20 de julio de 2012
El rostro íntimo de Dios
Para esta aspirante a religiosa, Dios está lleno de “cualidades femeninas”
Desde los 28 años, Widalys Meléndez decidió soltar los apegos a los bienes materiales para entregarse al disfrute pleno de su fe. (Wanda Liz Vega / [email protected])
.
Por Lilliam Irizarry / Especial para El Nuevo Día
A Widalys Meléndez le gustaría que una mujer pudiera llegar a ser papisa y no le tiembla la voz cuando llama “machista” a la Iglesia Católica. Y si a eso se le añade que no usa hábito ni lleva cruces al cuello, nadie diría que tiene planes de casarse con Dios.
“Yo no cargo con cruces; el Señor ya las cargó por mí”, expresa a carcajadas cuando se le pregunta por qué, contrario a otras religiosas o aspirantes a serlo, no lleva el símbolo de la cruz por ningún lado. Lo único que carga al cuello es una cadena con la esfera del mundo junto a un báculo como el de los pastores de ovejas, logo de la primera congregación puertorriqueña de religiosas de vida activa, las combativas Hermanas Misioneras del Buen Pastor.
Meléndez lleva 7 de sus 35 años preparándose oficialmente para dedicar su vida a su fe y aún le faltan tres años para hacer los votos perpetuos. Cuando finalmente lo haga, habrán pasado 10 años desde que se lanzó a la aventura de soltarlo todo, absolutamente todo, y confiar, servir, obedecer. “Este noviazgo es el más largo del mundo”, dice como si se quejara y vuelve a sonreír.
Aunque ella y sus tres hermanas fueron criadas dentro de la comunidad de las Hermanas del Buen Pastor, rehuían la idea de ser monjas. Hasta que, a los 24 años, la congregación la llevó a conocer la misión que tienen cerca de la frontera de República Dominicana con Haití. En tan solo una semana allí, Meléndez sintió “el amor que se desborda” y vivió “el gran choque” de descubrir que lo más que deseaba en la vida era servir a los demás.
Cuando regresó feliz a compartir con su familia su decisión de iniciar los encuentros vocacionales, fueron muchas las lágrimas que derramó, pues pocos entendieron que, en plena juventud, estuviera dispuesta a renunciar a la libertad, a las comodidades, a la posibilidad de casarse y tener hijos.
“Mi hermana gemela le decía a mi mamá: ‘Pero está loca, si ella es la más fiestera de todas nosotras’. A mi papá no le pareció simpático que yo no fuera a darle un nieto”, recuerda sobre esos meses de duda.
Confiesa que una vez entró a la casa de formación de la congregación, quiso salir corriendo “montones de veces” porque no se acostumbraba a las estructuras, pero, para resistir, devolvió las maletas vacías a casa de sus padres. Así, si pensaba en irse, no tenía dónde meter la ropa.
Ahora, la más joven de las 23 hermanas del Buen Pastor en Puerto Rico y República Dominicana vive en una pequeña casa del convento junto a cuatro religiosas, la mayor de ellas de 72 años. Son como una familia: comparten las tareas del hogar y quienes trabajan ayudan a sostener económicamente a las demás.
De los votos de pobreza, castidad y obediencia que conlleva la vida consagrada, lo más difícil ha sido acostumbrarse a las estructuras y dejar atrás lo material. “Yo vivo con 25 dólares mensuales. El dinero que ganamos las que trabajamos va a un fondo común para pagar agua, luz, medicamentos”.
Además de pasar cuatro de sus 24 horas del día en espacios de oración y misas, Meléndez labora como profesora de Historia y Humanidades en un colegio universitario. Allí, además de enseñar “la verdadera historia de Puerto Rico, no la oficial”, ha podido mostrar otra cara de Dios.
“Representar el rostro del Dios que acoge a todos, incluyendo a los grupos rechazados por la sociedad, respetando la dignidad de cada ser humano y no intentando cambiarlos, es lo que da sentido a mi vida”, dice para explicar cómo, con tanta libertad personal y adelantos tecnológicos disponibles, se mantiene en su decisión de convertirse en esposa de Dios.
También la mantiene el poder acompañar al pueblo en sus luchas, como lo hizo con los estudiantes en huelga en la Universidad de Puerto Rico o con los participantes en la marcha contra los 30,000 despidos gubernamentales.
A su juicio, en muchas ocasiones, la Iglesia ha presentado un rostro de Dios sin misericordia. Y menciona la ternura, la pasión, la misericordia y la firmeza como “cualidades femeninas” de Dios.
Por eso, no pierde la fe en que algún día las mujeres también puedan ser sacerdotisas y hasta máximas jerarcas de la Iglesia Católica. “Mi deseo sería que una mujer pudiera alcanzar esas posiciones, pero lo veo tan lejano. Estamos ante una Iglesia machista. No se puede ocultar lo que es verdad”.
Mientras llega ese momento, convida a las jóvenes que sientan vocación por el servicio al prójimo a dejar atrás el miedo al compromiso con Dios y a lanzarse a conocer la riqueza de la vida comunitaria. “Yo he visto que el amor de Dios para conmigo ha sido exagerado, extremo, excesivo... Es un amor tan grande que me lleva a la libertad”.
El rostro íntimo de Dios
Para esta aspirante a religiosa, Dios está lleno de “cualidades femeninas”
Desde los 28 años, Widalys Meléndez decidió soltar los apegos a los bienes materiales para entregarse al disfrute pleno de su fe. (Wanda Liz Vega / [email protected])
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Por Lilliam Irizarry / Especial para El Nuevo Día
A Widalys Meléndez le gustaría que una mujer pudiera llegar a ser papisa y no le tiembla la voz cuando llama “machista” a la Iglesia Católica. Y si a eso se le añade que no usa hábito ni lleva cruces al cuello, nadie diría que tiene planes de casarse con Dios.
“Yo no cargo con cruces; el Señor ya las cargó por mí”, expresa a carcajadas cuando se le pregunta por qué, contrario a otras religiosas o aspirantes a serlo, no lleva el símbolo de la cruz por ningún lado. Lo único que carga al cuello es una cadena con la esfera del mundo junto a un báculo como el de los pastores de ovejas, logo de la primera congregación puertorriqueña de religiosas de vida activa, las combativas Hermanas Misioneras del Buen Pastor.
Meléndez lleva 7 de sus 35 años preparándose oficialmente para dedicar su vida a su fe y aún le faltan tres años para hacer los votos perpetuos. Cuando finalmente lo haga, habrán pasado 10 años desde que se lanzó a la aventura de soltarlo todo, absolutamente todo, y confiar, servir, obedecer. “Este noviazgo es el más largo del mundo”, dice como si se quejara y vuelve a sonreír.
Aunque ella y sus tres hermanas fueron criadas dentro de la comunidad de las Hermanas del Buen Pastor, rehuían la idea de ser monjas. Hasta que, a los 24 años, la congregación la llevó a conocer la misión que tienen cerca de la frontera de República Dominicana con Haití. En tan solo una semana allí, Meléndez sintió “el amor que se desborda” y vivió “el gran choque” de descubrir que lo más que deseaba en la vida era servir a los demás.
Cuando regresó feliz a compartir con su familia su decisión de iniciar los encuentros vocacionales, fueron muchas las lágrimas que derramó, pues pocos entendieron que, en plena juventud, estuviera dispuesta a renunciar a la libertad, a las comodidades, a la posibilidad de casarse y tener hijos.
“Mi hermana gemela le decía a mi mamá: ‘Pero está loca, si ella es la más fiestera de todas nosotras’. A mi papá no le pareció simpático que yo no fuera a darle un nieto”, recuerda sobre esos meses de duda.
Confiesa que una vez entró a la casa de formación de la congregación, quiso salir corriendo “montones de veces” porque no se acostumbraba a las estructuras, pero, para resistir, devolvió las maletas vacías a casa de sus padres. Así, si pensaba en irse, no tenía dónde meter la ropa.
Ahora, la más joven de las 23 hermanas del Buen Pastor en Puerto Rico y República Dominicana vive en una pequeña casa del convento junto a cuatro religiosas, la mayor de ellas de 72 años. Son como una familia: comparten las tareas del hogar y quienes trabajan ayudan a sostener económicamente a las demás.
De los votos de pobreza, castidad y obediencia que conlleva la vida consagrada, lo más difícil ha sido acostumbrarse a las estructuras y dejar atrás lo material. “Yo vivo con 25 dólares mensuales. El dinero que ganamos las que trabajamos va a un fondo común para pagar agua, luz, medicamentos”.
Además de pasar cuatro de sus 24 horas del día en espacios de oración y misas, Meléndez labora como profesora de Historia y Humanidades en un colegio universitario. Allí, además de enseñar “la verdadera historia de Puerto Rico, no la oficial”, ha podido mostrar otra cara de Dios.
“Representar el rostro del Dios que acoge a todos, incluyendo a los grupos rechazados por la sociedad, respetando la dignidad de cada ser humano y no intentando cambiarlos, es lo que da sentido a mi vida”, dice para explicar cómo, con tanta libertad personal y adelantos tecnológicos disponibles, se mantiene en su decisión de convertirse en esposa de Dios.
También la mantiene el poder acompañar al pueblo en sus luchas, como lo hizo con los estudiantes en huelga en la Universidad de Puerto Rico o con los participantes en la marcha contra los 30,000 despidos gubernamentales.
A su juicio, en muchas ocasiones, la Iglesia ha presentado un rostro de Dios sin misericordia. Y menciona la ternura, la pasión, la misericordia y la firmeza como “cualidades femeninas” de Dios.
Por eso, no pierde la fe en que algún día las mujeres también puedan ser sacerdotisas y hasta máximas jerarcas de la Iglesia Católica. “Mi deseo sería que una mujer pudiera alcanzar esas posiciones, pero lo veo tan lejano. Estamos ante una Iglesia machista. No se puede ocultar lo que es verdad”.
Mientras llega ese momento, convida a las jóvenes que sientan vocación por el servicio al prójimo a dejar atrás el miedo al compromiso con Dios y a lanzarse a conocer la riqueza de la vida comunitaria. “Yo he visto que el amor de Dios para conmigo ha sido exagerado, extremo, excesivo... Es un amor tan grande que me lleva a la libertad”.