¿Cómo surgió la Cábala?

Modri

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24 Julio 2002
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ENIGMAS DE LA HISTORIA
1. ¿Cómo surgió la Cábala?

El origen de la Cábala, una forma específica de interpretar las Escrituras que permite hallar un significado esotérico e incluso alterar la realidad mediante el uso de la magia, es ubicado por algunos autores en un pasado tan remoto que podría identificarse con la entrega de la Torah a Moisés en el Sinaí. Por César Vidal

De acuerdo con esta tesis, ya en los primeros tiempos de la Historia de Israel a la interpretación exotérica o externa de la Torah se habría sumado otra esotérica u oculta. Para otros, sin embargo, la Cábala es uno de los aportes posteriores de la cultura judía. En realidad, ¿cómo surgió la Cábala?

Buen número de los seguidores de la Cábala e incluso de sus aficionados han mostrado un enorme interés por situar sus orígenes en tiempos caracterizados por una considerable antigüedad. Para ellos, la referencia a los sabios citados por Daniel 12, 10 sería un ejemplo de esa sabiduría cabalística de la misma manera que un texto como el contenido en el libro apócrifo de IV Esdras 14, 5-6, donde se dice que Moisés recibió una serie de preceptos de los que unos debía “declarar” y otros “ocultar”. Sin embargo, la verdad es que ninguno de los dos ejemplos citados menciona la Cábala y todavía menos su contenido ulterior. El pasaje de Daniel habla simplemente de cómo los sabios sabrán enfrentarse con dificultades al final de los tiempos y el texto de IV Esdras sólo pretende dotar de legitimidad su propio contenido que, desde luego, no era cabalístico. De hecho, no hay nada en la Biblia o en los textos apócrifos y pseudoepigráficos de los últimos siglos antes del cristianismo que tenga nada que ver con la Cábala, ya sea ésta especulativa o práctica.

Para encontrarnos con algunos aspectos paralelos, como la utilización del Tetragrámaton —y de otros nombres de Dios— con fines mágicos tenemos que esperar a la práctica de las comunidades judías de Babilonia donde estos comportamientos penetraron por influencia caldea y eso difícilmente fue antes del siglo IV d. de C., es decir, cuando los primeros estratos del Talmud ya estaban más que asentados. El Talmud ya había dado entrada a buen número de ideas orientales —persas y babilónicas— ajenas a la Biblia pero con un enorme poder de sugestión. Entre ellas se hallaba la referencia al valor mágico de las letras del alfabeto —algo ausente de la Biblia— y una angelología muy sofisticada que choca con la enormemente sencilla de las Escrituras. De hecho —dicho sea de paso— la angelología cristiana siempre ha sido más simple que la judía precisamente porque sigue la línea contenida en la Biblia y no la trazada en el Talmud.

Ese mismo origen babilónico que estamos señalando posiblemente subyace también en algunos conceptos, como el Adán Kadmon o las kelipot, que posteriormente serían absorbidos por la Cábala, y las mismas raíces talmúdicas se hallan en figuras como las del Metatron o creador del mundo que el Talmud (Sanh 38b) llega a identificar con el mismo Dios. A pesar de todo, el caldo de cultivo que semejantes conceptos —extrabíblicos y extrajudíos pero absorbidos por el judaísmo talmúdico— crearon no era, sin embargo, todavía lo que actualmente conocemos por Cábala.

El hecho de que todo el proceso se produjera en Oriente y a partir de fuentes extrabíblicas de carácter no pocas veces gnóstico e incluso mágico explica más que sobradamente por qué semejantes conceptos eran desconocidos en un Occidente donde las comunidades judías mostraban, por otra parte, un notable apego al Talmud. De hecho, la primera llegada de semejantes ideas —que generosamente podríamos denominar precabalísticas— no se produjo hasta mediados del siglo IX, cuando Aarón b. Samuel llegó a Italia procedente de Babilonia. Aarón b. Samuel distaba mucho de haber desarrollado un corpus cabalístico pero en sus enseñanzas ya aparecían algunos de los elementos posteriores del mismo. De hecho, la denominada Cábala alemana —que derivaba según propia confesión de Aarón b. Samuel— no aparecería hasta finales del siglo XII pero, curiosamente, había sido precedida por dos aportes españoles de enorme importancia.

El primero se debió a Shlomo ben Yehudah Ibn Gabirol, también conocido como Avicebrón (c. 1021-c. 1058). El malagueño Gabirol era un personaje absolutamente genial que podía repentizar poesía en árabe con dieciséis años, escribir gramáticas de hebreo en la pubertad y redactar obras de filosofía y teología en la primera juventud. Buen conocedor de la filosofía de Platón —aunque a través de traducciones al árabe— Gabirol dio un enorme impulso a la Cábala mística posterior a través de su Fuente de la vida (Mekor Hayim) que fue conocida por los filósofos cristianos medievales a través de su traducción latina (Fons vitae) y que generalmente fue considerada una obra cristiana hasta que Tomás de Aquino se dedicó a atacarla.

El segundo gran aporte precabalista fue el de Mosheh ben Maimón, más conocido como Maimónides o Rambam (1135-1204). Filósofo, matemático y físico nacido en Córdoba, Maimónides se vio obligado a abandonar la ciudad por la presión islámica y acabó sus días en El Cairo tras un triste paso por la tierra de Israel. Al igual que Gabirol, Maimónides conocía muy bien la filosofía griega —en especial la aristotélica— y supo incorporar elementos de la misma al judaísmo abriendo camino a la Cábala posterior. De hecho, su idea sobre la ausencia de atributos en Dios pesaría mucho en la configuración cabalística de Dios como En-Sof.

Tanto Maimónides como Gabirol fueron perseguidos y exiliados —en los dos casos por el islam— y quizá haya que buscar en esa circunstancia un especial interés por entender filosóficamente un mundo hostil y una habilidad notable para la especulación. En ambos autores percibimos además —y éste es uno de los factores que diferencia enormemente la Cábala especulativa de sus raíces mágicas babilónicas— un interés notable por el vivir de manera adecuada en este mundo. Maimónides, de hecho, fue un erudito de la Torah que marcaría con su obra Mishneh Torah el devenir de las generaciones judías venideras.
 
Entre ellas se hallaba la referencia al valor mágico de las letras del alfabeto —algo ausente de la Biblia— y una angelología muy sofisticada que choca con la enormemente sencilla de las Escrituras. De hecho —dicho sea de paso— la angelología cristiana siempre ha sido más simple que la judía precisamente porque sigue la línea contenida en la Biblia y no la trazada en el Talmud.

Estoy de acuerdo con Cesar nuevamente :cool:

Efectivamente , el hinduismo y la Cabalah , tienen bastante en comun , y siendo este anterior a la Cabalah . Tambièn el budismo tiene una fuerte influencia hinduistas . el En-Sof , por ejemplo , Bhraman , y el nirvana , tienen mucho en comùn , sin llegar a ser idènticos .

Este tema es largo
 
ENIGMAS DE LA HISTORIA
y 2. ¿Cómo surgió la Cábala?

La obra de Maimónides —que no era propiamente un cabalista— transcurrió en paralelo a la de Azriel (1160-1238) que sí lo era y que se convirtió merecidamente en el centro de un pequeño núcleo de cabalistas con sede en Gerona. Por César Vidal


En Azriel ya encontramos casi cuajada la Cábala especulativa que después desarrollarían discípulos suyos como Isaac ben Sheshet y Nahmanides. Sin embargo, aún no nos encontramos con un producto plenamente concluido de ese saber cabalista. De hecho, ese producto no sería otro que el Zohar que nacería en tierras de Castilla.

Escrito en torno a los años 1280 y 1286 por Moisés de León, el Zohar —o libro del Resplandor— es una obra pseudoepigráfica. Su autor era consciente de hasta qué punto sus ideas podían chocar con el judaísmo ortodoxo y presentó la obra como redactada por Simón Bar Yojai, un rabino del siglo II d. de C. No hace falta decir que el análisis lingüístico del texto y las fuentes que se pueden desvelar convierten semejante pretensión en inadmisible pero, con todo, el Zohar iba a cosechar un éxito extraordinario hasta el punto de que puede considerarse casi como la primera obra cabalística de categoría y, desde luego, como base fundamental de la Cábala. A partir del Zohar podemos decir que la Cábala existe, con anterioridad a este libro o no hay Cábala o sus formulaciones son todavía parciales e imperfectas.

El Zohar, escrito en un arameo peculiar, presenta una cosmología en cuya cima se encuentra Dios incognoscible e inmutable, Ein Sof, infinito. Sólo sus emanaciones presentadas como esferas (sefirot) permiten que el poder divino se irradie para crear el cosmos y también para que podamos conocerlo. El entendimiento de esas sefirot permite, por lo tanto, comprender el cosmos y la vida pero, a la vez, arroja una luz especial sobre la Historia de Israel y la obediencia a la Torah. De hecho, el cumplimiento del menor mandamiento adquiere una trascendencia cósmica y permite que el mundo, aún sin saberlo, avance hacia su redención final. De manera no poco sugestiva, el ser humano no obra bien ya sólo para obtener su salvación sino para colaborar en la causa de Dios en el cosmos.

Como puede imaginarse, esta visión cabalística ya cuajada no tardó en encontrar detractores que, cosa lógica, surgieron de entre los rabinos principales de la época. Para ellos, aquella interpretación cabalística excedía otros aportes previos de origen oriental —ciertamente era así— y entraba en peligrosas interpretaciones sobre la relación entre Dios y Sus criaturas. No les faltaba razón si examinamos la cuestión en términos objetivos pero la Cábala iba a abrirse camino por una serie de razones de considerable importancia. En primer lugar, aunque la Cábala no había formado parte de las Escrituras, procuraba empero no oponerse a ellas en cuestiones éticas como el cumplimiento del sábado, la práctica de la circuncisión o el resto de la Torah tal y como aparece interpretada en el Talmud. En otras palabras, uno se podía someter a la práctica talmúdica y, a la vez, aceptar las enseñanzas de la Cábala.

En segundo lugar, la Cábala tenía la pretensión de aportar una interpretación del mundo que concediera consuelo en medio de enormes dificultades. Que Gabirol y Maimónides —ambos exiliados— fueron dos de sus precursores no resulta extraño sino, hasta cierto punto, lógico. Finalmente, la Cábala —en su vertiente práctica y no especulativa— supuestamente contaba con resortes mágicos para alterar una realidad difícil y hostil. Que esto no fue así en la práctica resulta fuera de toda duda pero no es menos cierto que proporcionó esperanza a generaciones enteras de judíos —como los expulsados de España en 1492— en tiempos de especial dificultad.

No fue mal resultado en términos históricos para un proceso que comenzó con la aceptación de fórmulas mágicas de origen babilónico aceptadas en el periodo talmúdico, que continuó con la aceptación de algunas enseñanzas orientales de carácter esotérico, que se enriqueció —tras su llegada a Occidente en el siglo IX— con los aportes indirectos de carácter filosófico de Gabirol y Maimónides y que, finalmente, tras intentos en Provenza y Cataluña, terminó de cuajar en los siglos XII y XIII en Castilla para desde allí proyectarse a toda Europa, especialmente a partir del siglo XV.

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