¿DE DÓNDE PROCEDEN LOS SÍMBOLOS RELIGIOSOS?
Desde el cristianismo al bahaismo, cada confesión tiene un símbolo que la identifica y representa. Estos emblemas y figuras, en su mayoría abstractos, sostienen el peso de la fe de millones de fieles.
CRUZ:
Cristianismo. Tras su utilización como instrumento de suplicio y ejecución de Jesucristo, la cruz se convirtió en el símbolo universal de los seguidores del Hijo de Dios. Se identifica con el sacrificio, la salvación y la fe católica. Los católicos oran ante la cruz latina, mientras que los ortodoxos veneran la cruz de ocho brazos.
ESTRELLA DE DAVID:
Judaismo. Simboliza la alianza de Dios con el pueblo judio y debe su nombre al rey de los hebreos que venció a Goliat, conquistó Jerusalén y escribió los Salmos. Este motivo estelar está formado por dos pirámides que apuntan en direcciones opuestas, y representa la unión -o el equilibrio- entre el cielo y la tierra.
MEDIA LUNA CON ESTRELLA:
Islamismo. La media luna se ha convertido en el emblema del Islam, aunuqe no fue adoptada como símbolo hasta que los turcos la incorporaron a su enseña tras la toma de Constantinopla, en 1453. Sin embargo, muchos musulmanes son contrarios al uso de cualquier símbolo que pueda representar su fe.
OM:
Hinduismo. Es la forma escrita, en sánscrito, del principal mantra hindú, tambiíen usado por los budistas. Los mantras son palabras, poemas o textos que se entonan durante la meditación para potenciar la concentración e invocar a las divinidades. Se trata de un símbolo visual y sonoro. Numerosos textos védicos comienzan por la palabra "om".
RUEDA DE DHARMA:
Budismo. Esa rueda de ocho radios representa el ciclo de reencarnaciones: la secuencia de renacimentos que debe cumplir un ser en los diversos grados de existencia, hasta que alcanza la liberación y entra en el nirvana. El círculo del que parten los ocho radios se conoce como Rueda de Dharma; es el compendio de las enseñanzas de Buda.
ESVÁSTICA:
Jainismo. Este símbolo, que también aparece en el budismo y el hinduismo, representa a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales, a las cuatro estaciones y a todos los procesos de la naturaleza relacionados con el número cuatro. El jainismo, que surgió en la India, pretende alcanzar la salvación a través de una disciplina ascética estricta, y uno de sus preceptos es no herir a ningún ser vivo.
YIN-YANG:
Taoismo. el yin y el yang son los dos principios que rigen el universo y el género humano. Y su unión representa la armonía y el equilibrio perfectos. Esta relación polar se expresa a través de un círculo dividido en dos partes iguales. La mitad blanca con un punto negro corresponde al yang y la negra con punto blanco, al yin.
KHANDA:
Sijismo.Este emblema de los sijes está formado por tres armas. El khanda, espada recta situada entre dos sables curvos -los kirpans- y un chakkar, instrumento con forma de disco. El arma de la izquierda simboliza el poder espiritual y la de la derecha, el político. El sijismo contiene elementos hindúes e islámicos, y procede de la región indopaquistaní del Punyab.
ESTRELLAS DE NUEVE PUNTAS:
Bahaísmo. Esta religión persa, fundada en 1863 reivindica la unidad espiritual. No posee dogmas ni clero, pero tiene sus propias leyes y escrituras sagradas. Las puntas de la estrella representan las nueve religiones monoteístas: sabeismo, hinduismo, judaismo, zoroastrismo, budismo cristianismo, islamismo, babismo y bahaismo
¿QUÉ ESCONDEN LOS JUDÍOS EN EL MURO DE LAS LAMENTACIONES?
En el Kotel, o Muro de las Lamentaciones, último vestigio del templo de Jerusalén de la época de Herodes I (73-4 a. C.), existe la tradición de introducir entre sus juntas un pequeño papel con una oración. Los escritos contienen desde rezos para que tenga lugar la venida del mesías o el regreso de todos los exiliados judíos, hasta peticiones de salud, bienestar y el perdón de los pecados. Dos veces al año tiene lugar la extracción de estas notas -más de un millón anuales- de las hendiduras, según unas reglas muy estrictas. Los encargados de hacerlo introducen una vara muy fina en los espacios y sacan con cuidado los papelitos, que se amontonan a miles en el suelo. Pero no puede extraviarse ni uno solo.
La fe judía dice que todo escrito que incluya una mención a Dios es sagrado. Por lo tanto, ninguna nota del Kotel se arroja a la papelera; todas las extraídas se introducen en sacos y se transportan al Monte de los Olivos, en el valle de Kidrón. Una vez allí, unos rabinos las entierran. Esta tradición empezó hace unos 300 años, cuando los discípulos de un rabino, cuyo estado de slaud no le permitía visitar Jerusalén para orar frente al Muro, llevaron su oración escvrita a la ciudad y la introdujeron en una grieta del mismo. En la actualidad, esta operación se ha facilitado mucho. Cualquiera puede enviar su anotación a la página web thekotel.org, para que los rabinos la impriman y la introduzcan en este muro de los lamentos.
¿EXISTIÓ LA ESTRELLA DE BELÉN?
Sobre la naturaleza de la estrella de Belén se han barajado tres hipótesis. El astrónomo aleman Johannes Keppler calculó hacia el 1600 que en el año 6 a.C. fecha histórica probable del nacimiento de Cristo, pudo darse una triple conjunción planetaria. En concreto, Saturno y Júpiter se acercaron y alejaron entre sí hasta tres veces en un período de medio año, lo que originó un llamativo espectáculo celeste.
La segunda hipótesis afirma que lo que se observó en el cielo fue una supernova, la explosión que produce una estrella al morir. Pero los registros históricos no revelan indicios de una supernova en esa época.
Y, en tercer lugar, algunos académicos piensan que se trató de un cometa, como el Halley, que fue avistado en el año 11 a.C., pero la fecha no coincide con el nacimiento de Jesús. Lo curioso es que en algulnas obras pictóricas que reproducen el Nacimiento, la iconografía de la estrella de Belen corresponde a la del cometa Halley, con su cola o cauda.
REFLEXIÓN PERSONAL (yo lo titulo: SEGUIR LA ESTRELLA)
Estamos demasiado acostumbrados al relato de los magos. Por otra parte, hoy apenas tenemos tiempo para detenernos a cotemplar despacio las estrellas. Probablemente no es solo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel escritor cristiano que, al elaborar el relato de los magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado antes sus ojos" (Isaías 9,1).
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del ser humano a lo largo de los siglos?.
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes, logros que provocan nuevos problemas, ideales que terminan en "soluciones a medias", nobles luchas que acaban en "pactos mediocres". De nuevo las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que "ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración". Pero no es esa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el ser humano algo que lo llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes, esa estrella conduce siempre a Jesús. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es "un caso desesperado". No está en completa tiniebla. El mundo está orientado hacia su salvación. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy solo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belen.
La segunda hipótesis afirma que lo que se observó en el cielo fue una supernova, la explosión que produce una estrella al morir. Pero los registros históricos no revelan indicios de una supernova en esa época.
Y, en tercer lugar, algunos académicos piensan que se trató de un cometa, como el Halley, que fue avistado en el año 11 a.C., pero la fecha no coincide con el nacimiento de Jesús. Lo curioso es que en algulnas obras pictóricas que reproducen el Nacimiento, la iconografía de la estrella de Belen corresponde a la del cometa Halley, con su cola o cauda.
REFLEXIÓN PERSONAL (yo lo titulo: SEGUIR LA ESTRELLA)
Estamos demasiado acostumbrados al relato de los magos. Por otra parte, hoy apenas tenemos tiempo para detenernos a cotemplar despacio las estrellas. Probablemente no es solo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.
Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel escritor cristiano que, al elaborar el relato de los magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado antes sus ojos" (Isaías 9,1).
Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del ser humano a lo largo de los siglos?.
Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes, logros que provocan nuevos problemas, ideales que terminan en "soluciones a medias", nobles luchas que acaban en "pactos mediocres". De nuevo las tinieblas.
No es extraño que se nos diga que "ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración". Pero no es esa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el ser humano algo que lo llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.
Para los creyentes, esa estrella conduce siempre a Jesús. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es "un caso desesperado". No está en completa tiniebla. El mundo está orientado hacia su salvación. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy solo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belen.
¿QUÉ ES EL CONCILIO ECUMÉNICO?
El Papa convoca un concilio cuando quiere transmitir una decisión o un mensaje al resto de la cristiandad. Los motivos pueden ser desde proclamar un dogma hasta modificar la organización de la Iglesia o condenar una herejía. A la asamblea, que puede ser en Roma u otra ciudad, acuden los obispos y otros eclesiásticos, aunque a veces también participan otras personalidades, como mandatarios o embajadores de naciones católicas.
El Santo Pontífice decide los temas que se discutirán en el concilio, y el trabajo se reparte entre varias congregaciones, antes de presentarse a la discusión general. Los ecuménicos son universales, y hasta hoy se han celebrado 21; el más antiguo fue convocado por San Pedro, en Jerusalén, hacia el año 50.
El Santo Pontífice decide los temas que se discutirán en el concilio, y el trabajo se reparte entre varias congregaciones, antes de presentarse a la discusión general. Los ecuménicos son universales, y hasta hoy se han celebrado 21; el más antiguo fue convocado por San Pedro, en Jerusalén, hacia el año 50.