LA SANGRE DE JESUS NOS SALVA
Gracias al rescate conseguimos “el perdón de nuestros pecados” (Col. 1:13, 14).
Tal perdón nos permite servir a Jehová con una conciencia limpia (Heb. 9:13, 14).
Podemos expresarnos con franqueza cuando nos dirigimos a Jehová en oración (Heb. 4:14-16).
Y, por ejercer fe en el rescate,
tenemos la grandiosa expectativa de vivir por la eternidad (Juan 3:16).
(Colosenses 1:13, 14) Él nos rescató de la autoridad de la oscuridad
y nos trasladó al reino de su amado Hijo,
14 mediante quien tenemos nuestra liberación por rescate, el perdón de nuestros pecados.
(Hebreos 9:13, 14) Porque, si la sangre de las cabras y de los toros
y las cenizas de una ternera salpicadas sobre los que se han contaminado santifican purificando el cuerpo,
14 con mucha más razón la sangre del Cristo,
quien mediante un espíritu eterno se ofreció sin ningún defecto a Dios,
limpiará de obras muertas nuestra conciencia para que le demos servicio sagrado al Dios vivo.
(Hebreos 4:14-16) Así que, en vista de que tenemos un gran sumo sacerdote
que ha entrado en los cielos —Jesús, el Hijo de Dios—,
aferrémonos a nuestra declaración pública acerca de él.
15 Porque no tenemos a un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino que tenemos a uno que ha sido probado como nosotros en todo sentido,
pero sin pecado.
16 Así pues, acerquémonos con confianza al trono de la bondad inmerecida para recibir misericordia
y encontrar bondad inmerecida justo en el momento en que necesitamos ayuda.