Dios Padre (III)

30 Noviembre 1998
1.014
0
Dios Padre (III)
por José María Castillo

El Dios que acoge al "perdido"



El verbo perder se suele usar para hablar de las cosas que no encontramos, ya sea porque se nos han extraviado o quizá también porque nos las han quitado.
Cuando se aplica, no a "cosas" sino a "personas", nos referimos a alguien que se ha alejado o incluso se nos ha ido para siempre. Por ejemplo, cuando uno dice: "He
perdido a mi madre", lo más seguro es que está aludiendo a que su madre se ha muerto. En cualquier caso, el verbo perder indica "extravío", "alejamiento",
"distancia". Por eso, cuando nos referimos a alguien que vive de mala manera (por la razón que sea), decimos que vive como un "perdido" o que está en camino de
"perdición".

Por desgracia, en esta vida hay muchas personas que andan así. Porque viven en camino de perdición. Y de los que viven así, se suele decir que son unos perdidos.

Pues bien, ¿cómo se porta el PADRE del cielo con los "perdidos"?

El evangelio de Lucas dedica un capítulo entero (el capítulo 15) a este asunto. El hecho es que, por lo que se dice al comienzo de este capítulo, Jesús andaba con
malas compañías: "Todos los publicanos y los pecadores se le acercaban para escucharlo" (Lc 15, 1). Y además, Jesús los "acogía" y "comía" con ellos (Lc 15, 2).
O sea, Jesús convivía con la gente más "perdida" de aquel tiempo. Lo cual, como es lógico, era motivo de murmuración y de escándalo para las personas mas
"respetables" (fariseos) y también para los más "entendidos" (letrados) en asuntos de religión (Lc 15, 2).
Sin duda, a los fariseos y a los letrados no les cabía en la
cabeza que Jesús estuviera hablando a todas horas de Dios como PADRE y que, al mismo tiempo, se pasara la vida juntándose con los "perdidos". Dicho de otra
manera, los "hombres de la religión" estaban convencidos de que Dios, por muy "padre" que sea, tiene que rechazar al "perdido".


Y sin embargo, Jesús no se defiende de la acusación que hacen contra él los "respetables" y los "entendidos" en las cosas de Dios.

Todo lo contrario, en vez de
defenderse, lo que hace el evangelio de Lucas es explicar que el Dios, en el que creían los fariseos y los letrados, no es como el Dios que anunciaba Jesús.

Porque el Dios de fariseos y letrados es un Dios que condena a los "perdidos" de este mundo, mientras que el Dios que anunciaba Jesús quiere tanto a los "perdidos" que
no puede pasar sin ellos, sea cual sea la razón por la que se pierden.


Para explicar esto, el evangelio de Lucas pone en boca de Jesús tres parábolas: la oveja perdida (Lc 15, 3–7), la moneda perdida (Lc 15, 8–10) y el hijo perdido
(Lc 15, 11–32).

Las tres parábolas coinciden en una cosa: el pastor que pierde la oveja (Lc 15, 4), la mujer que pierde la moneda (Lc 15, 8) y el padre que pierde al hijo (Lc 15, 32) son personas que quieren tanto lo que se les ha perdido, que no paran hasta que lo encuentran.

Y cuando lo encuentran, les da tanta alegría (Lc 15, 7 y 10), que todo termina en una gran fiesta, con comida abundante, música y baile (Lc 15, 24–25).

Lo que llama la atención, en estas historias, es que el Evangelio explica de esta manera cómo es Dios. Y entonces eso quiere decir que Dios no ve a los pecadores (Lc 15, 7 y 10) como personas "malas", sino como personas "necesitadas" y "desamparadas".

O sea, son personas que no le causan a Dios, ni rechazo, ni indignación, ni (menos aún) resentimiento.

Todo lo contrario:
cuando Dios, el PADRE, ve de lejos al hijo, siente tanta emoción que el Evangelio dice literalmente que se le "conmovieron las entrañas" (Lc 15, 20).


Dios siente lo más hondo y lo más fuerte que sentimos los seres humanos en esta vida cuando queremos de verdad a alguien.
Eso le pasa a Dios con los "perdidos", por muy perdidos que estén en este mundo.

Pero, en esas tres parábolas, hay una cosa en la que no coinciden: la oveja y la moneda se pierden sin culpa propia, como es natural.
Por el contrario, el hijo que se va de la casa del padre (Lc 15, 13), se va porque quiere. O sea, se pierde por culpa suya. Además, no sólo se va por su culpa, sino que encima se lleva la mitad de la fortuna del padre (Lc 15, 11–13), se va lejísimo de su casa (Lc 15, 13) y allí se gasta todo el dinero "viviendo como un perdido" (Lc 15, 13), en juergas con gente indeseable (Lc 15, 30).
Es la imagen trágica de un desgraciado que terminó viviendo peor que los cerdos, ya que no podía comer ni lo que se comían los
chanchos (Lc 15, 16).

Pues bien, estando así las cosas, en esta parábola se dicen dos cosas que resultan de tal manera impresionantes que no nos las acabamos de creer.
La primera cosa es que el hijo perdido (el "pródigo", como suele decir la gente) volvió a la casa del padre, no porque "se convirtió" (eso no se dice en la parábola en ninguna parte), sino porque "se moría de hambre" (Lc 15, 17).

Y eso es lo que explica el discursito que prepara (Lc 15, 18–19) para que su padre no le dé con la puerta en las narices.

Y el PADRE lo recibe con los brazos abiertos y se lo come a besos, sin dejarle ni que eche el discurso que traía preparado para dar explicaciones y excusas (Lc 15, 20–22).

Es decir, al PADRE no le interesan los motivos por los que el hijo vuelve. Lo que le importa al PADRE es el hecho de que el hijo está con él. Y prueba de ello es que no le reprocha nada, ni le echa en cara las barbaridades que ha hecho.

Todo lo contrario, encima de que ha tirado un capital de mala manera, el PADRE le organiza un fiestazo por todo lo alto.


Pero es más chocante la segunda cosa.

El hermano mayor, "el bueno de la película", que siempre estuvo donde tenía que estar, cumpliendo con su deber al pie de la
letra (Lc 15, 29), es el que termina, al final de la historia, recibiendo una reprensión (Lc 15, 31–32).

¿Por qué? Porque el hermano mayor era, efectivamente, cumplidor y observante.

Pero era un cumplidor con espíritu y con mentalidad de fariseo.
Es decir, era un individuo que tenía conciencia de que él era el bueno. Y
porque él se consideraba el bueno y estaba orgulloso de serlo, por eso despreciaba al perdido (Lc 15, 28).


Y debía de sentir por él tal clase de desprecio, que ni lo llamaba "hermano" suyo (Lc 15, 30).
Lo cual quiere decir que el hijo mayor era, por supuesto, un cumplidor y un observante perfecto, pero no se relacionaba con
su padre como con un PADRE, sino como con un jefe o un amo al que hay que someterse, desde luego, pero también ante el que uno se puede quejar, si el jefe (o el amo) no le da aquello a lo que uno se piensa que tiene derecho.
Por eso, ni más ni menos, el hijo mayor le echa en cara al padre que no le ha dado ni un
cabrito para merendar con los amigos (Lc 15, 29).

La consecuencia que se sigue de todo esto es clara.
Hay personas religiosas que son observantes hasta el último detalle. Son personas que precisamente porque se ven a sí mismos tan observantes, por eso se piensan que son los buenos y de ello se sienten satisfechos. Pero resulta que viven todo eso de tal manera que
desprecian profundamente a todos los que van por la vida como unos "perdidos".

Y entonces, lo que realmente ocurre es que las personas, que piensan y sienten como el hermano mayor, por más observancias y más fidelidades que puedan presentar como "méritos" ante Dios, la pura verdad es que no se han enterado de lo que es Dios.
Ni saben media palabra de cómo es Dios.
Porque la pura verdad es que ni se han enterado si saben que Dios es PADRE.


Y un padre se relaciona con su hijo, no por lo que hace o deja de hacer, sino "porque es su hijo".
De manera que un padre, cuando es padre de verdad, quiere a su hijo
siempre, por más "perdido" que el hijo esté o por mas "perdido" que el hijo viva.

Lo que pasa, tantas veces en la vida, es que muchos de los que decimos que Dios es nuestro Padre, en realidad no hemos matado al fariseo que todos llevamos dentro.

Y por eso nos parecemos más al hermano mayor, al "observante", que al hijo pequeño, al "perdido".
Seguramente en eso está la gran dificultad que tenemos para comprender que DIOS ES PADRE. Y, de rebote, por eso hay tanta gente "religiosa" que desprecia profundamente a todos los que nos parecen los "perdidos"
de este mundo.

FIN

---------------------------------

________________
Ev. San Mateo cap. 28,18-20
Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundo".

Juan Manuel

e-mail: [email protected]
 
DTB Hermano Porteño:

¿Quién es José María Castillo?

Para mí es intersante ese detallito. El padre acepta al hijo sin que convirtiera. Lo acepta porque lo ama, lo acepta porque es necesitado. Y, al contrario, el hijo busca al Padre porque lo ama y porque se da cuenta de su plena necesidad.

¡Qué alegría tener un Dios que nos ama tanto!

tejano
 
Hola tejano:

Creo que J.M. Castillo es jesuita.
Aquí puedes encontrar algún otro trabajo de él, entre otros:

Cuadernos cristianismo y Justicia

Fundación Luis Espinal

Que sigas bien tejano.

----------------------------------

Ezequiel:

No te entiendo, qué pedido contestaste ?
Lee lo que te puse en "Dios Padre II".
Sí, eres bastante contundente.
Que sigas bien.



_______________
Ev. San Mateo cap. 28,18-20
Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré
siempre con ustedes hasta el fin del mundo".

Juan Manuel

e-mail: [email protected]