control de la natalidad

13 Febrero 2001
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Abro este epígrafe para conocer las opiniones, principalmente de los no católicos acerca de si es necesario o no, si es recomnedable o no, si es legítimo o no, efectuar controles de natalidad.

Mi duda surge a la luz de un artícluo que leí y que transcribo:

LÍDER EVANGÉLICO DECEPCIONA CON SU APOYO A POLÍTICA POBLACIONAL DE CHINA
WASHINGTON DC, 19 Abr. 01 (ACI).- Uno de los líderes evangélicos más representativos de los protestantes estadounidenses, Pat Robertson, afirmó que el gobierno de Estados Unidos no debería interferir en la política cohercitiva de control natal que aplica China sobre su población. Robertson respaldó al gobierno chino pese a que su política es cuestionada por organismos internacionales, gobiernos y líderes espirituales de todo el mundo debido a su carácter coactivo –como la política del hijo único– y sus prácticas inhumanas que incluyen abortos y esterilizaciones forzosas. Con sus declaraciones, ofrecidas en el programa Wolf Blitzer Reports de la cadena CNN, Robertson evidenció para varios analistas que la visión protestante no conduce necesariamente a una postura pro-vida. "Bueno, no es que esté de acuerdo con ella, pero al mismo tiempo hay que considerar que tienen mil 200 millones de personas y no saben qué hacer", indicó Robertson al comentar la política china. El pastor justificó la política del hijo único indicando que "si a cada familia ahí se le permitiera tener tres o cuatro hijos, la población sería completamente insostenible". "Por eso, pienso que ahora ellos (los chinos) hacen lo que deben hacer. No estoy de acuerdo con los abortos forzados, pero no creo que Estados Unidos necesite intervenir con sus acciones internas sobre este aspecto". Las declaraciones de Robertson causaron tal impacto entre la población y entre los integrantes del Partido Republicano –que se proclama a favor de los valores humanos y de la vida– que el líder evangélico debió publicar esta semana una nota aclaratoria en su web site. En la nota, que no satisfizo a los detractores, Robertson afirma que "soy y he sido siempre pro-vida... pero sólo expresé lo que me parece obvio: que China con una población de mil 200 millones de personas enfrenta el trágico dilema de proporciones masivas de permitir que su población llegue a los dos mil millones de personas". Insistió en que se opone al aborto voluntario y forzoso como medios de control poblacional. "El gobierno chino restringió por ley el índice de nacimientos a un niño por familia. Dada su situación, la planificación familiar inteligente refleja una necesidad obvia; sin embargo, me pongo a una política de la que puedan resultar abortos forzosos o selección por sexo

Dios los bendiga.
 
Yo creo en el control de la natalidad, pero no en llevarlo a los extremos de prohibiciones o cosas así, sino más bien en la educación y posibilidades de los padres.
 
Yo alucino en colores
¿Acaso no sabe el pastor Pat Robertson que, aparte de los abortos que él sí rechaza, uno de los métodos que utiliza el gobierno chino para conseguir sus objetivos es la esterilización forzosa de las mujeres que incumplen la norma?
¿acaso no sabe el pastor Pat Robertson que una de las consecuencias de la ley china es que muchas niñas son asesinadas al nacer por sus padres porque dado que tienen que tener sólo un hijo, prefieren que éste sea varón?
¿quién es el Estado para ordenar a un matrimonio los hijos que tiene que tener?
¿se ha vuelto loco el pastor Pat Robertson?

¿sabe alguien porqué todas las denominaciones protestantes estaban en contra de los métodos anticonceptivos hasta que llegó el siglo XX? ¿y porqué ahora sí están a favor? ¿en qué parte de la Biblia se basan para aceptar que las familias limiten artificialmente el número de hijos que han de tener?
 
Pues que les pregunten a todas esas monjas que abortaron o mataron a su bebés recien nacidos, de los cuales se han descubierto los cuerpos con el paso del tiempo en muchos monasterios.

Que les pregunten a todos los curas que mantienen relaciones sexuales, como evitan dejar embarazadas a sus compañeras, o como se "protegen" del sida y otras enfermedades de "contacto sexual".

Estoy TOTALMENTE EN CONTRA del aborto, pero no encuentro NI UN SOLO INDICIO en la Palabra de Dios para estar en contra de algunos métodos de anticoncepción. ¿O tú si, Luis Fernando?


Maripaz
 
Que les pregunten a las monjas......


Ma da asco que uses ese tipo de argumentos, Maripaz. ¡¡ASCO!!
 
P. Lino CICCONE, c.m. en L´Osservatore Romano, 24 Enero, 97


La anticoncepción es un comportamiento que pone seriamente en peligro valores fundamentales. Por eso constituye materia grave de pecado


El problema que quiero afrontar aquí no es una cuestión nueva. Fue objeto de un vivo debate en los años que siguieron a la publicación de la encíclica Humanae vitae (25 de julio, de 1968) y vuelve de vez en cuando a la actualidad por obra de algún teólogo, y desde luego no ha quedado resuelto de forma concorde en la práctica pastoral corriente. No faltan confusiones notables, ni siquiera cuando se hace referencia al Magisterio Y precisamente sobre esto quiere aportar algo de claridad el presente estudio, que se limita a un aspecto particular, que puede formularse así: En el Magisterio universal de la Iglesia, ¿la anticoncepción es considerada materia grave o leve de pecado? Tal vez puede ser superfluo, pero no inútil, recordar que «Magisterio universal» es sólo el del Sumo Pontífice y del concilio ecuménico. Por eso, aquí me refiero solamente a este Magisterio.

Según no pocos estudiosos, la valoración de la anticoncepción como materia grave de pecado se da hasta la Encíclica Casti connubii, en la que se cuenta su formulación más solemne e incisiva. Lo esencial de esa enseñanza se halla en las siguientes palabras: «No existe, sin embargo, razón alguna, por grave que pueda ser, rapaz de hacer que lo que es intrínsecamente contrario a la naturaleza se convierta en natural mente conveniente y decorosa. Estando, pues, el acto conyugal ordenado por su naturaleza a la generación de la prole, los que en su realización lo destituyen artificiosamente de esta fuerza natural, proceden contra la naturaleza y realizan un acto lo intrínsecamente deshonesto» (n. 55).

Hasta aquí se trata de la «deshonestidad intrínseca» de la anticoncepción. Un poco más adelante se habla de su gravedad: «La Iglesia católica (... ), como signo de su divina misión, eleva su voz a través de nuestra palabra y promulga de nuevo que todo uso del matrimonio en cuyo ejercicio el acto quede privado, por industria de los hombres, de su fuerza natural de procrear vida, infringe la ley de Dios y de la naturaleza, y quienes tal hicieren contraen la mancha de un grave delito»'.

Muchos sostienen que en los documentos sucesivos el Magisterio ha conservado claramente la primera parte de esa doctrina, es decir, la deshonestidad intrínseca de la anticoncepción, pero no ha mantenido la segunda, o sea, la gravedad de la culpa. Y en este "silencio" del Magisterio dichos estudiosos ven un dato suficiente para afirmar que la gravedad moral de la anticoncepción ya no forma parte de la doctrina de la Iglesia en esa materia. Consiguientemente, recurrir a la anticoncepción no se ha de considerar materia grave de pecado y, por tanto, usar anticonceptivos no constituye pecado mortal.

Ahora bien, a mi parecer, es preciso afrontar el problema con mayor atención. Conviene comprobar si el Magisterio ha renunciado realmente a la sustancia de esa enseñanza, o si solamente le ha dado una formulación diversa. En otras palabras; se trata de comprobar si la gravedad de la deshonestidad moral que constituye la anticoncepción es afirmada aún, o no lo es, por el Magisterio con expresiones diversas, pero de hecho sustancialmente equivalentes.

Lo primero que conviene advertir es que esa presunta «archivación» por parte del Magisterio de la encíclica Casti connubi en este punto, no es nada evidente. Más aún, ha encontrado una confirmación explícita en el concilio Vaticano II. En el número 51 de la constitución pastoral Gaudium et spes, la afirmación: «En la regulación de la procreación no les está permitido a los hijos de la Iglesia (... ) seguir caminos que son reprobados por el Magisterio», remite, con la famosa nota 14. a los documentos en que se contiene esa condena. Y en primer lugar encontramos: «Pío XI, carta encíclica Casti connubii, AAS 22 (1930) pp. 559-561; Denz. 2.239-2.241 (3.7116-3.7118); es decir, precisamente aquel pasaje, que acabamos de citar en sus puntos esenciales, en el que se declara que la anticoncepción es culpa grave. Es difícil imaginar una confirmación más autorizada y más solemne. Así pues, no se puede hablar de «silencio» o abandono de esta enseñanza de la Castí connubii por parte del Magisterio posterior. De esta forma, se ve que tiene poco fundamento el punto de partida de esa teoría, elaborada por estudiosos, sean pocos o muchos.

Pero sigamos adelante en la comprobación que nos hemos propuesto. En ella, un peso de notable valor lo debe tener la encíclica Humanae Vitae (25 de julio, de 1968) y su autor, el Papa Pablo VI. En efecto, a ese documento hacen constante referencia los sucesivos, incluido el más autorizado, es decir, la exhortación apostólica postsinodal Familiaris Consortio (22 de noviembre, de 1981)(2). Es obvio que nadie mejor que Pablo VI puede explicar lo que quería enseñar con esa encíclica, que él mismo publicó.

Por lo que respecta al problema que nos interesa en este estudio, también son útiles algunas afirmaciones que hizo unos años antes, aludiendo al problema que luego sería el tema de la encíclica, cuyo título es De propagatione humanae prolis recte ordinanda o «La recta regulación de la natalidad». El 23 de junio, de 1964, aprovechando la ocasión que le ofrecía la felicitación de los cardenales y de la Curia romana con motivo del día de su santo, Pablo VI dio a conocer que su predecesor Juan XXIII había creado una Comisión pontificia de estudio, e hizo algunas puntualizaciones sobre el problema de la regulación de los nacimientos, A nosotros nos interesa aquí observar cómo definió el Pontífice el problema, que claramente se refería sobre todo a la valoración moral de las vías o medios para llevar a cabo la debida regulación de los nacimientos: «Problema sumamente grave: afecta a las fuentes de la vida humana; (... ) es un problema sumamente complejo y delicado».

Recién publicada la encíclica en L´0sservatore Romano del 29-30 de julio, de 1968, el día 31 del mismo mes el Papa dedicó a ella la audiencia general, en la cual ofreció valiosas claves de lectura del documento. Para nuestra cuestión interesan especialmente algunos pasajes, en los que se manifiesta claramente la importancia que el Pontífice atribuye al problema y a la solución que se le da: "Es el esclarecimiento de un capítulo fundamental de la vida personal, conyugal, familiar y social del hombre", dice al principio del discurso; y, al final, insiste "Es(...) una cuestión particular, que considera un aspecto sumamente delicado y grave de la existencia humana". Así pues, se repite con otras palabras el mismo concepto ya expresado en el discurso del 23 de junio, de 1964.

Y brota con claridad una primera conclusión: se coloca entre las cuestiones de suma importancia tanto el problema como la solución que le da el Magisterio, de la cual es porte esencial también la condena moral de la anticoncepción.

En el mismo discurso del 31 de julio, de 1968 se halla una confirmación significativa de esa valoración: la dramática y profunda seriedad con que el Papa revela que ha vivido los cuatro años de reflexión, de estudio, de consultas, de oración, para llegar a la certeza de dar a la Iglesia y a la humanidad entera la confirmación de una verdad moral garantizada por su conformidad con el "designio de Dios sobre la vida humana". Convendría citar aquí amplios pasajes del discurso. Debo limitarme sólo a algunas frases. «El primer sentimiento fue el de una gravísima responsabilidad Nuestra (...). Os confesamos que ese sentimiento nos hizo sufrir también bastante desde el punto de vista espiritual. Nunca hemos sentido tanto el peso de Nuestra misión como en esta circunstancia». Y, más adelante, «¡Cuántas veces tuvimos la impresión de estar casi oprimidos (...) y cuántas veces, hablando humanamente, advertimos lo inadecuada que resultaba Nuestra pobre persona ante la formidable obligación apostólica de tener que pronunciarnos al respecto! ¡Cuántas veces nos sentimos angustiados ante el dilema de una fácil condescendencia para con las opiniones corrientes, o bien de una sentencia que la sociedad soportara mal, que fuera, arbitrariamente, demasiado grave para la vida conyugal!».

No podría ser más claro el hecho de que para Pablo VI el problema y su solución tienen un peso y una importancia tales, que dejan sin fundamento la hipótesis según la cual estaba en juego un pequeño desorden moral, como «pecado venial». Así pues, resulta claro, aunque sólo sea basándose en estos pocos elementos, que para el Magisterio la anticoncepción es un comportamiento moralmente desordenado que constituye materia grave de pecado.

Ahora bien, debemos preguntarnos que elementos ofrece el Magisterio para fundar esa tesis. Pero antes de avanzar en esa dirección, me parece útil hacer alguna aclaración sobre la «materia grave» de pecado. En todo comportamiento humano están en juego uno o más valores, como, por ejemplo, la vida, el amor, la fidelidad, la solidaridad, etc. Cuando están en juego valores importantes, y un comportamiento determinado los pone seriamente en peligro, ese hecho de poner seriamente en peligro un valor importante es lo que constituye materia grave de pecado. Por eso, encontraremos una respuesta a la pregunta que nos planteamos, si descubrimos en la enseñanza del Magisterio la afirmación de que en el acto conyugal están en juego valores importantes y de que los anticonceptivos los ponen seriamente en peligro.

En esta investigación es inevitable que la atención se desplace en especial al magisterio de Juan Pablo II, desde luego sin descuidar el de Pablo VI. En efecto, el actual Pontífice es quien, también gracias al desarrollo realizado entretanto por las ciencias humanas y la antropología, sobre los significados y valores de la sexualidad humana, ha podido dar un desarrollo amplio y orgánico a los fundamentos antropológicos y teológicos de la doctrina moral de la Iglesia en esta materia. Lo ha hecho en numerosos discursos, y de forma más amplia y orgánica en la última parte de su conocida serie de catequesis de los miércoles sobre El amor humano en el plan divino.

Un análisis detallado de todo ese material es sencillamente imposible en este estudio. Deberé limitarme a pocos elementos esenciales, con algunas citas entre las muchas que se podrían aducir, pero que espero basten para nuestro objetivo.

Ante todo, quisiera subrayar que ya Pablo VI, el Concilio y más aún Juan Pablo II, muestran claramente que aceptan y valoran los recientes progresos en la concepción de la sexualidad humana como lenguaje, es decir, expresión sensible de realidades interiores de la persona en la relación interpersonal. En esa perspectiva, también gana en claridad y persuasividad el descubrimiento y la presentación de las exigencias éticas inherentes al ejercicio de la sexualidad, cuando en él se incluye también su componente genital, como sucede en el acto conyugal. En efecto, esas exigencias se configuran siguiendo el modelo de las que se imponen para una comunicación entre personas, que responde a la dignidad de cada uno de los dos interlocutores.

En la Gaudium el spes el acto conyugal se presenta como la expresión privilegiada y típicamente propia del amor conyugal (cf. n. 49) y, a su vez, se dice que el amor conyugal está constitucionalmente ordenado a la transmisión de la vida, o procreación (ct. n. 50). «Amor» y «vida» son, por consiguiente, los valores centrales que están en juego en el amor conyugal. Y esos valores son evidentemente de suma importancia.

Pablo VI expresa substancialmente lo mismo poniendo de relieve los «significados» del acto conyugal y fundando las exigencias éticas en el principio de la inseparabilidad de los dos significados que encierra en su estructura el acto, es decir, el significado unitivo y el procreador: «Esta doctrina (...) está fundada sobre la inseparable conexión (...) entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador (...). Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad» (Humanae vitae, 12). El Pontífice ya había subrayado anteriormente el profundo vínculo que existe entre amor y vida, cuando puso la «totalidad» y la «fecundidad» entre las cualidades esenciales e indispensables que debe tener el amor para ser auténticamente conyugal. En efecto, la totalidad no permite exclusiones o reservas de ninguna clase; y la fecundidad es una orientación hacia la vida por transmitir (cf. ib., 9).

En esta línea, Juan Pablo II, en la Familiaris Consortio llega a afirmar que «la donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona (...); si la persona se reservase algo (...) ya no se donaría totalmente» (n. 11). Luego, con férrea lógica, cuando en el mismo documento llega a tocar el tema de la anticoncepción, el Pontífice ofrece en un párrafo muy denso un panorama iluminador de los valores que quedan destruidos por la anticoncepción. Conviene citarlo aquí por entero: «Cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como "árbitros" del designio divino y "manipulan" y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación "total". Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la anticoncepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal» (ib., 32).

Para mayor claridad, conviene esquematizar las numerosas destrucciones de valores que la anticoncepción implica objetivamente:

1. No aceptación de su misión de «ministros» y «colaboradores» de Dios en la transmisión de la vida.
2. Pretensión de convertirse en «árbitros» del designio divino (5).
3. Envilecimiento de la sexualidad humana y, por tanto, de la propia persona y del cónyuge.
4. Falsificación del lenguaje sexual hasta hacerlo objetivamente contradictorio.
5. Eliminación de toda referencia al valor «vida».
6. Herida mortal («falsificación de la verdad interior») del amor conyugal mismo.

El «no» a la vida, que el uso de un anticonceptivo grita con su misma denominación, se presenta así también, y ante todo, como un «no a Dios», Ya lo puso de relieve con fuerza Pablo VI en la Humanae vitae. También conviene citar íntegro ese pasaje: «Un acto de amor recíproco que prejuzgue la disponibilidad a transmitir la vida que Dios creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida. Usar este don divino destruyendo su significado y su finalidad, aun sólo parcialmente, es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad» (n.13).

Volviendo a Juan Pablo II, en la parte final de la catequesis a la que nos hemos referido sobre «El amor humano en el plan divino», cuando «relee» la doctrina de la Humanae vitae sobre la anticoncepción, desarrolla magistralmente cada uno de esos aspectos. Así, por lo que atañe a la ofensa a la dignidad de la persona humana, el Pontífice no duda en decir que esa dignidad queda radicalmente en peligro en el comportamiento anticonceptivo porque en la persona, que tiene como «constitución fundamental» el dominio de sí, se aplica el modelo propio de la relación con las cosas, que es una relación de dominio, privando así al hombre «de la subjetividad que le es propia» y haciendo de él «un objeto de manipulación»(6).

Juan Pablo II desarrolla, a continuación, las reflexiones, centrándolas en el acto conyugal: como «auténtico lenguaje de las personas» en el que «el hombre y la mujer se expresan recíprocamente a si mismos del modo más pleno y más profundo» en su «masculinidad y femineidad», el acto conyugal «está sometido a las exigencias de la verdad». Y esto en dos niveles, personalista y teológico, vinculados entre sí.

En el nivel personalista, el nexo entre los dos significados estructurales del acto conyugal es tal que «uno se realiza juntamente con el otro, y, en cierto sentido, el uno a través del otro». Por eso, «privado de su verdad interior, al ser privado artificialmente de su capacidad procreadora, deja también de ser acto de amor» y,.en consecuencia, unión corpórea (...) no corresponde a la verdad interior ni a la dignidad de la comunión personal». Así pues, la falsificación se hace total porque falta la verdad «del dominio de si y de la recíproca aceptación de si por parte de la persona»

En el nivel teológico, se violan las exigencias de la verdad, pues en la unión conyugal debe encontrar expresión tanto «la verdad del sacramento» entendido como designio divino, del que los esposos son ministros y «que "desde el principio" se constituye en el signo de la "unión de la carne», como la verdad del sacramento en sentido más estricto, que «se perfecciona por la unión conyugal», en la que, por tanto, «el hombre y la mujer están llamados a expresar ese misterioso lenguaje" de sus cuerpos en toda la verdad que les es propia».

Como último elemento, a mi parecer, es plenamente correcto aplicar al desorden moral que constituye en campo sexual la anticoncepción un principio general que nos recuerda otro documento del Magisterio: la declaración Persona humana, sobre algunas cuestiones de ética sexual, publicada por la Congregación para la doctrina de la fe el 29 de diciembre, de 1975. Todo el número 10 está dedicado a explicar cómo se han de valorar los comportamientos que constituyen un desorden moral en el campo sexual. El principio está formulado de la siguiente manera: «El orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan elevados que toda violación directa de este orden es objetivamente grave».

Que la anticoncepción constituye una violación directa del orden moral de la sexualidad es una enseñanza inequívoca y constante del Magisterio, dado que la califica como «intrínsecamente deshonesta, Por tanto, vale plenamente para ella la enseñanza que se recoge en la declaración Persona humana.

Los limites de espacio no me permiten añadir otras referencias. Pero las que he aducido bastan para demostrar que en la doctrina de la Iglesia el acto conyugal implica valores de importancia muy grande. -algunos de ellos son realmente fundamentales- y que la anticoncepción los pone seriamente en peligro, hasta llegar incluso a destruirlos. De esta forma resulta evidente que, en la doctrina propuesta por el Magisterio, el uso de anticonceptivos en la realización del acto conyugal constituye materia grave de pecado, y, además, es un comportamiento «intrínsecamente deshonesto»; por tanto, nunca resulta lícito, independientemente del motivo y de la finalidad con que se haga.

Reflexiones finales

Se pueden hallar más confirmaciones de la gravedad moral objetiva de la anticoncepción prestando atención a algunas características que ese comportamiento ha asumido en nuestro tiempo. Y el Magisterio lo ha hecho oportunamente.

Impedir que el acto conyugal ponga en marcha el proceso generador ha sido, hasta un pasado muy reciente, un problema exclusivo de los cónyuges, por motivos y situaciones particulares. En la sociedad y la cultura que se han desarrollado con la industrialización, por una serie compleja de factores que aquí no me es posible ni siquiera mencionar, una fuerte reducción de la natalidad se ha transformado en una exigencia y una costumbre en casi todos los matrimonios. De esta forma, sin de ser un problema conyugal, se ha convertido también en un problema social, y, finalmente, en problema político, tanto de política interior en cada Estado, como de política internacional, especialmente en el ámbito de las relaciones entre países desarrollados y países en vías de desarrollo. Las dimensiones reales del problema a estos niveles, además, han sido astutamente exageradas, asustando con el fantasma de una catástrofe planetaria por exceso de población de la tierra (la así llamada bomba P», es decir, bomba de la población) y por muerte de todos a causa del hambre.

Una drástica reducción de los nacimientos ha cobrado, así, el carácter de una urgencia dramática, inicialmente en los países desarrollados y sucesivamente en los demás, a los que se ha acusado de ser los verdaderos responsables de la «explosión demográfica», otra palabra dotada de gran carga emotiva.

Con la complicidad de gobiernos, de organismos internacionales, comenzando por la ONU y la Organización mundial de la salud, así como de organizaciones privadas que cuentan con mucho dinero, se ha ido desarrollando lo que Juan Pablo II ha denunciado como «la conjura contra la vida»(7). Una conjura, prosigue el Papa, «que ve implicadas incluso a instituciones internacionales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Finalmente, no se puede negar que los medios de comunicación social son con frecuencia cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones incondicionales a favor de la vida»(8).

La difusión en las masas de la anticoncepción ha sido el primer paso de un camino de muerte. De allí ha derivado pronto una vasta «mentalidad anticonceptiva» es decir, una amplia actitud de rechazo de todo hijo no querido, abriendo así el camino a una gran aceptación social de la esterilización y del aborto. A su vez, esto está constituyendo la premisa para la aceptación social de la eutanasia y de su legitimación jurídica.

Esta trágica y enorme destrucción de valores humanos fundamentales, en las relaciones entre países ricos y países pobres, guarda relación con políticas cínicamente opresivas, que llegan a imponer a los países pobres, como condición para la concesión de ayudas económicas, de alimentos y de medicinas, que adopten medidas encaminadas a conseguir rápidamente el «crecimiento cero» de la población, con cualquier medio, desde la anticoncepción hasta el aborto obligatorio después del primero o del segundo hijo. Un auténtico crimen, gravísimo, cuya repugnante brutalidad se comprende cuando se descubre que en muchos países pobres la gente encuentra en abundancia y gratuitamente anticonceptivos y abortivos de todo tipo, pero no halla medicinas que salvarían la vida a millones de seres humanos, que mueren, por ejemplo, a causa de la malaria y de otras enfermedades, hoy fácilmente curables. La condena del Magisterio ha sido constante y severa. Me limito a referir la que recoge la Familiaris consortio: «Hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepción, esterilización y aborto provocado»(9).

La anticoncepción, por consiguiente, en nuestro mundo contemporáneo ha desempeñado y desempeña un papel muy importante en el desarrollo de la asoladora «cultura de la muerte, cuyas víctimas se cuentan por decenas de millones cada año. Una cultura que, además, envilece la sexualidad humana y desvirtúa el amor incluso en su forma más sublime, como es el amor materno, cuando confiere a la madre el absurdo derecho de matar al niño que lleva en su seno. Una cultura, además, que está devastando y tratando de destruir esos mismos valores en los pueblos económicamente pobres -y políticamente indefensos- pero ricos en tantos valores humanos, desde hace mucho tiempo oscurecidos en nuestros países ricos.

Los cónyuges que eligen la anticoncepción, lo sepan o no, contribuyen a consolidar y potenciar en su fuente esa cultura. Y esto no puede menos de conllevar responsabilidades de una gravedad y seriedad que difícilmente se puede medir, pero que son ciertamente enormes.

NOTAS

1 -Pío XI, carta encíclica: Casti connubii (30 de diciembre, de 1930), en AAS 22 (1930) PP. 559-561.
2 -Véase especialmente el número 29, en el que el Santo Padre acoge entre comillas la Proposición 21, formulada por los padres sinodales.
3 -Insegnamenti di Paolo VI, vol. li, 1964, Libreria Editrice Vaticana, Ciltá del Vaticano, p. 420.
4 -El texto W discurso se puede ver en Insegnamienti di Paolo VI, vol. VI, 1968, pp. 869-873.
5 -Sobre este punto, y sobre algunos otros que aquí se ponen de relieve, pueden verse reflexiones muy iluminadoras en el discurso dirigido por el Santo Padre a los sacerdotes que participaban en un seminario sobre «La procreación responsable el 17 de septiembre, de 1983: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de, 1983, p. 20.
6 -Las citas siguientes están tomadas de la catequesis pronunciada por el Papa el miércoles 22 de agosto, de 1984: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto, de 1984, p. 3.
7 -Evangelium Vitae, 12, 17,...
8 -Ib., 17
9 -Familiaris Consortio, 30.
 
Luis Fernando:
¿quién es el Estado para ordenar a un matrimonio los hijos que tiene que tener?
haaz:
Pregunta interesante, creo que HASTA CIERTO PUNTO, es un asunto del gobierno, aunque me parece que llegar hasta la prohibición tal vez sea un extremo.

Luis Fernando:
¿en qué parte de la Biblia se basan para aceptar que las familias limiten artificialmente el número de hijos que han de tener?
haaz:
Seguramente dos versículos más abajo de donde lo prohibe.
 
¨HUMANAE VITAE"
SOBRE LA REGULACIÓN DE LA NATALIDAD

CARTA ENCÍCLICA de S.S. Pablo VI

Venerables hermanos y amados hijos:

La transmisión de la vida

1. El gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de grandes alegrías aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias.

En todos los tiempos ha planteado el cumplimiento de este deber serios problemas en la conciencia de los cónyuges, pero con la actual transformación de la sociedad se han verificado unos cambios tales que han hecho surgir nuevas cuestiones que la Iglesia no podía ignorar por tratarse de una materia relacionada tan de cerca con la vida y la felicidad de los hombres.

I - NUEVOS ASPECTOS DEL PROBLEMA Y COMPETENCIA DEL MAGISTERIO

Nuevo enfoque del problema

2. Los cambios que se han producido son, en efecto, notables y de diversa índole. Se trata, ante todo, del rápido desarrollo demográfico. Muchos manifiestan el temor de que la población mundial aumente más rápidamente que las reservas de que dispone, con creciente angustia para tantas familias y pueblos en vía de desarrollo, siendo grande la tentación de las Autoridades de oponer a este peligro medidas radicales. Además, las condiciones de trabajo y de habitación y las múltiples exigencias que van aumentando en el campo económico y en el de la educación, con frecuencia hacen hoy difícil el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos

Se asiste también a un cambio, tanto en el modo de considerar la personalidad de la mujer y su puesto en la sociedad, como en el valor que hay que atribuir al amor conyugal dentro del matrimonio y en el aprecio que se debe dar al significado de los actos conyugales en relación con este amor.

Finalmente y sobre todo el hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida síquica, a la vida social y hasta a las leyes que regulan la transmisión de la vida.

3. El nuevo estado de cosas hace plantear nuevas preguntas. Consideradas las condiciones de la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales tienen en orden a la armonía entre los esposos y a su mutua fidelidad, ¿no sería indicado revisar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que las mismas no pueden observarse sin sacrificios algunas veces heroicos?.

Más aún: extendiendo a este campo la aplicación del llamado “principio de totalidad”, ¿no se podría admitir que la intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente esterilizadora en un control lícito y prudente de los nacimientos?, es decir, ¿no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos? Se pregunta también si, dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, no haya llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad, más que a los ritmos biológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad.

Competencia del magisterio

4. Estas cuestiones exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la divina Revelación.

Ningún fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la ley moral natural. Es, en efecto, incontrovertible -como tantas veces han declarado Nuestros Predecesores (1)-- que Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes sus mandamientos (2), los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no solo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse (3).

En conformidad con esta sumisión, la Iglesia dio siempre, y con más amplitud en los tiempos recientes, una doctrina coherente tanto sobre la naturaleza del matrimonio como sobre el recto uso de los derechos conyugales y sobre las obligaciones de los esposos (4).

Estudios especiales

5. La conciencia de esta misma misión Nos indujo a confirmar y a ampliar la Comisión de Estudio que nuestro Predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, había instituido en el mes de marzo de 1963. Esta comisión de la que formaban parte bastantes estudiosos de las diversas disciplinas relacionadas con la materia y parejas de esposos, tenía la finalidad de recoger opiniones acerca de las nuevas cuestiones referentes a la vida conyugal en particular la regulación de la natalidad, y de suministrar elementos de información oportunos, para que el Magisterio pudiese dar una respuesta adecuada a la espera de los fieles y de la opinión pública mundial (5).

Los trabajos de estos peritos, así como los sucesivos pareceres y los consejos de buen número de nuestros hermanos en el Episcopado quienes los enviaron espontáneamente o respondiendo a una petición expresa, Nos han permitido ponderar mejor los diversos aspectos del complejo argumento. Por ello les expresamos de corazón a todos Nuestra viva gratitud.

La respuesta del Magisterio

6. No podíamos, sin embargo, considerar como definitivas las conclusiones a que había llegado la Comisión, ni dispensarnos de examinar personalmente la grave cuestión; entre otros motivos, porque en seno a la Comisión no se había alcanzado una plena concordancia de juicios acerca de las normas morales a proponer y, sobre todo, porque habían aflorado algunos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza. Por ello, habiendo examinado atentamente la documentación que se Nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo Nos confió, dar Nuestra respuesta a estas graves cuestiones.

II - PRINCIPIOS DOCTRINALES

Una visión global del hombre

7. El problema de la natalidad como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no solo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna. Y puesto que, en el tentativo de justificar los métodos artificiales del control de los nacimientos, muchos han apelado a las exigencias del amor conyugal y de una "paternidad responsable", conviene precisar bien el verdadero concepto de estas dos grandes realidades de la vida matrimonial, remitiéndonos sobre todo a cuanto ha declarado, a este respecto, en forma altamente autorizada, el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral "Gaudium et Spes".

El amor conyugal

8. La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando este es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor (6), "el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra" (7).

El matrimonio no es por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.

En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia.

Sus Características

9. Bajo esta luz aparecen claramente las notas y las exigencias características del amor conyugal, siendo de suma importancia tener una idea exacta de ellas.

Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.

Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama solo por lo que de él recibe, sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.

Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo. El ejemplo de numerosos esposos a través de los siglos demuestra que la fidelidad no solo es connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y duradera.

Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres" (8).

La paternidad responsable

10. Por ello el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de "paternidad responsable" sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí.

En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana (9).

En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.

En relación con las condiciones físicas, económicas, sicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respecto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.

La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.

En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan por tanto libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudieses determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia (10).

Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial

11. Estos actos, con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, y a través de los cuales se transmite la vida humana, son, como ha recordado el Concilio, "honestos y dignos" (11) y no cesan de ser legítimos si, por causas independientes de la voluntad de los cónyuges, se prevén infecundos, porque continúan ordenados a expresar y consolidar su unión. De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismo distancian los nacimientos. La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida (12).

Inseparable los dos aspectos: unión y procreación

12. Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad. Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestros tiempos, se encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental.

Fidelidad al plan de Dios

13. Justamente se hace notar que un acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su condición actual y sus legítimos deseos, no es un verdadero acto de amor; y prescinde por tanto de una exigencia del recto orden moral en las relaciones entre los esposos. Así, quien reflexiona rectamente deberá también reconocer que un acto de amor recíproco, que prejuzgue la disponibilidad a transmitir la vida que Dios Creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio constitutivo del matrimonio y con la voluntad del autor de la vida. Usar este don divino destruyendo su significado y su finalidad, aun solo parcialmente, es contradecir la naturaleza del hombre y la de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad. Usufructuar en cambio el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador. En efecto, al igual que el hombre no tiene un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, del mismo modo tampoco lo tiene, con más razón, sobre las facultades generadoras en cuanto tales, en virtud de su ordenación intrínseca a originar la vida, de la que Dios es principio. "La vida humana es sagrada, recordaba Juan XXIII, desde su comienzo, compromete directamente la acción creadora de Dios" (13).

Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos

14. En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas (14).

Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer (15); queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio hacer imposible la procreación (16).

Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirán un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después, y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, (17) no es lícito, ni aún por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (18), es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiera salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, puede ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda.

Licitud de los medios terapéuticos

15. La Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar que se siguiese un impedimento aun previsto para la procreación, con tal que ese impedimento no sea, por cualquier motivo directamente querido (19).

Licitud del recurso a los períodos infecundos

16. A estas enseñanzas de la Iglesia sobre la moral conyugal se objeta hoy, como observábamos antes (n. 3), que es prerrogativa de la inteligencia humana dominar las energías de la naturaleza irracional y orientarlas hacia un fin en conformidad con el bien del hombre. Algunos se preguntan: actualmente, ¿no es quizás racional recurrir en muchas circunstancias al control artificial de los nacimientos, si con ello se obtienen la armonía y la tranquilidad de la familia y mejores condiciones para la educación de los hijos ya nacidos? A esta pregunta hay que responder con claridad: la Iglesia es la primera en elogiar y en recomendar la intervención de la inteligencia en una obra que tan de cerca asocia la criatura racional a su Creador, pero afirma que esto debe hacerse respetando el orden establecido por Dios.

Por consiguiente si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o sicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio solo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar (20).

La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los períodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo con la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba de amor verdadero e integralmente honesto.

Graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad

17. Los hombres rectos podrán convencerse todavía más de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el campo fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como la compañera, respetada y amada.

Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de Autoridades Públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un Gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los Gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo considerasen necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgasen más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las Autoridades Públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.

Por tanto, si no se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del "principio de totalidad" ilustrado por Nuestro predecesor Pío XII (21).

La Iglesia, garante de los auténticos valores humanos

18. Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptada por todos: son demasiadas las voces --ampliadas por los modernos medios de propaganda-- que están en contraste con la de la Iglesia. A decir verdad, esta no se maravilla de ser, a semejanza de su divino Fundador, "signo de contradicción" (22) pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, natural y evangélica. La Iglesia no ha sido la autora de estas, ni puede por tanto ser su árbitro, sino solamente su depositaria e intérprete, sin poder jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre.

Al defender la moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana; ella compromete al hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, "a participar como hijos a la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres" (23).

III - DIRECTIVAS PASTORALES

La Iglesia Madre y Maestra

19. Nuestra palabra no sería expresión adecuada del pensamiento y de las solicitudes de la Iglesia, Madre y Maestra de todas las gentes, si, después de haber invitado a los hombres a observar y a respetar la ley divina referente al matrimonio, no les confortase en el camino de una honesta regulación de la naturalidad, aun en medio de las difíciles condiciones que hoy afligen a las familias y a los pueblos. La Iglesia, efectivamente, no puede tener otra actitud para con los hombres que la del Redentor: conoce su debilidad, tiene compasión de las muchedumbres, acoge a los pecadores, pero no puede renunciar a enseñar la ley que en realidad es la propia de una vida humana llevada a su verdad originaria y conducida por el Espíritu de Dios (24).

Posibilidad de observar la Ley Divina

20. La Doctrina de la Iglesia, en materia de regulación de la natalidad, promulgadora de la ley divina, aparecerá fácilmente a los ojos de muchos difícil e incluso imposible en la práctica. Y es verdad que, como todas las grandes y beneficiosas realidades, exige un serio empeño y muchos esfuerzos de orden familiar, individual y social. Más aún no sería posible actuarla sin la ayuda de Dios, que sostiene y fortalece la buena voluntad de los hombres. Pero a todo aquel que reflexione seriamente, no puede menos de aparecer que tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician la comunidad humana.

Dominio de sí mismo

21. Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio de instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles.

Crear un ambiente favorable a la castidad

22. Nos queremos en esta ocasión llamar la atención de los educadores y de todos aquellos que tienen incumbencia de responsabilidad en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al triunfo de la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral.

Todo lo que en los medios modernos de comunicación social conduce a la excitación de los sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos, debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu humano. En vano se trataría de buscar justificación a estas depravaciones con el pretexto de exigencias artísticas o científicas (25), o aduciendo como argumento la libertad concebida en este campo por las Autoridades públicas.

Llamamiento a las Autoridades Públicas

23. Nos decimos a los Gobernantes, que son los primeros responsables del bien común y que pueden hacer mucho para salvaguardar las costumbres morales: no permitáis que se degrade la moralidad de vuestros pueblos; no aceptéis que se introduzcan legalmente en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los Poderes Públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: El de una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos.

Somos conscientes de las graves dificultades con que tropiezan los Poderes Públicos a este respecto, especialmente en los pueblos en vía de desarrollo. A sus legítimas preocupaciones hemos dedicado Nuestra Encíclica Populorum Progressio. Y con Nuestro Predecesor, Juan XXIII, seguimos diciendo: "Estas dificultades no se superan con recurso o métodos y medios que son indignos del hombre y cuya explicación está solo en una concepción estrechamente materialística del hombre mismo y de su vida. La verdadera solución solamente se halla en el desarrollo económico y en el progreso social, que respeten y promuevan los verdaderos valores humanos, individuales y sociales" (26). Tampoco se podría hacer responsable, sin grave injusticia, a la Divina Providencia de lo que por el contrario dependería de una menor sagacidad de gobierno, de un escaso sentido de la justicia social, de un monopolio egoísta o también de la indolencia responsable en afrontar los esfuerzos y sacrificios necesarios para asegurar la elevación del nivel de la vida de un pueblo y de todos sus hijos (27). Que todos los Poderes responsables

--como ya algunos lo vienen haciendo laudablemente-- reaviven generosamente los propios esfuerzos, y que no cese de extenderse el mutuo apoyo entre todos los miembros de la familia humana: es un campo inmenso el que se abre de este modo a la actividad de las grandes organizaciones internacionales.

A los hombres de ciencia

24. Queremos ahora alentar a los hombres de ciencia, los cuales "pueden contribuir notablemente al bien del matrimonio y de la familia y de la paz, de las conciencias si, uniendo sus estudios, se proponen aclarar más profundamente las diversas condiciones favorables de una honesta regulación de la procreación humana" (28). Es de desear en particular que, según el augurio expresado ya por Pío XII, la ciencia médica logre dar una base, suficientemente segura, para una regulación de nacimientos fundada en la observancia de los ritmos naturales (29). De este modo los científicos y en especial los católicos, contribuirán a demostrar con los hechos que, como enseña la Iglesia, "no puede haber verdadera contradicción entre las leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y aquellas que favorecen un auténtico amor conyugal" (30).

A los esposos cristianos

25. Nuestra palabra se dirige ahora más directamente a Nuestros hijos, en particular a los llamados por Dios a servirlo en el matrimonio. La Iglesia, al mismo tiempo que enseña las exigencias imprescriptibles de la ley divina, anuncia la salvación y abre con los sacramentos los caminos de la gracia, la cual hace del hombre una nueva criatura, capaz de corresponder en el amor y en la verdadera libertad al designio de su Creador y Salvador, y de encontrar suave el yugo de Cristo (31).

Los esposos cristianos, pues, dóciles a su voz, deben recordar que su vocación cristiana, iniciada en el bautismo, se ha especificado y fortalecido ulteriormente con el Sacramento del Matrimonio. Por lo mismo los cónyuges son corroboradores y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio propio de ellos, delante del mundo (32). A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana.

No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los cónyuges cristianos; para ellos como para todos "la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva a la vida" (33). La esperanza de esta vida debe iluminar su camino, mientras se esfuerzan animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo presente (34), conscientes de que la forma de este mundo es pasajera (35).

Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y por la esperanza que "no engaña porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones junto con el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (36); invoquen con oración perseverante la ayuda divina; acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía. Y si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el Sacramento de la Penitencia. Podrán realizar así la plenitud de la vida conyugal, descrita por el apóstol: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia ( . . . ). Los maridos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. Amar a la esposa ¿no es acaso amarse a sí mismo? Nadie ha odiado jamás su propia carne, sino que la nutre y la cuida como Cristo a su Iglesia ( . . . ). Este misterio es grande, pero entendido de Cristo y la Iglesia. Por lo que se refiere a vosotros, cada uno en particular ame a su esposa como a sí mismo y la mujer respete a su propio marido" (37).

Apostolado entre los hogares

26. Entre los frutos logrados con un generoso esfuerzo de fidelidad a la ley divina, uno de los más preciosos es que los cónyuges no rara vez sienten el deseo de comunicar a los demás su experiencia. Una nueva e importantísima forma de apostolado entre semejantes se inserta de este modo en el amplio cuadro de la vocación de los laicos: los mismos esposos se convierten en guía de otros esposos. Esta es sin duda, entre las numerosas formas de apostolado, una de las que hoy aparecen más oportunas (38).

A los médicos y al personal sanitario

27. Estimamos altamente a los médicos y a los miembros del personal de sanidad, quienes en el ejercicio de su profesión sienten entrañablemente las superiores exigencias de su vocación cristiana, por encima de todo interés humano. Perseveren, pues, en promover constantemente las soluciones inspiradas en la fe y en la recta razón, y se esfuercen en fomentar la convicción y el respeto de las mismas en su ambiente. Consideren también como propio deber profesional el procurarse toda la ciencia necesaria en este aspecto delicado con el fin de poder dar a los esposos que los consultan sabios consejos y directrices sanas que de ellos esperan con todo derecho.

A los sacerdotes

28. Amados hijos sacerdotes, que sois por vocación los consejeros y los directores espirituales de las personas y de las familias, a vosotros queremos dirigirnos ahora con toda confianza. Vuestra primera incumbencia --en especial la de aquellos que enseñan la teología moral-- es exponer sin ambigüedades la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Sed los primeros en dar ejemplo de obsequio leal, interna y externamente, al Magisterio de la Iglesia, en el ejercicio de vuestro ministerio. Tal obsequio, bien lo sabéis, es obligatorio no solo por las razones aducidas, sino sobre todo por razón de la luz del Espíritu Santo, de la cual están particularmente asistidos los Pastores de la Iglesia para ilustrar la verdad (39). Conocéis también la suma importancia que tiene para la paz de las conciencias y para la unidad del pueblo cristiano, que en el campo de la moral y del dogma se atengan todos al Magisterio de la Iglesia y hablen del mismo modo. Por esto renovamos con todo Nuestro ánimo el angustioso llamamiento del apóstol Pablo: "Os ruego, hermanos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cismas, antes seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir" (40).

29. No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas. Pero esto debe ir acompañado siempre de la paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para juzgar sino para salvar (41), El fue, ciertamente, intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas.

Que en medio de sus dificultades encuentren siempre los cónyuges en las palabras y en el corazón del sacerdote el eco de la voz y del amor del Redentor.

Hablad además con confianza, amados hijos, seguros de que el Espíritu de Dios que asiste al Magisterio en el proponer la doctrina, ilumina internamente los corazones de los fieles, invitándolos a prestar su asentimiento. Enseñad a los esposos el camino necesario de la oración, preparadlos a que acudan con frecuencia y con fe a los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, sin que se dejen nunca desalentar por su debilidad.

A los Obispos

30. Queridos y Venerables Hermanos en el Episcopado, con quienes compartimos más de cerca la solicitud del bien espiritual del Pueblo de Dios, a vosotros va Nuestro pensamiento reverente y afectuoso al final de esta encíclica. A todos dirigimos una apremiante invitación. Trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores, y de vuestros fieles con ardor y sin descanso por la salvaguardia y la santidad del matrimonio para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Considerad esta misión como una de vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual. Esto supone, como sabéis, una acción pastoral, coordinada en todos los campos de la actividad humana, económica, cultural y social; en efecto, solo mejorando simultáneamente todos estos sectores, se podrá hacer no solo tolerable sino más fácil y feliz la vida de los padres y de los hijos en el seno de la familia, más fraterna y pacífica la convivencia de la sociedad humana, respetando fielmente el designio de Dios sobre el mundo.



LLAMAMIENTO FINAL

31. Venerables Hermanos, amadísimos Hijos y todos vosotros hombres de buena voluntad: es grande la obra de educación, de progreso y de amor a la cual os llamamos, fundamentándonos en la doctrina de la Iglesia, de la cual el Sucesor de Pedro es, con sus Hermanos en el Episcopado, depositarios e intérprete. Obra grande de verdad, estamos convencidos de ello, tanto para el mundo como para la Iglesia, ya que el hombre no puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza y que debe observar con inteligencia y amor. Nos invocamos sobre esta tarea, como sobre todos vosotros y en particular sobre los esposos, la abundancia de las gracias del Dios de santidad y de misericordia, en prenda de las cuales os otorgamos Nuestra Bendición Apostólica.



Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta del Apóstol Santiago, 25 de julio de 1968, VI de Nuestro Pontificado.



Paulus PP. VI

NOTAS

(1) Cfr. Pío XI Enc. Qui Pluribus, Pii XI P M. Acta, vol.1, pp. 9-10; S. Pío X, Enc. Singulari Quadam, 24 septiembre 1912 AAS. 4 (1912), p. 658; Pío XI, cfr. Casti Connubii, 31 diciembre 1930, AAS. 22 (1930), pp. 579-581; Pío XII, Aloc. Magnificate Dominum al Episcopado del mundo católico, 2 noviembre 1954, AAS. 46 (1964), pp. 671-672; JUAN XIII, Enc. Mater et Magistra, 15 mayo 1961, AAS. 53 (1961), p. 457.

(2) Cfr. Mt. 28, 18-19

(3) Cfr. Mt. 7, 21

(4) Cfr. Catechismus Romanus Concilii Tridentini, pars. 2 c. 8; León XIII, Enc. Arcanum, 10 febrero 1880; Acta Leonis XIII, 2 (1881), pp. 26-29; Pío XI, Enc. Divini Illius Magistri, 31 diciembre 1929, AAS. 22 (1930), pp. 58-61; Enc. Casti Connubii, 31 diciembre 1930, AAS. 22 (1930); pp. 545-546; Pío XII, Aloc. A la Unión Italiana médico-biológica de San Lucas, 12 noviembre 1944 Discorsi e Radiomessaggi, VI pp. 191-192; Al convenio de la Unión atólica de comadronas, octubre 1951, AAS. 43 (1951), pp. 853-854; Al Congreso del "Fronte della famiglia" y de la Asociación de familias numerosas, 28 noviembre 1941, AAS. 43 (1951), pp. 857-859; Al VII Congreso de la Sociedad de Hematología, 12 septiembre 1958, AAS. 50 (1958), pp. 734-735; JUAN XXIII, Enc. Mater et Magistra, AAS. 53 (1961), pp. 446-447; Codex Iuris Canonici, Can. 1067; 1068, § 1; 1076, § 1-2; Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et Spes, nn. 47-52.

(5) Cfr. Alocución de Pablo VI al Sacro Colegio, 23 de junio de 1964, AAS. 56 (1964), p. 588; a la Comisión para el estudio de los problemas de la población, de la familia y de la natalidad, 27 marzo 1965, AAS. 57 (1965), p. 388; al Congreso Nacional de la Sociedad Italiana de Obstetricia y Ginecología, 29 octubre 1966, AAS. 58 (1966), p. 1168.

(6) Cfr. 1 Jn. 4, 8.

(7) Ef. 3, 15

(8) Conc. Vat. II, Const. Past. Gaudium et Spes, n. 50

(9) STO. TOMAS, Sum. Teol. I-II, q. 94, a. 2

(10) Gaudium et Spes, nn. 50 y 51

(11) Ibid. n. 49, 2o

(12) Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAS. 22 (1930), p. 560; Pío XII, AAS. 43 (1951), p. 843.

(13) Juan XIII, Enc. Mater et Magistra, AAS. 53 (1961), p. 447.

(14) Catechismus Romanus Concilii Tridentini, Pars. II, c. VIII; Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAS. 22 (1930), pp. 562-564; Pío XII, Discorsi e Radiomessaggi, VI, pp. 191-192, AAS. 43 (1951), pp.842-843, pp. 857-859; Juan XXIII, Enc. Pacem in terris, 11 abril 1963, AAS. 55 (1963), pp.259-260; Gaudium et Spes, n. 51.

(15) Cfr. Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAs. 33 (1930), n. 565; Decreto del S. Oficio, 22 febrero 1940, AAS. 32 (1940), p. 73; Pío XII, AAS. 43 (1951), pp. 843-844; AAS. 50 (1958), pp.734-735.

(16) Cfr. Catechismus Romanus Concilii Tridentini, pars. II, c. VIII; Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAS. 22 (1930), pp. 559-561; Pío XII, AAS. 43 (1951), p. 843; AAS.50 (1958), pp. 734- 735; Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra, AAS. 53 (1961), n. 447.

(17) Cfr. Pío XII, Aloc. al Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos Italianos, 6 diciembre 1953, AAS. 45 (1953), pp. 789-799.

(18) Cfr. Rom. 3, 8.

(19) Cfr. Pío Xii, Aloc. a los Participantes al Congreso de la Asociación Italiana de Urología, 8 octubre 1953, AAS. 45 (1953), pp. 674-675; AAS. 50 (1958), pp. 734-735

(20) Cfr. Pío XII, AAS. 43 (1951), p. 846

(21) AAS. 45 (1953), pp. 674-675; Aloc. a los Dirigentes y Socios de la Asociación Italiana de Donadores de Córnea, AAS. 48 (1956), pp. 461-462.

(22) Lc. 2, 34

(23) Pablo VI, Enc. Populorum Progressio, 26 de marzo 1967, n. 21

(24) Cfr. Rom. cap. 8

(25) Cfr. Conc. Vat. II. Decreto Inter Mirifica, sobre los medios de comunicación social, nn. 6-7

(26) Cfr. Enc. Mater et Magistra, AAS. 53 (1961), p. 447

(27) Cfr. Enc. Popularum Progressio, nn. 48-55

(28) Gaudium et Spes, n. 52

(29) Cfr. AAS. 43 (1951), p. 859

(30) Gaudium et Spes, n. 51

(31) Cfr. Mt. 11, 30

(32) Cfr. Gaudium et Spes, n. 48; Conc. Vat. II. Const. dogm. Lumen Gentium, n. 35

(33) Mt. 7, 14; cfr. Heb: 12, 11

(34) Cfr. Tit. 2, 12

(35) Cfr. 1 Cor. 7, 31

(36) Rm. 5, 5

(37) Ef. 5, 25, 28-29, 32-33

(38) Cfr. Lumen Gentium, nn. 35 y 41; Gaudium et Spes, nn. 48 y 49; CONC. VAT. II, Decr. Apostolicam Actuositatem, n. 11

(39) Cfr. Lumen Gentium, n. 25

(40) 1 Cor. 1, 10.

(41) Cfr. Jn. 3, 17.
 
Originalmente enviado por Luis Fernando:
<STRONG>Que les pregunten a las monjas......


Ma da asco que uses ese tipo de argumentos, Maripaz. ¡¡ASCO!!</STRONG>

Y a mi lo que me da verdadero ASCO es la actitud hipócrita de rechazar que la verdad salga a la luz, caiga quien caiga.

Y si curas y monjas cometen pecados de índole sexual o de la que sea, tan solo hay que decir: ¡¡Cristo murió por ellos en la cruz, y si se arrepienten, Dios se olvidará de su pecado!!

Lo que es inadmisible es la actitud de "avestruz".
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Por cierto, supongo que sabrás que a mi no me interesan las actitudes y dogmas de tu iglesia, ya que luego la gente hace lo que le da la gana, como ocurre con la idolatría; una cosa es lo que enseña la IC y otra los resultados, que a la vista están. Me interesa tu opinión, no un escrito largo del cual nadie hace caso, ocupa disco duro (que cuesta dinero), y tan solo hay algunas citas fuera de contexto.

¿Serías capaz de argumentarme y defender parrafo por parrafo la enciclica que has "pegado" sobre los métodos de anticoncepción, pero llenándola de cítas bíblicas que la avalen?. Ya sabes que una de las normas es:

11b. Dados los abusos que habitualmente se cometen, utilizando la práctica de "Copiar&Pegar" fragmentos exagerados de texto y luego no entrando a discutir el tema o temas que se ha Pegado, convirtiendo dichos textos en simple propaganda (no edificante), queda a criterio del Webmaster borrar dichos mensajes.


¿Me podrías decir cuantos católicos usan métodos anticonceptivos y hasta abortan? Mi compañera de trabajo, que es de misa casi diaria y hasta lee en público la Biblia, está de acuerdo con el aborto; en fin, una cosa es lo que se dice y otra lo que cada uno piensa, al fin y al cabo, el ser humano es libre para opinar. ;)


Lo que hace a un cristiano ser discípulo es obedecer la Palabra, no a los hombres.


Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32)


Respondiendo Pedro y los apóstoles dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres(Hechos 5:29)

Maripaz
 
Maripaz:
Y a mi lo que me da verdadero ASCO es la actitud hipócrita de rechazar que la verdad salga a la luz, caiga quien caiga.

Y si curas y monjas cometen pecados de índole sexual o de la que sea, tan solo hay que decir: ¡¡Cristo murió por ellos en la cruz, y si se arrepienten, Dios se olvidará de su pecado!!

Lo que es inadmisible es la actitud de "avestruz".

Luis:
¿ah sí? ¿y acaso no es cierto que en este foro los católicos hemos criticado lo ocurrido en África? ¿no es cierto que incluso a mí se me acusó de ser inmisericorde con los curas violadores? ¿no es cierto que fue la propia Iglesia Católica la que dio publicidad al asunto, quizás incumpliendo lo dicho por la Biblia en 1ª Cor 6?

Tú misma caes en tu trampa. ¿Vas a estar recordando lo de las violaciones de monjas cuando salga algo relacionado con estos temas? <IMG SRC="murcielago.gif" border="0">

Respecto a las citas bíblicas de la encíclica, las tienes al final del texto.

Y si el webmaster considera que he incumplido la norma 11b, que borre esos mensajes.


Respecto a tu vecina, le dices de mi parte que por mucha misa diaria y por mucha Biblia que lea, no se puede ser a la vez católica y apoyar el aborto. Y si quiere y puede, que participe en el foro que ya se lo diré yo directamente.
El aborto es causa inmediata de excomunión, así que si algún católico participa en dicho acto, inmediatamente deja de ser católico.
 
Extractado del capítulo 6 del libro "El Origen de los Conflictos Pentecostales", editorial CLIE, escrito por J.L Andújar, pastor pentecostal y que es, o era, director de la Spanish Bible-Way Mission en USA.
La posición del pastor Andújar representa, más o menos, la de todo el protestantismo hasta principios del siglo XX

Hermano lector, ¿eres casado? ¿conoces tú el tesoro de los hijos? Vuelve a leer los tres últimos versículos del Salmo 127 y, ¡gózate!
Procrear hijos fue una orden, no una sugerencia. La tierra estaba despoblada, había que llenarla. Esta orden se repitió a Noé,Agar, y a Abraham, después de la caída. Antes de la caída la orden de procrear era necesaria porque la gente no moría, después de la caída era indespensable porque la gente muere. Estadísticas recientes indican que cada vez que el reloj marca un segundo mueren ochenta y cuatro personas, y a la vez nacen ochenta y siete, pero para nosotros, los convertidos al evangelio lo importante es que Dios lo ordenó, los hijos son "herencia de Jehová", amado fruto del vientre. Lee Jeremías 29:6 y ¡vuelve a gozarte!
Se dice que hogar significa "vida de familia", pero sin hijos no hay hogar. Un matrimonio es completo cuando está consciente de la orden divina que proclama y dice: "Fructificad y multiplicaos". En la experiencia de cualquier matrimonio responsable, los hijos se convierten en un seguro de supervivencia y en joyas que engalanan el compromiso matrimonial.

....

El apóstol Pablo añade: "Que gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujección con toda honestidad" y de su compañera dice: "La mujer se salvará engendrando hijos, si permaneciere en la fe, amor y santificación con modestia".
Después de Génesis 3:15, hasta Juan el Bautista, se añade a este concepto la expectación de primogénitos con expectación mesiánica por la futuras madres judías, pero al nacer Cristo, esa esperanza entre ellas quedó como parte de la historia sagrada. Ahora bien, como todas las cosas que Dios establece para nuestro bienestar sufren contratiempos, así también a través de los siglos, los matrimonios que quieren levantar una familia con dignidad y buenos principios, también sufren y son tentados a envolverse en programas de planificación de familia para limitar los nacimientos....

.....
La tendencia a limitar la familia es muy antigua y a la vez asombrosa. Los egipcios, la primera cultura reconocida por los historiadores, seguida por la babilónica y la hebrea, fue la que mucho antes de Cristo estableció formas de planificación familiar, sin una ley directa de moral como posteriormente se registró para los judíos en el Antiguos Testamento
......

De acuerdo a la Biblia, la concepción además de ser un prodigio milagroso, conllevaba entre otras cosas, planes de redención. Cuando en Malaquías 2:15, leemos de una descendencia para Dios, está bien claro el establecimiento de tal expectación cimplida en la persona de María, cuando dice: "Salve, muy favorecida" (Lc 1:28-31). Siempre he visto que uno de los contextos de esa escritura se registra en Gálatas 4:4 :"Y llegando el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo nacido de mujer", de modo que, sin lugar a equivocarnos en el matrimonio la primera prioridad son los hijos como base de la verdadera felicidad y prosperidad, lo contrario son líneas divisorias, ¡evítalas!
 
en el matrimonio la primera prioridad son los hijos como base de la verdadera felicidad y prosperidad, lo contrario son líneas divisorias, ¡evítalas!

Eso es lo que siempre te decimos en relacion al matrimonio de Jose y Maria , y hasta algunos de ustedes nos acusan de desprestigiar a Maria , por decir que tuvo hijos en su legitimo matrimonio con Jose su esposo .

Ahora la cuestion en si . Cada quien debe tener los hijos que pueda alimentar , y educar , el resto es un crimen . Cada pareja debera ponerse de acuerdo en esas dos cosas . Tambien en cual seria el control mas adecuado e inocuo . La biblia no considera nada al respecto , no roza el tema siquiera . Aunque si estoy consciente que todos debemos tener los hijos que seamos capaces de amar , y mantener , ya que estos , y tal y como siempre lo he dicho , son mas de Dios , que nuestros .
 
¿por lo que dices has de tener como unos 15 hijos más o menos Luis Fernando, es así?

Originalmente enviado por Luis Fernando:
<STRONG>Que les pregunten a las monjas......


Ma da asco que uses ese tipo de argumentos, Maripaz. ¡¡ASCO!!</STRONG>
 
Roberto, el Señor nos ha bendecido con 3 hijos.
Por circustancias de salud de mi esposa, no podremos tener más. Y créeme que bien que lo sentimos.

Elisa, NADA en la vida de María y José fue normal. ¡¡NADA!!
Pero además, ese es otro tema
 
Antes que otro católlico mas se quiera lavar en agua bendita, quiciera señalar dos cosas.

El tal pastor no representa el pensamiento protestante. No conocemos a fondo su posición, sino un comentario de su muy personal posición respecto a un asunto regional de la China comunista que en nada tiene que ver con el pensamiento protestante de decadas atras.

Luis Fernando, me impresionas cuando señalas, copias y transcribes los siguiente:

Para mayor claridad, conviene esquematizar las numerosas destrucciones de valores que la anticoncepción implica objetivamente:

1. No aceptación de su misión de «ministros» y «colaboradores» de Dios en la transmisión de la vida.
2. Pretensión de convertirse en «árbitros» del designio divino (5).
3. Envilecimiento de la sexualidad humana y, por tanto, de la propia persona y del cónyuge.
4. Falsificación del lenguaje sexual hasta hacerlo objetivamente contradictorio.
5. Eliminación de toda referencia al valor «vida».
6. Herida mortal («falsificación de la verdad interior») del amor conyugal mismo.


A lo que yo te pregunto ¿quien te dijo que es mas santo la abstinencia que la contracepción?

Ambas optan por la no vida, por el no deseo de la vida, por el repudio a la vida. En el interior de la pareja católica que no desea saber mas de hijos está la simiente misma de la negació a la vida...el método es lo de menos.

Has extensivo lo que trasncribes a esa paraja católica que conoces, cada acusacion y sentencia que transcrbes la podemos hacer perfectamente extensible a Juan y Juanita fervientes líderes religiosos de su pueblo, ellos han decidido libre y soberanamante al no desear mas hijos:

1. No aceptación de su misión de «ministros» y «colaboradores» de Dios en la transmisión de la vida.
2. Pretensión de convertirse en «árbitros» del designio divino (5).
3. Envilecimiento de la sexualidad humana y, por tanto, de la propia persona y del cónyuge.
4. Falsificación del lenguaje sexual hasta hacerlo objetivamente contradictorio.
5. Eliminación de toda referencia al valor «vida».
6. Herida mortal («falsificación de la verdad interior») del amor conyugal mismo.

¡¿he?!

¿O ha de cambiar todo esto el método del doctor Billings, cuando el corazón de este par no está el deseo de la procreación?

¿es mas santo estar midiendo el moco cervical y la temperatura corporal para asegurarse bien de no tener mas hijos, con toda alevosía, premeditación y ventaja?...¡ha, eso sí con el "permiso" papal...

Pamplinas, el hombre no desea tener mas hijos porque le estorban, no desea tener mas familia porque no vive por fe sino conforme a su cartera, el método que eliga no lo exluye del mismo crimen.

La lavandería de agua bendita o dicho en otras palabras la doble moral del discurso obvia que no importa que sea con bala de plata, de platino o de bronce...la bala matará a quien con esta premeditación se desea matar o peor aún, ni siquiera concebir.

¡que moral!

¡Linchemos al pastor! o diré para una mejor alusión a la sana costumbre de señalar con el dedo ¡"quemémosle en leña verde"! porque nosotros somos ajenos a tal crimen...que forma de evadir la culpa.

Católico: Si tienes la conciencia tranquila por no haber gestado al hijo que Dios tenía preparado para tí y te hincas junto a una veladora creyendo que estas a salvo de tu crimen por haber evitado la concepción con un método "naural", escucha esto: No es natural que seas tu quien cambie el deseo de Dios, sea con el método de Billings o cualquier otro. En tu corazón se gestó la idea de no tener mas descendencia y el método no exluye tu culpa en esto.

Saludos.
 
Originalmente enviado por Luis Fernando:
<STRONG>Maripaz:
Y a mi lo que me da verdadero ASCO es la actitud hipócrita de rechazar que la verdad salga a la luz, caiga quien caiga.

Y si curas y monjas cometen pecados de índole sexual o de la que sea, tan solo hay que decir: ¡¡Cristo murió por ellos en la cruz, y si se arrepienten, Dios se olvidará de su pecado!!

Lo que es inadmisible es la actitud de "avestruz".

Luis:
¿ah sí? ¿y acaso no es cierto que en este foro los católicos hemos criticado lo ocurrido en África? ¿no es cierto que incluso a mí se me acusó de ser inmisericorde con los curas violadores? ¿no es cierto que fue la propia Iglesia Católica la que dio publicidad al asunto, quizás incumpliendo lo dicho por la Biblia en 1ª Cor 6?

Tú misma caes en tu trampa. ¿Vas a estar recordando lo de las violaciones de monjas cuando salga algo relacionado con estos temas? <IMG SRC="murcielago.gif" border="0">

Respecto a las citas bíblicas de la encíclica, las tienes al final del texto.

Y si el webmaster considera que he incumplido la norma 11b, que borre esos mensajes.


Respecto a tu vecina, le dices de mi parte que por mucha misa diaria y por mucha Biblia que lea, no se puede ser a la vez católica y apoyar el aborto. Y si quiere y puede, que participe en el foro que ya se lo diré yo directamente.
El aborto es causa inmediata de excomunión, así que si algún católico participa en dicho acto, inmediatamente deja de ser católico.</STRONG>


Luis:

Lo que yo he citado NO ES EL TEMA QUE RECIENTEMENTE SE ABORDÓ DE LOS CASOS DE VIOLACIONES DE MONJAS EN AFRICA <IMG SRC="no.gif" border="0">


Se trataba de darnos una "vuelta" por TOOOOOODA la historia sexual del clero a lo largo de 2000 años de IC.


Intentas "tapar el sol con un dedo" y no ves donde radica el problema, o al menos , no tienes el valor de reconocerlo publicamente.


En fin "No hay peor ciego que el que no quiere ver", cuando la Palabra de Dios es clara con respecto al sexo dentro del matrimonio:

El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. 4La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. 5No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia. 6Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. (1 Corintios 7:3-6)


Maripaz <IMG SRC="saltofuego.gif" border="0">
 
Maripaz, ¿quién está negando que deba de haber sexo en el matrimonio?
:confused:
 
Originalmente enviado por Luis Fernando:
<STRONG>Maripaz, ¿quién está negando que deba de haber sexo en el matrimonio?
:confused:</STRONG>


:eek: :confused: :eek: :confused: :eek:

¿Y quien ha dicho lo contrario?

Maripaz
 
Pues me pareció que por ahí iban tus tiros al leer la última parte de tu mensaje anterior
Pero nada, nada. Me habré equivocado
 
Maripaz

¿Tu piensas que el método "natural" es realmente natural?

Luis Fernado

¿Tu piensas que es moral la anticoncepción por el método de Bilings?

Porque lo que contamina al hombre no es lo que entra por su boca sino lo que sale de su corazón...homicidios, etc.

¿Podemos considerar el deseo de no procrear homicidio? No me refiero a la pobre mujer con cancer terminal que por su salud debiea no tener mas familia...me refiero a una pareja de creyentes que pudiendo tener y cuidar no desea tener mas hijos por no convenir así a sus intereses y se vale de "n" métodos naturales (las hormonas debieran en todo caso tambien ser consideradas como "naturales" por cierto) o artificiales.

Es curioso, se le llama método "natural" al bloqueo de la contracepción esperando pacientemeente que día no se es fértil. Se le llama "artificial" cuando no se espera ese día pero se bloquea la concepción por cualquier otro medio (fisico por ejemplo).

Saludos