La Resurrección De Moisés
“Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deut. 34:5, 6). Por lo tanto, con estos pocos versículos, Moisés, tan crucial en la vida de Israel, un hombre cuyos escritos perduran, no solo en Israel, sino también en la iglesia y en las sinagogas en la actualidad, murió.
Moisés murió, fue sepultado, el pueblo hizo luto, y eso fue todo. Por cierto, el principio de las palabras de Apocalipsis se aplica aquí: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apoc. 14:13).
Sin embargo, la muerte de Moisés no fue el capítulo final de la historia de su vida.
Lee Judas 9. ¿Qué sucede aquí y cómo ayuda este versículo a explicar la presencia de Moisés más adelante en el Nuevo Testamento?
Aunque solo tenemos un atisbo, qué escena increíble se describe aquí. Miguel, Cristo mismo, disputó con el diablo sobre el cuerpo de Moisés. ¿Cómo es esto? No cabe duda de que Moisés era pecador; de hecho, el último pecado que se le conoce, asumir como propia la gloria que era de Dios, era el mismo tipo de pecado (“Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” [Isa. 14:14]) que hizo que el mismo Lucifer fuera arrojado del cielo en primer término. La disputa sobre su cuerpo debió de haberse motivado porque Cristo ahora estaba reclamando para Moisés la resurrección prometida.
Pero ¿cómo pudo Cristo hacer eso por un pecador como Moisés, que había violado su Ley? La respuesta, por supuesto, solo podría ser la Cruz. Así como todos los sacrificios de animales apuntaban a la futura muerte de Cristo, obviamente el Señor ahora, anticipando la Cruz, ordenó que el cuerpo de Moisés resucitara. “Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el dominio de Satanás. Por sus propios méritos, era legalmente cautivo de la muerte; pero fue resucitado a la vida inmortal por el derecho que tenía a ella en el nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió con su Libertador a la Ciudad de Dios” (PP 512).
¿Cómo nos ayuda este relato a comprender la profundidad del plan de salvación: que incluso antes de la Cruz fuese Moisés a la vida eterna?
Cuando Cristo y los ángeles se aproximaron a la tumba, Satanás y sus ángeles aparecieron junto a ella y montaron guardia en torno del cuerpo de Moisés para que no fuera retirado de allí. Al acercarse Cristo y sus ángeles, Satanás resistió ese avance, pero fue obligado a retroceder por la gloria y el poder de Cristo y sus ángeles. El adversario reclamó el cuerpo de Moisés por causa de esa única transgresión; pero Cristo mansamente recurrió a su Padre al decir: “El Señor te reprenda”. Judas 9. Cristo dijo a Satanás que sabía que Moisés se había arrepentido humildemente de ese único error, que no había más manchas en su carácter, y que su nombre permanecía en los libros del cielo sin mácula alguna. Entonces el Señor resucitó el cuerpo de Moisés que el diablo había reclamado (La historia de la redención, pp. 177, 178).
Dios no creó el mal. Solo hizo lo bueno, que era semejante a sí mismo. Pero Satanás no quedaría satisfecho con conocer y hacer la voluntad de Dios. Su curiosidad se esforzaba por extenderse a lo que Dios no se proponía que él conociese. El mal, el pecado y la muerte no fueron creados por Dios; son el resultado de la desobediencia, la cual tuvo su origen en Satanás. Pero el conocimiento del mal que hay ahora en el mundo fue introducido por la astucia de Satanás. Estas son lecciones duras y costosas; pero los hombres las aprenderán, y muchos nunca quedarán convencidos de que es una dicha ignorar cierta clase de conocimiento, el que brota de los deseos frustrados y los propósitos no consagrados. Los hijos e hijas de Adán son tan plenamente curiosos y presuntuosos como lo fue Eva al buscar el conocimiento prohibido. Alcanzan una experiencia, un conocimiento que Dios nunca quiso que tuviesen, y el resultado será, como lo fue con nuestros primeros padres, la pérdida del hogar edénico. ¿Cuándo aprenderán los seres humanos lo que ha sido expuesto tan plenamente ante ellos? (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 475, 476).
El mismo Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de perdón. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. “¿Quien es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, “para que … tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta”. Romanos 8:1, 34; Hebreos 6:18 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 553).
“Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deut. 34:5, 6). Por lo tanto, con estos pocos versículos, Moisés, tan crucial en la vida de Israel, un hombre cuyos escritos perduran, no solo en Israel, sino también en la iglesia y en las sinagogas en la actualidad, murió.
Moisés murió, fue sepultado, el pueblo hizo luto, y eso fue todo. Por cierto, el principio de las palabras de Apocalipsis se aplica aquí: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apoc. 14:13).
Sin embargo, la muerte de Moisés no fue el capítulo final de la historia de su vida.
Lee Judas 9. ¿Qué sucede aquí y cómo ayuda este versículo a explicar la presencia de Moisés más adelante en el Nuevo Testamento?
Aunque solo tenemos un atisbo, qué escena increíble se describe aquí. Miguel, Cristo mismo, disputó con el diablo sobre el cuerpo de Moisés. ¿Cómo es esto? No cabe duda de que Moisés era pecador; de hecho, el último pecado que se le conoce, asumir como propia la gloria que era de Dios, era el mismo tipo de pecado (“Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” [Isa. 14:14]) que hizo que el mismo Lucifer fuera arrojado del cielo en primer término. La disputa sobre su cuerpo debió de haberse motivado porque Cristo ahora estaba reclamando para Moisés la resurrección prometida.
Pero ¿cómo pudo Cristo hacer eso por un pecador como Moisés, que había violado su Ley? La respuesta, por supuesto, solo podría ser la Cruz. Así como todos los sacrificios de animales apuntaban a la futura muerte de Cristo, obviamente el Señor ahora, anticipando la Cruz, ordenó que el cuerpo de Moisés resucitara. “Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo el dominio de Satanás. Por sus propios méritos, era legalmente cautivo de la muerte; pero fue resucitado a la vida inmortal por el derecho que tenía a ella en el nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió con su Libertador a la Ciudad de Dios” (PP 512).
¿Cómo nos ayuda este relato a comprender la profundidad del plan de salvación: que incluso antes de la Cruz fuese Moisés a la vida eterna?
Comentarios Elena G.W
Miguel, o sea Cristo, y los ángeles que sepultaron a Moisés, descendieron del cielo después que permaneció en la tumba por algún tiempo y lo resucitaron para llevarlo al cielo.Cuando Cristo y los ángeles se aproximaron a la tumba, Satanás y sus ángeles aparecieron junto a ella y montaron guardia en torno del cuerpo de Moisés para que no fuera retirado de allí. Al acercarse Cristo y sus ángeles, Satanás resistió ese avance, pero fue obligado a retroceder por la gloria y el poder de Cristo y sus ángeles. El adversario reclamó el cuerpo de Moisés por causa de esa única transgresión; pero Cristo mansamente recurrió a su Padre al decir: “El Señor te reprenda”. Judas 9. Cristo dijo a Satanás que sabía que Moisés se había arrepentido humildemente de ese único error, que no había más manchas en su carácter, y que su nombre permanecía en los libros del cielo sin mácula alguna. Entonces el Señor resucitó el cuerpo de Moisés que el diablo había reclamado (La historia de la redención, pp. 177, 178).
Dios no creó el mal. Solo hizo lo bueno, que era semejante a sí mismo. Pero Satanás no quedaría satisfecho con conocer y hacer la voluntad de Dios. Su curiosidad se esforzaba por extenderse a lo que Dios no se proponía que él conociese. El mal, el pecado y la muerte no fueron creados por Dios; son el resultado de la desobediencia, la cual tuvo su origen en Satanás. Pero el conocimiento del mal que hay ahora en el mundo fue introducido por la astucia de Satanás. Estas son lecciones duras y costosas; pero los hombres las aprenderán, y muchos nunca quedarán convencidos de que es una dicha ignorar cierta clase de conocimiento, el que brota de los deseos frustrados y los propósitos no consagrados. Los hijos e hijas de Adán son tan plenamente curiosos y presuntuosos como lo fue Eva al buscar el conocimiento prohibido. Alcanzan una experiencia, un conocimiento que Dios nunca quiso que tuviesen, y el resultado será, como lo fue con nuestros primeros padres, la pérdida del hogar edénico. ¿Cuándo aprenderán los seres humanos lo que ha sido expuesto tan plenamente ante ellos? (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 475, 476).
El mismo Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de perdón. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. “¿Quien es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, “para que … tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta”. Romanos 8:1, 34; Hebreos 6:18 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 553).