Desde hace un tiempo, casi la mismo tiempo de mi llegada a este foro -que percibo como una ekklesia virtual, he aprendido muchas cosas que creía saber, y descubro otras tantas.
Sobre lo que he encontrado hoy, quisiera reflexionar acerca de un rasgo tan propio de los seres humanos, el cual es el sentido de pertenencia.
Desde que nacemos, comenzamos a tener sentido de conciencia, de saber que existimos, y así vamos poco a poco tratando de hallar compañeros con quien poder identificarnos y hallar seguridad y respaldo.
Me acuerdo de mis días de chamaco, cuando iba a la escuela las primeras veces... Debo confesarles que mi comportamiento era bastante poco común; mientras que los alumnos de la primaria tomaban sus clases, yo salía al patio a curiosear y a "perder el tiempo" porque me parecía tan aburrido el estudio. Claro que esto fue por temporadas porque también supe tomar los deberes escolares cuando había que hacerlo.
Me acuerdo que también me sucedía algo raro en mi tiempo de adolescente... No era precisamente que saliera del salón porque ya me había quedado claro que el estudio era imprescindible en mi formación... El problema estaba en mis relaciones con los demás.
Yo era retraído y tímido. No encontraba muchos con quien pudiese sentirme a gusto o que pensararn como yo. Era un "desadaptado" y esto me causó no pocos problemas en la escuela. Muchos se burlaban de mí por mi forma de ser y de pensar; me gustaba separarme del resto, andaba solo en el patio de la escuela, no tenía muchos amigos... En realidad, no tuve ni uno solo. No porque no quisiera, sino porque simplemente yo era así.
Lo curioso del asunto, es que yo también era retraído en mi casa. Somos siete hermanos en mi familia, y todos parecíamos querernos... pero yo tenía el problema del "desadaptado": no simpatizaba mucho con mi familia, y no pocas veces tenía fricciones con ellos.
Todo ésto parecía ser malo para mi... En realidad, no. Yo era el problema si he de serles franco. Mi carácter fue débil y complaciente, típico de una persona de temperamento melancólico.
Mis papás, como todos lo sabemos, no fueron educados para ser papás, y no tenían una idea exacta de mi temperamento y de mi carácter débil. No puedo culparlos a ellos por mi forma de ser ni por haber sido por mucho tiempo un "niño raro". Si cometieron errores al no haberme prestado la atención debida, no es porque ellos hubiesen sido malos, sino porque éramos muchos chamacos para recibir la misma atención.
En fin, con el paso del tiempo, tuve la oportunidad de saber lo que Dios quería de mi. El cambio no fue fácil ni sencillo: tuve que aprender muchas duras lecciones a la mala, a base de regaños, de malas caras, de actitudes despreciativas hacia mi persona... y todo esto no fue culpa de nadie más que de mi. Mi carácter débil me robó la oportunidad de forjarme una vida decorosa. Yo guardé rencor hacia todos aquellos que quise como amigos y me defraudaron, yo odié a aquellos que parecían confiables y no comprendieron mi forma de ser...
Un buen día, cansado de esta situación, me armé de valor y comencé a hacer las cuentas. Llegado el momento, me dirigí al Señor y confesé sobre mi vida pasada, mi temperamento débil y mi carácter blando, sin firmeza ni pundonor. Confesé al Señor sobre el odio que acumulé por años contra todo y contra todos, de los anhelos escondidos y las cosas oscuras de mi mente y de mi corazón, las armas favoritas del acusador para hacerme ver delante de Dios como un fracasado.
En la Escritura hallé muchas respuestas a mis dudas y temores, a mis anhelos y deseos honestos, pero nada de lo que ahora tengo habría sido realidad en mi vida de no ser porque tuve que comprender que yo debía confesar a Dios sobre las cosas de mi corazón. En especial, las cosas malas, los motivos que el enemigo de mi alma utilizó para hacer que un espíritu de muerte me atormentara prácticamente desde que nací.
Al pedir perdón al Señor por todas las cosas injustas que hice contra Él, hallé el perdón que necesitaba... y poco a poco fui recibiendo lo que por mucho tiempo se me negó. Hoy tengo amigos, tengo un trabajo que me hace sentirme útil a mi mismo, tengo paz y confianza del futuro -a pesar de que este mundo es feroz y esta vida es brutal-...
Lo que ahora tengo se lo debo al Señor que ha sido tan bueno conmigo, a pesar de que yo he sido infiel y torpe muchas veces... y aunque ahora sigo batallando con mi carácter débil, he hallado la fortaleza y la firmeza suficientes para saber que no soy ni más ni menos que otros... Simplemente soy un ser humano como tú.
En este estado de humillación en que vivimos, sujetos al vientre y al aire, expuestos a la maldad y al egoísmo humano, hoy puedo decir que Dios me ha dado la oportunidad de ver la luz del sol, de respirar, sonreír y ser feliz...
No deseo tener una mansión lujosa ni un coche último modelo... No quiero tener una hermosa mujer ni una gruesa cuenta de banco, si todas estas cosas no me acercan a Aquel que mi vida formó con sabiduría, y que lloró conmigo en mi soledad sin que yo lo supiera.
Lo que hoy tengo, no es ni más ni menos de lo que una persona pudiese desear. Simplemente tengo una vida que vivir y disfrutar, con sus alegrías y sinsabores, con sus cosas gratas y horas de angustia... porque todo me hace ver lo bueno que Dios ha sido para conmigo.
Sobre lo que he encontrado hoy, quisiera reflexionar acerca de un rasgo tan propio de los seres humanos, el cual es el sentido de pertenencia.
Desde que nacemos, comenzamos a tener sentido de conciencia, de saber que existimos, y así vamos poco a poco tratando de hallar compañeros con quien poder identificarnos y hallar seguridad y respaldo.
Me acuerdo de mis días de chamaco, cuando iba a la escuela las primeras veces... Debo confesarles que mi comportamiento era bastante poco común; mientras que los alumnos de la primaria tomaban sus clases, yo salía al patio a curiosear y a "perder el tiempo" porque me parecía tan aburrido el estudio. Claro que esto fue por temporadas porque también supe tomar los deberes escolares cuando había que hacerlo.
Me acuerdo que también me sucedía algo raro en mi tiempo de adolescente... No era precisamente que saliera del salón porque ya me había quedado claro que el estudio era imprescindible en mi formación... El problema estaba en mis relaciones con los demás.
Yo era retraído y tímido. No encontraba muchos con quien pudiese sentirme a gusto o que pensararn como yo. Era un "desadaptado" y esto me causó no pocos problemas en la escuela. Muchos se burlaban de mí por mi forma de ser y de pensar; me gustaba separarme del resto, andaba solo en el patio de la escuela, no tenía muchos amigos... En realidad, no tuve ni uno solo. No porque no quisiera, sino porque simplemente yo era así.
Lo curioso del asunto, es que yo también era retraído en mi casa. Somos siete hermanos en mi familia, y todos parecíamos querernos... pero yo tenía el problema del "desadaptado": no simpatizaba mucho con mi familia, y no pocas veces tenía fricciones con ellos.
Todo ésto parecía ser malo para mi... En realidad, no. Yo era el problema si he de serles franco. Mi carácter fue débil y complaciente, típico de una persona de temperamento melancólico.
Mis papás, como todos lo sabemos, no fueron educados para ser papás, y no tenían una idea exacta de mi temperamento y de mi carácter débil. No puedo culparlos a ellos por mi forma de ser ni por haber sido por mucho tiempo un "niño raro". Si cometieron errores al no haberme prestado la atención debida, no es porque ellos hubiesen sido malos, sino porque éramos muchos chamacos para recibir la misma atención.
En fin, con el paso del tiempo, tuve la oportunidad de saber lo que Dios quería de mi. El cambio no fue fácil ni sencillo: tuve que aprender muchas duras lecciones a la mala, a base de regaños, de malas caras, de actitudes despreciativas hacia mi persona... y todo esto no fue culpa de nadie más que de mi. Mi carácter débil me robó la oportunidad de forjarme una vida decorosa. Yo guardé rencor hacia todos aquellos que quise como amigos y me defraudaron, yo odié a aquellos que parecían confiables y no comprendieron mi forma de ser...
Un buen día, cansado de esta situación, me armé de valor y comencé a hacer las cuentas. Llegado el momento, me dirigí al Señor y confesé sobre mi vida pasada, mi temperamento débil y mi carácter blando, sin firmeza ni pundonor. Confesé al Señor sobre el odio que acumulé por años contra todo y contra todos, de los anhelos escondidos y las cosas oscuras de mi mente y de mi corazón, las armas favoritas del acusador para hacerme ver delante de Dios como un fracasado.
En la Escritura hallé muchas respuestas a mis dudas y temores, a mis anhelos y deseos honestos, pero nada de lo que ahora tengo habría sido realidad en mi vida de no ser porque tuve que comprender que yo debía confesar a Dios sobre las cosas de mi corazón. En especial, las cosas malas, los motivos que el enemigo de mi alma utilizó para hacer que un espíritu de muerte me atormentara prácticamente desde que nací.
Al pedir perdón al Señor por todas las cosas injustas que hice contra Él, hallé el perdón que necesitaba... y poco a poco fui recibiendo lo que por mucho tiempo se me negó. Hoy tengo amigos, tengo un trabajo que me hace sentirme útil a mi mismo, tengo paz y confianza del futuro -a pesar de que este mundo es feroz y esta vida es brutal-...
Lo que ahora tengo se lo debo al Señor que ha sido tan bueno conmigo, a pesar de que yo he sido infiel y torpe muchas veces... y aunque ahora sigo batallando con mi carácter débil, he hallado la fortaleza y la firmeza suficientes para saber que no soy ni más ni menos que otros... Simplemente soy un ser humano como tú.
En este estado de humillación en que vivimos, sujetos al vientre y al aire, expuestos a la maldad y al egoísmo humano, hoy puedo decir que Dios me ha dado la oportunidad de ver la luz del sol, de respirar, sonreír y ser feliz...
No deseo tener una mansión lujosa ni un coche último modelo... No quiero tener una hermosa mujer ni una gruesa cuenta de banco, si todas estas cosas no me acercan a Aquel que mi vida formó con sabiduría, y que lloró conmigo en mi soledad sin que yo lo supiera.
Lo que hoy tengo, no es ni más ni menos de lo que una persona pudiese desear. Simplemente tengo una vida que vivir y disfrutar, con sus alegrías y sinsabores, con sus cosas gratas y horas de angustia... porque todo me hace ver lo bueno que Dios ha sido para conmigo.