El primer uso de la palabra pacto (berit) aparece en relación con Noé en Gn 6.18 e implica beneficios para toda su familia. Este pacto se desarrolla en Gn 9.1–17 donde se aplica a toda la descendencia de Noé y a todo ser viviente. En este caso la gracia prometida no depende de una buena comprensión o respuesta positiva por parte de todos los beneficiados. Es un pacto eterno cuya señal es el arco iris (Gn 9.12, 13). Está arraigado en la gracia divina (Gn 6.8; 9.1–3); requiere una fe que se exprese en obediencia (Gn 9.4–6; Heb 11.7) y la responsabilidad de producir una descendencia santa (Gn 9.1, 7); es eterno (Gn 9.12, 16) e implica una bendición universal (Gn 9.1, 11, 16s). Se puede considerar como una renovación del pacto con Adán y un avance del pacto salvífico con Abraham (Is 54.9, 10; 1 P 3.20, 21).
Abraham
En el pacto con Abraham, renovado con Isaac y Jacob, tenemos la expresión clásica del pacto divino (Gn 3.16–18), y se transmitió por dos tradiciones (Gn 15; 17). Las bendiciones prometidas incluyen: (1) Una descendencia santa y numerosa; (2) la posesión de la tierra de Canaán; y (3) la reconciliación con Dios.
La tercera promesa se expresa en Gn 17.7: «Yo seré tu Dios y el de tu descendencia después de ti», y muestra que, como en los casos de Adán y Noé, el pacto divino no se limita a la relación entre Dios y el individuo que originalmente recibe las promesas. Sin embargo, la exclusión de Ismael (Gn 17.18–21) y Esaú (Ro 9.6–13) muestra que aun en el Antiguo Testamento la descendencia física no garantiza el cumplimiento automático de todas las bendiciones prometidas en el pacto. Las promesas se cumplen para «los hijos de los hijos», pero con la condición de que posean una actitud de fe hacia Dios y estén calificados como «los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra» (Gn 17.9; Sal 103.17, 18; Ro 4.13).
Génesis 17 acentúa el hecho de que el pacto con Abraham es eterno (vv. 7–9, 13, 19; cf. Gl 3.16–18; Heb 13.20), y establece la Circuncisión como señal del mismo. Aunque en el pacto con Abraham resalta el requisito de la fe, permanece vigente la necesidad de la obediencia como expresión ineludible de una fe sincera (Gn 12.4; 17.1; 18.19, BJ; Heb 11.8, 17–19). Aunque el pacto con Abraham es particular y limitado, el contexto muestra que (cf. Adán y Noé) Dios tenía propuesta una bendición universal (Gn 12.3; Hch 3.25).
Israel
El mediador del pacto que Dios hizo con el pueblo de Israel en Sinaí fue Moisés. Este pacto constituía una renovación y desarrollo del pacto con Abraham (Gn 15.13–21; Éx 2.23, 24; 3.15–17; 6.4–8; 32.13; Lv 26.40–45; Dt 4.29–31; Sal 105.8–11, 41–45; 106.45). La continuidad esencial de este pacto con el anterior se destaca en los siguientes elementos:
1. Es un pacto arraigado en la gracia divina (Dt 9.4–6; Ez 16.1–14; 20.4–8).
2. Insiste en una actitud de fe por parte del hombre (Éx 30.4, 31; 14.31; Nm 14.11; 21.9; Dt 1.31; 9.23; Heb 11.23–29).
3. Requiere que la fe se exprese en una obediencia radical y de todo corazón (Éx 19.5, 6; 20.2ss; 24.7; Dt 6.4, 5; 10.16).
4. Siempre incluye la reconciliación espiritual con Dios como promesa fundamental del pacto (Éx 6.7; Dt 29.12, 13).
5. Espera como cosa normal una descendencia santa (Dt 6.7; 29.29; 30.6), aunque esto nunca es automático (Dt 32.5, 6, 15ss; etc.).
6. Mantiene como meta final la bendición universal (Éx 19.5, 6; cf. 1 P 2.9; Nm 14.21).
Los principales elementos nuevos (de «caducidad» o «desarrollo») en el pacto con Israel se encuentran en que: (1) por primera vez Dios establece su pacto con una nación (descendiente de Abraham, Éx 1.1–7); (2) se multiplican y desarrollan las estipulaciones del pacto en la Ley (Éx 20; Dt 32) hasta convertirse en la constitución de la nueva nación.
David
El pacto que hizo con David desarrolla la antigua promesa de una descendencia santa (Gn 3.15; 17.7, etc.). Se anuncia en 2 S 7.12–17; 1 Cr 17.10–15 y se recuerda con júbilo en Sal 89.3, 4, 26–37; 132.11–18; cf. 2 S 23.5. En última instancia es mesiánico (Is 42.1, 6; 49.8; 55.3, 4; Mal 3.1; Lc 1.32s; Hch 2.30–36). El Siervo de Jehová se llama «pacto» en Is 42.6, puesto que incorpora todas las bendiciones y cumple todas las estipulaciones. El pacto davídico marca un desarrollo particular dentro del contexto general del pacto mosaico y no se debe considerar totalmente paralelo con aquel.
El «nuevo pacto»
El nuevo pacto prometido en Jer 31.31–34 es otra renovación del pacto con Abraham e Israel. Su continuidad con los pactos anteriores se muestra en los siguientes hechos:
1. Es un mismo Dios que establece el pacto (vv. 31–33).
2. Se hace con un mismo pueblo (vv. 31–33).
3. Las estipulaciones abarcan esencialmente la misma Ley antigua (v. 33).
4. La promesa fundamental es una misma: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo».
Los nuevos elementos en la renovación del pacto recalcan:
1. Una interiorización más profunda de la Ley (cf. Dt 6.6, 7; Sal 37.31).
2. Una nueva fuerza moral e interior que resulta del nuevo pacto (cf. Ez 36.27; Ro 8.38s).
3. Un nuevo concepto sobre la universalidad del conocimiento de Dios entre su pueblo (Jer 31.34, Sacerdote).
Concepto Teológico En El Nuevo Testamento
La promesa de un nuevo pacto (o sea, una renovación decisiva y final del pacto eterno) se cumplió en Jesucristo (2 Co 1.19, 20). Como el segundo Adán (1 Co 15.45ss) e imagen de Dios (Col 1.15), Cristo cumple con los requisitos del pacto por parte de todos los hombres y así renueva la imagen divina en el hombre (Ro 5.12–21; 2 Co 3.18). Cristo forma su Iglesia en la que nada puede prevalecer (Mt 16.18), y nos somete a un lavamiento con agua vivificadora e inmortal, como en el caso de Noé (1 P 3.20s).
En Cristo se cumplen las promesas del pacto hecho con Abraham (Lc 1.54, 55, 72–75) y con David (Lc 1.68–71) y las estipulaciones del pacto mosaico con Israel (Mt 5.17, 18). El nuevo pacto se funda en la sangre de Cristo, su Mediador (Heb 12.24), quien identificó este pacto (Lc 22.20; 1 Co 11.25) con el pacto eterno (Mt 26.28; Mc 14.24, BJ).
Puesto que el nuevo pacto representa una confirmación del pacto eterno, las promesas y provisiones fundamentales de los pactos anteriores permanecen vigentes ((Ef 2.12; 2 Ti 3.15–17). El Pueblo de Dios todavía se llama «Israel» (Gl 6.16), y se desarrolla a partir del núcleo de judíos creyentes (Ro 11.1–6). Sin embargo, del Olivo se desgajan a los judíos incrédulos y se injertan (Ro 11.7–24) y hacen miembros de la familia de Dios (Ef 2.11–22) a los gentiles creyentes. Sigue en efecto el deber de levantar una descendencia santa (Tit 2.14; 1 P 2.9), y ahora este deber incluye la labor evangelizadora (Mt 28.19, 20; 1 Co 4.15; etc.; cf. Dt 6.7–9).
El nuevo pacto se destaca sobre todo por el gran desarrollo del ministerio del Espíritu Santo (Hch 2; 2 Co 3.4–18; etc.). Hebreos explica la superioridad del nuevo pacto (9.16, 17), y tanto allí como en Gl 3.15–17 la garantía del pacto es la muerte de Cristo, «porque el testamento con la muerte se confirma». Su finalidad también se acentúa por el uso del concepto de un «Testamento», que es otro significado del griego diatheke ( Circuncisión; Bautismo).
Bibliografía:
L. Alonso-Schokel, «Motivos sapienciales y de alianza en Génesis 2–3», Bíblica, 43, 1962, pp. 305–309. J. Schildenberger, «Alianza», Diccionario de teología bíblica, Herder, Barcelona, 1967. Edmund Jacob, Teología del Antiguo Testamento, Ediciones Marova, Madrid, 1969, pp. 198–204.
Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.
Abraham
En el pacto con Abraham, renovado con Isaac y Jacob, tenemos la expresión clásica del pacto divino (Gn 3.16–18), y se transmitió por dos tradiciones (Gn 15; 17). Las bendiciones prometidas incluyen: (1) Una descendencia santa y numerosa; (2) la posesión de la tierra de Canaán; y (3) la reconciliación con Dios.
La tercera promesa se expresa en Gn 17.7: «Yo seré tu Dios y el de tu descendencia después de ti», y muestra que, como en los casos de Adán y Noé, el pacto divino no se limita a la relación entre Dios y el individuo que originalmente recibe las promesas. Sin embargo, la exclusión de Ismael (Gn 17.18–21) y Esaú (Ro 9.6–13) muestra que aun en el Antiguo Testamento la descendencia física no garantiza el cumplimiento automático de todas las bendiciones prometidas en el pacto. Las promesas se cumplen para «los hijos de los hijos», pero con la condición de que posean una actitud de fe hacia Dios y estén calificados como «los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra» (Gn 17.9; Sal 103.17, 18; Ro 4.13).
Génesis 17 acentúa el hecho de que el pacto con Abraham es eterno (vv. 7–9, 13, 19; cf. Gl 3.16–18; Heb 13.20), y establece la Circuncisión como señal del mismo. Aunque en el pacto con Abraham resalta el requisito de la fe, permanece vigente la necesidad de la obediencia como expresión ineludible de una fe sincera (Gn 12.4; 17.1; 18.19, BJ; Heb 11.8, 17–19). Aunque el pacto con Abraham es particular y limitado, el contexto muestra que (cf. Adán y Noé) Dios tenía propuesta una bendición universal (Gn 12.3; Hch 3.25).
Israel
El mediador del pacto que Dios hizo con el pueblo de Israel en Sinaí fue Moisés. Este pacto constituía una renovación y desarrollo del pacto con Abraham (Gn 15.13–21; Éx 2.23, 24; 3.15–17; 6.4–8; 32.13; Lv 26.40–45; Dt 4.29–31; Sal 105.8–11, 41–45; 106.45). La continuidad esencial de este pacto con el anterior se destaca en los siguientes elementos:
1. Es un pacto arraigado en la gracia divina (Dt 9.4–6; Ez 16.1–14; 20.4–8).
2. Insiste en una actitud de fe por parte del hombre (Éx 30.4, 31; 14.31; Nm 14.11; 21.9; Dt 1.31; 9.23; Heb 11.23–29).
3. Requiere que la fe se exprese en una obediencia radical y de todo corazón (Éx 19.5, 6; 20.2ss; 24.7; Dt 6.4, 5; 10.16).
4. Siempre incluye la reconciliación espiritual con Dios como promesa fundamental del pacto (Éx 6.7; Dt 29.12, 13).
5. Espera como cosa normal una descendencia santa (Dt 6.7; 29.29; 30.6), aunque esto nunca es automático (Dt 32.5, 6, 15ss; etc.).
6. Mantiene como meta final la bendición universal (Éx 19.5, 6; cf. 1 P 2.9; Nm 14.21).
Los principales elementos nuevos (de «caducidad» o «desarrollo») en el pacto con Israel se encuentran en que: (1) por primera vez Dios establece su pacto con una nación (descendiente de Abraham, Éx 1.1–7); (2) se multiplican y desarrollan las estipulaciones del pacto en la Ley (Éx 20; Dt 32) hasta convertirse en la constitución de la nueva nación.
David
El pacto que hizo con David desarrolla la antigua promesa de una descendencia santa (Gn 3.15; 17.7, etc.). Se anuncia en 2 S 7.12–17; 1 Cr 17.10–15 y se recuerda con júbilo en Sal 89.3, 4, 26–37; 132.11–18; cf. 2 S 23.5. En última instancia es mesiánico (Is 42.1, 6; 49.8; 55.3, 4; Mal 3.1; Lc 1.32s; Hch 2.30–36). El Siervo de Jehová se llama «pacto» en Is 42.6, puesto que incorpora todas las bendiciones y cumple todas las estipulaciones. El pacto davídico marca un desarrollo particular dentro del contexto general del pacto mosaico y no se debe considerar totalmente paralelo con aquel.
El «nuevo pacto»
El nuevo pacto prometido en Jer 31.31–34 es otra renovación del pacto con Abraham e Israel. Su continuidad con los pactos anteriores se muestra en los siguientes hechos:
1. Es un mismo Dios que establece el pacto (vv. 31–33).
2. Se hace con un mismo pueblo (vv. 31–33).
3. Las estipulaciones abarcan esencialmente la misma Ley antigua (v. 33).
4. La promesa fundamental es una misma: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo».
Los nuevos elementos en la renovación del pacto recalcan:
1. Una interiorización más profunda de la Ley (cf. Dt 6.6, 7; Sal 37.31).
2. Una nueva fuerza moral e interior que resulta del nuevo pacto (cf. Ez 36.27; Ro 8.38s).
3. Un nuevo concepto sobre la universalidad del conocimiento de Dios entre su pueblo (Jer 31.34, Sacerdote).
Concepto Teológico En El Nuevo Testamento
La promesa de un nuevo pacto (o sea, una renovación decisiva y final del pacto eterno) se cumplió en Jesucristo (2 Co 1.19, 20). Como el segundo Adán (1 Co 15.45ss) e imagen de Dios (Col 1.15), Cristo cumple con los requisitos del pacto por parte de todos los hombres y así renueva la imagen divina en el hombre (Ro 5.12–21; 2 Co 3.18). Cristo forma su Iglesia en la que nada puede prevalecer (Mt 16.18), y nos somete a un lavamiento con agua vivificadora e inmortal, como en el caso de Noé (1 P 3.20s).
En Cristo se cumplen las promesas del pacto hecho con Abraham (Lc 1.54, 55, 72–75) y con David (Lc 1.68–71) y las estipulaciones del pacto mosaico con Israel (Mt 5.17, 18). El nuevo pacto se funda en la sangre de Cristo, su Mediador (Heb 12.24), quien identificó este pacto (Lc 22.20; 1 Co 11.25) con el pacto eterno (Mt 26.28; Mc 14.24, BJ).
Puesto que el nuevo pacto representa una confirmación del pacto eterno, las promesas y provisiones fundamentales de los pactos anteriores permanecen vigentes ((Ef 2.12; 2 Ti 3.15–17). El Pueblo de Dios todavía se llama «Israel» (Gl 6.16), y se desarrolla a partir del núcleo de judíos creyentes (Ro 11.1–6). Sin embargo, del Olivo se desgajan a los judíos incrédulos y se injertan (Ro 11.7–24) y hacen miembros de la familia de Dios (Ef 2.11–22) a los gentiles creyentes. Sigue en efecto el deber de levantar una descendencia santa (Tit 2.14; 1 P 2.9), y ahora este deber incluye la labor evangelizadora (Mt 28.19, 20; 1 Co 4.15; etc.; cf. Dt 6.7–9).
El nuevo pacto se destaca sobre todo por el gran desarrollo del ministerio del Espíritu Santo (Hch 2; 2 Co 3.4–18; etc.). Hebreos explica la superioridad del nuevo pacto (9.16, 17), y tanto allí como en Gl 3.15–17 la garantía del pacto es la muerte de Cristo, «porque el testamento con la muerte se confirma». Su finalidad también se acentúa por el uso del concepto de un «Testamento», que es otro significado del griego diatheke ( Circuncisión; Bautismo).
Bibliografía:
L. Alonso-Schokel, «Motivos sapienciales y de alianza en Génesis 2–3», Bíblica, 43, 1962, pp. 305–309. J. Schildenberger, «Alianza», Diccionario de teología bíblica, Herder, Barcelona, 1967. Edmund Jacob, Teología del Antiguo Testamento, Ediciones Marova, Madrid, 1969, pp. 198–204.
Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, (Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.