Es difícil encontrar una verdad de fe que haya sido tan unánime en la historia de la Iglesia como la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En efecto, en los primeros diez siglos de la Iglesia, no hubo nunca ninguna voz contraria, nadie si quiera ponía en duda que la Eucaristía fuese el Cuerpo de Cristo.
En realidad, sí hubo gente que lo puso en duda: los herejes gnósticos. Pero dentro de la Iglesia de Cristo, la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía fue siempre unánime. Una sola fe.
Recién en el siglo X surgió la primera persona que lo puso en duda: fue Berengario. Se le conminó reiteradas veces a rectificar su error de fe, y ante la posibilidad de excomunión, se retractó e hizo una publica profesión de fe en la Eucaristía. Esto dió lugar a la primera declaración magisterial sobre la Eucaristía, pues antes nunca había surgido la necesidad que la Iglesia hiciera definiciones solemnes sobre el tema.
Igualmente se apartan de la eucaristía y de la oración, pues no confiesan que la eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo con la que padeció por nuestros pecados, la cual resucitó el Padre en su bondad. Así pues, los que contradicen al don de Dios, perecen en sus disquisiciones. Mejor les fuera celebrar el ágape, para que pudieran resucitar. Por tanto, es conveniente apartarse de los tales y no hablar de ellos ni en privado ni en público, prestando en cambio atención a los profetas y particularmente al Evangelio, en el cual se nos hace patente su pasión y vemos cumplida su resurrección. Huid de toda división como de origen de males
(Ignacio de Antioquía, obispo y mártir (+106),Carta a los de Esmirna, 1-7).
Poned todo empeño en usar de una sola eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz que nos une con su sangre, y uno el altar, como uno es el obispo juntamente con el colegio de ancianos y los diáconos, consiervos míos. De esta suerte, obrando así obraréis según Dios.
(Ignacio de Antioquía, obispo y mártir (+106), Carta a los de Filadelfia, 4).
A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se lo ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (...).
(San Justino, mártir (100-165), Apología I, Nº65)
En consecuencia, si el cáliz mezclado y el pan fabricado reciben la palabra de Dios para convertirse en Eucaristía de la sangre y el cuerpo de Cristo, y por medio de éstos crece y se desarrolla la carne de nuestro ser, ¿cómo pueden ellos negar que la carne sea capaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna, ya que se ha nutrido con la sangre y el cuerpo de Cristo, y se ha convertido en miembro suyo?
(Ireneo de Lyon, obispo (140-202), Contra las Herejías V, 2.3)
Los que soléis tomar parte en los divinos misterios sabéis con cuánto cuidado y reverencia guardáis el cuerpo del Señor cuando os es entregado, no sea que alguna pequeña migaja de él pudiera caer al suelo, pudiendo perderse alguna pequeña parte de aquel don santificado. Con razón os sentiríais culpables si por vuestra negligencia cayera al suelo cualquier fragmento. Pues bien, si con razón dais muestras de tal cuidado en guardar el cuerpo del Señor, ¿podéis pensar que sería menos culpable cualquier descuido en guardar su palabra que en guardar su cuerpo?
(Orígenes (185-253), Hom. in Exod. XIII, 3.)
El sacramento de la eucaristía, instituido por el Señor en el momento de la comida y para todos, lo tomamos nosotros también en las reuniones antes del alba y no lo recibimos de manos de otros fuera de los que presiden. En fiesta anual hacemos oblaciones por los difuntos, o en los natalicios. Consideramos como prohibido ayunar o hacer oración de rodillas en domingo, y el mismo privilegio disfrutamos desde el día de Pascua al de Pentecostés. Sufrimos con escrúpulo que se caiga al suelo algo de nuestro cáliz o de nuestro pan.
(Tertuliano (155-225), De Corona Nº3)