2. En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado como Palabra de Dios que nos alimenta
El actual Sumo Pontífice Benedicto XVI, en su Mensaje al terminar la celebración eucarística con los Cardenales electores en la Capilla Sixtina (20 de abril de 2005), hablando de la «providencial coincidencia» del inicio de su pontificado con el Año de la Eucaristía, dijo que “La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando a nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su cuerpo y de su sangre” (n. 4).
La presencia de Cristo en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos o por una experimentación físico-química, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esto es precisamente lo que nos enseña el Discurso del Pan de Vida, del cual se nos presenta hoy un fragmento tomado del Evangelio según San Juan. Los versículos con los que continúa el capítulo 6 de este Evangelio (59-63) son claros al respecto, sobre todo cuando Jesús explica que las palabras que ha dicho “son espíritu y vida” (6, 63), refiriéndose al sentido de lo que Él quiere significar cuando dice: “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (6, 55), y evocando como una prefiguración de esta realidad el signo “maná”, aquél pan bajado del cielo con el que, tal como nos lo cuenta el libro del Deuteronomio en la primera lectura, Dios mismo había alimentado a los israelitas en el desierto mientras caminaban hacia la tierra prometida.
Ahora bien, esa presencia espiritual suya después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos nuestro Señor Jesucristo a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados en la Eucaristía con el rito y las palabras que Él mismo, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan y el vino, en virtud de la consagración así realizada, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su Espíritu Santo, en el cuerpo y la sangre, es decir, en la presencia viva de Jesús sacrificado que nos entrega su vida. Él es, de esta manera, la Palabra de Dios hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida resucitada, que Él mismo nos comunica y que está siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de la adoración a las hostias consagradas que quedan en el Sagrario después de la celebración de la Santa Misa.