yo venía de Padanaram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino”. Este incidente lo conmovió muy profundamente. Aún recordaba esto en su lecho de muerte. ¡Qué delicado, maduro, y tierno es un hombre que ha pasado por la corrección de Dios! ¡Qué abundante era su depósito! El astuto Jacob había cambiado, ahora era un hombre totalmente diferente.
Los versículos del 8 al 10 dicen: “Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré. Y los ojos de Israel estaban tan agravados por la vejez, que no podía ver. Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó”. Cuando Isaac estaba viejo, y sus ojos se estaban apagando, fue engañado. Cuando Jacob envejeció, sus ojos tampoco podían ver bien, pero sus ojos interiores tenían perfecta visión. Al contrario de Isaac en su vejez, que deseaba intensamente la carne de venado, Jacob estaba listo para bendecir. “Y los acercó a él, y los besó y los abrazó”. Aquí vemos el profundo afecto de un hombre anciano.
Vemos en el versículo 11: “Y dijo Israel a José: No pensaba yo ver tu rostro, y he aquí Dios me ha hecho ver también a tu descendencia”. Una vez más hallamos un espíritu al que Dios ha golpeado.
Los versículos del 12 al 14 dicen: “Entonces José los sacó de entre sus rodillas, y se inclinó a tierra. Y los tomó José a ambos, Efraín a su derecha, a la izquierda de Israel, y Manasés a su izquierda, a la derecha de Israel; y los acercó a él. Entonces Israel extendió su mano derecha, y la puso sobre la cabeza de Efraín, que era el menor, y su mano izquierda sobre la cabeza de Manasés, colocando así sus manos adrede, aunque Manasés era el primogénito”.
Los versículos del 17 al 19 dicen: “Pero viendo José que su padre ponía la mano derecha sobre la cabeza de Efraín, le causó esto disgusto ... Y dijo José a su padre: No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza. Mas su padre no quiso, y dijo: Lo sé, hijo mío, lo sé”. Aunque la visión de Jacob era borrosa, su visión interior no lo era. El sabía qué deseaba Dios que hiciera. “También él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones”. Debemos recordar que Isaac estaba confuso cuando bendecía, pero Jacob estaba seguro de lo que hacía.
El versículo 21 dice: “Y dijo Israel a José: He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres”. Esto es fe. ¡Cuán real y viviente es su fe! En ese entonces el futuro de ellos parecía estar en Egipto, pero Jacob dijo: “Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres. Y yo te he dado a ti una parte más que a tus hermanos, la cual tomé yo de mano del amorreo con mi espada y con mi arco”. ¿Quién tenía posesión de esas tierras en ese momento? Aunque no estaban en sus manos, dijo: “Te he dado a ti una parte”. En realidad lo que estaba diciendo era que aunque José estaba gobernando en Egipto, su tierra no era Egipto, sino Canaán. “Te he dado a ti una parte más que a tus hermanos”. El sabía que Efraín y Manasés eran dos personas, por lo cual José tendría una doble porción.
Génesis 49 nos da una de las más grandes profecías de la Biblia. Jacob predijo lo que le iba a ocurrir a cada uno de sus hijos y a cada una de las tribus. El bendijo por fe y en obediencia, y todo estaba claro para él.
Los versículos del 29 al 30 dicen: “Les mandó luego, y les dijo: Yo voy a ser reunido con mi pueblo. Sepultadme con mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón el heteo, en la cueva que está en el campo de Macpela, al oriente de Mamre en la tierra de Canaán, la cual compró Abraham con el mismo campo de Efrón el heteo, para heredad de sepultura”.
El versículo 33 dice: “Y cuando acabó Jacob de dar mandamientos a sus hijos, encogió sus pies en la cama y expiró, y fue reunido con sus padres”. Cuando Jacob nació, estaba muy ocupado agarrándose del talón a su hermano. En su muerte, calmadamente encogió sus pies en la cama. No estaba apresurado ni inquieto y tampoco estaba luchando con Dios.
Debemos observar que toda la Biblia es espíritu. Cuando lo tocamos con nuestro espíritu, tocamos los detalles profundos y preciosos de la Biblia. No solamente debemos ver relatos y doctrinas en la Palabra, sino que también debemos tocar con nuestro espíritu el espíritu que yace detrás de cada porción de la Biblia.
2. Pablo se da a conocer en 2 Corintios
Entre las epístolas de Pablo, la segunda epístola a los Corintios se destaca como el libro que revela el espíritu de Pablo más que ninguna otra de sus epístolas. Otras epístolas nos hablan de las revelaciones que él recibió y de su ministerio, pero ésta nos revela su persona y nos muestra la riqueza, la pureza y la mansedumbre de su espíritu. El fue malentendido por los corintios más que por los demás. Los corintios se atrevían a hablar sin ninguna restricción acerca de Pablo. A pesar de todo, hallamos claridad y pureza en el espíritu de lo que Pablo les comunicó. Podemos decir que el espíritu de Pablo pudo liberarse más por causa de la confusión de los corintios que por las pruebas que él pasó en los últimos capítulos de Hechos. Si leemos 2 Corintios detenidamente, no solamente entenderemos los pensamientos de Pablo, sino también su espíritu. Observaremos que cuando reprendía, su espíritu no era perturbado. Solamente quienes están llenos de amor pueden reprender a otros. Si nuestro espíritu no se compagina con el que Pablo expresa en 2 Corintios, tomaremos su jactancia ante los corintios como una especie de queja. Pero tenemos que darnos cuenta de que aunque sus palabras parecen ser las mismas, el espíritu es totalmente diferente. Dos personas pueden decir la misma cosa y tener la misma intención; inclusive, pueden usar las mismas palabras; sin embargo, sus espíritus pueden ser muy diferentes.
Solamente mencionamos estos dos ejemplos. En todos los pasajes de Biblia podemos detectar el espíritu que contienen; algunos lo expresan más claramente que otros. Nosotros podemos hacer dos cosas: dejar de leer la Biblia o conducir nuestro espíritu al nivel del espíritu de la Biblia. Moisés pasó por muchas pruebas. Si no entramos en el espíritu de dichas pruebas, no entenderemos esos pasajes. El libro de los Salmos es mucho más profundo que el libro de Jeremías. Si nuestro espíritu no armoniza con el espíritu de los salmos, no los entenderemos. Lo mismo sucede con el Nuevo Testamento. Si nuestro espíritu no llega a ser compatible con el espíritu de los libros del Nuevo Testamento, no los podremos entender. Por consiguiente, tenemos que aprender algunas lecciones básicas. Tenemos que ser personas espirituales para poder leer la Biblia. Debemos consagrarnos, y no ser subjetivos, descuidados ni curiosos. Debemos tener la impresión de los hechos narrados y entrar en los pensamientos del Espíritu Santo. Además, nuestro espíritu debe estar al nivel de lo que leemos, y debemos permitir que el Señor nos quebrante, hasta el punto en que podamos identificarnos con el espíritu que se halla detrás de cada porción de la Palabra. Necesitamos esta clase de espíritu para entender la Palabra de Dios. Si no tocamos el espíritu, solo veremos la letra, y es posible que interpretemos erróneamente la Palabra de Dios o que distorsionemos el significado. Cuando un padre habla a sus hijos, éstos deben tocar el espíritu de las palabras de su padre; de lo contrario, si divulgan sus palabras, terminarán diciendo algo totalmente diferente. Hay un espíritu detrás de las palabras de la Biblia. Si pasamos por alto este espíritu, no comprenderemos el sentir ni el motivo que está detrás de las palabras, y correremos el riesgo de perder completamente el significado. Permítanme repetir: Si uno no ha sido quebrantado por el Señor, tendrá mucha dificultad para leer la Biblia. Recordemos que debemos estudiar la Palabra permitiendo que Dios quebrante nuestro ser.
W. Nee
Jesus es el Señor
La iglesia en Armenia
Cómo estudiar la Biblia
Publicado por: Living Stream Ministry
Literatura disponible en
[email protected]
Bogota Colombia