Estimados hermanos en Cristo:
Para que uno pueda salvarse, debe obtener necesariamente el perdón de los pecados cometidos, por tanto podemos decir que "la clave" en la vida del cristiano en busca de la salvación es el perdón de los pecados.
Cuando Jesucristo le perdona al paralítico sus pecados, se arma un escándalo; les invito a leer el siguiente texto:
"Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: '¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados.' Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: 'Este está blasfemando.'" (Mt. 9, 1-3).
¿Por qué pensarían los letrados judíos que Jesús blasfemaba?
Pues porque el perdón de los pecados sólo le correspondía exclusivamente a Dios, que es a Quien ofendemos con nuestro acto pecaminoso por ser Él todo Santo (Is. 6, 3). Dios dispensaba Su Perdón a cada persona en el antiguo Israel mediante el sacrificio previsto en la Ley.
Por lo común, el pecador una vez que presentaba el cordero, ponía su mano sobre la cabeza del cordero y pronunciaba una oración que le transmitía al cordero su pecado o pecados; el Sacerdote degollaba la víctima y la sangre que brotaba le salpicaba al pecador que le estaba agarrando la cabeza en el acto. Luego que quedaba cubierto de la sangre de la víctima, se tenía que limpiar en agua viva (agua viva es la que corre -como puede ser un manantial- en contraposición a la que está estancada).
Nótese en el texto citado sobre la curación del paralítico que éste se cura por el perdón de los pecados, es decir, que su curación física aparece estrictamente subordinada a su curación moral, subrayando así el Evangelista la unidad original de alma-cuerpo del hombre.
Así tenemos pues que los judíos sabían que el perdón de los pecados sólo le correspondía a Dios, y que cada persona lo podía obtener mediante los sacrificios previamente establecidos.
Nosotros los cristianos sabemos que dicha facultad divina con el advenimiento del Mesías, reside en Él, ya que Él atestigua: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt. 28, 18).
En la transición de judaísmo a cristianismo surge un cambio fundamental en el Perdón de los pecados, ya que si Jesucristo es el Cordero de Dios (Jn. 1, 36) el cual consuma el Sacrificio perfecto (Mal. 1,11) en Su propia Persona (Jn. 19, 30) y de Él brotan la Sangre y el Agua (Jn. 19, 34) que son los elementos fundamentales del antiguo Sacrificio del Perdón de los pecados, entonces significa que un Sacrificio completo y para todos ha sido ya realizado para el Pueblo.
Así aparece la fuente salvífica interminable para todos nosotros, de la cual salpica la Gracia hasta la Eternidad (Jn. 4, 14).
Tal como sucedió en el antiguo Israel que primero surgió la posibilidad general de salvación con la Alianza de Dios con Su Pueblo, y luego se instauró la forma adecuada para cada individuo (el Sacrificio de la Ley), así también en el Cristianismo surge la posibilidad general de Salvación de la Nueva Alianza (Lc. 20, 20) y luego sería El propio Mesías quien establecería la forma adecuada de perdón de los pecados para cada individuo después de Su Resurrección, la cual se incorpora a la misión de los Once:
"Jesús les dijo otra vez: 'La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.' Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." (Jn. 20, 21-23).
De esta forma sabemos por la Biblia que Jesucristo cuando se aparece el Domingo de Resurrección (Mc. 16,9) por la tarde a los Once Apóstoles (Mc. 16, 14) les envía a ir por el mundo y cumplir en específico tres cosas:
1) Bautizar (Mt. 28, 19)
2) Predicar el Evangelio (Mc. 16, 15)
3) Perdonar los pecados (Jn. 20, 21-23)
Mucho se preocupa la gente sobre las primeras dos, pero poco sobre la tercera, y no es poca cosa puesto que los Apóstoles ordenan Ministros los cuales dejan en cada ciudad (Ti. 1,5) para administrar la Gracia Divina (Ti. 1,7).
De ahí que el carisma del Ministerio de Dios se prescriba como labor de mucho cuidado (2Tim. 1,6), puesto que la dispensación de la Gracia es servicio fundamental para la Salvación del Pueblo de Dios.
Hagámos pues conciencia sobre la gran importancia que tiene el Sacramento de la Confesión en nuestras vidas, ya que quien se preocupa de éste también se preocupa -en consecuencia- de vivir en la pureza y en la caridad principalmente.
No tengamos por poco este gran regalo de Dios para la Iglesia, el cual es dispensado por los Ministros de la grey, pues el don de la salvación que nos viene por la Iglesia se adquirió al precio de la Sangre de Jesucristo, Unigénito de Dios (Hch. 20, 28).
Que la Paz del Señor sea siempre con ustedes.
Para que uno pueda salvarse, debe obtener necesariamente el perdón de los pecados cometidos, por tanto podemos decir que "la clave" en la vida del cristiano en busca de la salvación es el perdón de los pecados.
Cuando Jesucristo le perdona al paralítico sus pecados, se arma un escándalo; les invito a leer el siguiente texto:
"Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: '¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados.' Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: 'Este está blasfemando.'" (Mt. 9, 1-3).
¿Por qué pensarían los letrados judíos que Jesús blasfemaba?
Pues porque el perdón de los pecados sólo le correspondía exclusivamente a Dios, que es a Quien ofendemos con nuestro acto pecaminoso por ser Él todo Santo (Is. 6, 3). Dios dispensaba Su Perdón a cada persona en el antiguo Israel mediante el sacrificio previsto en la Ley.
Por lo común, el pecador una vez que presentaba el cordero, ponía su mano sobre la cabeza del cordero y pronunciaba una oración que le transmitía al cordero su pecado o pecados; el Sacerdote degollaba la víctima y la sangre que brotaba le salpicaba al pecador que le estaba agarrando la cabeza en el acto. Luego que quedaba cubierto de la sangre de la víctima, se tenía que limpiar en agua viva (agua viva es la que corre -como puede ser un manantial- en contraposición a la que está estancada).
Nótese en el texto citado sobre la curación del paralítico que éste se cura por el perdón de los pecados, es decir, que su curación física aparece estrictamente subordinada a su curación moral, subrayando así el Evangelista la unidad original de alma-cuerpo del hombre.
Así tenemos pues que los judíos sabían que el perdón de los pecados sólo le correspondía a Dios, y que cada persona lo podía obtener mediante los sacrificios previamente establecidos.
Nosotros los cristianos sabemos que dicha facultad divina con el advenimiento del Mesías, reside en Él, ya que Él atestigua: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt. 28, 18).
En la transición de judaísmo a cristianismo surge un cambio fundamental en el Perdón de los pecados, ya que si Jesucristo es el Cordero de Dios (Jn. 1, 36) el cual consuma el Sacrificio perfecto (Mal. 1,11) en Su propia Persona (Jn. 19, 30) y de Él brotan la Sangre y el Agua (Jn. 19, 34) que son los elementos fundamentales del antiguo Sacrificio del Perdón de los pecados, entonces significa que un Sacrificio completo y para todos ha sido ya realizado para el Pueblo.
Así aparece la fuente salvífica interminable para todos nosotros, de la cual salpica la Gracia hasta la Eternidad (Jn. 4, 14).
Tal como sucedió en el antiguo Israel que primero surgió la posibilidad general de salvación con la Alianza de Dios con Su Pueblo, y luego se instauró la forma adecuada para cada individuo (el Sacrificio de la Ley), así también en el Cristianismo surge la posibilidad general de Salvación de la Nueva Alianza (Lc. 20, 20) y luego sería El propio Mesías quien establecería la forma adecuada de perdón de los pecados para cada individuo después de Su Resurrección, la cual se incorpora a la misión de los Once:
"Jesús les dijo otra vez: 'La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.' Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: 'Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos." (Jn. 20, 21-23).
De esta forma sabemos por la Biblia que Jesucristo cuando se aparece el Domingo de Resurrección (Mc. 16,9) por la tarde a los Once Apóstoles (Mc. 16, 14) les envía a ir por el mundo y cumplir en específico tres cosas:
1) Bautizar (Mt. 28, 19)
2) Predicar el Evangelio (Mc. 16, 15)
3) Perdonar los pecados (Jn. 20, 21-23)
Mucho se preocupa la gente sobre las primeras dos, pero poco sobre la tercera, y no es poca cosa puesto que los Apóstoles ordenan Ministros los cuales dejan en cada ciudad (Ti. 1,5) para administrar la Gracia Divina (Ti. 1,7).
De ahí que el carisma del Ministerio de Dios se prescriba como labor de mucho cuidado (2Tim. 1,6), puesto que la dispensación de la Gracia es servicio fundamental para la Salvación del Pueblo de Dios.
Hagámos pues conciencia sobre la gran importancia que tiene el Sacramento de la Confesión en nuestras vidas, ya que quien se preocupa de éste también se preocupa -en consecuencia- de vivir en la pureza y en la caridad principalmente.
No tengamos por poco este gran regalo de Dios para la Iglesia, el cual es dispensado por los Ministros de la grey, pues el don de la salvación que nos viene por la Iglesia se adquirió al precio de la Sangre de Jesucristo, Unigénito de Dios (Hch. 20, 28).
Que la Paz del Señor sea siempre con ustedes.