Dialogo Interreligioso

9 Abril 2004
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LAS RELACIONES JUDEO-CATÓLICAS EN SÃO PAULO: UN TESTIMONIO

Por el cardenal Cláudio Hummes, arzobispo de São Paulo.
São Paulo (CJL-OJI) – Con la co-presidencia del rabino Israel Singer, chairman del Congreso Judío Mundial y del cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, se reunió en el Museo de la Herencia Judía, de Nueva York un Simposio de Cardenales y Arzobispos de Todos los Continentes, Junto con Altas Autoridades Rabínicas de Todo el Mundo, denominado “Alianza de Esperanza”(“An Alliance of Hope”).

Entre las eminentes autoridades religiosas que asistieron, participaron dos conspicuos representantes espirituales de São Paulo, Brasil: el cardenal Cláudio Hummes, arzobispo de dicha megalópolis brasileña y el rabino Henry I. Sobel, co-presidente de la Comisión de Asuntos Interreligiosos del Congreso Judío Mundial y presidente del Rabinato de la Congregação Israelita Paulista.

En el citado encuentro interreligioso religioso celebrado en Nueva York, el cardenal Hummes expuso el tema “As relações judaico-catòlicas em São Paulo – Brasil. Um Testemunho” (“Las relaciones judeo-católicas en São Paulo, Brasil. Un testimonio), texto que el rabino Sobel tuvo la deferencia de poner en conocimiento de OJI.

Seguidamente se transcribe la traducción al español de dicho texto, elaborada por el director de Comunicación del Congreso Judío Latinoamericano, Pedro Olschansky.

Al ser nombrado arzobispo de São Paulo, en 1998, tuve la dicha de encontrar allí al rabino Henry I. Sobel, de la CIP (Congregação Israelita Paulista), presidente de su Rabinato, a quien yo ya había conocido personalmente. A partir de aquel entonces nos fuimos mutuamente apoyando en una forma creciente, y de tal manera colaboramos juntos para profundizar las buenas relaciones entre la comunidad católica y la comunidad judía en São Paulo. Esto tiene en el Brasil una importancia especial, puesto que São Paulo es la mayor y más importante ciudad del país, una megalópolis de aproximadamente dieciocho millones de habitantes, lo que ciertamente significa el cuarto mayor conglomerado urbano de nuestro planeta.

El diálogo católico-judío ya tiene una historia bastante larga en la Arquidiócesis de São Paulo. Mi antecesor, el cardenal Paulo Evaristo Arns, siempre incentivó dicho diálogo y lo promovió. Esta vinculación tuvo un momento emblemático, en ocasión del asesinato de un periodista judío, Vladimir Herzog, muerto en la cárcel por las fuerzas de la represión en tiempos del régimen militar, en 1974, El cardenal Arns, en aquel entonces arzobispo de São Paulo, junto con el rabino Henry Sobel y el pastor presbiteriano Jaime Whright, a pesar de toda la presión del régimen militar en contrario a cualquier manifestación de este tipo, celebraron un acto religioso conjunto en la catedral católica de São Paulo, a modo de denuncia pública y protesta contra el asesinato y por la memoria del periodista muerto, Ese acto reunió una inmensa multitud de gente y repercutió tanto en todo el Brasil como en el exterior. Dicho acto hizo además más fuerte la relación entre la comunidad judaica y la Iglesia Católica en São Paulo.

Desde que fui designado sucesor del cardenal Arns en 1998, procuré cultivar esta relación amistosa y fraternal con la comunidad judía, en especial mediante la buena relación con el rabino Sobel. Entre otras muchas iniciativas y manifestaciones públicas de esta buena relación de diálogo y colaboración, apenas cito dos eventos. Uno se produjo en ocasión de la guerra en Afganistán, el otro en protesta contra el terrorismo que perpetró el atentado contra el Centro Mundial de Comercio en Nueva York. De esta acción horrenda, en algunas partes del mundo surgió una actitud de hostilidad contra personas islámicas. Entonces, por iniciativa del rabino Sobel y por invitación de él, realizamos un “Triálogo por la Paz”, en una sesión pública abierta a la prensa que atrajo a una cuantiosa concurrencia. Participaron en este triálogo, como respectivos representantes de las tres religiones interesadas en el tema, el rabino Henry I. Sobel; el jeque islámico Mamad Ragip; y yo mismo. Esto contribuyó mucho a manifestar ante el pueblo todo que en São Paulo estas tres religiones quieren vivir en paz, en mutua tolerancia y colaborando al servicio de la gente.

Otro momento importante que ayudó a disminuir tensiones, fue en ocasión de la presentación de la película cinematográfica de Mel Gibson “La Pasión de Cristo”. Atendiendo a la denuncia hecha por la comunidad judía de que el filme contenía elementos de estímulo al antisemitismo, publiqué un artículo en uno de los diarios más importantes de São Paulo en el que retomé la enseñanza brindada por el documento “Nostra Aetate” del Concilio Vaticano II, que rechaza la tesis de que todo el pueblo judío en conjunto, ya sea en la época de Jesús como mucho menos en nuestra época, pueda ser responsabilizado por la muerte de Jesús. El artículo fue bien recibido por la comunidad judía.

Esta buena relación nuestra tiene el respaldo de la Comisión Nacional de Diálogo Judeo-Católico, como igualmente de la comisión equivalente a la misma en el ámbito de la Arquidiócesis de São Paulo. En todos los años de su existencia, dichas comisiones se abocaron al estudio de temas importantes y vastos, como por ejemplo “Los Hijos de Abraham: Judaísmo, Cristianismo, Islamismo”, “Raíces Judías del Cristianismo”, “Formación para el Diálogo entre el Judaísmo y el Cristianismo”, “Tolerancia y Paz”, “Relaciones Católico-Judías”, “Judaísmo y Cristianismo: de la separación al diálogo”, “Midrash: lectura sinagogal de las Escrituras”, “El Shabat: alianza eterna entre Dios y Su pueblo”, y muchos otros temas.

En esta relación amistosa y fraterna entre judíos y católicos, y entre sus respectivos líderes, yo siempre me oriento por los criterios que el documento “Nostra Aetate” (del año 1965) del Concilio Vaticano II, propone en su parágrafo 4:

1. Este documento reconoce “el vínculo por el cual el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente ligado a la estirpe de Abraham”; dice que la Iglesia de Cristo “no puede olvidar que por medio de aquel pueblo con el cual, en Su misericordia indivisible, Dios se dignó establecer la Antigua Alianza; ella recibió la Revelación del Antiguo Testamento y se alimenta de la raíz del buen olivo, en la que cual ramas fueron injertados los pueblos”.

2. Retoma y profesa lo que el apóstol Pablo dice en su Epístola a los Romanos: Quisiera yo mismo ser anatema, separado de Cristo, a favor de mis hermanos, de mis parientes según la carne, que son los israelitas, a los cuales pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas; a los cuales pertenecen los patriarcas y de los cuales desciende Cristo (Jesús) según la carne, que es, sobre todo, Dios bendito por los siglos” (Rom. 9,3-5). El documento conciliar añade que además de Jesús y de su madre María, también son judíos los apóstoles y los primeros discípulos cristianos. Con respecto de la Elección del pueblo judío, Paulo además dice que esta Elección perdura: “Dios no repudió a Su pueblo, que de antemano conociera” (Rom. 11,2); por el contrario, “en cuanto a la Elección, ellos (los judíos) son amados por mérito de sus padres. Porque los dones y el llamado de Dios no admiten retractación” (Rom. 11,28-29).

3. El documento afirma con vigor y claridad que “aquello que se perpetró en la Pasión (la muerte de Jesús) no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que en aquel entonces vivían, ni a los de hoy”. Amplía el documento que “Cristo sufrió voluntariamente por causa de los pecados de todos los hombres y por amor inmenso se sujetó a la muerte”. Por lo tanto, se debe tener sumo cuidado tanto en la catequesis como en la prédica, para que no se mortifique ni se confunda con la verdad que está en los Evangelios, y no se estimule el antisemitismo.

4. El documento condena vigorosamente toda forma de antisemitismo.

Son estos criterios los que nos orientan en las relaciones judeo-católicas.

En cuanto a los temas de ese Encuentro Internacional, ofrezco apenas esta minúscula contribución, a saber: una breve referencia al tópico de la autorrevelación de Dios al hombre, y otra al rema de la santidad de Dios.


1. La revelación de Dios en la historia.
Dios, al revelarse al hombre, no le proporciona un texto ya escrito, ni un ángel para dictar un escrito, sino que Él mismo entra en la historia humana y decide, desde el inicio de su acto de auto revelación, aproximarse al hombre. Es un gesto de inmenso amor al ser humano, que Él creó a su imagen y semejanza, para que el hombre viva en comunión de amor con Él. No es el hombre el que busca a Dios y consigue aproximársele para conocerlo más; por el contrario, es Dios el que toma la iniciativa y viene a nosotros. Y para aproximársenos, entra a la historia humana.

En la Biblia la revelación aparece como una intervención gratuita y libre con la cual Dios se da a conocer a sí mismo y a su proyecto de salvación. Ese Dios es un Dios santo y oculto quien, sin embargo, se va revelando progresivamente en el ámbito de la historia y en relación a los acontecimientos de la historia, auténticamente interpretados por la palabra del Señor, dirigida a los profetas mediante diversos modos de comunicación. El proyecto de salvación que Dios revela, es el proyecto de alianza con Israel y, en Israel con todas las naciones, a fin de realizar, en la persona de su Ungido, o Mesías, la promesa otrora hecha a Abraham de bendecir en su descendencia a todas las naciones de la tierra.. Esta acción es entendida como palabra de Dios, que invita al hombre de fe a la obediencia: es una palabra esencialmente dinámica que opera la salvación al mismo tiempo que la anuncia y la promete (cf. R. Latourelle, Revelación, en el Diccionario de Teología Fundamental, dir. René Latourelle y Rino Fisichela, traducción al portugués, Ed. Santuário, 1994, Págs. 821-22).

De hecho, Dios se revela cuando entra en la historia del pueblo hebreo y lo liberta de la esclavitud de Egipto. Después acompaña a ese pueblo en todo el éxodo rumbo a la Tierra Prometida. Continúa presente en toda la historia de Israel y, según los cristianos, el punto culminante de su entrada autorreveladora en la historia humana es cuando su Hijo se hace hombre, Jesucristo.

La revelación de Dios se produce en el contexto de la historia, aunque siempre la supere. Dios se hace cercano a su pueblo, le muestra su amor y su elección, produce hechos y acontecimientos, habla en el contexto de estos acontecimientos. Esta acción de Dios en la historia es interpretada por los profetas. Por esa razón el teólogo católico Bruno Forte escribe: “No nos es dado ningún otro sitio a partir del cual se pueda hablar con menos infidelidad del misterio divino, que la historia de la revelación, los acontecimientos y las palabras íntimamente conexos, a través de los cuales Dios narró en nuestra historia, la suya” (Bruno Forte, Trinità come storia, 1985, Torino, pág. 18).


2. La santidad de Dios.
No obstante la proximidad de Dios junto a los hombres y su acción en la historia, la Biblia subraya fuertemente la santidad de Dios. Dios es santo en el sentido de ser totalmente diferente y distinto de las creaturas, el Señor todopoderoso cuya absoluta e inmensa majestad es increada e inaccesible. Él vive en una luz inaccesible. Dios es para el hombre, al mismo tiempo, fundamento y abismo. Próximo y absolutamente Otro. Dios escondido y Dios revelado. De ese modo, Dios se manifiesta como absoluto y sagrado que, con todo, invade el mundo de relatividad y de profanidad, como fundamento del ser y del sentido último de la realidad (cf. F. - A. Pastor, Dios, en: Diccionario de Teología Fundamental. Dir. René Latourelle y Rino Fisichella, traducción al portugués Ed. Santuário, 1994, pág. 215). Dios es santo y, aún así, actúa en la historia.

Efectivamente, en las Sagradas Escrituras, en el Antiguo Testamento, Dios se revela como absolutamente santo. El propio concepto de “santo” se caracteriza por su vinculación con Dios. Solamente Dios es santo. Él es santo por su propio ser. En comparación con él, todo lo demás es absolutamente no santo. Sólo Él puede santificar lo que no es santo.

También se muestra que la santidad asimismo incluye una dimensión moral, cuando es realzado su contraste con la no santidad y la pecaminosidad del hombre. Esto se advierte con fuerza en los profetas, quienes recordaban al pueblo su necesaria fidelidad a la Alianza. Dios está tan lejos y tan encima de todo, que contempla el pecado en silencio, aunque abomina del pecado (Hab. 1,13). Así, la santidad de Dios se torna en modelo para la santidad del hombre: “Seréis santos porque Yo soy santo” (lev. 11,45). El pueblo elegido está obligado a la santidad moral porque está íntimamente ligado a Dios por la Alianza. Debe observar las prescripciones morales de la Alianza, pero cuando peca puede ser perdonado y restablecido en la santidad por el perdón misericordioso de Dios (Is. 41-14).


Conclusión.
Quiero concluir mi modesta contribución a este encuentro de diálogo judeo-católico, convencido de que el diálogo es un camino necesario que hoy nos ofrece Dios. Solamente Dios nos puede guiar en este camino y sólo Él sabe hasta dónde irá el mismo. Este camino debe incluir necesariamente el rechazo vigoroso de todo tipo de antisemitismo, el respeto mutuo efectivo, la tolerancia y la reconciliación fraterna entre judíos y cristianos, la paz y un servicio conjunto de judíos y cristianos al bien común de la humanidad.
 
Re: Dialogo Interreligioso

Si leyeramos, sin flojera y con detenimiento para entender, este podria ser otro mundo, podriamos ser mas felices las personas que lo habitamos.

Se que el articulo es largo, pero hace honor a lo que quiere Jesus, cuando nos resumio la ley en dos mandamientos.
 
Re: Dialogo Interreligioso

Marco77 dijo:
Si leyeramos, sin flojera y con detenimiento para entender, este podria ser otro mundo, podriamos ser mas felices las personas que lo habitamos.

Se que el articulo es largo, pero hace honor a lo que quiere Jesus, cuando nos resumio la ley en dos mandamientos.

Hombres de dialogo, no de guerras:

El cardenal Arns,

el rabino Henry Sobel,

el pastor presbiteriano Jaime Whright.

El rabino Israel Singer, chairman del Congreso Judío Mundial

y el cardenal Jean-Marie Lustiger
 
Re: Dialogo Interreligioso

Estimado Marco:

De hecho el Cardenal Lustiger ha recibido el premio Nostra Aetate, ¿cierto?.

Creo que él ha contribuido en mucho para avanzar las relaciones entre los judíos y los cristianos, y espero que Dios le conceda la fuerza para seguir trabajando en la Iglesia por la reconciliación.

Que Dios le bendiga hoy y siempre.